En este conmovedor capítulo, Alfred Brendel cuenta la vida de su amiga Katja Andy, pianista y maestra, a quien conoció en 1958 en la última clase magistral de Edwin Fischer en Suiza: “There, the most unclouded musical and personal friendship of my life began.”
Katja nació en 1907 como Käte Aschaffenburg, en Mönchengladbach, Alemania. Toda su familia era musical: su padre, un fabricante de textiles, tocaba decentemente el piano, y ambos padres habían estudiado con alumnos de Clara Schumann.
Por muchos años, los Aschanffenburg albergaron a músicos y cantantes que aparecían con la orquesta municipal: los violinistas Huberman, Busch y Szigeti, los pianistas d’Albert y Gieseking...
Carl Friedberg, el alumno más prominente de Clara Schumann, recomendó a Katja con Lonny Epstein, una de sus discípulas. Cuando tenía 9 años, Edwin Fischer empezó a ser un huésped muy apreciado en casa de los Aschanffenburg.
Según Katja, Fischer odiaba practicar, pero cuando lo hacía, la dejaba que lo escuchara. A los 16 años, Katja fue a estudiar con él a Berlín. Cuando Fischer estaba de gira, se ocupaba de sus alumnos un pupilo de Ignaz Friedman, el supremo intérprete de las Mazurkas de Chopin.
Sobre Fischer, Katja decía: “‘I would never have called him a pedagogue’ (…) Yet he remained to her the incomparable source of delight, full of charisma and temperament, and with wonderfully lively eyes.”
Katja fue alumna de Schnabel. En esa época en que alguna música se hacía de manera algo causal, tanto Schnabel como Fischer se esforzaban por la precisión textual. “And Toscanini - as Katja inimitable put it - did everything the composer demanded, whether you liked or not”.
Entre los directores, Katja admiraba particularmente a Bruno Walter, quien le ofreció una fecha para un concierto en 1933. Ella ya había tocado en dueto con Agi Jambor y con la orquesta de cámara de Fischer, interpretando todos los conciertos de Bach.
Con 60 conciertos agendados para la temporada 1933-34, la carrera de Katja estaba apunto de despegar en grande. Pero la llegada de Hitler al poder cambio todo. Su último concierto fue con la Orquesta del Gewandhaus de Leipzig en marzo de 1933.
En abril de 1933 Katja dejó Berlín y poco después Alemania, pues recibió una carta oficial en la que se le decía que podía seguir dando conciertos pero que no podía enseñar a alumnos no arios. “‘In this country,’ Katja said, ‘I couldn’t live any longer.’ And so her ordeal began.”
Sin recursos viajó a Paris en donde no pudo conseguir un permiso de trabajo. Cada semana tenía que registrarse con la policía, y sobrevivía principalmente gracias a las contribuciones clandestinas de Fischer. Daba clases a cantantes y tocaba en estudios de danza y gimnasios.
En 1937, sin un pasaporte válido y bajo la amenaza de ser internada en un campo, Katja abordó un tren nocturno a Alemania. Sólo ahí podría obtener el documento que le permitiría emigrar a Estados Unidos. En Berlín tuvo que esperar un mes para obtener un pasaporte.
La estilista de Katja era una bella rubia que tenía un novio judío. Para protegerlo salía con Nazis como Göring, quien le conseguía algunas firmas que necesitaba. Katja obtuvo así su pasaporte. En una redada la policía encontró al novio de la estilista, y ambos fueron asesinados.
Katja pudo entrar a Estados Unidos cuando no se necesitaba permiso de trabajo. Sin embargo, las posibilidades de tener una carrera como concertista eran muy bajas. Muchos músicos habían emigrado a Nueva York, donde se había establecido un fondo de ayuda.
Sin embargo en esa época era todavía más difícil para las mujeres abrirse paso como concertistas. A Piatigorsky y a Feuermann, quien había sido primer cello con Furtwängler, les hubiera gustado tener a Katja como compañera pero viajar con una mujer soltera se consideraba inmoral.
Katja estuvo de gira un año por Estados Unidos con la bailarina Lotte Goslar, antes de establecerse en Detroit. Casi no había pianistas y el principal le rogó que se quedara. Richard y Editha Sterba, una pareja de psicoanalistas del círculo fue Freud, cuidaron de Katja.
