No lo esperaba, pero con esas seis palabras y la idea de que @ucl se sentía orgullosa de mí, me empezaron a temblar las piernas.
Lloré y lloré.
El festejo fue rodeado de amigos y cervezas.
A mi supervisor le dio risa cuando le platiqué. "A todos nos han rechazado cientos de artículos. La única forma de no tener un rechazo es no trabajar".
Honestamente, sentí alivio.
No importa si te sientas en esa oficina 20 horas en una semana o 60: lo que entiendes el lunes es lo mismo que entiendes el domingo (sí, trabajé múltiples fines de semana 😳).
Pero ese fue mi tercer gran reto. Se vuelve como un larguísimo túnel en el que el inicio fue hace mucho, pero aún falta mucho para el final también.
En semanas voy a estar desempleado y sin hogar, y yo tengo que dedicar mi tiempo a corregir figuras, checar que mi inglés sea perfecto (no lo es) y asegurarme que ese artículo de 1978 no hizo lo mismo que yo, 40 años antes.
¡Qué necesarias eran las llamadas esas semanas que me rechazaron mi artículo o que sentía que no había hecho nada!
Sin Conacyt, no hay manera en la que yo hubiera logrado estudiar un doctorado.
Que alguien en Conacyt creyera en mi proyecto marcó la diferencia.
Pensando en todo lo que fue y lo que no, lo que logré y los cabos que dejé sueltos por falta de tiempo.
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