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Bueno, ahora que ha pasado un tiempo prudencial y ya he superado el trauma (creo), os puedo contar la que lié yo sólo en casa la tercera semana de confinamiento.
El primer día de encierro decidí no centrarme en todas las cosas que no iba a poder hacer durante un buen tiempo (estaba seguro que serían dos o tres meses de encierro como mínimo), sino en las posibles oportunidades que me brindaba una situación así.
Después de darle unas cuantas vueltas, me di cuenta de que trabajando desde casa me iba a ser mucho más fácil, por ejemplo, llevar una rutina estricta de alimentación y entrenamiento.
Llevaba meses practicando kick boxing pero me costaba mucho seguir las pautas del nutricionista (rutina de ayuno intermitente para quemar grasa, generar masa muscular y elevar la energía), principalmente por la continua tentación de la "cervecita rápida" al salir de la oficina.
(Cervecita rápida que solía convertirse en veinte cañas, tres cubatas y una expedición desesperada a las dos de la mañana buscando caldo de pintarroja).
Así que decido echarle ganas y disciplina al asunto y me marco dos objetivos: seguir a rajatabla las pautas de nutrición, y hacer un entrenamiento diario de 90 minutos, sin excepciones, todo lo que dure el confinamiento.
Tres semanas después la cosa va como la seda. Niveles de energía a tope, duermo como un tronco, el teletrabajo me cunde bastante, he arreglado hasta el último desperfecto de la casa, he podado las plantas, he emparejado los calcetines y he ordenado los tuppewares.
Eso sí, tengo unas barbas ya que parezco el Conde de Montecristo. Saco la afeitadora, me pego un recorte. Una cosa lleva a la otra y me rapo la cabeza, y ya puestos, me digo que si hay que sanear, se sanea, abro el cajón de los potingues y saco una crema depilatoria.
Pues nada, habemus planazo: depilación completa, ducha, cena, copazo y película.
Leo detenidamente el modo de empleo de la crema de marras. Extender cuidadosamente por la zonas deseadas, menos cantidad en zonas íntimas, no dejar más de 5 minutos, retirar crema y vello con esponja, aclarar com abundante agua.
Me aplico generosas cantidades de crema por todas partes. Me miro al espejo y caigo en que empiezo a encontrarme mal. Justo antes de desmayarme de dolor, recuerdo la enorme rozadura que los pantalones de kick boxing me habían hecho a lo largo del valle que separa las pelotas.
Cuando recupero la consciencia estoy de rodillas agarrado al lavabo, agonizando de dolor. Me arden los testículos. Me recompongo como puedo y meto la genitalia en el lavabo. Aplico abundante agua. Veo sangre. Me mareo. Lloro. Grito. El dolor no se pasa.
El dolor estalla dentro de mi cabeza convertido en gritos de reproche: "TÚ Y TUS PUTÍSIMAS IDEAS FELICES", "PARA QUÉ MIERDA TE QUITAS EL VELLO SI TOTAL MINIMO HASTA EL VERANO NO VAS A MOJAR, RETRASADO"
"LOS HOSPITALES ESTÁN COLAPSADOS, VAS A MORIR EN UNA SALA DE ESPERA CON LOS COJONES LICUADOS", "YA PUESTOS MÉTELOS EN LA PICADORA DE CARNE Y TE HACES UNAS ALBÓNDIGAS", "ERES EL PIONERO DE LA AUTOCASTRACIÓN QUÍMICA, UN MUNDO SUPERPOBLADO TE LO AGRADECE"
Me siento en la bañera y abro el agua caliente entre sollozos. Cuidadosamente me agarro el asunto y echo un vistazo debajo. Grietas, sangre, espuma, fuego. Un desastre. Empiezo a escuchar un pitido y a verlo todo blanco. Creo que voy a desmayarme de nuevo.
El dolor es insoportable. Tirito. Creo que estoy en shock. ¿Qué cojones hago ahora (no pun intended)? ¿Llamo a una ambulancia? ¿Con la que está cayendo? "¿Hola, 061? Mire, se me están derritiendo las pelotas". "¿Tiene usted fiebre o tos seca?"
Grito y doy puñetazos a la pared intentando calmar el dolor. No sirve de nada. De pronto veo la luz: HAY QUE ASALTAR EL CAJÓN DE LAS PIRULAS.
Salgo de la bañera y corro por el pasillo intentando no resbalar y matarme. El cajón de las pirulas está en el dormitorio. Rebusco entre las cajas de pastillas y encuentro el Enantyum que me sobró de cuando me recuperaba de la operación de hernia.
Me chuto pirula y media y me derrumbo en la cama. Cierro los ojos y aprieto los puños. Abro las piernas para que corra el aire. Me deprimo severamente. Estoy seguro de que me voy a quedar estéril o impotente.
Una eternidad después el dolor empieza a remitir. Vuelvo al cuarto de baño y aprovecho para limpiar la zona. Echo otro vistazo y lloro de pura frustración. Mis cojones son una película de David Cronemberg.
