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Por temperamento y también por sus dotes, Pedro se veía a sí mismo ante todo como un señor de la guerra; y de hecho ya estaba preparándose para una guerra contra los otomanos.
Dejó a su hermano discapacitado, Iván, dando tumbos en medio de los interminables ritos y solemnidades de la corte moscovita, mientras que su tío Iván Naryshkin, borrachín empedernido, administraba formalmente el gobierno.
El poder real se hallaba allí donde se hallara Pedro, y el zar peripatético se hallaba habitualmente en Preobrazhénskoye, donde sus tropas se ejercitaban y había creado un sucedáneo de corte en bruto.

No nombró a ningún boyardo más.
Ahora solo importaban sus servidores y partidarios, ya fueran mercenarios suizos o escoceses, hijos de un pastelero o príncipes de la sangre.
Su hombre de más confianza era el temible Fiódor Romodánovski, jefe de una nueva agencia para todo, la Secretaría de Preobrazhenski, al que Pedro ascendería concediéndole un nuevo título, el de «príncipe-césar», o sucedáneo de zar.
Pedro lo llamaba «Vuestra Majestad» y cuando firmaba alguna carta dirigida a él lo hacía llamándose a sí mismo: «Vuestro eterno esclavo».

Aquello liberaba al zar del tedioso formalismo de los elaborados rituales «que tanto odio».
Pedro gobernaba principalmente a través de una pequeña camarilla de parientes, en su mayoría relacionados con las esposas de su abuelo, de su padre y de su hermano —los Dolgoruki, los Saltikov, los Naryshkin y los Apraxin—, ...
... pero de la que también formaba parte Iván Musin-Pushkin, al que llamaba «hermano» (de hecho era hijo ilegítimo del zar Alexéi).
Su sucedáneo de padre, el viejo Streshniov, se convirtió en el organizador indispensable de los pertrechos militares y del suministro de víveres para el ejército.
En el otoño de 1691 Pedro estaba listo para poner a prueba a su Guardia, al mando del príncipe-césar y de Lefort, mientras que él mismo hacía las veces de humilde bombardero, en unas maniobras contra los mosqueteros.
La Guardia hizo un excelente papel, tras lo cual Pedro convocó el Sínodo (o Asamblea) de los Locos, Bromistas y Borrachos, una sociedad de bebedores y comilones que en parte equivalía al gobierno de Rusia en su versión más brutal y estridente.
Había empezado siendo la Alegre Compañía, pero Pedro la convirtió en una organización todavía más elaborada.
Llegaban a juntarse entre 80 y 300 invitados, entre los cuales había un circo de enanos, gigantes, bufones extranjeros, calmucos siberianos, nubios de piel negra, monstruos de obesidad y chicas casquivanas,...
... que empezaban la juerga a mediodía y continuaban con ella hasta la mañana siguiente.

El príncipe-zar presidía su brazo secular junto con Buturlín, el llamado «rey de Polonia», pero Pedro no podía resistir la tentación de burlarse de las mascaradas de la Iglesia Ortodoxa.
Nombró a su viejo tutor, Nikita Zótov, prelado borracho —Patriarca Baco—, pero para no ofender a sus súbditos solemnemente ortodoxos, mandó que la burla se hiciera a costa no de ellos, sino de los católicos.

Zótov e convirtió así en el príncipe-papa.
Tocado con una especie de tiara de hojalata y vestido con un caftán hecho de naipes, montado en un barril de cerveza ceremonial, el príncipe-papa presidía un cónclave de doce cardenales ebrios como cubas, entre los que Pedro hacía de «protodiácono».
Las reglas de esos «oficios sagrados» fueron elaboradas por el propio despótico juerguista: la primera decía que había que «venerar a Baco bebiendo a lo grande y de forma honorable».
Todos los miembros del Sínodo llevaban títulos obscenos (a menudo relacionados con el término ruso que designa los genitales masculinos, khui), ...
... de modo que el príncipe-papa era asistido por los archidiáconos Metelapolla, Tocatelapolla, o Atomarporculo, y por una jerarquía de cortesanos fálicos encargados de portar salchichas con apariencia de pene sobre unos almohadones.
El príncipe-papa Zótov, a menudo completamente desnudo, salvo por la mitra que llevaba en la cabeza, comenzaba los banquetes bendiciendo a los comensales arrodillados y cubiertos con una simple túnica; para ello utilizaba un par de pipas holandesas en vez de una cruz.
Como Pedro no podía parar quieto nunca, solía levantarse de un salto y tocar el tambor o mandar que tocaran las trompetas, o salir al frente de sus compañeros a disparar la artillería o a tirar cohetes.
Luego volvía a la mesa a comer el siguiente plato, antes de salir de nuevo con toda la pandilla al exterior y montar todos en una fila de trineos.
Por Navidad, el príncipe-papa encabezaba una procesión de trineos por las calles de Moscú, en la que los 200 integrantes de la «Alegre Compañía» iban a cantar villancicos a la puerta de las casas de algunos próceres;...
... antes de la Cuaresma, Zótov organizaba una cabalgata en la que él iba montado en una carroza tirada por cabras, cerdos y osos, mientras que sus cardenales cabalgaban a lomos de asnos y bueyes.
A Pedro le encantaba siempre la inversión de las identidades.

¡Pero ay de quien se pensara que la diversión era voluntaria!
«Todas las copas debían vaciarse de un golpe», ordenaban las reglas de su club, «y los miembros de la sociedad debían emborracharse a diario y no irse nunca a la cama sobrios».
Todo el que quebrantara las reglas o evitara participar de un brindis debía ser castigado trasegando la Copa del Águila, temida por su desmesurada capacidad, llena hasta los topes de aguardiente.
Tener un aguante extraordinario para el alcohol (que él llamaba habitualmente Ivashka, la versión rusa del John Barleycorn inglés, personificación folklórica de las bebidas alcohólicas tradicionales) era esencial para medrar en la corte de Pedro.
El zar gozaba de un metabolismo de acero para el alcohol, levantándose al amanecer para trabajar incluso después de aquellas juergas maratonianas.

Al término de las francachelas Ménshikov podía prescindir de irse a la cama, aunque a menudo acababa cayendo debajo de la mesa.
En cambio el viejo Gallo, Patrick Gordon, pasaba la mayor parte del día siguiente acostado.

El amigote de Pedro, Franz Lefort, era un libertino infatigable: «El alcohol nunca lo vence».
Como a Pedro le aburría la etiqueta, construyó para Lefort un palacio de piedra con una enorme sala de banquetes que se convirtió en sede oficial de la Alegre Compañía y salón de las audiencias reales.
Pedro cenaba con Lefort dos o tres veces a la semana, y era el suizo el que le presentaba a las monjas propensas a abrirse de piernas que formaban la sección femenina del Sínodo y cuyo alegre descaro contrastaba con el aburrimiento de su lecho nupcial.
Anna Mons, una joven de diecisiete años, la hija «extraordinariamente hermosa» de un mercader alemán, era ya una de las numerosas amantes de Lefort cuando Pedro la conoció.
Pero el zar era muy tolerante con el historial sexual de sus queridas, de modo que la chica se convirtió en su principal amante, en un círculo marcado esencialmente por el machismo y el militarismo.
Su compañía inseparable, sin embargo, no era la de Anna, sino la de Aleshka Ménshikov, por entonces su favorito entre los denshchiki, los cortesanos que dormían a los pies de su cama o a la puerta de su alcoba.
Cuando Pedro, borracho como una cuba, sufría insomnio, mandaba llamar a un denshchik, y reclinaba la cabeza en su regazo.
A veces, a lo largo de su fatigosa vida, el lado izquierdo del rostro de Pedro empezaba a contraerse en una serie de espasmos que desembocaban en una ausencia: se le ponían los ojos en blanco o incluso sufría un ataque en toda regla.
Entonces sus asistentes mandaban llamar a alguien que lo tranquilizara, a menudo a su querida, que se encargaba de calmarlo, diciendo diplomáticamente:

