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El último emperador de Bizancio, Juan VIII, fue el mayor de seis hermanos, hijos de Manuel II y de la emperatriz Elena, hija de un príncipe serbio con tierras en Macedonia y de mujer griega.
El segundo en edad fue Teodoro, luego venía Andrónico, Constantino, Demetrio y Tomás. Teodoro y Andrónico murieron antes que él.
El último era enfermizo e insignificante. Su obra importante había sido la venta a los venecianos, en 1423, de Tesalónica.
Luego se retiró al monasterio del Pantocrátor, en Constantinopla, con el nombre monástico de Acacio, y aquí murió en marzo de 1428.
Teodoro fue más notable. Heredó de su padre sus gustos intelectuales y fue un excelente matemático. Pero era extravagante y neurótico, enérgico y ambicioso en ocasiones y, por último, ansioso de dejar el mundo por la santa paz de un monasterio.
Siendo todavía un niño sucedió a su tío Teodoro I como déspota de Morea en 1407.
Su padre empleó mucho tiempo en el despotado procurando restablecer el orden y construyendo las grandes fortificaciones conocidas por Hexamilión, que se extendían por el istmo de Corinto, tan sólo para verlas destruidas por los turcos en una incursión en 1423 .
Teodoro fue un buen gobernante en la medida en que se lo permitieron sus humores y recelos. En 1421 se casó con una princesa italiana, Cleope Malatesta, prima del papa Martín V. Su vida no era fácil, debido al temperamento de su marido.
Se incorporó a la Iglesia griega ante la cólera del Papa, que recriminó a su marido por ello. Mas su conversión parece, de hecho, que fue voluntaria.
Ella y Teodoro mantuvieron una corte austera, de alto nivel cultural, en Mistra, si bien decayó su brillantez tras la muerte de ella en 1433.
Su personaje más destacado era Plethon, adicto a ambos.
Siguiendo en edad a Juan, Teodoro se consideró como el heredero del Imperio y, cuando se evidenció que Juan no tendría descendencia, cambió su despotado por el de la ciudad de Selimbria, en Tracia, a unas 40 millas de la capital, para tenerlo más a mano cuando Juan muriese.
Mas el destino le jugó una mala pasada. Cayó enfermo de peste en el verano de 1448 y murió en julio, tres meses antes que el emperador . Su único descendiente fue una hija, Elena, que se había desposado diez años antes con el rey Juan II de Chipre .
Los dos hermanos más jóvenes, Demetrio y Tomás, eran caracteres poco recomendables. Demetrio era inquieto, ambicioso y sin escrúpulos. Se consideró como el paladín de la fe griega contra las tendencias latinizantes de su hermano Juan, a quien acompañó al concilio de Florencia.
Se había unido en matrimonio a una dama de la ilustre familia grecobúlgara de los Asen, contra los deseos de su familia y la de ella.
Tenía amigos en la corte turca, y en 1442 intentó atacar a Constantinopla con ayuda de los soldados turcos, y el emperador sólo se salvó por la repentina llegada de su hermano Constantino con refuerzos. Se perdonó a Demetrio y se le permitió seguir en Constantinopla.
Al morir su hermano Teodoro heredó Selimbria .
Tomás era más juicioso, pero más débil. De joven fue enviado, en 1430, en auxilio de sus hermanos en Morea.
Aquí se casó con Catalina Zacearía, heredera del último príncipe franco de Aquea y se le otorgó por patrimonio un territorio, aparte de las antiguas tierras de su familia. Siguió con diáfana y constante lealtad la dirección de su hermano Constantino .
Constantino fue el más capaz de los hermanos. Había nacido en 1404 y, de joven, se le hizo donación de Selimbria y las ciudades limítrofes de Tracia como patrimonio.
En 1427 fue al Peloponeso en ayuda de Juan VIII para conquistar las últimas tierras francas. Su presencia se hizo muy necesaria cuando su hermano Teodoro manifestó su intención de retirarse a un monasterio.
