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Análisis y contexto de un tema desgarrador: The lonesome death of Hattie Carroll. Quizás sea la letra más periodística de Bob Dylan, casi una crónica de sucesos, aunque con leves errores factuales.

Tremendo combo el hilo de esta semana; mitad canción folk, mitad true crime.
Dylan actuó con 22 años en Washington, en la famosa marcha donde Martin Luther King contó al mundo su sueño. Interpretó varios temas, alguno con Joan Baez.

Fue el 28 de agosto del 63. Casualmente, el mismo día que a pocos kilómetros de allí se dictaba una sentencia judicial.
Por entonces, el joven Bob solía revisar el periódico en busca de inspiración. Al día siguiente se encontró una noticia sobre dicha sentencia, ya de vuelta en Nueva York. Y empezó a escribir la letra en la barra de una cafetería que abría toda la noche en la Séptima Avenida.
Los hechos: William Zantzinger, 24 años, pertenecía a una familia adinerada con plantaciones de tabaco en el condado de Charles County, Maryland. Allí aún se aplicaba una estricta segregación racial, y algunos altercados recientes habían caldeado el ambiente.
Zantzinger acudió al Spinsters Ball, un baile de la alta sociedad en el Hotel Emerson de Baltimore. Era el viernes 8 de febrero de 1963. Para respetar el código de vestimenta, vistió frac, pajarita blanca, clavel en la solapa y sombrero.
También portaba otra cosa, y ojo que es importante: un bastón barato, de 25 céntimos. No lo precisaba para andar, le servía de complemento festivo. Carnival cane, que se llamaba. Pero no era ningún juguete, estaba hecho de madera y podía lastimar.

Sería algo más o menos así.
Antes del baile, William y señora cenaron en el prestigioso restaurante Eager House. Allí montaron un numerito. Bebieron tanto whisky que dejaron de servirles. Jane se puso a robar vasos de otras mesas, mientras Billy interceptaba bandejas golpeando a los camareros con el bastón.
Ya en el hotel, Zantzinger se negó a dejar su artilugio en la entrada. Es más, con él tocaba a las mujeres que pasaban, golpeaba la barra para solicitar más bebida y hasta arrancó una cadena del cuello del sumiller.

Billy era un tipo grande, rozaba el 1,90 de altura.
Sacó a Jane a la pista de baile. Con una tajá como un piano, ambos terminaron en el suelo, y empezó a pegar a su mujer con un zapato. Algunos testigos intervinieron, y uno le endiñó una hostia a William. A Jane la llevaron a una habitación vacía para que se recuperara.
Billy regresó solo a la barra, donde agredió con su bastón a George Gesell, el botones del hotel. Insultó a una camarera, Ethel Hill, a quien llamó varias veces nigger, y le atizó con su arma en el culo. Hill se refugió en la cocina, llorando.
Hattie Carroll, triste protagonista, atendía a otro cliente. Zantzinger pidió una copa, y protestó por la espera. La llamó nigger y black bitch. Cuando llegó la bebida, de propina, le pegó un bastonazo entre el hombro derecho y el cuello. A una mujer que le doblaba la edad.
Un testigo declaró que fue un golpe fuerte. Tanto, que no sabía cómo Hattie resistió en pie con sus 51 años. Ella se apoyó en la barra un minuto, luego se metió dentro y le dijo a sus compañeros que sentía que se moría. Le costaba mantener el equilibrio.
Nada de esto aparecía en la noticia que leyó Dylan, así que no lo incluyó mientras escribía en aquella cafetería neoyorquina. Es a partir de la agresión cuando empieza la canción que ocupa este hilo.

(A partir de ahora, la letra traducida).
El texto se divide en cuatro capítulos. Primero, el incidente: William mató a la pobre Hattie. Vaya primer verso para una canción. Lapidario.

Dylan, descarado, impetuoso, comprometido contra el racismo, lo tenía claro. Aunque luego en el juicio no todos opinaron igual.
Detalle importante: el apellido de William aparece como Zanzinger, sin la T. El motivo solo Dylan lo sabe, pero descartamos el despiste porque en las versiones preliminares del texto lo escribió bien. Fue al publicarse la canción cuando desapareció esa letra.
Al final de cada una de las estrofas divididas temáticamente, Dylan metía el estribillo. Recalcaba que no es momento para llorar. Al menos no todavía.