—Pedro Alexéyevich, aquí está la persona con la que deseabas hablar.
Estas bacanales no fueron solo una fase propia de la adolescencia: las parodias profanas de Pedro continuaron con entusiástica frecuencia hasta su muerte.
Daría la impresión de que era el terrorífico empresario de un circo presidiendo lo que podríamos comparar con la gira de una banda de rock del siglo XVII, sin que se diferenciara en ningún momento el negocio de la bacanal.
Por excéntricos que fueran, los cargos de príncipe-papa, príncipe-césar y archidiácono Atomarporculo eran nombramientos importantes en la corte de Pedro, que era una mezcla de cuartel general militar y de carnaval de borrachos.
Mientras que los miembros oficiales del Sínodo solían ser viejos servidores como Zótov, los integrantes de su sucedáneo de corte, de la Alegre Compañía y del Sínodo se solapaban más o menos con sus principales generales, secretarios, almirantes y bufones.
Por lo demás la cosa tampoco era tan sacrílega como pudiera parecer: Pedro creía en Dios y en la santidad de su propia monarquía.
En parte, aquellas francachelas escandalosas contribuían a exaltar su autoridad excepcional, bendecida por la gracia de Dios, para reformar su reino como a él le pareciera conveniente, libre de trabas de cualquier tipo.
La Alegre Compañía reflejaba el personal sentido de la diversión que tenía Pedro, pero a veces se olvida con demasiada facilidad que el joven zar se había criado en medio de la rivalidad política más feroz.
Tanto a la hora de organizar una fiesta de enanas desnudas como a la de planear el aprovisionamiento de un ejército,...
... Pedro era un autócrata nato, tan visionario como concienzudo e ingenioso, que regulaba de manera compulsiva todos los detalles de cualquier empresa, garabateando órdenes en listas numeradas.
Aquellas juergas a la fuerza eran una tiranía manifestada a través de la actividad lúdica, esto es simplemente el lado colorista de la infatigable campaña diaria de Pedro, dinámica, pero penosísima, alegre, ...
... pero violenta emprendida con el propósito de modernizar Rusia, de robustecer sus fuerzas armadas, de obligar a sus élites a ponerse al servicio de sus planes, y de encontrar una serie de servidores de talento capaces de dirigir sus proyectos monumentales.
La mascarada del príncipe-césar tampoco era una simple broma: por informal y espontáneo que pudiera parecer Pedro, la seguridad era siempre lo primero.
Romodánovski era el jefe de su policía secreta, y el zar participaba habitualmente en sus investigaciones y en sus torturas. Incluso sus absurdas pantomimas tenían una finalidad política.
En ese terreno era capaz de mantener el equilibrio entre sus secuaces, ya fueran simples advenedizos o príncipes Ruríkidas; y por supuesto también era capaz de enfrentar a unos con otros para asegurarse de que nunca conspiraran contra él.
En ese terreno controlaba sus abusos y su corrupción a su manera, por tosca que fuera, al tiempo que asignaba obligaciones, o repartía premios y castigos.
Las payasadas tenían a menudo mucho que ver con su afán de burlarse de sus magnates, de humillarlos, de mantenerlos estrechamente vigilados bajo su atenta mirada de paranoico,...
... de promover su propio poder mientras ellos competían por alcanzar el favor real y la proximidad a la persona del zar.

Sus juegos de inversión de papeles simplemente venían a subrayar su absoluta superioridad.
Más aún, había visto a dos zares jóvenes, Fiódor III e Iván V, como patéticos prisioneros de un rígido ritual religioso: su escandalosa teatralidad, nombrando un zar de mentirijillas y obispos también de mentirijillas,...
... mientras que él hacía el papel de simple bombardero, de diácono o de marinero, resultaba liberadora, pues le daba una flexibilidad personal y política de la que no había gozado nunca antes ningún monarca ruso.
Su capacidad de ser a un tiempo un autócrata sacrosanto y un simple bombardero intensificaba en cierto modo la peligrosa mística de esa fuerza vital, y su fuerza física y su estatura significaban que, independientemente del rango que ostentara, siempre exudaría un poder terrible.
En cualquier momento Pedro podía cambiar de registro y pasar de la diversión a la amenaza.
A menudo propinaba un puñetazo a alguno de sus acólitos, ya fuera por simple exceso de vitalidad, o en un arrebato de cólera.
En cierta ocasión, cuando vio que Ménshikov estaba bailando con la espada al cinto, en contra de las normas de la sociedad civilizada, le dio un soplamocos, y a continuación le propinó un segundo puñetazo con tal fuerza que lo tumbó.
En febrero de 1692, Borís Golitsin convenció a un criado de que molestara a su rival, Yákov Dolgoruki, despeinándolo.
Dolgoruki clavó un tenedor al muchacho y lo mató.

Los dos próceres tuvieron que comparecer ante Pedro al día siguiente y entraron en la cárcel por su propio pie, aunque no tardaron en ser perdonados.
Pero aquel estilo de vida podía ser mortal: varios ministros suyos murieron alcoholizados.

No es de extrañar que algunos súbditos tradicionales de Pedro creyeran que el zar era el anticristo.
Mientras él hacía toda clase de cabriolas y dirigía la instrucción de su Guardia, su esposa, Eudoxia, vivía descuidada y sus hermanos se convertían poco a poco en centro de la oposición al zar.
Pedro llegó incluso a ordenar al príncipe-césar que torturara y matara a uno de los tíos de su consorte (lo que desde luego no dice mucho acerca de la felicidad de su matrimonio).
Solo su madre se atrevía a intentar frenarlo.

—¿Por qué te preocupas por mí? —replicaba él en tono burlón y benévolo a un tiempo.
Finalmente en 1694, la zarina Natalia murió.

—No sabéis cuán triste estoy y cuánto la echo de menos —reconocería el zar, al tiempo que se preparaba para su primera guerra.
En la primavera de 1695, Pedro, que ya contaba veintitrés años, marchó hacia el sur con el fin de atacar la fortaleza otomana de Azov, situada en la desembocadura del Don en el mar de Azov.
En la primavera de 1695, Pedro, que ya contaba veintitrés años, marchó hacia el sur con el fin de atacar la fortaleza otomana de Azov, situada en la desembocadura del Don en el mar de Azov.
Gordon y Lefort, acompañados del bombardero Pedro, bajaron en barco por el Volga y el Don para emprender el asedio, pero el zar decidió dividir el mando y además carecía del equipamiento adecuado.
Al cabo de cuatro meses, Pedro comprendió que debía atender los consejos de Gordon: necesitaba artillería de asedio, una flota y un solo comandante en jefe.
Levantó el sitio de Azov y regresó a Moscú, perdiendo miles de hombres por el camino.

Pero la primavera siguiente se trasladó a Vorónezh, donde se instaló en una casa de troncos próxima a los astilleros.
Cada día se levantaba al alba para supervisar la construcción de la flota, la primera de Rusia.

Mientras trabajaba en esta empresa, murió su hermano Iván: Pedro regresó a Moscú y celebró en su honor un funeral tradicional.
La vieja corte moscovita fue enterrada con él, aunque lo sobrevivieron su formidable esposa, Praskovia (Saltikova), muy del agrado de Pedro a pesar de lo anticuado de su estilo, y sus hijas, que darían algunos de los sucesores de Pedro.
En mayo de 1696, Pedro estaba de nuevo en Azov con un ejército de 46.000 hombres.

El capitán de marina Pedro compartía su tienda con Ménshikov, al que llamaba «corazón», y al que decía afectuosamente en una carta: «Realmente necesito verte; lo único que deseo es verte».
Buscar un aspecto gay en esta amistad, sin embargo, parece descabellado.