Teodoro en seguida pensó en algo mejor, pero mientras tanto, en marzo de 1428, Constantino hizo un matrimonio político con la sobrina de Carlos Tocco, señor del Epiro y de gran parte de la Grecia occidental.
Por dote había recibido las tierras de Tocco en el Peloponeso
Y si bien la joven princesa Magdalena, rebautizada con el nombre de Teodora en su matrimonio, murió sin hijos dos años después, Constantino retuvo sus tierras e hizo de ellas el centro de operaciones desde el que planeó la conquista del resto de la península.
Sus relaciones con Teodoro solían ser tirantes.
Teodoro se sintió especialmente ofendido cuando Juan VIII requirió a Constantino para que gobernase Constantinopla durante su ausencia en Italia a causa de los concilios, ya que esto era una indicación de que Juan se proponía que Constantino fuese su heredero.
Las aguas no podían volver a su cauce hasta que Constantino intercambiase sus posesiones de Tracia y sus pretensiones al Imperio por Mistra y el despotado.
Desde entonces Constantino fue constituido déspota de Mistra con Tomás, déspota de Clarenza en la costa occidental para respaldarle. La conquista del Peloponeso, con excepción de cuatro ciudades venecianas de Argos, Nauplia, Crotón y Modón, quedó terminada en 1433. .
Ahora Constantino proyectaba anexionarse Ática y Beocia. En 1444, animado por las noticias del triunfo de Hunyade en Serbia, se dirigió hacia el norte desde Corinto, mientras su más capacitado general, Juan Cantacuzeno, penetraba en Focia desde Patras.
Muy pronto toda Grecia, hasta los confines del Pindó, estaba en su poder, exceptuada la acrópolis de Atenas, cuyo duque, Nerio II, se había atrincherado allí pidiendo ayuda a los turcos.
Desafortunadamente éstos pudieron prestarle auxilio al punto, pues mientras Constantino arrasaba Beocia, el sultán Murad obtenía su gran victoria en Varna. En 1446 el mismo sultán condujo un ejército hacia Grecia. Constantino se replegó hacia el Hexamilión que había fortificado.
Pero Murad había traído consigo artillería pesada. Después de quince días de intenso bombardeo, sus soldados se abrieron camino a través de las murallas. Constantino y Tomás tuvieron justo el tiempo de escapar con vida.
Sus tropas, especialmente los mercenarios albaneses, se portaron con evidente falta de lealtad y valor. El sultán destruyó la muralla una vez más y siguió por Patras y Clarenza matando a la población a su paso.
Luego se retiró tras haber obtenido nuevas promesas de vasallaje y un tributo anual de los déspotas
El daño causado al despotado y la pérdida de vidas humanas fueron incontables. Constantino ya no podía embarcarse en aventuras imperialistas. En lugar de esto trató de protegerse con una red de alianzas extranjeras. Se casó en segundas nupcias en 1441.
Su esposa fue Catalina, hija de Dorino Gattilusi, príncipe de Lesbos, de la dinastía genovesa, cuyo fundador, Francesco, se casó con la hermana del emperador Juan V y se helenizó por completo. Pero la mujer murió sin hijos al año siguiente.
Así que buscó otra mujer con dote y relaciones útiles. Pidió la mano de Isabel Orsini, hermana del señor de Tarento. Sus embajadores en Nápoles se informaron sobre una infanta de Portugal. Un embajador veneciano sugirió que una hija del dux Francesco Foscari, podría servir.
Pero ninguna princesa vendría a compartir su precario trono ni era posible establecer una sólida alianza con ninguna potencia occidental.
Entretanto, su fiel secretario y amigo, Jorge Frantzés, sospechoso a los occidentales, removió Roma con Santiago en Trebisonda para obtener para su amo la mano de una hija del gran Comneno.
El padre de ella era débil políticamente, es cierto, pero seguía siendo rico con sus minas de plata y el comercio que pasaba por su capital. La joven aportaría, probablemente, una buena dote, y las princesas de Trebisonda tenían fama por su belleza.