(Solo volveré a poner el estribillo al final, cuando lo modifica).
En el capítulo de William ofrece datos y contexto, sin duda sacados de la información periodística que leyó. Luego recrudece el lenguaje para describir su reacción, y la guinda: salió libre tras pagar la fianza (cosa que sí sucedió, aunque con matices, como veremos luego).
El capítulo de Hattie es más largo (va en dos imágenes). El tiempo verbal es definitorio: a William, vivito y coleando, lo describe en presente. Y de Hattie ha de hablar en pasado. Usa un lenguaje más neutro, describe su trabajo y su vida, que al fin y al cabo son la misma cosa.
De nuevo palabras duras cuando entra en acción el arma, el famoso bastón. Y un verso sencillo pero potente: ella nunca le hizo nada a William Zanzinger. Su significado se redobla al acordarnos del inicio de la canción y sabiendo lo que sabemos.
Esto es clave: en toda la letra, Dylan no indica la raza de William. Tampoco de Hattie. Ni una mención. Pero no era necesario, por desgracia; bastaban sus apuntes biográficos para que los oyentes de la época supieran el color de la piel de cada uno.
El último capítulo, el dedicado al juicio, también es largo y va en dos partes. Dylan, con muchísima retranca, se burla del sistema judicial estadounidense y de su supuesta ecuanimidad.
No abandona Dylan la ironía. Es más, se revuelca en ella, nos prepara anímicamente con una larga introducción para rematar con otra frase corta, y simple en apariencia: la sentencia del juez. Que cada cual saque sus conclusiones.
Pero en el último estribillo ya no se anda con rodeos y pone la puntilla. Hay que sumar la fuerza de modificar unos versos que ya hemos escuchado tres veces. Ahora, después de la sentencia judicial, ahora es cuando debéis indignaros y llorar.
Hasta aquí, la maravillosa canción de Dylan. Refleja un sentir generalizado tras la sentencia, pero tiene fallitos. Aunque bueno, desde cuándo una obra de ficción debe ser rigurosa. Quizás por eso le quitó la T a Zanzinger, para diferenciar. O temiendo denuncias. Quién sabe.
¿Qué pasó en realidad? Volvamos al hotel de Baltimore, tras la agresión a una Hattie camino del hospital. A William se lo va a llevar la policía, pero Jane reaparece en escena para evitarlo, aún borracha. Dice que le pega, pero que lo quiere. Resultado: los dos para comisaría.
El sábado, aún de frac, William compareció ante el juez por golpear a dos empleadas. El juez creía a Hattie inconsciente. Luego afirmó que, de conocer su fallecimiento, no habría impuesto una fianza tan baja a Zantzinger. Criticó al hospital por no comunicárselo a tiempo.
Hattie murió a las 9.15, ocho horas después de la agresión. A Zantzinger lo detuvieron al día siguiente por asesinato.

Se celebró el entierro; la tensión racial aumentaba. William permaneció libre cuatro meses hasta el juicio, el 19 de junio. Lo juzgó un tribunal, no un jurado.
William arguyó ser un simple granjero que bebió de más en la ciudad y que no recordaba nada. Su defensa descubrió que Hattie padecía hipertrofia cardíaca e hipertensión, y argumentó que fue la situación y los insultos lo que propició su muerte, pero no el golpe con el bastón.
La sentencia se hizo esperar hasta agosto, justo el día en el que Luther King pedía igualdad para negros y blancos.

A Zantzinger le cayeron seis meses de cárcel por homicidio involuntario. Y tres multas: Hattie, el botones y la otra camarera. En total, 750 dólares.
Con esa pena inferior al año esquivó la prisión estatal. Entró en la cárcel del condado, a 110 km de Baltimore, con una población reclusa negra sensiblemente menor. Y no solo eso: el juez permitió retrasar su ingreso hasta completar la recolección de sus plantaciones de tabaco.
Dylan, en pleno torbellino compositivo de juventud, grabó la canción el 23 de octubre para su segundo disco. Y la estrenó en directo en el Carnegie Hall el día 26. Ni dos meses habían pasado desde la sentencia, y él ya la criticaba ante su público.
Zantzinger salió de la cárcel, siguió con su vida, los años pasaron. Dylan continuó interpretando ese tema en directo, aunque sin ser un fijo en sus cambiantes repertorios. De repente la cantaba 18 veces en dos meses, como en 1975. Y luego estaba seis años sin tocarla.
William vendió sus tierras y probó suerte en el mercado inmobiliario. En 1986 le embargaron sus propiedades por no pagar impuestos. No obstante, el siguió cobrándole la renta a sus inquilinos.
El término viviendas les venía grande. Eran unas cabañas ubicadas en un barrio pobre de población negra, sin luz ni baños ni agua. Zantzinger, con la poca vergüenza, les subía el alquiler y los llevaba a juicio si no pagaban. Y lo peor es que ganaba. Lo detuvieron en 1991.
Su nombre regresaba a la prensa 28 años después. De nuevo, la comunidad afroamericana protestó por las complicaciones del juicio. Finalmente se declaró culpable de 50 delitos menores, pagó 62 mil dólares y cumplió 18 meses de condena, aunque solo acudía a la cárcel para dormir.
Zantzinger siempre esquivó a la prensa, que recurrentemente le cuestionaba por la canción. Pero sí que atendió a un periodista que escribía una biografía de Dylan, a quien definió como "un inútil hijo de puta, una escoria de la sociedad". Aseguró que su canción era una mentira.
William Zantzinger falleció con 69 años. Todos los días muere un canalla, y el 3 de enero de 2009 le tocó a él.
Tras su muerte, David Simon (el creador de The Wire, The Deuce, etc) publicó un reportaje en The New Yorker. Ahí salieron a la luz las palabras que consiguió arrancarle a William: "sé que causé la muerte de esa mujer. Soy el responsable".
Sí, vale, los dos protagonistas de esta historia estaban muertos, pero él no. Dylan siguió interpretando en directo su canción, ya una metáfora del racismo y el clasismo de su país.
Quién sabe cuántas muertes similares y anónimas hubo y habrá. Pero gracias a que Dylan cogió un día su armónica y su guitarra, medio siglo después el mundo recuerda que Hattie Carroll cayó muerta cuando William Zantzinger se cruzó en su camino.

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