Al día siguiente, Ana se dio cuenta de que el bar de abajo también ofrecía servicio en su mesa de su living. Una escalerita permitía a los comensales trepar hasta el primer piso, el mozo subía y bajaba con los pedidos
Esto fue los primeros días. Después el bar instaló un sistema de poleas que servía para subir y bajar las hamburguesas. El mozo directamente se quedaba arriba y cubría las tres mesas, las dos del balcón y las del living
Todo era más o menos normal hasta que Ana se dió cuenta de que el mozo le quiso cobrar cuando se sentó ella misma a desayunar en su living

—Pero si me traje mi Casancrem de la heladera

—Es que es una mesa del bar, tengo órdenes
Ana pagó la cuenta sin chistar, prefería no discutir. Esa misma noche, una moza del bar de abajo nunca se fue. Directamente echó un colchoncito al lado de la cama de Ana, en su dormitorio
Ya habían pasado unas semanas así, conviviendo entre comensales (cambiantes) y mozos (los mismos), con Alelí de compañera de cuarto, una moza colombiana. Un día Ana volvió tarde del trabajo, un olor a pan inundaba el hall
¿El horno también se preguntaba Ana? Al entrar a su cocina vio a los dos pasteleros del bar de abajo preparando un merengue italiano, y horneando panes
—Bueno, me van a convidar, no?
—Son para los platos, le espetó el más petiso pero si va al living le toman el pedido
Cansada de la oficina, Ana no quiso discutirles. Se sacó las zapatillas y abrió la heladera en búsqueda de jugo de naranjas. Vio unos tuppers nuevos prolijamente etiquetados con fechas de vencimiento, su jugo no estaba

(Continuará)
Gradualmente Ana vio reemplazadas algunas de sus cosas de la heladera por productos de otras marcas, por ejemplo el queso blanco ya no era de pote sino de un sachet de 5 kilos
El domingo Ana se levantó tarde. Esta vez al menos los de la cocina del bar que ya operaban su cocina la dejaron servirse queso blanco con las tostadas pero la retaron por no haber agarrado un potecito de loza
El horario del almuerzo era muy concurrido, veía gente en la cocina que durante la semana no venía. “Refuerzos” escuchó que decían
Ese domingo Ana necesitaba trabajar pero se le dificultaba porque cuando el bar servía el “brunch” (así lo llamaban) el cocinero gritaba fuerte las comandas al resto del equipo, onda general
“SALMON BEIGUEL MESA 40, SALE CON LIMONADA Y NACHOS QUESO BIEN CALIENTE SALE”, gritaba el cocinero, Ana escuchó eso desde su baño mientras se lavaba la cara
Ana pensó en sentarse abajo, en las mesas de abajo de su balcón así al menos podría trabajar sin gritos. Le preocupaba que le roben su notebook pero había mucha gente, eso la tranquilizó
Se anotó para pedir una mesa, el maitre escribió en su cuaderno “Ana”. Cuando le pidió el teléfono Ana dejó el fijo de su casa pero el maitre le dijo que no era posible dejar el teléfono del bar, “es por si la llamamos”
Ana dejó el celular y esperó parada, con su mochila y su notebook. Minutos después escucha al maitre gritar “LUCÍA, LUCíA”. De entre la multitud sale una Lucía, arrastra a un pibe de la mano con una camisa con palmeras, el maitre los conduce a la mesa: “Les tocó mesa living”
Tras dos o tres nombres más, llega un punto en que los comensales ya sentados empiezan a aplaudir. Ana le pregunta a una chica con anteojos de sol el motivo del aplauso, esta displicente le responde, mientras adereza su ensalada de trucha: “Se perdió Pablo, uno que llamaron”
Pablo seguía sin aparecer, el que oficiaba de maitre gritaba desesperado “PABLO PABLO”, los comensales replicaban con aplausos. Uno gritó “Si Pablo no aparece asignen de nuevo la mesa che!!!”
Los aplausos se intensificaban. Ciertamente el bar se asemejaba a su nombre “La Playa”, una gigantografía de Leonardo Di Caprio sostenía el letrero
Sobre la vereda, cada mañana, venía un camioncito del corralón y descargaba arena. Al principio esto a Ana le resultó simpático, pero luego se empezó a acumular en el hall de entrada también
Y no faltaba alguien que al sacar al perro aprovechaba la arena del bar para esconder lo que su mascota dejaba. Así, era una mezcla olorosa de arena, que por eso tenían que ir renovando.
Los aplausos seguían y seguían. La chica que ya había terminado su ensalada ahora gritaba “Pablooo, Pablooo”, pronto otros comenzaron a imitarla. Ahora parecía una escena de fútbol playa con platos de comida que iban y venían
El ruido de gritos y aplausos no opacó la explosión que dejó a todos en silencio. Algo reventó y el estruendo fue ensordecedor. Al darse vuelta, a la chica de la ensalada de trucha se le volcó la limonada encima

(Continuará)

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11 Jun
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10 Jul 18
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Eso a su vez implica la baja del resto de autopistas de la red adheridas. Claro, como eran $ 200 pé no le daba mucha bola pero mes a mes veo que igual me siguen llegando débitos de otras dos autopistas. (+)
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