Su tía, la emperatriz de Juan VIII fue la mujer más atractiva de su época
Pero Frantzés fracasó en su misión . Constantino mandó a su sobrina Elena, la hija mayor de Tomás, a casarse con el hijo de Jorge Brankovitch, déspota de Serbia. Mas incluso Jorge era demasiado prudente para provocar a los turcos concertando un pacto con los déspotas de Morea .
Cuando Juan VIII murió, Constantino se hallaba en Mistra, aunque Tomás estaba en camino para visitar Constantinopla.
Su llegada a ella, en noviembre de 1448, exactamente dos semanas después del fallecimiento del emperador, aún era oportuna, pues su hermano Demetrio, saliendo apresuradamente de su patrimonio de Selimbria, ya había reclamado el trono.
Esperó ayuda de los enemigos de la unión de las Iglesias. Pero a falta de un emperador constitucional coronado, la costumbre atribuía la soberanía a la emperatriz coronada.
La anciana emperatriz madre, Elena, se sirvió de su autoridad para insistir en la proclamación de Constantino, su hijo mayor superviviente, y la opinión pública la apoyó.
Las esperanzas de Demetrio se desvanecieron, y cuando Tomás apareció, admitió su derrota y se unió a los que reconocían a Constantino.
Frantzés, quien se hallaba en Constantinopla donde uno de sus hijos acababa de morir, fue enviado por la emperatriz a anunciar la elevación al trono de su hijo al sultán Murad, el cual, benignamente, dio su aprobación.
Dos altos funcionarios, Alejo Lascaris Filantropeno y Manuel Paleólogo Yagro fueron a Mistra con el soberano imperial. Allí, en enero de 1449, fue coronado Constantino en la catedral por el metropolita local .
Era la primera coronación imperial desde hacía miles de años que no se efectuaba en Constantinopla y la primera no protagonizada por un patriarca.
Si bien no había ningún rival contra la soberanía de Constantino, sí existía alguna duda sobre la legitimidad de la ceremonia.
Pero se consideró necesario que debía dársele autoridad lo más pronto posible, mientras que una coronación en Constantinopla hubiera sido difícil de disponer, ya que al actual patriarca, Gregorio Mammas, le obstruía la mayor parte de su clero .
Constantino llegó a la capital imperial el 12 de marzo, habiendo viajado con su séquito desde Morea en galeras catalanas. Algunos días después invistió a sus hermanos Demetrio y Tomás como copartícipes déspotas de Morea.
A Demetrio había de corresponderle Mistra y la mitad sudeste de la península, y a Tomás la mitad occidental con Clarenza y Patras.
En la solemne ceremonia, a la que asistió la emperatriz madre y los altos funcionarios del Imperio, ambos hermanos juraron pleitesía al emperador y eterna amistad entre ellos.
Aunque habían de romper con frecuencia sus promesas de amistad, su salida dejó a Constantino por dueño de Constantinopla .
El emperador frisaba ahora en los cuarenta y cinco años. Cuentan que fue más bien alto y enjuto, con los rasgos fuertes y regulares de su familia, y de tez morena.
No se interesó de modo especial por las cuestiones intelectuales, filosóficas o teológicas.
Demostró ser buen soldado y administrador competente. Sobre todo fue íntegro. Nunca hizo nada deshonroso. Dio pruebas de de generosidad y paciencia tratando a sus difíciles hermanos.
Sus amigos y oficiales le eran adictos, aunque a veces no estaban de acuerdo con él y tuvo el don de inspirar admiración y afecto entre todos sus súbditos. Su llegada a Constantinopla fue acogida con auténtico regocijo .
Necesitaba este afecto en la amarga y melancólica ciudad a donde había llegado. El odio contra la unión oficial de la Iglesia con Roma no había cambiado. Constantino se consideraba obligado por los compromisos de su hermano en Florencia.
Pero en un principio no tomó ninguna medida radical. Esto se debió, probablemente, a la influencia de su madre, pues confiaba mucho en ella. La muerte de ésta, el 23 de marzo de 1450, significó una cruel pérdida para él. Procuró rodearse de ministros de todos los partidos.
