No nombró a ningún boyardo más.
Aquello liberaba al zar del tedioso formalismo de los elaborados rituales «que tanto odio».
El príncipe-zar presidía su brazo secular junto con Buturlín, el llamado «rey de Polonia», pero Pedro no podía resistir la tentación de burlarse de las mascaradas de la Iglesia Ortodoxa.
Zótov e convirtió así en el príncipe-papa.
¡Pero ay de quien se pensara que la diversión era voluntaria!
Al término de las francachelas Ménshikov podía prescindir de irse a la cama, aunque a menudo acababa cayendo debajo de la mesa.
El amigote de Pedro, Franz Lefort, era un libertino infatigable: «El alcohol nunca lo vence».
—Pedro Alexéyevich, aquí está la persona con la que deseabas hablar.
Sus juegos de inversión de papeles simplemente venían a subrayar su absoluta superioridad.
Los dos próceres tuvieron que comparecer ante Pedro al día siguiente y entraron en la cárcel por su propio pie, aunque no tardaron en ser perdonados.
No es de extrañar que algunos súbditos tradicionales de Pedro creyeran que el zar era el anticristo.
—¿Por qué te preocupas por mí? —replicaba él en tono burlón y benévolo a un tiempo.
—No sabéis cuán triste estoy y cuánto la echo de menos —reconocería el zar, al tiempo que se preparaba para su primera guerra.
Pero la primavera siguiente se trasladó a Vorónezh, donde se instaló en una casa de troncos próxima a los astilleros.
Mientras trabajaba en esta empresa, murió su hermano Iván: Pedro regresó a Moscú y celebró en su honor un funeral tradicional.
El capitán de marina Pedro compartía su tienda con Ménshikov, al que llamaba «corazón», y al que decía afectuosamente en una carta: «Realmente necesito verte; lo único que deseo es verte».
El asedio fue dirigido por Gordon, que ideó «un terraplén móvil» para estrechar el cerco bajo el fuego de la artillería.
Los moscovitas quedaron desconcertados.
Ningún zar había salido nunca de Rusia.
La Alegre Compañía estaba brindando por la buena fortuna del viaje en el palacio de Lefort cuando, como escribió el general Gordon,...
—¡No sé qué decir! —comentó.
Nos mostró las manos pidiéndonos que comprobáramos cuán encallecidas estaban».
—¡Estas mujeres alemanas tienen unos cuerpos rematadamente duros! —comentó.
En Ámsterdam, Pedro se aficionó a asistir a las autopsias de un afamado anatomista.
Los rebeldes fueron castigados con el knut y torturados.
Pedro ordenó que los 2.000 mosqueteros rebeldes fueran encarcelados en Preobrazhénskoye, donde Romodánovski construyó catorce cámaras de tortura diseñadas al efecto.
«En torno a mi ciudad real mandaré erigir horcas y cadalsos junto a las murallas y baluartes, y a todos y cada uno de los rebeldes les daré una muerte atroz».
La regia consorte dijo que su deber era educar a su hijo Alexéi, ya de ocho años.
Uno de los tíos de Eudoxia debió de protestar, pues fue torturado y ejecutado por Romodánovski (como había hecho previamente con un hermano suyo).
Los mosqueteros mostraron una fortaleza asombrosa.
—¡Confiesa, animal, confiesa!
Doscientos mosqueteros fueron colgados de las murallas en Moscú, a razón de seis en cada puerta, y 144 en la Plaza Roja.
—-Si fuerais súbdito mío, os pondría como compañero de los que cuelgan del patíbulo.
Los mosqueteros estaban ya acabados, pero sus confesiones a punto habían estado de incriminar a Sofía.
Cuando se desplazó a Vorónezh a trabajar en la construcción de su nueva flota, recibió una noticia terrible.
—Ahora estoy solo, sin un hombre de confianza —exclamó—. Solo él me era fiel.
Él mismo se echó a llorar cuando se inclinó a besar el cadáver.
Poco después también murió Gordon.
—Yo solo puedo darle un puñado de tierra. ¡Él me dio a mí Azov!
—Es la primera vez que me he divertido de verdad desde que murió Lefort.
Tras fortificar Azov dirigió sus amados cañones hacia el norte.
El 19 de agosto de 1700, Pedro, respaldado por sus aliados de Polonia y Dinamarca, atacó a Suecia.
No esperaba que los suecos atacaran, pero al día siguiente Carlos XII tomó por asalto su campamento fortificado.
—Veo que el enemigo quiere que practique la equitación —comentó en tono jocoso.
Los rusos fueron derrotados, siendo además capturados el duque de Croy y 145 cañones.
—No debemos perder la cabeza ante la desgracia —comentó a Sheremétev.
El monarca sueco se vio obligado a escoger si golpeaba primero a Rusia o a Polonia.
Sus soldados lo veneraban como al «último vikingo».
«Decidí no empezar nunca una guerra injusta, pero también no acabar nunca una justa».
Su talento como señor de la guerra era comparable al de Pedro.
El 16 del mismo mes, en la vecina isla de Hare, se pusieron los cimientos de una fortaleza que el zar quiso llamar de San Pedro y San Pablo...
A la corte itinerante de Pedro se unió la nueva pandilla de admiradoras de Ménshikov.
Daria y su hermana pasaron a formar parte de la casa de Ménshikov.
Pedro se limitó a confiscarle su casa y sus joyas, aunque su familia siguió en la corte.
«Hola, mi capitán», escribió Catalina en una de las primeras cartas que le dirigió.
Sabía muy bien que la forma de llegar al corazón de Pedro era a través de sus embarcaciones.
Justo al cabo de nueve meses, Catalina dio a luz a su primer hijo, una niña.