El asedio fue dirigido por Gordon, que ideó «un terraplén móvil» para estrechar el cerco bajo el fuego de la artillería.
Cuando la fortaleza se rindió, Pedro dio las gracias al Gallo por regalarle «toda la extensión de Azov» y lo ascendió a general.
Fortificó de nuevo Azov, pero fundó además el nuevo puerto de Taganrog, la primera base naval rusa, a orillas del mar de Azov, que se convertiría en el primer desafío al dominio del mar Negro stentado por los otomanos.
El 10 de octubre de 1696, Pedro regaló a Moscú un triunfo a la romana, exhibiendo estatuas de Marte y Hércules: aunque su tecnología era de origen alemán u holandés, fue saludado y alabado como general romano victorioso, como imperator.
El príncipe-papa, vestido con una armadura y montado en un carro tirado por seis caballos, encabezó la procesión, seguido de Gordon y Lefort, ascendido a almirante general.
Muy por detrás de ellos desfiló jovialmente el propio Pedro en compañía de los capitanes de marina, llevando una guerrera alemana y calzones de color negro.

Los moscovitas quedaron desconcertados.
Dos semanas más tarde la Secretaría de Exteriores anunció:
«El soberano ha ordenado que para sus grandes asuntos de Estado a las naciones vecinas ... sean enviados sus grandes embajadores», dirigidos por el almirante general Lefort y su ministro Fiódor Golovín, también almirante general.
No se anunció que iría con ellos el propio Pedro viajando de incógnito (esto es sin formalidades diplomáticas, aunque todo el mundo sabía quién era) bajo el nombre de «Pedro Mikháilov».
Siempre que salía de Moscú, Pedro otorgaba todos los poderes a varios hombres, dejándolos en un estado de rivalidad paralizante; en esta ocasión dejó disputándose el poder al príncipe-césar, al Gallo, a su tío Iván Naryshkin y a Borís Golitsin.
Estaba decidido a aprender el oficio de la carpintería naval y a regresar con las tecnologías de Occidente: «Soy un discípulo y necesito que me enseñen», declaró.
A su padre le había fascinado la tecnología, pero él había decidido hacer algo a todas luces extraordinario: dejar atrás su corte y su reino...
.. y, con el fin de recuperar el atraso que llevaba en su educación, darse un atracón de conocimientos con un curso intensivo de tecnología occidental, en un gesto de voluntad autodidacta sin parangón no ya en la historia de Rusia, sino en la historia mundial.
La misión era una mezcla de viaje oficial de placer, de ofensiva diplomática, de salida de reconocimiento militar y de año sabático pedagógico.

Ningún zar había salido nunca de Rusia.
Aquello era demasiado peligroso y su ausencia habría podido acabar en una auténtica carnicería.

La Alegre Compañía estaba brindando por la buena fortuna del viaje en el palacio de Lefort cuando, como escribió el general Gordon,...
... aquella velada que estaba siendo «una noche divertida» fue arruinada por «el descubrimiento accidental de una traición contra Su Majestad».
Un oficial de los mosqueteros y dos boyardos habían sido denunciados por criticar el estilo de vida y la política de Pedro, y el zar reaccionó con una ingeniosidad macabra:...
... no podía permitirse el lujo de dejar a los 50.000 mosqueteros con la duda de que fuera a tolerarse la traición; por lo demás el caso permitía canalizar del modo más natural el trauma sufrido durante su niñez.
Ordenó que se desenterrara el ataúd de Miloslavski, que llevaba ya muchos años muerto y al que él mismo había llamado siempre el Escorpión, y que fuera cargado en una carreta tirada por cerdos; luego lo colocó al pie del cadalso y mandó que levantaran la tapa.
Los ajusticiados fueron desmembrados y decapitados de modo que su sangre recién derramada salpicara los restos putrefactos de Miloslavski.
El 20 de marzo de 1697, Lefort y Golovín partieron al frente de una embajada integrada por 250 ministros, amigos, curas, cornetas y tambores, cocineros, soldados, enanos, Ménshikov... y «Pedro Mikháilov».
Allá donde fueran, Pedro quedaría asombrado siempre por la sofisticación técnica de Occidente, mientras que Occidente quedaría horrorizado por su torpe y grosera efervescencia y sus bárbaros arrebatos de furia: pocas giras reales han tenido tantos incidentes diplomáticos.
La primera parada tuvo lugar en Riga, en la provincia sueca de Livonia, donde se puso a hacer un dibujo de las fortificaciones.
Cuando los suecos le ordenaron que se abstuviera de hacerlo, Pedro se puso furioso ante tal insolencia y de inmediato concibió un aborrecimiento implacable por aquel «lugar maldito».
Viajando por el Sacro Imperio Romano Germánico, un variopinto tapiz de principados alemanes, conoció a Sofía, princesa electora de Hannover, madre del futuro Jorge I de Inglaterra.
Al tener que enfrentarse a una multitud de elegantes damas alemanas, Pedro, que no sabía hablar de banalidades, se acobardó:

—¡No sé qué decir! —comentó.
Sofía admiró su «gran viveza de mente; era muy alegre y comunicativo y nos contó que estaba aprendiendo a construir barcos.

Nos mostró las manos pidiéndonos que comprobáramos cuán encallecidas estaban».
Después bailó con los enanos y las damas, mostrándose sorprendido al tocar los corsés de ballenas que usaban estas:

—¡Estas mujeres alemanas tienen unos cuerpos rematadamente duros! —comentó.
La princesa electora supo reconocer en él a «un hombre realmente extraordinario ... muy bueno y muy malo a un tiempo».
El 18 de agosto de 1697, Pedro llegó a los astilleros de Zaandam, en Holanda, donde hizo que lo contrataran como el «carpintero de navío Mikháilov».
«Y para que el monarca no quedara vergonzosamente por detrás de sus súbditos en este oficio», explicaría después utilizando la tercera persona regia,,,,
... «él mismo emprendió un viaje a Holanda y en Ámsterdam se entregó junto con algunos otros voluntarios al aprendizaje de la arquitectura naval».
Contrató a carpinteros de navío holandeses y venecianos y ordenó que todos sus magnates costearan la fabricación de un barco de su nueva armada.
Pero no tardó en darse cuenta de que Rusia necesitaba disponer de sus propios conocimientos técnicos, así que posteriormente envió a cincuenta nobles del país a ejercitarse en los astilleros holandeses.
Allí, entre marineros, mercaderes y expertos en marcación, buscó y contrató a muchos hombres de talento, independientemente de cuál fuera la clase a la que pertenecieran, su edad y su nacionalidad.
Holanda formó sus gustos en lo tocante a la sastrería, la arquitectura y la necrofilia.

En Ámsterdam, Pedro se aficionó a asistir a las autopsias de un afamado anatomista.
Cuando uno de sus cortesanos se mostró asqueado ante la vista de los cadáveres, Pedro le obligó a inclinarse y probar un bocado de carne.
Fascinado al ver cómo se descoyuntaba un cuerpo humano, compró un juego de instrumentos quirúrgicos que siempre llevaría consigo en sus viajes.
Si cualquiera de los integrantes de su séquito o de sus servidores necesitaba que le practicasen alguna operación o le extrajeran una muela, insistía en hacerlo él mismo.
Temerosos de esta afición suya, los integrantes de su personal ocultaban para sí mismos cualquier dolor de muelas.
El 11 de enero de 1698, Pedro llegó a Londres, donde visitó al rey Guillermo III en el palacio de Kensington, asistió a una sesión del parlamento, y escogió a una actriz inglesa, Laetitia Cross, que se convirtió en cortesana suya durante el resto del viaje.
Tras alquilar Sayes Court, la impecable mansión de John Evelyn en Deptford, hizo de ella una especie de sucursal de la sede central de la Alegre Compañía.
Como nunca había visto una carretilla, organizó carreras de carretillas que no tardaron en destruir los parterres cuidadosamente recortados del jardín, ...
... mientras que dentro de la casa los rusos no dudaron en utilizar los cuadros que decoraban las paredes para sus ejercicios de tiro al blanco, el mobiliario como leña para la chimenea y los cortinajes como papel higiénico.
Los colchones de pluma y las sábanas fueron «desgarrados [por aquellos individuos que se comportaban] como si fueran fieras salvajes».
Las «fieras salvajes» se marcharon para entrevistarse con el titular del Sacro Imperio Romano Germánico en Viena, donde Pedro recibió noticias de Romodánovski, ...
... que le hizo saber que los mosqueteros de Azov se habían amotinado y habían marchado sobre Moscú, hasta que el general Gordon les cortó el paso y los derrotó.
«He recibido la carta en la que vuestra gracia me escribe que la semilla de Iván Mikháilovich [Miloslavski] ha retoñado», contestó a la misiva del príncipe-césar. «Os ruego que seáis severo...»