El más antiguo ministro, el Megadux, gran almirante de la Flota, era Lucas Notaras, opuesto a la unión, sin ser fanático. Juan Cantacuzeno, íntimo amigo de sus tiempos en el Peloponeso y denodado defensor de la unión, fue hecho Estratopedarca.
El gran Logotetes, Metoquites, y el Protostrátor, Demetrio Cantacuzeno, parece haber dudado de lo prudente de la unión, pero estaba dispuesto a aceptar la política que dictase el emperador.
Su secretario Frantzés, con toda probabilidad su más íntimo confidente, compartía su opinión . El patriarca Gregorio se sentía defraudado por la falta de apoyo por parte del emperador.
En agosto de 1451 se retiró a Roma, donde era más estimado y donde dio rienda suelta a sus quejas contra la apatía del régimen imperial .
Constantino seguía buscando esposa. Probablemente y, por sugerencia de su madre, con el fin de apaciguar los sentimientos antilatinos de su pueblo, decidió encontrar una en el mundo ortodoxo.
En 1450 se envió otra vez al fiel Frantzés al Este, a las cortes de Georgia y Trebisonda. Consideraba a la princesa georgiana muy adecuada.
Pero quedó desconcertado cuando el padre de ella, el rey Jorge, anunció que en su país era costumbre que los maridos aportaran dotes a sus mujeres y no al revés. Con todo, su majestad siguió diciendo que no podía explicarse los usos de las diversas razas.
Después de todo —señaló— en Gran Bretaña una mujer suele tener varios maridos y un marido varias mujeres. Prometió ser generoso en esta ocasión e, incluso, llegó a ofrecer que adoptaría a la propia hija de Frantzés.
Mientras estaba en Georgia, Frantzés oyó hablar de la muerte del sultán Murad
Al llegar a Trebisonda y discutir las noticias con el emperador Juan, se enteró de que la viuda cristiana del sultán, María de Serbia, sobrina de la emperatriz de Trebisonda, había sido enviada a su patria por su padre, cargada de regalos y honores.
Frantzés tuvo una excelente idea: Escribió inmediatamente a Constantino para comunicarle que ésta era la esposa adecuada para él. La sultana era todavía joven, rica y había sido muy popular en la corte turca y se decía que tenía ascendiente sobre su hijastro, el nuevo sultán.
Señaló asimismo que tampoco era indigno del emperador casarse con una viuda de un príncipe infiel, pues la madrastra de Constantino, segunda mujer del emperador Juan, había sido esposa de un señor turco y le habían nacido hijos incluso antes de casarse con el emperador.
Frantzés se apresuró a volver al país para poner en práctica esta sugerencia. El emperador estaba interesado en ella, pero se quejaba de que todos sus ministros le daban diferentes consejos.
Su madre, que podía haberlo decidido por él, había muerto, y su íntimo amigo, Juan Cantacuzeno, acababa de fallecer.
Empero, la misma sultana desbarató el plan: Había prometido que, si alguna vez escapaba del harén de los infieles, se consagraría el resto de sus días a las buenas obras en la continencia.
Constantino entonces escogió a la princesa georgiana. Se envió una embajada a Georgia a ultimar el contrato y traer la esposa a Constantinopla. Pero hubo retraso. Antes de que ella abandonase su país supo que ya era demasiado tarde .
El emperador de Trebisonda había esperado a Frantzés para congratularse con él de las noticias de la muerte del sultán Murad. Pero Frantzés adoptó una actitud contraria: Murad —indicó— fue esencialmente un hombre pacífico que ya no quería la violencia ni el esfuerzo de la guerra.
No obstante, del nuevo sultán se sabía que había sido enemigo de los cristianos desde su más tierna infancia; era seguro que intentaría atacar y destruir los imperios cristianos: Trebisonda lo mismo que Constantinopla.
Los temores de Frantzés eran compartidos por su amo imperial. Informes de agentes pagados por los bizantinos en la corte turca advirtieron cumplidamente del peligro .
La alarma estaba justificada.
El nuevo sultán, Mahomet II, contaba al presente diecinueve años. Había nacido en Andrinópolis el 30 de marzo de 1432. Su niñez fue desgraciada.
