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Sep 25, 2020 43 tweets 10 min read Read on X
Hola niños, hoy vengo a contaros la historia de un pueblecito perdido en el corazón de Hungría, de las mujeres que allí vivían, y de cómo diezmaron a más gente del pueblo que la Primera Guerra Mundial y la gripe española juntas. Os presento a las Hacedoras de Ángeles de Nagyrév.
Nagyrév es un pequeño pueblo del condado de Jász-Nagykun-Szolnok, en Hungría central. En 2017 tenía 633 habitantes, pero un siglo atrás era una zona algo más poblada. No excesivamente más, pero es posible que superase el millar de habitantes.
Como el resto de Centroeuropa, Nagyrév se vio afectado por el estallido de la Primera Guerra Mundial. Todos los hombres del pueblo que podían luchar fueron enviados a la carnicería de 1914-18, y muchos de ellos jamás volvieron o volvieron mutilados y destrozados psicológicamente.
Y es con el estallido de la guerra que algo sucede en Nagyrév: por primera vez en sus vidas, las mujeres del pueblo se sienten libres. Libres de matrimonios concertados sin posibilidad de divorcio, libres de maridos violentos y abusivos. Libres para vivir sus vidas.
Y también libres para escoger con quién irse a la cama. Y es que las autoridades austrohúngaras deciden montar en Nagyrév un campo de prisioneros aliados con relativa libertad de movimiento por el pueblo, y muchos de ellos se convierten en amantes de las mujeres de Nagyrév.
Obviamente, las mujeres del pueblo no estaban dispuestas a renunciar a esa libertad cuando los hombres volvieran de la guerra. Pero, sin posibilidad de divorciarse, las cosas estaban difíciles, por no decir imposibles. Es aquí cuando entra en escena Júlia Fazekas.
Júlia (llamada Zsuzsanna en algunas fuentes, hay cierta confusión con su nombre real) era comadrona y había llegado a Nagyrév con su marido en 1911. Ya por aquel entonces se dedicaba a practicar abortos y fue llevada a juicio varias veces por ello, aunque siempre fue absuelta.
Sin médico en el pueblo ni hospitales cercanos, Júlia era la persona que se encargaba de cuidar de los enfermos en Nagyrév. Las mujeres acudían a ella a por consejo médico primero, y después para desahogarse de sus problemas personales y familiares.
Con el tiempo, Júlia se convirtió en confidente y consejera de gran cantidad de mujeres de Nagyrév, y llegó a tener una enorme influencia en sus vidas. Y cuando varias de ellas se quedaron embarazadas de sus amantes extranjeros, Júlia se convirtió en su ángel salvador.
Vamos, que la cola para que Júlia practicase abortos llegaba a la otra punta del pueblo.
En estas estamos cuando llega noviembre de 1918, el final de la guerra, y el regreso de los hombres de Nagyrév. Si las cosas ya eran difíciles antes, imaginaos ahora, con muchos de ellos traumatizados, mutilados, embrutecidos y/o todo a la vez.
Las mujeres del pueblo acudieron en masa a Júlia otra vez, pero ahora para lamentarse por la libertad perdida. Y Júlia, siempre solícita, les dio la solución en forma de arsénico extraído del papel matamoscas.
La primera mujer en usar los servicios alternativos de Júlia Fazekas se apellidaba Takács. Harta de un marido alcohólico y maltratador, le sirvió una comida con el arsénico proporcionado por Júlia y esperó. La causa oficial de la muerte del señor Takács fue un ataque al corazón.
La historia de la señora Takács corrió por los círculos femeninos de Nagyrév, y pronto Júlia tuvo otra cola a su puerta.
Júlia vio aquí una oportunidad de negocio, y empezó a cobrar por el arsénico, a la vez que aseguraba a sus… hum… clientas que el veneno era indetectable.
Muy pronto, los señores de Nagyrév empezaron a caer como moscas (jé). Hombres aparentemente sanos se desplomaban muertos de un día para otro, de forma tan continua que se empezó a hablar de brujería y malos espíritus.
Dicen que fueron las propias mujeres las que se hicieron llamar “Hacedoras de Ángeles”. Quién sabe si es cierto. Lo que sí es verdad es que apenas un par de años más tarde, había una auténtica mini-sociedad secreta en Nagyrév dedicada al envenenamiento.
Las Hacedoras de Ángeles tenían sus propias reglas: sólo las mujeres casadas podían acceder al grupo, estaba prohibido envenenar a niños o a otras mujeres, y ni las que tenían matrimonios felices ni, por supuesto, los hombres, podían saber lo más mínimo del tema.
Júlia tenía tanto trabajo que se hizo con una ayudante, Zsuzsi Oláh. A Zsuzsi la habían casado siendo adolescente con un hombre mucho mayor que ella, hasta que a los 18 años lo envenenó con la ayuda de Júlia. Años más tarde, aplicó el mismo “tratamiento” a su segundo marido.
El yerno de Zsuzsi era también el forense del pueblo, y firmó todos los certificados de defunción de la época: infartos, ahogamientos, alcoholismo… pero de la posibilidad de envenenamiento, ni una palabra.
Y así pasaron los años, con maridos cayendo muertos aquí y allá cuando uno menos se lo esperaba. Pero con el tiempo, las mujeres de Nagyrév le cogieron el gustillo al tema del veneno, y las reglas originales de las Hacedoras de Ángeles cayeron en el olvido.
