Naamá se concentraba para poder escuchar la lluvia. Se había hecho tan común desde hacía días y noches el torrencial aguacero que este pasaba desapercibido. Se agitaba el inmenso mar bajo sus pies haciendo crujir las tablas de la inmensa y extraña embarcación
Le podía tomar un largo rato tan solo caminarla desde un extremo a otro, en eso podía pasar toda una mañana. Los truenos la sacaban repentinamente de sus pensamientos profundos.
Pensaba mucho sobre esa agua que lavaba al mundo de la injusticia y maldad, le resultaba extraño.
Ya había preguntado a su compañero cuanto tiempo más debían estar encerrados en esa deriva que parecía eterna y poderosa como el Dios en que les había ordenado construir el armatoste flotante pero, él, que menos sabía de tiempo, solo indicaba esperar... esperar.
Un día despertó Naamá sobresaltada, el ruido de los animales la había sacado del letargo. Corrió por pasillos hasta la planta superior de la embarcación: ya no llovía... pero seguían a flote.
Pudo ver como su compañero junto con sus hijos lanzaba un ave hacia afuera...
seguían a la espera, el ave regresó varias veces.
Una noche, desesperada, fue junto a sus hijos y les pidió soltar el ancla de del arca, estos le recordaron que aunque hicieron la cadena no habían tenido tiempo de hacer el ancla, el diluvio no les dejó tiempo.
-¿Y que importa? Les dijo ella. Igual puede enredarse sobre las rocas de algún cerro inundado ahora por el gran diluvio. No le discutieron a la madre y así lo hicieron. A la media hora sintieron que algo templó la cadena, se enredó con algo en la profundidad estremeciendo
el arca. Seguramente las aguas se retiraban de la tierra hacia los mares y grandes ríos.
Al otro día, llegó un ave con una rama en su pico. Al fin salieron del arca, Noé, su compañera Naamá, sus hijos, las esposas de éstos y todos los animales del mundo.
Sobre un lomo de cerro quedó el arca rectangular, y hacia abajo caía una enorme cadena enredada entre unas rocas graníticas que daban vuelta al cerro producto de haber flotado mientras bajaba el agua.
A esa zona y por motivo
de la forma rectangular del arca de Noé la conocemos como El Baúl, también como el Socorro, pues Dios acabó la inundación. En el cielo de ese llano salió entonces el primer arcoíris para recordar el pacto de Dios con los hombres y al día de hoy
vemos que el tiempo volvió polvo el arca de madera pero queda la cadena como muestra de que en las sabanas de Cojedes se salvó la humanidad y todas las criaturas de la tierra.
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