Los rebeldes fueron castigados con el knut y torturados.
El 19 de julio, Pedro se entrevistó con Augusto el Fuerte, príncipe elector de Sajonia, que recientemente había sido nombrado rey de Polonia.
Hombre de ojos azules, fornido y priápico, Augusto, que a la sazón tenía veintiocho años, llegaría a engendrar 354 bastardos y, a medida que fue haciéndose viejo, su erotomanía se hizo tan insaciable que supuestamente sedujo a su propia hija sin enterarse.
Se había especializado en sorprender a los visitantes desprevenidos descorriendo las cortinas que ocultaban una cama en la que descansaba una beldad desnuda entregada como regalo, pero a Pedro no le extrañaba nada.
Los dos monarcas bebieron juntos, pasaron revista a las tropas y planificaron el proyecto seminal del reinado de Pedro: la demolición del imperio sueco, vulnerable desde que la muerte de su soberano dejara el trono en manos de un muchacho de quince años, Carlos XII.
El joven zar tenía ante sí la posibilidad de vengar la Época de Turbulencias y de abrir una salida al Báltico.

Pedro ordenó que los 2.000 mosqueteros rebeldes fueran encarcelados en Preobrazhénskoye, donde Romodánovski construyó catorce cámaras de tortura diseñadas al efecto.
El 4 de septiembre de 1698 por la noche Pedro llegó de vuelta a Moscú junto con Lefort y Golovín, pero marchó al galope directamente a Preobrazhénskoye, donde se reunió con Anna Mons.
A la mañana siguiente, los boyardos acudieron en manada a saludarlo y a postrarse ante su soberano, que por fin había regresado.
Pero Pedro, con la cara completamente afeitada, excepto por el bigote, y luciendo una vestimenta occidental, los mandó levantarse y los abrazó antes de mandar...
... que trajeran una navaja de barbero con la que debían afeitarse sus barbas moscovitas, símbolo de la santidad y el respeto de la religión ortodoxa.
Romodánovski y los demás se sometieron a la solicitud de su soberano-barbero. Durante un banquete, Pedro mandó a su bufón, Jacob Turguénev, por todas las mesas para que fuera afeitando a los boyardos, ...
... mientras que en casa de Lefort hizo que recortara las largas mangas de los caftanes de los boyardos.
Además de remodelar a sus boyardos y convertirlos en nobles occidentales, creó la Orden de San Andrés, caracterizada por una banda azul celeste,...
... y condecoró con ella a su ministro Golovín y a su general de confianza, Borís Sheremétev, descendiente de la amante del zar Miguel. Todo se hizo con la mayor rapidez.
«Debéis esforzaros y trabajar para tenerlo todo preparado de antemano», escribió en cierta ocasión, «pues al tiempo perdido, como a la muerte, no se le puede dar marcha atrás».
Luego se ocupó de cosas más siniestras.

«En torno a mi ciudad real mandaré erigir horcas y cadalsos junto a las murallas y baluartes, y a todos y cada uno de los rebeldes les daré una muerte atroz».
Primero estaba el problema de la zarina Eudoxia: durante un enfrentamiento de cuatro horas, exigió que se hiciera monja, pero ella se negó.

La regia consorte dijo que su deber era educar a su hijo Alexéi, ya de ocho años.
Pedro simplemente secuestró a Alexéi y su madre fue encerrada en un monasterio y obligada a tomar los hábitos.

Uno de los tíos de Eudoxia debió de protestar, pues fue torturado y ejecutado por Romodánovski (como había hecho previamente con un hermano suyo).
Las catorce cámaras de tortura funcionaban día y noche, excepto los domingos, para obligar a los mosqueteros apresados a revelar su conjura, mediante la cual supuestamente pretendían derrocar a Pedro y restablecer a Sofía.

Los mosqueteros mostraron una fortaleza asombrosa.
Cuando los prisioneros perdían el conocimiento, el todo su séquito lo acompañara.
En cierta ocasión, cuando uno de los torturados logró sobrevivir al «horrible quebranto», en el que primero dislocaron sus miembros en el potro y luego le dieron veinte latigazos con el knut sin decir palabra,...
... Pedro, «cansado al fin, levantó el bastón en su mano y le embistió con él tan violentamente en las mandíbulas que se las rompió y le obligó a abrir la boca», mientras gritaba:

—¡Confiesa, animal, confiesa!
Al cabo de un mes de este incidente, ordenó que dieran comienzo las ejecuciones.

Doscientos mosqueteros fueron colgados de las murallas en Moscú, a razón de seis en cada puerta, y 144 en la Plaza Roja.
Tras decapitar a cientos de ellos más en Preobrazhénskoye, Pedro ordenó a sus magnates empuñar el hacha ellos mismos, implicándolos en las ejecuciones y comprobando de paso su lealtad, aunque algunos resultaron ser unos verdaderos inútiles como verdugos.
Un boyardo golpeó a su víctima con el hacha tan abajo que casi lo partió en dos mitades, mientras que Romodánovski decapitó a cuatro y Ménshikov, que tenía mucho que demostrar, afirmó haber acabado con veinte.
Nuestra fuente para este detalle, un diplomático austríaco, Johann Georg Korb, afirma que el propio Pedro decapitó a cinco mosqueteros, aunque él no lo vio personalmente.
Pedro quedaba extasiado ante la decapitación como experimento biológico y a menudo contaba cómo una de las víctimas había permanecido quieta en su sitio durante algún tiempo después de que le arrancaran la cabeza.
Las ejecuciones fueron acompañadas de cenas y borracheras en el palacio de Lefort, que a menudo acabaron en luchas a brazo partido entre los ministros del gobierno, para asombro de los extranjeros.
Cuando un diplomático criticó la situación reinante en Moscú, Pedro le respondió:

—-Si fuerais súbdito mío, os pondría como compañero de los que cuelgan del patíbulo.
Sus sospechas de que había un boyardo que vendía comisiones sacaron de quicio a Pedro un día que estaba ebrio: desenvainó la espada e intentó matar al individuo en cuestión,...
... hasta que Romodánovski y Zótov defendieron su inocencia, lo que dio lugar a que provocara un corte a Zótov en la cabeza y otro a Romodánovski en un dedo. Lefort logró desarmarlo, pero Pedro lo hizo caer de espaldas de un empujón; ...
... entonces Ménshikov, saliendo al paso del gigante, que estaba dispuesto a pasar por encima de lo que hiciera falta, se encaró con él.
En otra ocasión en que Naryshkin y Golitsin se enzarzaron en una pelea, Pedro los amenazó diciendo que mandaría decapitar a aquel de los dos que no tuviera razón.

Los mosqueteros estaban ya acabados, pero sus confesiones a punto habían estado de incriminar a Sofía.
Pedro ordenó que 196 rebeldes fueran colgados justo delante de las ventanas de su hermanastra, y dejó que sus cadáveres se pudrieran en la horca todo el invierno.