Muy pronto, las mujeres del pueblo decidieron envenenar a cualquiera que les molestase: amantes descartados, vecinos molestos, parientes que sobraban, niños y gente discapacitada… cualquier excusa era buena para aplicarles el Método Fazekas.
Una de las mujeres envenenó a su marido, a sus padres, a sus dos hermanos, a una cuñada y a una de sus tías. De esta forma se hizo con los bienes de buena parte de la familia. Otra mató a siete miembros de su familia aprovechando la cena de Nochebuena.
Otra mató a varios de sus hijos porque tenía demasiados, y hubo quien mató a su marido porque “siempre se salía con la suya y le molestaba que tuviese todo el poder”. Las mujeres de Nagyrév habían enloquecido, y para 1929 el pueblo era conocido como “el distrito de la muerte”.
Y entonces, todo se vino abajo, aunque nadie sabe muy bien cómo.
Hay tres versiones de lo que ocurrió: en una de ellas, una de las mujeres fue descubierta in fraganti mientras envenenaba la comida de su marido y su hermano. En otra, un estudiante de medicina encontró niveles altísimos de arsénico en un cadáver que había aparecido en el río.
La tercera, que en realidad son dos, habla de una carta anónima enviada a un periódico local acusando a las mujeres de asesinato, y de unos oficiales sorprendidos al revisar el censo de Nagyrév y ver la tasa desorbitada de muertes del pueblo. Así empezó la investigación.
Cuando la cosa empezó a pintar mal, varias mujeres del pueblo acusaron directamente a Júlia y a Zsuzsi. Sin embargo, las acusaciones fueron retiradas y las dos mujeres fueron puestas en libertad. Parecía que habían ganado la partida.
En realidad, la policía había organizado un estrecho cerco de vigilancia sobre las mujeres, especialmente sobre Júlia Fazekas. A todo esto, las mujeres descubrieron, tras consultar con un farmacéutico, que el arsénico podía ser detectado en un cadáver, incluso en descomposición.
Varias de las Hacedoras de Ángeles no tuvieron mejor idea que ir al cementerio A CAMBIAR LAS LÁPIDAS DE SITIO. El objetivo era intercambiar lápidas de envenenados con las de gente que había muerto de forma natural para evitar que se detectase el arsénico en los cadáveres.
La cosa salió regular, claro.
La policía decidió exhumar los cadáveres inmediatamente para evitar que la jugada les saliera bien, y los resultados fueron aplastantes: de los 50 cadáveres exhumados, 46 tenían restos de arsénico. Hombres, mujeres, niños y hasta un bebé.
Y lo más inesperado: las botellas de veneno y la comida envenenada aparecieron dentro de varios de los ataúdes. Era el método de las asesinas para deshacerse de las pruebas. A la vista de los descubrimientos, cien mujeres del pueblo fueron detenidas inmediatamente.
Zsuzsi Oláh estaba entre las detenidas, pero no Júlia Fazekas, que se suicidó al ver llegar a los policías que venían a arrestarla. La mayor villana de esta historia se le había escapado a la policía, y no sería la única: al menos dos mujeres más se ahorcaron en sus celdas.
Finalmente, veintiséis de las mujeres detenidas fueron llevadas a los tribunales, en uno de los juicios más sensacionales que Hungría, y Europa entera, habían visto en mucho, mucho tiempo.
La actitud de las mujeres causó estupefacción por la tranquilidad de muchas de ellas. Desde la que respondió al juez entre risas que “no conocía el mandamiento de no matarás”, a la que preguntó cuándo podría irse a su casa con su amante porque tenía cosas que hacer.
Ninguna creyó que iba a ser condenada, así que cuando el juez dictaminó pena de muerte para ocho de ellas, las mujeres protestaron, llegando a a afirmar que envenenar no era asesinar porque “era una muerte placentera”.
Doce más de las mujeres fueron condenadas a penas de prisión, de las cuales siete recibieron cadenas perpetuas. Sin embargo, de las ocho condenadas a muerte, sólo dos serían finalmente ejecutadas.
Y aunque la sombra de las Hacedoras de Ángeles de Nagyrév se disipó lentamente, muchas de sus incógnitas siguieron vivas: en el cercano pueblo de Tiszakurt aparecieron varios cadáveres con rastros de arsénico, pero nadie fue acusado ni condenado por ello.
Nunca se supo con seguridad cuántas mujeres formaban parte del círculo de las Hacedoras de Ángeles, y sobre Júlia Fazekas, nadie supo decir de dónde había venido o por qué hizo lo que hizo. Era como si no hubiera existido antes de su irrupción en la vida de Nagyrév.
Hoy día, las Hacedoras de Ángeles son parte del folklore de la zona, un cuento macabro para visitantes y curiosos que ha puesto el nombre de Nagyrév en el mapa para mucha gente. Son los fantasmas del pueblo, las brujas desapareciendo en la niebla del cementerio.
Y así, niños, termina la historia de las Hacedoras de Ángeles de Nagyrév: una sociedad secreta de envenenadoras en plena Europa del siglo XX. Qué cosas tiene Austria-Hungría.
Espero que os haya gustado. Otro día, si os portáis bien, os explico la historia de la señora que llegó a santa después de cometer un genocidio en una orgía de venganza que ríete tú de Kill Bill.

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