Su madre, Huma Hatun, fue una joven esclava, casi con seguridad turca, si bien la leyenda posterior —no del todo desmentida por el mismo Mahomet— la transformó en una dama franca de alta alcurnia. Su padre se interesó poco por él y prefería a los hijos con esposas más nobles.
Pasó tranquilamente en Andrinópolis los primeros años de la pubertad con su madre y su aya, una estupenda y piadosa dama turca conocida por Daye Hatun.
Su hermano mayor, Ahmed, murió repentinamente en Amasia, en 1437, y el segundo, Ala ed-Din, fue asesinado misteriosamente en la misma ciudad seis años después.
Mahomet quedó a la edad de once años como heredero del trono y único príncipe superviviente de la dinastía otomana, aparte del sultán y un primo lejano, Orchán, nieto del sultán Solimán, desterrado en Constantinopla.
Murad llamó al chico a la corte y se disgustó al ver lo abandonada que había estado su educación. Se contrató un verdadero ejército de instructores para formarle, encabezado por un ilustre profesor curdo: Ahmed Kurani. Cumplieron perfectamente con su cometido.
Mahomet fue instruido en las ciencias, en la filosofía y muy preparado en la literatura islámica y griega. Amén de su turco nativo, aprendió a hablar corrientemente en griego, árabe, latín, persa y hebreo. Muy pronto su padre comenzó a iniciarle en el arte de gobernar .
Mahomet contaba veinte años cuando Murad, luego de firmar la tregua con el rey Ladislao, decidió retirarse de la vida activa, dejando a su hijo al cargo del Imperio.
Primero había que reprimir los desórdenes en Anatolia, y Murad se ocupaba de ello cuando llegaron noticias del avance cristiano por Varna.
El visir, Chalil Bajá, le requirió inmediatamente para que volviese hacia Europa con tanto mayor anhelo cuanto que estaba alarmado por la conducta del joven Mahomet. Murad quiso que su hijo estuviese bajo la tutela de Chalil, viejo amigo y de confianza.
Mas el muchacho manifestó su determinación de seguir su propio camino.
Apenas Murad hubo abandonado Anatolia donde había una crisis sobre un derviche hereje persa a quien Mahomet protegía, pero de quien Chalil, hijo y nieto de visires y mahometano chapado a la antigua, se lamentaba mucho.
Mahomet se veía obligado a abandonar al hereje al primer muftí, Faredin, que incitó al populacho a quemar al brujo. Tan ansioso estaba el muftí de que el fuego estuviera bien atizado, que se acercó demasiado y se chamuscó la barba .
Con todo, al regresar Murad de su victoria en Varna, no se le disuadiría de su determinación de retirarse y Mahomet se quedó como jefe del Imperio bajo la tutela de Chalil. Una vez más la experiencia resultó desastrosa.
Había guerras en las fronteras albanesa y griega. Mahomet estaba furioso contra sus tutores que habían rechazado un plan irrealizable para atacar Constantinopla. Sus modales arrogantes y su difícil trato ofendieron tanto a la corte como al populacho.
Pero sobre todo el ejército era el que mostraba más descontento. Con el fin de evitar una rebelión militar declarada, Chalil convenció a Murad que volviera a Andrinópolis y tomase otra vez el mando. Su llegada en el otoño de 1446 fue acogida con alegría general.
Mahomet fue enviado a Manisa, escenario del retiro interrumpido de su padre.
Es posible que pensara en desheredar a Mahomet, pues tenía una esposa de noble alcurnia, hija de Ibrahim, el emir Chandaroghlu, de una familia vinculada ya a la casa otomana, que pronto le daría un hijo .
Sin embargo, tuvo otra idea mejor: Tras dos años de exilio, Mahomet volvió a ser llamado a tomar parte en la campaña contra Hunyade, que desembocó en la victoria de Kossovo.
Un año antes, una joven esclava, Gulbehar, hija de Abdulá, probablemente un converso albanés al Islam, le dio un hijo, Bayaceto . Murad desaprobó estas relaciones. En 1450 ordenó a Mahomet que se casara con la hija del rico príncipe turco Solimán Zulkadroghlu, señor de Malatía.