Cuando se desplazó a Vorónezh a trabajar en la construcción de su nueva flota, recibió una noticia terrible.
Su mejor amigo, Lefort, había muerto de unas fiebres.

—Ahora estoy solo, sin un hombre de confianza —exclamó—. Solo él me era fiel.
Volvió precipitadamente a Moscú y obligó a sus boyardos, siempre envidiosos de Lefort, a presentar sus condolencias por la muerte del aventurero suizo en un funeral de estado.

Él mismo se echó a llorar cuando se inclinó a besar el cadáver.

Poco después también murió Gordon.
Pedro estuvo a su lado para cerrarle los ojos y proclamar la «lealtad y valentía» del Gallo:

—Yo solo puedo darle un puñado de tierra. ¡Él me dio a mí Azov!
Pasó mucho tiempo —lo que suponía un elogio muy grande— antes de que Pedro pudiera decir a la salida de una fiesta en casa de Ménshikov:

—Es la primera vez que me he divertido de verdad desde que murió Lefort.
Pedro comenzó el nuevo siglo con una nueva política exterior y un nuevo gobierno.

Tras fortificar Azov dirigió sus amados cañones hacia el norte.

El 19 de agosto de 1700, Pedro, respaldado por sus aliados de Polonia y Dinamarca, atacó a Suecia.
Pero el joven rey Carlos XII rechazó a los polacos y luego dejó fuera de combate a Dinamarca, obligándola a abandonar la contienda.
El 1 de octubre, justo mientras los rusos sitiaban Narva, Carlos XII sorprendió a todo el mundo desembarcando en Estonia y poniéndose al frente de su pequeño ejército de 10.000 hombres para enfrentarse a los 40.000 de las tropas rusas.
El 17 de noviembre, a las puertas de Narva, Pedro nombró comandante en jefe a un mercenario francés, el duque de Croy, antes de emprender la marcha.

No esperaba que los suecos atacaran, pero al día siguiente Carlos XII tomó por asalto su campamento fortificado.
Tres caballos perecieron de un tiro a los pies del monarca sueco.

—Veo que el enemigo quiere que practique la equitación —comentó en tono jocoso.

Los rusos fueron derrotados, siendo además capturados el duque de Croy y 145 cañones.
Pedro no permitió que el pánico se apoderara de él y no perdió en ningún momento su risueño optimismo, pero el genio de Carlos exigía que fuera él quien asumiera el mando supremo y que creara un ejército permanente, provisto de artillería moderna.
Los Románov habían llegado al poder para encabezar la resistencia a los invasores extranjeros; ahora Pedro intensificaría la militarización del estado, movilizando a su nobleza durante veinte años de guerra y sacrificios.
No le sorprendió que «nuestros discípulos bisoños se llevaran la peor parte frente a un ejército tan disciplinado. Ha sido un juego de niños» para los suecos.

—No debemos perder la cabeza ante la desgracia —comentó a Sheremétev.
Pedro aprendió la lección y no volvió a dividir el mando, de modo que a continuación nombró a Sheremétev comandante en jefe.
Veinte años mayor que él, aquel boyardo riquísimo, emparentado con los Románov, había prestado servicio como paje en la corte del zar Alexéi, ...
... pero lo cierto es que estaba a caballo del viejo y del nuevo mundo después de viajar por Occidente y de cortarse la barba cuando era joven.
Era un general cauto, pero seguro; nunca fue un amigote de borracheras de Pedro, con quien por lo demás mantendría una relación bastante delicada.

El monarca sueco se vio obligado a escoger si golpeaba primero a Rusia o a Polonia.
Diez años más joven que Pedro, Carlos acababa de cumplir los dieciocho, era alto, tenía la cara redonda, los ojos azules y profundas entradas para su corta edad.
Había templado su cuerpo y su carácter mediante el incansable ejercicio de la equitación con el fin de convertirse en un rey guerrero espartano: era capaz de recoger un guante del suelo al galope.
Desdeñaba cualquier interés por las mujeres («Estoy casado con mi ejército») y antes que ellas prefería leer la Biblia... y ejercitar a su infantería hasta convertirla en la mejor de Europa.

Sus soldados lo veneraban como al «último vikingo».
Impetuoso partidario del ataque en todo momento, poseía una lúgubre fe en sí mismo, casi mesiánica: cuando más tarde tuviera que enfrentarse a los reveses militares, acuñaría una moneda con la siguiente inscripción: «¿Qué os preocupa? ¡Dios y yo seguimos vivos!».
Carlos, llamado por algunos «Cabeza de Acero», seguiría adelante con su guerra hasta el final:

«Decidí no empezar nunca una guerra injusta, pero también no acabar nunca una justa».

Su talento como señor de la guerra era comparable al de Pedro.
Y el duelo a muerte entre ambos duraría dieciocho años.
Por suerte para Pedro, que necesitaba tiempo para movilizar y reconstruir sus fuerzas tras el desastre de Narva, Carlos marchó primero contra Polonia,...
.. derrocando a Augusto el Fuerte en beneficio de un monarca títere a su servicio, mientras que Pedro arremetía contra las guarniciones suecas del Báltico.
El 30 de diciembre de 1701, Sheremétev derrotó a un ejército sueco. Lleno de euforia, Pedro envió a Ménshikov a entregar a Sheremétev su bastón de mariscal de campo y el cordon bleu de su nueva Orden de San Andrés.
Tras pasar la mayor parte de su tiempo con su ejército y organizando el suministro de víveres, Pedro empezó a eliminar las guarniciones suecas de Livonia, ...
... campaña que se vio agilizada por el estallido de un conflicto europeo, la guerra de Sucesión Española, que vino a complicar la posición de Carlos.
El 14 de octubre de 1702, tras avanzar hacia Ingria (región situada en la ribera suroccidental del golfo de Finlandia), los rusos tomaron la fortaleza sueca de Nöteborg,...
... que Pedro rebautizó Shlisselburg («Fortaleza-Llave») —por ser la «llave» del río Nevá—, y nombró gobernador de la plaza a Ménshikov.
El 1 de mayo de 1703, Pedro y Ménshikov capturaron Nyenskans.

El 16 del mismo mes, en la vecina isla de Hare, se pusieron los cimientos de una fortaleza que el zar quiso llamar de San Pedro y San Pablo...
... pero es posible que no se hallara presente allí en ese momento, que luego fue mitificado con la historia del zar eligiendo el emplazamiento de la nueva plaza fuerte con la ayuda de un águila.
Al cabo de un año, en cualquier caso, cuando la fortaleza estuvo acabada, Pedro había empezado ya a verla como el fundamento de una nueva ciudad que simbolizara y catalizara a un tiempo sus ambiciones para Rusia:...
... un monumento a sus victorias sobre los suecos, un puerto para un zar con veleidades navales, y una metrópoli occidental para una Rusia modernizada: decidió llamarla San Petersburgo.
Frente a la fortaleza (y cerca del futuro Palacio de Invierno), construyó un pequeño dómik, una cabaña de tres habitaciones en estilo barroco holandés, que sería su hogar durante los cinco años siguientes, mientras creaba unos astilleros y un almirantazgo.
San Petersburgo se convirtió en «mi edén ... mi sitio preferido», compartido sobre todo con Ménshikov: «No puedo dejar de escribirte desde este paraíso; verdaderamente aquí vivimos en el cielo».
Pedro volvió precipitadamente a Moscú, donde celebró un triunfo a la romana y condecoró a Ménshikov y a sí mismo con la banda azul.
El 23 de noviembre de 1703 organizó una fiesta con motivo del santo de Ménshikov, al que concedió el título de conde de Hungría, solicitado al Sacro Imperio Romano Germánico.

A la corte itinerante de Pedro se unió la nueva pandilla de admiradoras de Ménshikov.
Ménshikov cortejaba por entonces a una adolescente de familia noble, Daria Arsénieva, que era dama de compañía de la hermana de Pedro.