Se pasaría la mayor parte de los veinte años siguientes embarazada.
Pero la niña no tardó en morir, y no sería la única.
Cuando Pedro y Ménshikov, ahora al mando de la caballería, acabaran con las fuerzas suecas en Livonia, conquistando Narva, los dos amigos viajarían acompañados de sus parejas, Catalina y Daria.
Aguantaba mucho la bebida y físicamente era muy fuerte, levantando en cierta ocasión un cetro que al propio Pedro le costaba trabajo levantar.
Incluso al cabo de los años seguían coqueteando uno con otro.
Como Catalina no aprendió nunca a escribir, sus cartas eran dictadas.
Compartía con ella los relatos de sus aventuras: «Bebimos como caballos».
Después de la muerte de Lefort, Pedro se dio cuenta de que había «perdido a dos almirantes» de «esa enfermedad».
Sus enemigos lo apodaron el «Príncipe de la Basura».
Pedro dijo que no cedería territorio alguno aunque tuviera que perder diez o doce batallas.
Pero la guerra lo llevó a concentrar su mente en su propia mortalidad.
La tensión acabó con su capacidad de tolerar fracaso alguno.
Catalina era partícipe de las buenas y las malas noticias.
El 28 de septiembre se abalanzaron sobre Löwenhaupt junto al río Lesnaya.
«Puede decirse que esta», afirmaba Pedro en su carta, «ha sido nuestra primera victoria».
Carlos le ofreció quedarse con una Ucrania independiente
Si seguía al lado de Pedro podía acabar por quedarse sin nada.
El zar envió a Ménshikov a su encuentro, pero el hetman tomó la decisión de trasladarse a toda prisa con su hueste de cosacos hacia el norte con el fin de unirse a Carlos.
Carlos y Pedro se dieron cuenta al mismo tiempo de que la capital del hetman, Baturin, era la llave de Ucrania.
Entró al asalto en Baturin, pero, incapaz de fortificarla, la incendió y mató a sus 10.000 habitantes.
Incluso hoy día, los arqueólogos siguen desenterrando esqueletos en la ciudad.
Carlos tenía que presentar batalla o retirarse.
«Por lo que se refiere a Poltava, lo mejor sería atacar al enemigo», decía Pedro en una carta a Ménshikov.
El 27 de mayo Ménshikov lo mandó llamar.
«Viajaré lo más rápido que pueda.»
Subió al galope desde Azov.
Cuando Carlos estaba observando el trabajo de los rusos, resultó herido en un pie.
Fiel a las formalidades, decidió efectuar un ataque preventivo para contrarrestar la abrumadora superioridad de Pedro.
Era un plan arriesgado, con muchas posibilidades de confusión en medio de la oscuridad.
El rey herido no podía ejercer el mando personalmente.
Ahora bien, la coordinación era esencial.
Y los generales suecos se detestaban unos a otros.
El plan sueco fracasó casi de inmediato.
Rehnskiöld vaciló.
El flanco derecho arremetió contra los rusos, obligándolos a retroceder, pero el izquierdo había sido aniquilado por las salvas de la artillería enemiga.
Una bala de mosquete tiró al suelo el sombrero de Pedro.
Una bala alcanzó la silla de montar de Pedro y otra rebotó en su pecho al chocar con un icono que llevaba colgado al cuello.
El propio Carlos estuvo a punto de ser capturado.
Tuvo que salvar la vida huyendo a galope tendido.
Pedro estaba entusiasmado, paseando sobre su montura por en medio de sus hombres y abrazando a sus generales.
Se levantó una pequeña capilla de campaña para rezar un tedeum.
Ménshikov los condujo ante él para que se hincaran de rodillas y entregaran sus espadas al vencedor.
Después de aquel acto de pleitesía ritual, Pedro se trasladó a una espléndida tienda persa para celebrar un banquete.
Cuando el mariscal Rehnskiöld y el conde Piper fueron llevados a su presencia, Pedro brindó por ellos antes de preguntarles:
—¿Y dónde está mi hermano Carlos?
Pero el rey se había escapado hacia el sur.
—¿Quiénes son vuestros maestros? —preguntó el mariscal vencido.
—Ustedes, caballeros —contestó Pedro.
—Pues bien, los discípulos dan a su vez las gracias a sus maestros —dijo Rehnskiöld.
Matushka [Madrecita], buenos días.
Dios misericordioso nos ha concedido hoy una victoria sin precedentes sobre nuestro enemigo.
Pedro
Felicito a Vuestra Majestad», añadía elevando en tono de burla al príncipe-césar a un nuevo rango de mentirijillas: el de emperador.
El Coronel Pedro dio las gracias al príncipe-césar por ascenderlo a teniente general y contraalmirante, aunque «no merecía tanto, Majestad».
Pero la guerra distaba mucho de haber acabado.
«Me aburro sin ti», decía en una carta a Catalina.
«Los polacos están a todas horas conferenciando acerca de Ivashka Khmeltniski [las bebidas alcohólicas].
«Por favor, ven pronto», decía la respuesta de Catalina.
El 14 de noviembre Pedro se unió a Sheremétev para poner sitio a Riga:
«Lancé las primeras tres bombas con mis propias manos ... en venganza contra ese lugar maldito».
Pedro fue a visitar a la madre y a la hija.
Rehnskiöld y Piper debían ser recibidos en él en audiencia por el zar sentado en su trono.
«Hemos ganado un cojín bien fuerte para San Petersburgo.»
Pero Carlos se recuperaba en territorio otomano e incitaba al sultán a unirse a la guerra.
Mientras el sultán conspiraba para emprender la guerra, Pedro planeaba dos bodas: una para los miembros de la familia real, otra para los enanos...