Nohemí Leticia Ánimas Vargas era quien aparecía al calce de los oficios. Dictaba, instruía, solicitaba. Leti era el torbellino detrás de una simple exigencia: que cada joven tuviera su beca y a nadie le faltara.
Tuve de la fortuna de estar presente cuando el Presidente la nombró al frente de la Coordinación Nacional de Becas para el Bienestar Benito Juárez. Fue una sorpresa. Sobre todo para ella.
En el Éxodo conoció al Presidente, quien pudo ver ella las virtudes que busca en las personas de su verdadera confianza. No fue gratuito que le encargara empresa tan cara.
Y era muy clara la razón de su elección: era honesta, sencilla, sin grillas y, sobre todo, comprometida. Nunca le importó el cargo, sino el encargo: que todas las y los jóvenes tuvieran su beca.
La tarea no fue sencilla. México no tenía una matrícula consolidada de estudiantes de Educación Media Superior. Fruto de la fragmentación del sistema educativo, los nombres y las escuelas vivían en archipiélagos de datos.
El empuje de Leti llevó a tener en tiempo récord y por primera vez en la historia un listado nacional de estudiantes. Y usó todo cuanto estuvo a su alcance para hacerles llegar sus becas.
Asimismo, creó un sistema de becas para educación superior que puso en primer lugar a las universidades interculturales indígenas y a las normales indígenas. Una verdadera revolución.
Pero, apasionada como era, Nohemí Leticia Ánimas Vargas exigía que había que simplificar, facilitar, hacer lo que fuera para que las becas llegaran a su destino. No pocos ojos quedaron perplejos, pero lo lograba.
Esa fuerza la complementaba con una gran sensibilidad. Constaté su frustración cuando no lograba entregar las becas tan rápido como ella quería y tan puntual como la burocracia le permitía.
Su principal fuerza era su ejemplo. Ese que hipnotizaba para seguirla, para acompañarla y apoyarla. Ese que usaba para marcar el rumbo y el ritmo de lo necesario.
Así, su Coordinación fue de las primeras en cumplir con sus metas de cobertura con innovación en los medios de pago que dejará a una generación de mexicanas incorporadas al sector financiero.
Pero Leti no solo fue una eficaz servidora pública. Fue una verdadera activista. Conjugó su formación en leyes con el periodismo. Una rara mezcla que la llevó a ser defensora de derechos en el territorio.
Esa mezcla le permitió contar las historias de abusos con rigor, al tiempo de acompañar luchas y comunidades y visibilizar atrocidades de los megaproyectos extractivos.
Su inteligencia se conjugó con su rebeldía. Las mesas editoriales no eran aficionadas a su libertad. Así su periodismo era implacable aunque le costara el puesto.
Y esta rebeldía la llevó a conocer países y sueños uruguayos que con dedicación les entregó su alma y su cuidado.
La tiendita poblana que tuvo con su familia la extrañará. Sus vibras, sonrisas y alegría resonaran en las paredes de los corazones de quienes tuvimos el honor y gusto de conocerla.
Adiós, Leti adorada. Extrañaré los almuerzos con la sencillez del café de olla. Los bailes de los Ángeles Azules y el cantar del Rey de las Flores. Ya nos tomaremos los tequilas y mezcales que nos prometimos.
Por lo pronto, guardaré para mí el sonido de tu voz cuando con los brazos abiertos y tu sonrisa franca me decías "¡Piiiiiiiinche, Alberto!". Hasta luego y buen camino, compañera. 
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