Daria y su hermana pasaron a formar parte de la casa de Ménshikov.
Fue allí donde en octubre de 1703 el zar, a la sazón ya de treinta y un años, conoció a una joven que ya había llevado una vida bastante turbulenta.
A su manera llegaría a ser un personaje tan formidable como Pedro, y su ascensión fue la más meteórica de cualquier individuo del siglo XVIII.
Marta Scavrónskaya, una joven de diecinueve años, de ojos negros, rubia y voluptuosa, era hija de un campesino, probablemente de nacionalidad lituana o escandinava, ..
... que, tras quedarse huérfana, había sido adoptada por un pastor luterano, quien, a su vez, se deshizo de ella casándola con un soldado sueco.
A la muerte de su marido, fue capturada y obligada a trasladarse a un campamento ruso, cubierta solo por una manta.
Después de tener una aventura con un soldado de caballería ruso, fue entregada a Sheremétev, que la empleó como lavandera (y probablemente como amante), antes de presentársela a Ménshikov, que asimismo la empleó como lavandera (y probablemente como amante).
Pedro y Anna Mons habían roto cuando él se enteró de que la joven mantenía un romance con dos embajadores extranjeros al mismo tiempo.

Pedro se limitó a confiscarle su casa y sus joyas, aunque su familia siguió en la corte.
Entonces fue cuando se encaprichó de Marta, la lavandera lituana, a la que obligó a convertirse a la religión ortodoxa, dándole el nombre de «Catalina».

«Hola, mi capitán», escribió Catalina en una de las primeras cartas que le dirigió.
«Vuestra barca de remos está lista. ¿Debe ser enviada a Vuestra Reverencia?»

Sabía muy bien que la forma de llegar al corazón de Pedro era a través de sus embarcaciones.

Justo al cabo de nueve meses, Catalina dio a luz a su primer hijo, una niña.
«Felicidades por vuestro nuevo retoño», le escribió.

Se pasaría la mayor parte de los veinte años siguientes embarazada.

Pero la niña no tardó en morir, y no sería la única.
De los doce hijos que tuvo la pareja solo dos sobrevivieron hasta la edad adulta, y Pedro atribuiría su muerte a la voluntad de Dios, aunque apreciaba a los niños (a los que llamaba sus «reclutas») más que a las niñas.
«Gracias a Dios que la madre es sana», era la forma que tenía de consolarse.

Cuando Pedro y Ménshikov, ahora al mando de la caballería, acabaran con las fuerzas suecas en Livonia, conquistando Narva, los dos amigos viajarían acompañados de sus parejas, Catalina y Daria.
La relación de Pedro con Catalina se basaba no solo en el atractivo físico de la muchacha y en los hijos que engendraron y cuya muerte lloraron juntos,...
... sino también en la irrefrenable alegría y en la imperturbable serenidad de ella, dotes que le permitían manejar a Pedro con mucha habilidad.
Cuando el soberano sufría alguno de sus ataques, Catalina recostaba su cabeza en su regazo y lo calmaba.

Aguantaba mucho la bebida y físicamente era muy fuerte, levantando en cierta ocasión un cetro que al propio Pedro le costaba trabajo levantar.
Le gustaba aparecer vestida de Amazona en las sesiones del Sínodo de los Borrachos.

Incluso al cabo de los años seguían coqueteando uno con otro.
«Si estuvieras aquí», decía Catalina en una carta, «no tardaría en haber otro Shishenka [niño]», y bromeaba acerca de sus nuevas amantes, mientras que él, por su parte, le tomaba el pelo refiriéndose a los admiradores que la requerían:
... «Es bastante evidente que has encontrado a alguien mejor que yo», decía Pedro y se burlaba conjeturando que era una venganza por las infidelidades de las que la había hecho objeto.

Como Catalina no aprendió nunca a escribir, sus cartas eran dictadas.
Pedro solía llamarla «Madrecita» o «Katerínushka, amiga mía», y la echaba de menos cuando estaban lejos: «Madrecita, me aburro sin ti y a ti creo que te pasa lo mismo».

Compartía con ella los relatos de sus aventuras: «Bebimos como caballos».
A diferencia de las esposas reales tradicionales de Moscovia, Catalina no llegó a la corte con una familia linajuda y una facción de parientes ambiciosos que intentaran cambiar el equilibrio de poder existente.
Por el contrario, fue ella la que hizo sus propias alianzas, especialmente con Ménshikov, y la que creó su propia personalidad con tal aplomo que acabó convirtiéndose en una candidata plausible al trono por derecho propio.
«El principal motivo de que el zar estuviera tan encariñado con ella», recordaría Alexander Gordon, hijo del general escocés, «era su extraordinario buen carácter».
Siempre le decía graciosamente que aunque encontrara otras «lavanderas», no debía olvidarse nunca de la que ya tenía.
En julio de 1706, el ministro-mariscal-almirante, todo en uno, de Pedro, Golovín, falleció a los cincuenta y seis años a consecuencia de sus excesos con el alcohol.

Después de la muerte de Lefort, Pedro se dio cuenta de que había «perdido a dos almirantes» de «esa enfermedad».
Aquella pérdida aumentó el poder de Ménshikov,al que Pedro promocionó concediéndole el título de príncipe de Ingria (el primero de ese rango que concedía un zar).

Sus enemigos lo apodaron el «Príncipe de la Basura».
En enero de 1708, Carlos XII desplegó 44.000 de las mejores tropas de Europa e invadió Rusia.

Pedro dijo que no cedería territorio alguno aunque tuviera que perder diez o doce batallas.

Pero la guerra lo llevó a concentrar su mente en su propia mortalidad.
En el mes de noviembre, se casó en secreto con Catalina.

La tensión acabó con su capacidad de tolerar fracaso alguno.
«Me has sorprendido mucho», escribió a su medio hermano Musin-Pushkin, que había fracasado en una tarea que le había sido encomendada durante la guerra, «pues pensaba que tenías cerebro, pero ahora veo que eres más tonto que una acémila».
Cuando tuvo noticia de que Carlos seguía avanzando, escribió a Catalina diciéndole que «el enemigo se acerca y no sabemos cuál será su siguiente destino», y de paso añadía que mandaba algunos regalos para ella («mi mamaíta») y para su hijita.
Yendo y viniendo sin parar entre San Petersburgo, Moscú y Kiev, arbitrando en las disputas entre sus comandantes y asignando recursos a unos y a otros, Pedro observaba y esperaba.
Había ordenado aplicar una política de tierra quemada en Polonia y Lituania, donde Carlos pasaba el invierno con su ejército, pero, según decía en una carta a Catalina, tenía «poquísimo tiempo, así que no esperes noticias mías con regularidad».
Carlos avanzaba, pero los rusos no le daban la batalla en toda regla que él deseaba y que le habría permitido asestar un golpe definitivo.
Siguiendo y vigilando en todo momento a los suecos, acosándolos y atrayéndolos a donde ellos querían, Sheremétev iba al mando del grueso del ejército y Ménshikov capitaneaba la caballería, mientras que el atahaman cosaco Iván Mazepa, aliado de los rusos, cubría el sur.
Pedro estaba entusiasmado con el éxito de sus fuerzas: «¡Nunca he visto una conducta tan ordenada en nuestras tropas!».

Catalina era partícipe de las buenas y las malas noticias.
«¡Menudo papel hemos hecho en las propias narices del valiente Carlos!», le decía en el mes de agosto.
En septiembre, en cambio, debido a la escasez de víveres, Carlos tuvo que hacer frente a la gran decisión, esto es si avanzar hacia Moscú o si girar hacia el sur, hacia las fecundas estepas de Ucrania.
Aguardó a que su general Adam Löwenhaupt viniera desde Livonia con 12.000 hombres,...
... pero por fin, el 15 de septiembre de 1708, Carlos se desvió hacia el sur y entró en Ucrania, confiando en que Löwenhaupt, que estaba solo a unos 150 kilómetros de distancia, no tardaría en alcanzarlo.
Pero Pedro y Ménshikov vieron que había llegado su oportunidad.

