Esta semana dos meses del lanzamiento de La distancia del presente. A pesar de el aluvión de importantes novedades cada semana, el libro sigue entre los ensayos de política más vendidos.
Muchas gracias a lectores y libreros por la sensacional acogida.
Trump ha sido el presidente menos belicoso en 40 años, ha puesto freno a la globalización y sus datos económicos eran indudablemente buenos, para los grandes propietarios, hasta la pandemia.
Está feo decirlo, pero es cierto.
Su monumental peligro, uno civilizatorio, es otro.
Su proyecto ultra, populista e iliberal, es una nueva-vieja rama capitalista que asume, aún en bajito, que el correlato político al sistema económico, la democracia representativa, sobra para conseguir sus objetivos. Ese es el último paso y no es una broma o una bravata.
La base de la que parten es real: unos grandes propietarios enfrentados entre los que han triunfado con la globalización o han caído y unas clases medias desposeídas. A ambos grupos les da ya absolutamente igual quién o qué.
Desde 1995 en España ha habido decenas de operaciones contra el yihadismo siendo abatidos varios terroristas.
No sólo es que los ultras profesen una ideología abyecta, es que hacen de la mentira permanente y de la amoralidad de aprovechar el yihadismo su combustible.
La pregunta es en qué lugar quedan los jueces, fiscales y policías (algunos muertos en actos de servicio, como en Leganés) bajo la insultante afirmación de este profesional de la agitación y la mentira. En España no es el presidente quién decide si se detiene o dispara a alguien
Creo que no hay nada que me dé más asco que un matón: las formas atrabiliarias, la actitud pendenciera, el permanente rictus en el cuello de chulo violento.
Los "avisos", los "me he quedado con tu cara", el hocico olisqueando en busca de víctima, siempre más débil.
Ma-to-nes.
Vox son los matones de ese país tan siniestro como mostrenco lleno de especuladores y rentistas, secular vagancia de herederos. Son literalmente Antiguo Régimen con American Express, el jodido reflujo gástrico que quema esta península desde Fernando VII.
Vox es tan detestable como inútil, el apellido de esa gente sólo apta para la navaja, el eructo y el toril. Derecha con dos tibias y una calavera. Golferío con título nobiliario. Olor a pudridero de monasterio del Escorial.
Toda crisis tiene su especificidad, todas sus inercias comunes. Ya tenemos aquí la antipolítica, el todos son iguales, una hipócrita pero efectiva manera de eximir a los culpables.
La distancia del presente: un libro para que no te tomen el pelo.
A partir de 2010 listos de todo pelaje extendieron la equidistante idea de "la clase política" para evitar tener que poner nombres y apellidos a los responsables de los recortes y de la corrupción. En esta crisis la antipolítica vuelve: misma intención, distintas caras.
Es triste volver al estado de alarma en Madrid. La reunión entre Ayuso y Sánchez fue el 21 de septiembre: desde antes y desde entonces la presidenta madrileña ha maniobrado para evitar coordinarse con el Gobierno. Ha puesto por delante su papel de heroína reaccionaria.
Me tenéis los de "os avisamos desde Cat" ya pasado de vueltas.
Pero qué vais a avisar si cuando escribí esto el 4 de octubre de 2017 os creíais que iba a salir Puigdemont al balcón, como el papa en Roma, y estaba todo hecho.
Pero qué adanismo es este de pensar que antes de 2017 la gente se chupaba el dedo, pero que os pensáis que fue el cierre de Egunkaria, las hostias en Burgos, Murcia,Valencia, los centenares de sindicalistas detenidos en la década pasada, las multas que se ha comido medio Madrid.
A lo mejor el "os avisamos" tendría que venir de quien dijo que el otoño independentista, aquella virtualidad, para lo único que serviría sería para acabar con el autogobierno catalán y para proporcionar a Felipe VI su 23F.
Nueve meses de Gobierno de coalición: el Judicial queriendo ser el Ejecutivo, la Guardia Civil fabricando informes, las SA a las puertas de la casa de Iglesias, González poniendo palos en las ruedas, los ultras en la calle y Zarzuela dejándose querer.
En marzo varios directores de periódico ya pedían un Gobierno de concentración.
Y todo, ¿por qué?
Porque no admiten que haya comunistas, haciendo políticas socialdemócratas muy suaves, en el Gobierno. Porque no admiten las urnas. Porque no soportan no mandar ellos un minuto.
No mandar en dos poderes del Estado, el Ejecutivo y el Legislativo. Porque mandan en los jueces, en los uniformados, en una mayoría abrumadora de medios, en las finanzas, la empresa y en los resortes de creación de sentidos comunes.
Y a pesar de eso, lloran.
Llorones.