El pueblo de Chile decidió cambiar la Constitución impulsada por Pinochet en 1980, y que ello ocurra a través de una constituyente paritaria de hombres y mujeres.
Pero los sectores más conservadores en la región ya decidieron que no les gusta la Constitución que será redactada.
La legitimidad y la simbología política asociada a los procesos es lo importa cuando se trata de adoptar o reformar una Constitución, pues si fuera una cuestión de calidad bastaría una propuesta redactada por un Comité de Expertos sin pasar por la discusión de los representantes.
Es que mi crítica va dirigida a quienes están defendiendo explícitamente la Constitución de 1980 como el legado de Pinochet y el gobierno militar porque, como me han replicado en Facebook, "hasta ahora le había dado el desarrollo a Chile".
La calidad es una cuestión técnica de la que nos ocupamos los analistas, y como cualquier obra humana estará sujeta a multiples puntos de vista. La legitimidad depende del carácter abierto de la deliberación y que los constituyentes conecten con los diversos intereses del pueblo.
Es que la valoración del resultado suele estar asociada al hecho de de la Constitución de 1980 fue impulsada por un gobierno militar golpista que se defiende alegando "derechamente" que "frenó" el avance de la izquierda que, con Allende, había ganado las elecciones en Chile.
Lo más extraordinario del pueblo chileno es el desarrollo democrático "a pesar de" -y "no por"- tener una Constitución legada por un gobierno militar golpista. Solo queda esperar que la nueva Constitución que adopten puedan servirles para afrontar las deudas pendientes.
El argumento que realizo en esta etapa valora como positivo el hecho de que los chilenos decidiron cambiar una Constitución impulsada por Pinochet (sesgo antidictadura) y que escogieron la paridad entre mujeres y hombres. No es un juicio "a priori" sino sobre lo decidido ayer.