- Ha llegado tu hora - dijo la Muerte.
- Pero yo soy muy joven - dijo él -. ¿No hay modo de escapar a tus manos?
- No estoy preparado. Hay muchas cosas que me quedan por hacer, por vivir. No es justo, no puedo ir contigo.
- Entiendo lo que dices - dijo la Muerte -, pero has de venir conmigo.
- Me temo que eso no está en tu mano - dijo la Muerte -. No eres tú quien decide eso.
- ¿Cómo que no? ¿Y si yo elijo matar a alguien? Entonces te obligo a venir. ¿Cómo negar que yo puedo decidirlo?
- ¿Cómo que no? ¿Y si me quito la vida? Entonces te obligo a venir.
- No es justo. No quiero ir contigo.
- ¿No es paradoja que haya hombres que no quieren irse y se vayan, mientras que haya otros que pudiendo quedarse quieren venir conmigo?
- Sin duda lo es.
- Pero entonces, ¿por qué vienes?
- No vengo en nombre propio. Y vengo para enseñar.
- ¿Para enseñar? ¿El qué?
- ¿Cuándo pensabas tú que ibas a morir?
- Siendo viejo.
- Y ahí viene mi segunda lección. Como no sabes cuándo voy a venir, debes vivir siempre como te gustaría que yo te sorprendiera. No debes dejar tareas pendientes.
- Entonces viene mi tercera lección. No hay nada más importante en la vida que prepararse para recibirme. Vivís como si no fuérais a morir, y no os preparáis para mi llegada, cuando eso es lo único importante.