La boda se celebró con toda pompa. Pero Mahomet nunca se preocupó de Sitt Hatun, la esposa que le impusieron. Pasó el resto de sus días abandonada y sin hijos en el harén del palacio en Andrinópolis .
Durante el resto del reinado de su padre, Mahomet fue tratado con la mayor cordialidad. De cuando en cuando aparecía en la corte y acompañaba al sultán en una o dos campañas. Pero él solía retirarse a su palacio de Manisa.
Aquí se encontraba al morir su madre en agosto de 1450 y asistió a su honroso sepelio en Brusa con un epitafio que casi no mencionaba a Murad. Igualmente se hallaba allí cuando falleció el mismo Murad de un ataque de apoplejía en Andrinópolis el 2 de febrero de 1451 .
Nadie dudaba de que Mahomet sería el heredero del trono. Una carta lacrada que le envió Chalil Bajá lo hizo salir rápidamente de Manisa.
En los días en que atravesó los Dardanelos supo que su sucesión no había de ser discutida; se detuvo dos días en Gallípoli mientras se le preparaba una digna recepción en Andrinópolis. Aquí llegó el 18 de febrero.
El gran visir y todos los altos funcionarios cabalgaron a marchas forzadas para salir a su encuentro; a una legua de las puertas desmontaron para regresar a la ciudad, en procesión, delante de su caballo. Al llegar a palacio celebró una recepción.
Los ministros de su padre se mantuvieron en segundo término, nerviosos, hasta que dijo a Shehab ed-Din, jefe de los eunucos, que les mandase ocupar sus puestos habituales. Luego confirmó al gran visir en su cargo.
El segundo visir, Isa Bajá, que había sido el más íntimo amigo de Murad, fue nombrado gobernador de Anatolia, puesto de gran dignidad e importancia, ya que le apartaría de su deudo Chalil.
Saruja Bajá y Saragas Bajá, ambos adictos a Murad, pero menos favorables a Chalil, fueron nombrados ayudantes del visir junto con Shehab ed-Din.
Inmediatamente después, la viuda de su padre, hija de Ibrahim Bey, vino a darle el pésame por la muerte de Murad y a felicitarle por su sucesión a Mahomet. Mientras él le dispensaba una graciosa bienvenida, sus sirvientes corrieron al harén a ahogar en el baño a su hijito.
A la afligida madre se le dio la orden de que se casara con Isa Bajá y que se retirase con él a Anatolia. En cuanto Frantzés se enteró en Trebisonda, la viuda cristiana de Murad, María de Serbia, fue devuelta con todos los honores a su padre .
Habiendo afianzado la administración y adecentado su palacio, el joven sultán se puso a planear su política. El mundo exterior únicamente sabía de él que era un joven inexperto cuyos primeros pasos habían sido lamentables.
Pero los que le vieron ahora quedaron impresionados. Era apuesto, de mediana estatura, pero de fuerte complexión. En su rostro dominaban un par de ojos penetrantes enmarcados por arqueadas cejas y una nariz aguileña sobre una boca de labios intensamente rojos.
En los últimos años de su vida, sus rasgos recordaban a los hombres un loro comiendo cerezas maduras. Sus modales eran dignos y más bien fríos, excepto cuando había bebido demasiado, pues participaba de las impías aficiones de su familia por el alcohol.
Pero siempre quiso ser afable, incluso cordial, con todo aquel cuyo saber respetaba, y gustaba de la compañía de artistas. Su reserva era manifiesta. Los desgraciados acontecimientos de su niñez le enseñaron a no fiarse de nadie.
Era imposible afirmar lo que podía estar pensando. Nunca sería amado; no deseaba la popularidad. Empero, su inteligencia, su energía y su determinación imponían respeto.
Nadie que le conociese podría atreverse a esperar que este excelente joven permitiese alguna vez que se le apartase de sus obligaciones, de las cuales, la primera y la más primordial, era la conquista de Constantinopla .
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