Diez años después, Katja aceptó un puesto como maestra en Chicago. Al poco tiempo su columna colapsó. Después de una operación, volvió a caminar, pero los conciertos quedaron fuera de la discusión.
Fue invitada a dar clases al Conservatorio de Boston y después al de Nueva Inglaterra, donde terminó la parte activa de su vida como una maestra muy estimada, recipiendaria de un grado honorario.
Casi ciega y sin poder moverse, y con aparatos auditivos, Katja pasó los últimos 36 años en Nueva York: “a musician of the rarest kind revered by friends and former students, and cherished as a character in whom warm-heartedness and matter-of factness struck a beautiful balance”.
Brendel habla del buen humor de Katja, “a main force in carrying her through her difficult life (…) I love to remember you on this note. Goodbye, dear Katja.” Este es el Rondo en La Menor de Mozart, que Katja tocaba el día que Brendel la conoció:
Alma tardó casi un año en poder regresar en Viena. Su visa llegó en septiembre de 1947 y partió inmediatamente, haciendo escala en Londres para visitar a su hija Anna. Cuando llegó a Viena, la esperaba un equipo de filmación:
Viena se encontraba aún en un estado deplorable. Alma se quedó en un hotel lleno de ratas. Su casa en Hohe Warte era inhabitable, había sido bombardeada y saqueada. Tanto los escritorios de Mahler y Werfel como los manuscritos de sus canciones, habían sido incinerados.
Para consuelo de Alma, después de dos convulsivos años, Werfel empezó a trabajar en su nueva novela en enero de 1941. Alma retomó su vida social con los emigrados europeos de la costa oeste, entre los que se encontraban Thomas Mann, Arnold Schoenberg y Erich W. Korngold.
La casa en Los Tilos Road, rodeada de jardines de árboles de naranjo, era modesta para los estándares de Alma. En mayo de 1941 Werfel terminó el primer borrador de “The Song of Bernadette” y contrató a Albrecht Joseph, un judío alemán exiliado, ex director de teatro y guionista.
Un año después de la muerte de Manon Alma seguía inconsolable. En Viena se preparaban los festejos del 25º aniversario de muerte de Mahler. Bruno Walter organizó varios conciertos apoyado por Schuschnigg, quien quería demostrar que Austria aún celebraba a sus judíos eminentes.
En junio de 1937 Alma visitó Berlín y vio cuánto se había transformado la ciudad bajo el régimen Nazi. Los cambios llegaron pronto a Austria. Mientras los Werfel vacacionaban en Capri en febrero de 1938 recibieron la noticia de la ida de Schuschnigg a Berchtesgaden.
Durante los primeros meses en Casa Mahler, Alma recibía visitas casi a diario. Sabía exactamente cómo lograr una velada bella y placentera para sus huéspedes. Sobre su poderoso encanto, su hija Anna decía: “When she entered a room, or just stopped in the doorway…
…you could immediately feel an electric charge… Se was an incredibly passionate woman…And she really paid attention to everyone she spoke to. And encouraged them….She was able to enchant people in a matter of seconds.”
Franz Werfel recibió la noticia del divorcio de Alma y Gropius con gran alegría y alivio, y la llevó a Praga a conocer a sus padres. Para la madre de Werfel, Alma era “la única reina o monarca de nuestros tiempos."
Alma continuaba con su intensa vida social llena de arte y música en su salón rojo en Elisabethstrasse. En una de sus veladas, se interpretaron dos versiones de Pierrot Lunaire de Schoenberg, una dirigida por el compositor y otra por Darius Milhaud.
Franz Werfel se convirtió en un visitante habitual del salón de Alma Mahler. A los 27 años era considerado como uno de los principales escritores jóvenes de la época. Sus ideas intrigaban a Alma, cantaba con una bella voz de tenor y recitaba sus poemas con un fervor fascinante.
Tiempo después, Alma reflexionó: “The evening on which Werfel and I played music together for the first time and we were so in tune immediately through our very own medium that we forgot everything around us and in front of the husband committed spiritual adultery.”