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Tengo poca batería. Tengo frío. Y creo que voy a necesitar un abogado.
Todo lo que voy a contar está mal.
Abro hilo.
Está mal boludear en Tinder en cuarentena. Es como ir a un shopping sin plata. Bueno, lo hice. Pegué la ñata contra el vidrio, y alguien la pegó del otro lado.
Empezamos a chatear con frases medio tontas. #LaPiba es actriz y contadora. Yo tengo un oficio muy raro de explicar. A veces digo que soy contador.
Después de unos días y cierta afinidad, le hice una videollamada sin aviso. Me la rechazó. Creo que se sintió intimidada. En esta era, una operación de apendicitis es menos invasiva que una videollamada.
Finalmente, acordamos vernos. Había pasado mucho tiempo sin ver otros ojos, sin sentir otra piel. No vive lejos de casa. Alquila un departamento moderno. Pocos pisos. Dos familias por piso. Paredes de papel. Vecinos muy chismosos, según ella.
#LaPiba sentía más confianza de local. Acordamos interrumpir el encuentro sin reproches ante cualquier sensación que no nos gustara. La expectativa era grande, y ver una foto no es conocerse. El riesgo es alto. Soy más feo en persona. Bastante más.
Y ella podría tener algo indetectable para las imágenes. Un ojo que titile. Excesiva cantidad de pelo en los brazos. Escupir baba al hablar. Una vez una amiga se encontró con un tipo que “tenía pefume a WD40”. El poder de los olores. Somos raros los humanos.
Me queda 12% de batería. Voy a bajar el brillo de la pantalla. ¿Y si pido prestado un cargador? Me miran con caras de pocos amigos. Qué frío despiadado hace acá.
Me iba a encontrar con #LaPiba, estaba decidido. Torpemente, pensamos una estrategia. Yo iría con mi caja de herramientas y nos saludaríamos en el palier como primos. Debíamos chocar los codos. No mirar las cámaras de seguridad.
Vacié la caja y metí dentro una botella de malbec. Se veía muy rara en ese contexto. Agregué un destornillador de esos que tienen un signo “más” y una pinza pico de loro. Miré otra vez: estaba mal, pero no tan mal.
Si alguien nos detenía, el cuento era así: yo era el primo que venía a arreglarle una pérdida en la bañera. Mostrar la raya cuando me agacho es todo lo que tengo de un plomero.
Estaba en viaje y #LaPiba me preguntó si quería cenar pizza con palmitos. Dudé. Estaba nervioso. Una cita a ciegas, en fase uno. Todo lo que está mal. Le respondí sin pensar que me gustaba la pizza de palmitos, pero sin palmitos ni salsa golf. Se rió.
Llegué y estacioné. Le avisé por celular. Eran las 22.37, estaba tarde y perseguido. No soy muy valiente, y la adrenalina me vuelve robótico.
Sentía que tenía que darle órdenes a cada parte de mi cuerpo: pie derecho, pie izquierdo. Ningún movimiento era orgánico. Tenía un río de sudor en las palmas de las manos.
Caminé esos pocos metros parapetado tras el barbijo. Éramos dos transgresores. Boicoteadores de la cuarentena. En vez de una caja de herramientas, me parecía transportar una valija con 12 kilos de trotyl.
Apuré el paso y divisé a #LaPiba acercándose a la puerta del edificio con las llaves en la mano. Era, más o menos, como en la foto. Estatura media. Jean ajustado. Polera negra. Lentes. Y barbijo negro.
Subí las escaleras hacia la puerta y trastabillé. Imaginé la caja volando hacia el portero eléctrico, la explosión de la botella, la vergüenza de #LaPiba, y un coro de voces metálicas preguntando ¿QUIÉN ES?
Hice honor al refrán: sobreviví al tropezón, sin caída. Con mucho recato, hicimos el acting. Codo con codo, no mirar la cámara, caminar erguidos.
#LaPiba sonrió con ojos almendra y me dejó paso al ascensor. El viaje fue incómodo como si fuésemos dos desconocidos. Lo éramos.
Pregunté quién miraba las cámaras. Me respondió algo de “remoto” y de “poli”. Llegamos al séptimo piso.
Entré en su departamento y lo primero que hice fue abrir la caja. Estaba muy metido en el personaje. Me creía plomero. Al abrir la tapa y ver el vino, caí en la realidad. Éramos dos inconscientes siguiendo un instinto primitivo. O no. La soledad es muy guacha.
10% de batería. Espero que se desate un escándalo. Ya me imagino el móvil de Crónica, la vergüenza de mi familia, el escrache de los vecinos de #LaPiba. Mirá si pierdo el laburo.
Descorchó la botella y conversamos un rato en sillones opuestos, como respetando la distancia social. Hablamos un montón, para domar los nervios. Le gustaba más el vino que a mí los partidos del ascenso. De cerca era más linda que de lejos.
A la segunda botella éramos viejos amigos. A la tercera estábamos en su cama.
Se está haciendo de día. Escucho voces, pitidos de los handys. Ya me tomaron todos los datos. ¿Qué más quieren? Estoy regalado.
Nos quedamos dormidos. Toda la situación había sido estresante. La planificación. La decisión. Estar frente a frente con otro. La culpa. Y la pérdida del hábito. Del tacto. Estábamos agotados.
#LaPiba se despertó primero. Miró el celular. Muchos mensajes del chat del edificio. Escuché que puteaba, y giré en la cama. En ese momento todo es confusión. Los ojos pegados. El cuidado con el aliento. Pregunté qué pasaba.
Alguien del grupo consultaba por un auto desconocido. Que estaba desde anoche. Auto, modelo, color. Ella leyó en voz alta. Era el mío. ¡Chusmas de mierda!, dijo. En el impulso se paró, y se olvidó del pudor.
#LaPiba caminó desnuda por la habitación. Siguió leyendo. Enfurecida. Como todos decían que nadie lo conocía, ese alguien llamó por teléfono a la comisaría. “Puede ser un coche robado”, fue el argumento. Vecinos que ven muchas películas.
El mensaje tenía casi media hora. Ella siguió insultando, hizo un bollo con mi ropa y me la revoleó. Lo único que me falta es tener problemas con el consorcio, me dijo. Me vestí a toda velocidad.
Me puse el barbijo antes de abordar el ascensor. Me había olvidado la caja; ya no estaba tan metido en el personaje. Ella me acompañó hasta abajo y me chocó el codo. Vos nunca estuviste acá conmigo, alcanzó a decir, y lo sentí como una advertencia.
En el mismo momento que llegué a mi auto, llegó el patrullero.
En la seccional me trataron bien. “Quedate tranquilo que no sos el único pelotudo”, me dijo uno con pinta de comisario. Amagué a hacer un poco de escándalo para que me soltaran, pero no tengo ganas de ver mi caso en infobae.
El oficial dice que me puedo ir. Se lo nota fastidioso. Que acá tenés la cédula verde y el DNI. Que me cuide. Y que seguramente me llegará una multa, o una citación. No recuerdo bien.
Veo que #LaPiba me bloqueó de Tinder y Whatsapp. Si me estás leyendo, quedate tranquila que nunca mencioné tu nombre. Por cierto, la pasé muy bien. Y muy mal.
Ahora que lo pienso, no me mostró el celular con los mensajes de los vecinos. Espero que no haya sido una puesta en escena. Hay formas más elegantes de sacarse a un tipo de encima.
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