El 28 de septiembre se abalanzaron sobre Löwenhaupt junto al río Lesnaya.
«Durante todo el día resultó imposible saber de qué lado iba a decantarse la victoria», escribiría Pedro, pero por la mañana Löwenhaupt había perdido ya todos sus víveres y a la mitad de sus hombres.
Carlos solo recibió 6.000 hombres y nada con lo que alimentarlos.

«Puede decirse que esta», afirmaba Pedro en su carta, «ha sido nuestra primera victoria».
Luego, el 27 de octubre, el zar recibió de Ménshikov una noticia de lo más alarmante: su aliado cosaco, Mazepa, había cambiado de bando y había entregado Ucrania a Carlos.
A sus 63 años, Mazepa llevaba gobernando su hetmanato más de 20, jugando hábilmente con las rivalidades que enfrentaban a tártaros, otomanos, rusos y polacos, pero el avance de los suecos lo situó ante un verdadero dilema.

Carlos le ofreció quedarse con una Ucrania independiente
Mazepa había apoyado a Pedro frente a su hermana en 1682, pero el hetman temía que el zar quisiera reducir su independencia y que Ménshikov intentara convertirse en atamán.

Si seguía al lado de Pedro podía acabar por quedarse sin nada.
Aguardó en su capital y entabló negociaciones secretas con Carlos.
Pues bien, al ver que Carlos se acercaba, Mazepa hizo caso omiso de los llamamientos de Pedro.

El zar envió a Ménshikov a su encuentro, pero el hetman tomó la decisión de trasladarse a toda prisa con su hueste de cosacos hacia el norte con el fin de unirse a Carlos.
Cuando Ménshikov llegó, descubrió que Mazepa se había ido.
«Recibimos vuestra carta con la noticia de la pérfida e inesperada traición del hetman», decía Pedro, «que nos causó enorme sorpresa».

Carlos y Pedro se dieron cuenta al mismo tiempo de que la capital del hetman, Baturin, era la llave de Ucrania.
El rey de Suecia y el favorito del zar se lanzaron hacia la capital cosaca.
La carrera la ganó Ménshikov.

Entró al asalto en Baturin, pero, incapaz de fortificarla, la incendió y mató a sus 10.000 habitantes.

Incluso hoy día, los arqueólogos siguen desenterrando esqueletos en la ciudad.
El invierno debilitó al ejército sueco, reducido ahora a solo 24.000 hombres.

Carlos tenía que presentar batalla o retirarse.
Pedro, que estaba construyendo barcos en Azov y reformando su gobierno para agilizar la movilización de sus tropas y sus pertrechos, aguardaba; Sheremétev y Ménshikov vigilaban.
Por fin, en abril de 1709, Carlos puso sitio a la pequeña localidad de Poltava, con la intención de hacerse con una base o de provocar una batalla abierta.

«Por lo que se refiere a Poltava, lo mejor sería atacar al enemigo», decía Pedro en una carta a Ménshikov.
«Necesitamos también al mariscal de campo [Sheremétev]. Es evidente que ello tiene una importancia primordial, pero lo dejo todo al arbitrio de vuestro buen juicio.»

El 27 de mayo Ménshikov lo mandó llamar.

«Viajaré lo más rápido que pueda.»

Subió al galope desde Azov.
El 4 de junio Pedro se reunió con Sheremétev y Ménshikov, junto con Catalina, su moro preferido, Gannibal, y su enano Iakim Vólkov.
Estaba seguro de que «con la ayuda de Dios a finales de este mes acabaremos con ellos».
Tras asumir el mando supremo, Pedro, encarnación insuperable de autócrata y señor de la guerra a un tiempo, ordenó a sus tropas avanzar, ...
... deteniéndose aproximadamente a un kilómetro de Poltava y consolidando un campamento rectangular para sus 40.000 hombres, limitado por un lado por la escarpada ribera del río y defendido por el otro por terraplenes y vallas.
Los cosacos vigilaban otro campamento para los pertrechos en la retaguardia, donde aguardaba Catalina.
Los rusos fortificaron sus posiciones, a las que solo podía accederse por un estrecho pasillo a través de los bosques, que Pedro ordenó que fuera bloqueado por seis reductos, cruzados por otros cuatro, y en los que dispuso una guarnición de 4.000 hombres:...
... un obstáculo que frenaría cualquier intento de avance de los suecos.

Cuando Carlos estaba observando el trabajo de los rusos, resultó herido en un pie.
El domingo 26 de junio, obligado a guardar cama en su cuartel general, situado en un monasterio cercano, con el pie sangrando, convocó un consejo de guerra.

Fiel a las formalidades, decidió efectuar un ataque preventivo para contrarrestar la abrumadora superioridad de Pedro.
Al amanecer los suecos debían flanquear subrepticiamente los reductos y sorprender a los rusos asaltando su campamento.

Era un plan arriesgado, con muchas posibilidades de confusión en medio de la oscuridad.
Para facilitar la rapidez de movimientos y la sorpresa, la artillería fue dejada atrás.

El rey herido no podía ejercer el mando personalmente.

Ahora bien, la coordinación era esencial.

Y los generales suecos se detestaban unos a otros.
El 27 de junio, en medio de la semioscuridad previa al amanecer, el ejército sueco, formado por 8.000 soldados de infantería y 9.000 de caballería, tomó posiciones, ...
... mientras Carlos, transportado al campo de batalla en una camilla suspendida entre dos caballos, rodeado por un destacamento escogido de guardias de corps,...
... y acompañado de su ministro, el conde Piper, se reunió con el comandante del flanco izquierdo, Carl Gustav Rehnskiöld, mientras que Löwenhaupt comandaba el derecho.
A las cuatro de la madrugada, cuando el sol empezaba a alzarse en el horizonte, los suecos iniciaron el avance, pero la sorpresa necesaria se vio frustrada enseguida cuando los reductos rusos abrieron fuego.

El plan sueco fracasó casi de inmediato.
En vez de flanquear los reductos rusos, el centro de las tropas suecas se entretuvo intentando asaltarlos una y otra vez, en una minibatalla tan irrelevante como sangrienta, sin llegar a la verdadera cita al otro lado, donde debía librarse la verdadera batalla.
En su lugar los hombres de Carlos sufrieron el ataque de la caballería de Ménshikov, hasta que Pedro le ordenó que se retirara y dividiera sus tropas en dos unidades, una contra cada flanco enemigo.
Una columna sueca se perdió en la oscuridad y no llegó nunca a su destino, mientras que la infantería de Löwenhaupt, por la derecha, salió de los bosques para atacar el campamento ruso sola.
Cuando por fin llegaron Rehnskiöld y Carlos y pudieron unirse a él, descubrieron que la mitad de su pequeño ejército había desaparecido.
A las nueve de la noche Pedro, en pie en las murallas de su campamento, tocado con un tricornio negro, calzado con botas altas,...
... y luciendo la casaca verde con mangas rojas de coronel del regimiento Preobrazhenski y la banda azul de la Orden de San Andrés en el pecho, localizó la brecha existente entre las formaciones suecas...
... y envió a Ménshikov, vestido con un esplendoroso uniforme blanco, y su caballería para que atacaran la unidad enemiga que iba a la deriva por el centro.
Perdidas y aisladas, las tropas suecas se rindieron. Rehnskiöld y Carlos esperaron 2 horas, intentando encontrar a las tropas que les faltaban.
La oportunidad era trascendental: Pedro celebró un consejo de guerra en su tienda y a continuación salió para ordenar a su ejército posicionarse para entablar batalla; justo cuando Rehnskiöld decidía retirarse.
Las líneas suecas dieron media vuelta y formaron con la intención de emprender la retirada, pero era demasiado tarde.
Para espanto de Rehnskiöld las puertas del campamento ruso se habían abierto y por ellas salía todo el ejército dispuesto a formar una media luna, con Pedro dirigiendo el flanco izquierdo y Sheremétev el centro.
Pedro recordó a sus hombres que combatían «por el Estado ... no por Pedro», que no «da ningún valor a su propia vida, con tal de que vivan Rusia y la piedad y la gloria de Rusia».
En aquella arenga, el monarca compartió con sus tropas su majestuoso sueño de grandeza de Rusia, el sueño que, pese a su rudeza y su violencia, hizo de él un líder tan estimulante para su sufrida nobleza.

