Algunas historias hablan del #IgnotoMundo. Otras, las imprescindibles, hablan de las personas que lo hacen un pocomejor. Hoy vamos a hablar de un hombre que bajó al Infierno y, tras 10 años allí, se convirtió en un Embajador en tan odioso lugar: el Capitán Teodoro Palacios Cueto. 
Hoy, en el aniversario de la batalla de Krasny Bor (10-2-1943), queremos rendir nuestro ignoto homenaje a un militar, un valiente, un español. Pero, sobre todo, a una buena persona. Si por algo destacó D. Teodoro Palacios fue por su humanidad con todo el mundo: amigos y enemigos.
Teodoro Palacios nació en 1912 en Potes, Cantabria. En este pueblo (imperdible si uno viaja por las cercanías), comenzó la leyenda del Capitán: el mismo día que estalló la Guerra Civil, en compañía de sus 3 hermanos y 5 allegados, se atrincheraron en los arcos de la Plaza
con solo tres pistolas del 6,35, una parabellum y una escopeta, tomaron el pueblo y lo defendieron de dos camiones llenos de mineros asturianos. Hoy, la Plaza lleva su nombre. Después, al monte. Finalmente se unieron a las tropas de Mola y transcurrió la Guerra Civil.
Terminado el conflicto fratricida Teodoro se alistó voluntario para luchar contra el comunismo en Rusia, como integrante de la División Azul. Antes de que alguno plantee sus dudas, vamos a citar a Fernando Sánchez-Dragó:
“No se puede confundir el nazismo con el anticomunismo (…). [Los divisionarios] eran la avanzadilla de la historia. De una historia que, por fin, les está dando la razón (…). No eran amigos de Hitler, sino enemigos de Stalin”. ( @F_Sanchez_Drago )
Y, así, llegamos al día 10 de febrero de 1943, día de la Batalla de Krasny Bor y día en que el Capitán Palacios fue capturado por las tropas soviéticas. Y es aquí donde empieza la verdadera leyenda. Nada más ser capturado, fue invitado a un té por un oficial ruso. Sin embargo,
Teodoro no aceptó dicha invitación, ya que sus compañeros llevaban 3 días sin comer y no podía sentarse tranquilamente a tomar el té sin que ellos hubieran comido antes. Con este gesto, consiguió que los rusos alimentaran a los demás. Solo después de esto aceptó el té.
A los pocos días, les interrogaron. No puedo escribir este pasaje porque jamás lo haría tan bien como él. Es por ello que prefiero dejaros su narración y que juzguéis vosotros:
La actitud mostrada le granjearía multitud de castigos. No obstante, y al mismo tiempo, le granjeó el respeto de otros presos y, lo que es más sorprendente, de multitud de guardias, oficiales y militares soviéticos. Muchos, propios y extraños, se cuadraban ante él en los gulag.
Pero nuestro Capitán no era de los de “cría fama y échate a dormir”, así que mantuvo el pabellón alto en todo momento. Es por ello que era frecuente que le cambiaran de un campo a otro, llegando a estar en 10 distintos. En todos ellos su efecto fue notable.
No seré yo quien os cuente tanto como para que no queráis leer el libro, así que os dejo un par de anécdotas más, mis preferidas. En un momento dado, coincidió en un campo de concentración soviético con unos ex militares republicanos españoles, que estaban allí internados.
Al oír su acento, los divisionarios gritaron un “Viva España”, que quedó sin respuesta. Atónitos, declamaron la siguiente coplilla:
“Quien al oír Viva España
Con un viva no responde
Si es hombre, no es español.
Y, si es español… no es hombre”.
“Quien al oír Viva España
Con un viva no responde
Si es hombre, no es español.
Y, si es español… no es hombre”.
Los republicanos se acercaron. Efectivamente, habían sido enemigos en tiempos. Pero esto no importó a nuestro Capitán, y no cambió por ello su comportamiento hacia ellos. Siempre les trató con respeto; incluso les ayudó y dio la cara por ellos delante de los rusos.
Otro día, al ver la rojigualda en su guerrera, le dijeron que debía quitarse la bandera, por ser la monárquica española. Palacios se negó, a lo que contestó el oficial ruso cortando la enseña con una navaja de afeitar.
Entonces, el capitán se quitó la guerrera, única prenda de abrigo que tenía, y la arrojó al suelo diciendo “así, ya no la quiero”. Esa misma tarde, desde el puesto de guardia le enviaron su guerrera de vuelta.
Las anécdotas son infinitas, como es infinita la emoción que provoca leerlas. Baste decir que fueron 11 años de campo en campo, demostrando siempre el tono humano que aquí os hemos dado a catar.
Así, en el año de 1954, el Capitán Palacios y algunos de sus compañeros (otros se quedaron enterrados bajo la nieve de Siberia) regresarían a España a bordo del barco “Semíramis”. Fueron recibidos como héroes. Eran héroes.
Años después, el periodista y escritor Torcuato Luca de Tena contactó con Palacios para escribir su historia. El resultado: este libro, Embajador en el Infierno, que no deja indiferente. Si lo veis ajado es porque mis manos lo han recorrido más veces de las que puedo confesar.
No dejéis de leerlo, si no lo habéis hecho. Así, comprenderéis por qué los alemanes acuñaron este dicho: “cuando veas un soldado desharrapado, con las botas raídas y la camisa desabrochada, con el pelo enmarañado y sin afeitar, cuadraos ante él: es un valiente, es un español”.
No debemos reducir la historia de unos soldados españoles, que fueron a Rusia a luchar contra el comunismo, a una historia (otra más, en España) de buenos y malos, de santos y demonios. El propio Capitán Palacios jamás actuó así con los que estaban en el otro bando. @Soria_C48.
Todas las anécdotas, así como la mayoría de imágenes del hilo proceden del propio libro, que tiene una edición fantástica de Bibliotheca Homo Legens. Además, se han utilizado cuadros de @DalmauFerrer, que capta como nadie el sentimiento de estos soldados.
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