Me envuelvo toda la mandanga en refrescantes toallitas húmedas, lo que me alivia un poco. Vuelvo al dormitorio, rebusco de nuevo en el cajón de las pirulas. Me chuto un somnífero y me acurruco en la cama en posición fetal. Empiezo a encontrarme un poco mejor.
El dolor remite. Siento una oleada de endorfinas recorriendo todo mi ser. Pienso en que amo la vida y amo el amor y amo a todas las personas del mundo por igual menos a los que salen de las rotondas desde el carril interior. Me quedo dormido.
Despierto de madrugada gritando de dolor y botando sobre la cama como la niña de El Exorcista. Voy directo al cajón a por otro Enantyum. Las toallitas húmedas ya no están húmedas; están resecas y manchadas de sangre. Me las quito con cuidado y las tiro al suelo.
Pienso en volver a limpiarme la zona pero no tengo fuerzas para levantarme de la cama. Así que espero a que el calmante haga efecto. Cierro los ojos e intento relajarme imaginando un mar en calma pero acabo viendo pirañas.
Suena el despertador. Compruebo con júbilo que NO TENGO DISFUNCIÓN ERÉCTIL. Estallo en carcajadas y bendigo este gloriosísimo alzamiento. Me duele la zona afectada, pero es soportable.
Voy al cuarto de baño a asearme un poco el tema, que sigue altamente irritado y sanguinolento. Me hago una cura con abundante Betadine. Me miro al espejo. Parezco un puto árbol de navidad.
Pienso que quizás haya algo para casos como el mío. Mientras desayuno voy buscando información en Internet. Empiezo googleando "cura abrasión genitales" y para cuando termino el café estoy convencido de que lo que mejor me va a venir es no sé qué coño de pomada de nombre rarísimo
Cojo el coche y me dirijo a la farmacia. Los efectos del último calmante se me están pasando. Me tenía que haber traído la caja conmigo. Para cuando encuentro aparcamiento estoy otra vez agonizando. Aprieto el volante con las lágrimas saltadas.
Pienso en arrancar el coche y volver a casa a 200km/h a chutarme otra pirula. Respiro hondo y me digo que tengo que aguantar, que necesito la pomada y además voy a aprovechar para comprar calmantes. Me pongo la mascarilla y los guantes y salgo del coche.
La farmacia está vacía, menos mal. Me acerco al mostrador disimulando como puedo mi agonía. Ando como si me acabase de bajar del caballo. Me atiende una chica joven. "Dígame, señor". "Pues necesitaría un bote de Noséquécoñosil™, y un calmante fuerte".
La chica se me queda mirando fijamente sin decir nada. Algo ha leído en mi cara a pesar de la mascarilla. Me mira. La miro. Quiero llorar. Finalmente, me pregunta: "Pero, ¿es para la vagina, señor?". Ah, ese "pero". No es una decoración casual de la frase.
Cuántas cosas implícitas antes de ese "pero". "A ver, no es que no le crea, PERO". "Pues no es que parezca usted más perdido que el barco del arroz, PERO". "Mire, no es que tenga usted cara de haber plantado ortigas en el bidé, PERO".
Qué maravillosa versatilidad la de nuestro idioma.
Me rindo ante las durísimas técnicas interrogatorias de la amable farmacéutica y lo confieso todo. Crema, rozadura, abrasiones, llanto, crujir de dientes. "¡TIENE QUE AYUDARME, SE LO SUPLICO!". Me derrumbo sobre el mostrador.
"Entiendo, caballero. Para lo suyo lo que mejor le va a venir es el Cojonazol™. Y aplicar hielo sobre la zona. Si ve que en un par de días sigue la irritación, vaya al médico."
Me llevo un bote de 1kg de Cojonazol™ y un palé de Enantyum. Al llegar a casa compruebo que no tengo hielo. Me chuto otro calmante y me unto generosamente la pomada en centro de gravedad. Empiezo mi jornada de trabajo.
Un par de horas después tengo una videoconferencia con mi equipo. Revisamos el estado de un par de proyectos. Alguien pregunta: "Bueno qué, ¿cómo lleváis el confinamiento? Parece que esto se va a alargar..." Se dirige a mí directamente:
"Alfredo, te estarás aburriendo como una ostra en casa, ¿no? Tú que siempre andas de un lado para otro metido en fregados..." Y yo "Sí, aburrimiento total, la verdad".
Ay, si supieras que estoy desnudo de cintura para abajo sentado sobre una bolsa de guisantes congelados del Mercadona...
Por suerte un par de días después mis genitales estaban ya recuperados del todo. He de decir que ni por esas me salté un día de entrenamiento. Eso sí, llevando el culotte de la bici debajo de los pantalones de kick boxing.
Y así fue como le di un poco de vidilla al confinamiento: estando a punto de perder las pelotas. Por cierto, os recomiendo encarecidamente los guisantes congelados del Mercadona.
Mis libros 👉🏻 amazon.es/Alfredo-de-Hoc…
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