Rehnskiöld vaciló.
Luego detuvo su retirada y dio a los suecos la orden de dar media vuelta y formar para entablar batalla: los soldados suecos, agotados, pero perfectamente adiestrados, dieron la vuelta en medio del fuego enemigo, y esperaron a recibir la orden de avanzar.
Se pusieron en marcha lentamente, sin salir de su paso mientras los cañones rusos los diezmaban.

El flanco derecho arremetió contra los rusos, obligándolos a retroceder, pero el izquierdo había sido aniquilado por las salvas de la artillería enemiga.
Dada la superioridad de los rusos, el propio ímpetu del éxito de los suecos por la derecha hizo que su flanco izquierdo destrozado resultara todavía más vulnerable.

Una bala de mosquete tiró al suelo el sombrero de Pedro.
El zar ordenó a su infantería avanzar hacia la brecha abierta entre los dos flancos de los suecos.

Una bala alcanzó la silla de montar de Pedro y otra rebotó en su pecho al chocar con un icono que llevaba colgado al cuello.
Aunque la Guardia Real de Carlos combatió hasta el último hombre, los suecos acabaron por sucumbir.

El propio Carlos estuvo a punto de ser capturado.
Veintiuno de sus veinticuatro porteadores perdieron la vida, y fue preciso montarlo en un caballo, aunque estaba perdiendo mucha sangre.

Tuvo que salvar la vida huyendo a galope tendido.
Unos 6.900 suecos yacían muertos o heridos, mientras que otros 2.700 fueron hechos prisioneros.

Pedro estaba entusiasmado, paseando sobre su montura por en medio de sus hombres y abrazando a sus generales.

Se levantó una pequeña capilla de campaña para rezar un tedeum.
El zar esperó a ver llegar a sus prisioneros.

Ménshikov los condujo ante él para que se hincaran de rodillas y entregaran sus espadas al vencedor.

Después de aquel acto de pleitesía ritual, Pedro se trasladó a una espléndida tienda persa para celebrar un banquete.
Cada brindis fue saludado con atronadoras salvas de cañón.

Cuando el mariscal Rehnskiöld y el conde Piper fueron llevados a su presencia, Pedro brindó por ellos antes de preguntarles:

—¿Y dónde está mi hermano Carlos?

Pero el rey se había escapado hacia el sur.
Pedro devolvió la espada a Rehnskiöld y brindó por sus «maestros» en el arte de la guerra.

—¿Quiénes son vuestros maestros? —preguntó el mariscal vencido.

—Ustedes, caballeros —contestó Pedro.

—Pues bien, los discípulos dan a su vez las gracias a sus maestros —dijo Rehnskiöld.
Aquella noche Pedro escribió catorce notas «desde el campamento de Poltava», incluida esta dirigida a Catalina, que se encontraba allí cerca:

Matushka [Madrecita], buenos días.

Dios misericordioso nos ha concedido hoy una victoria sin precedentes sobre nuestro enemigo.

Pedro
P. D. ¡Ven y felicítanos!
Envió asimismo el siguiente comunicado jocoso a Romodánovski, que se había quedado en Moscú: «Todo el ejército enemigo ha acabado como Faetón.

Felicito a Vuestra Majestad», añadía elevando en tono de burla al príncipe-césar a un nuevo rango de mentirijillas: el de emperador.
Dos días después, Pedro ascendió a Ménshikov a mariscal, a Golovkín al nuevo cargo de canciller, y colmó de siervos a Sheremétev.

El Coronel Pedro dio las gracias al príncipe-césar por ascenderlo a teniente general y contraalmirante, aunque «no merecía tanto, Majestad».
Pedro estaba convencido de que aquella victoria había puesto en sus manos el Báltico —«Ahora, con la ayuda de Dios, se ha colocado la última piedra en los cimientos de San Petersburgo»— y marcaba el fin del imperio sueco y el resurgimiento de Rusia.
En una carta enviada a Catalina hablaba de «nuestra resurrección rusa».

Pero la guerra distaba mucho de haber acabado.
Mientras Sheremétev marchaba hacia el norte para apoderarse del Báltico y Ménshikov se apresuraba a asegurar Polonia, Pedro y Catalina se dirigieron a Kiev, donde «por mis pecados han podido conmigo sucesivos accesos de escalofríos y sofocos, de náuseas y de fatiga».
Cuando se recuperó, renovó su alianza con Augusto el Fuerte, al que restableció en el trono de Polonia.

«Me aburro sin ti», decía en una carta a Catalina.

«Los polacos están a todas horas conferenciando acerca de Ivashka Khmeltniski [las bebidas alcohólicas].
Tú bromeas acerca de mis amoríos; sepas que no tenemos ninguno; pues estamos muy viejos y no somos esa clase de gente.
El novio [Ménshikov, que acababa de casarse con Daria] tuvo una entrevista antes de ayer con Ivashka y sufrió una mala caída y todavía está postrado y sin fuerzas.»

«Por favor, ven pronto», decía la respuesta de Catalina.
«Querido mío, te echo de menos ... Me parece que ha pasado un año desde que nos vimos por última vez.»

El 14 de noviembre Pedro se unió a Sheremétev para poner sitio a Riga:

«Lancé las primeras tres bombas con mis propias manos ... en venganza contra ese lugar maldito».
El 18 de diciembre, Catalina dio a luz una niña, Elizaveta [la futura emperatriz Isabel].

Pedro fue a visitar a la madre y a la hija.
Dos días después, flanqueado por dos de sus favoritos, Ménshikov y el príncipe Vasili Dolgoruki, coronel de la Guardia Preobrazhenski, entró en procesión en Moscú atravesando siete arcos triunfales, seguido de miles de prisioneros suecos.
Tras el tedeum en la catedral de la Dormición, subió la Escalera Roja, donde había visto cometer tantas atrocidades siendo un niño, y entró en el Palacio de las Facetas.

Rehnskiöld y Piper debían ser recibidos en él en audiencia por el zar sentado en su trono.
Pero cuando le rindieron pleitesía, los dos suecos quedaron desconcertados al comprobar que no era el gigante con el que se habían visto en Poltava,...
... sino el príncipe-césar, de cejas hirsutas, sentado en el trono bajo un dosel y servido a la mesa por Ménshikov, Sheremétev y el verdadero zar.
Durante el verano y el invierno de 1710, los rusos capturaron tres puertos: el de Riga (en el golfo del mismo nombre) y los de Reval y Vyborg (en el golfo de Finlandia).
«Buenas noticias», comunicaba Pedro en tono exultante a Catalina.

«Hemos ganado un cojín bien fuerte para San Petersburgo.»

Pero Carlos se recuperaba en territorio otomano e incitaba al sultán a unirse a la guerra.
La misiva de Pedro exigiendo terminantemente la entrega de Carlos, ofendió el orgullo de los otomanos.

Mientras el sultán conspiraba para emprender la guerra, Pedro planeaba dos bodas: una para los miembros de la familia real, otra para los enanos...
Pero ésa amiguitos, ésa ya es otra historia que les contaré otro día, espero que hayan disfrutado de este mega-hilo ruso. Disfruten de la noche del viernes
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