Me han preguntado muchas veces por qué me alejé tan abruptamente del obradorismo.

Hoy por fin tengo la claridad emocional y mental para entenderlo (y explicarlo).

La verdad no sé si esto le interese a alguien, pero me da mucha paz sacarlo y ser honesto con esa etapa de mi vida.
Antes de comenzar, quisiera decir que no me siento seguro con revelar los nombres particulares de las personas que me manipularon, porque son gente poderosa (cada vez más), con conexiones con secretarios, gobernadores y legisladores.

Pero prometo ser honesto con mi historia.
Llegué a Morena con 19 años. En ese momento sufría una depresión y ansiedad agudas (que sigo padeciendo, pero he avanzado un montón en el tratamiento), estaba confundido con mi sexualidad, y era alguien violento, con comportamientos de acoso con mujeres y opiniones transfóbicas.
Había subido de peso por mi falta de control con la comida, tenía una autoestima muy lastimada, sentía la presión de mi papá por iniciar una relación con una mujer como «bisexual», mi papá (alcohólico) era muy violento con mi mamá.

Y pues yo tenía mucha necesidad de aprobación.
¿Y todo esto qué tiene que ver?

Que los reclutadores del obradorismo buscan justo perfiles como el mío: personas confundidas, que la estamos o la hemos pasado mal, que necesitamos validación, que tenemos ambición o «ganas de hacer algo», y que podemos ser útiles a sus objetivos.
Sin ser exagerado, sus métodos se asimilan a los de iglesias evangélicas que predican la Teología de la Prosperidad (Pare de Sufrir): buscan a personas con carencias y les prometen que las van a rescatar, que les van a dar un propósito mayor, que su entrega se verá recompensada.
Yo conocí a mi reclutador cuando participé en la campaña presidencial de AMLO en 2018.

Es importante aclarar que mis jefes en esa campaña fueron Tatiana Clouthier y Juan Pablo Espinosa de los Monteros: dos personas íntegras, empáticas, honestas, profesionales, cariñosas, chidas.
Del trabajo con Tatiana y Juan Pablo solo puedo tener un agradecimiento profundo. Confiaron en mí, me cuidaron emocionalmente, eran claros con las tareas y proyectos, e incluso publiqué un artículo en Nexos en donde critiqué a AMLO estando en la campaña:

redaccion.nexos.com.mx/?p=9172
Mi reclutador me conoció durante la campaña de 2018 y me propuso mudarme de Guadalajara a la CDMX en enero de 2019 para convertirme en un «hombre de partido», para formarme como uno de los «mejores cuadros».

La propuesta concreta era entrar a trabajar al Senado de la República.
Y acepté. Lo primero que hacen es demostrarte que tomaste la decisión correcta, que serás recompensado.

En la primera semana, me entregaron 30 mil pesos en efectivo, me invitaron a conocer a Yeidckol Polevnsky, me dieron un tour por el Senado: «membresía de lujo al club», pues.
Pero conforme fueron pasando las semanas el acuerdo de trabajar en el Senado se diluyó.

A mí realmente me interesa como politólogo lo relacionado con el parlamento, entonces me hacía ilusión trabajar ahí: escuchar las sesiones, entender los debates y el proceso legislativo.
Me decían que para entrar el Senado primero tenía que demostrar una absoluta lealtad al Partido y al Presidente.

Por ejemplo, como acto de «lealtad», me pedían atacar en Twitter a personas críticas con el gobierno. Viridiana Ríos, Bravo Regidor, Madrazo Lajous: «los mazapanes».
Te hacen creer dos ideas:

1. El presidente es infalible. No se equivoca. Si piensas que cometió un error, es que no estás entendiendo la realidad. Nadie conoce mejor el país que él.

2. Cualquier crítica es una grieta a la 4T. Hay una guerra permanente, una cruzada que ganar.
Y mi reclutador y su grupo te prometen que te van a defender como escuadrón militar si alguien te empieza a atacar: «tú putea, golpea, humilla, miente, jode; nosotros no te vamos a dejar abajo, vamos a salir a defenderte siempre que lo necesites, y vamos a premiar tu lealtad».
Hay grupos de WhatsApp en donde te tiran línea y mi reclutador (jefe político de ese grupito político) es el que da órdenes: atacar, guardar silencio sobre cierto tema, cambiar la dirección de la conversación, armar una narrativa que limpie la imagen de errores del gobierno.
Y tiene sentido que te pidan absoluta lealtad si vas al Senado. Quieren que te insensibilices para que pierdas tu criterio sobre lo que pasa ahí.

Con las pocas visitas que tuve, me enteré cómo metían gastos personales (alcohol, fiestas, operaciones cosméticas) al gasto público.
En fin. Así siguió todo por tres meses, me dieron 15 mil pesos más para comprar mi lealtad, me invitaron a una fiesta en donde estaba alguien del gabinete presidencial, a otra con gente de medios de comunicación e intelectuales orgánicos del partido. Empezaba a aceptar esa vida.
Hasta que pasó algo que me asustó mucho. Dos de los principales líderes de ese grupo político establecieron reuniones secretas en un restaurante de súper lujo de la CDMX con empresarios productores de armas para hacer cabildeo y contactarlos con la recién creada Guardia Nacional.
Eso me sacó muchísimo de onda. Y dije: wey, tú no estás estudiando Ciencia Política para hacer esto, tú no quieres esta vida.

Le dije a mi reclutador que me sentía incómodo y me dijo que chitón, calladito. El otro líder del grupo me amenazó: «te pones verga o te vas a la verga».
Entonces le tomé la palabra y me fui a la verga. Estuve deprimido y confundido sin levantarme de la cama por dos días; fui a tomar aire y pensar al parque de la Bombilla, y decidí esa misma noche tomar un autobús para regresarme a Guadalajara.
Llegué a Guadalajara y me sentía avergonzado por haber fracasado, por no haber cumplido el sueño chilango, por no haber sido lo suficientemente duro para entrarle a la política de verdad, la alta política, la del Senado de la República. Por ser un frágil que no aguantó ni un año.
Aquí en Gdl seguí militando en Morena Jalisco (sin aceptar ni un solo peso, porque seguía creyendo en la «4T»), y la verdad es que hay un grupo de jóvenes muy chido y comprometido que hace trabajo de calle real y sí creen en el proyecto. Nada que ver con lo que vi en la CDMX.
De Morena Jalisco me distancié por razones puramente ideológicas: me quedó claro que yo soy progresista, y que el populismo no se lleva bien con el progresismo.

Pero sigo teniendo buena amistad con personas de Morena Jalisco, y que son banda noble, con principios y chambeadora.
Este enero se cumplieron dos años de cuando me fui a la CDMX. Y agradezco que no me quedé ahí. No sé qué tipo de persona sería hoy si siguiera allá (sí sé, y qué miedo).

No soy valiente ni soy un héroe por escapar. Soy alguien que se ha equivocado y ha sido violento, deshonesto.
Hoy me siento muy querido por mis amigxs, por mamá, mi tía, mis sobrinxs, y me reconcilié con mi papá, que tiene un cáncer con metástasis.

Tengo diagnosticado trastorno de despersonalización y me estoy tratando con una doctora comprometida y ética.

Soy feliz, estoy cambiando.

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