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27 Mar, 81 tweets, 12 min read
Reflexiones sobre el Gran Mudo.
Escribe el historiador Roberto Muñoz Bolaños en su tesis doctoral, que en año 198 la crisis económica, el terrorismo y el avance comunista afectaban a muchos países de Europa Occidental. Sin embargo, en ninguno de ellos hubo un golpe de Estado... Image
La razón es que sus FAS no tenían la mentalidad de las españolas, especialmente su Ejército de Tierra. Esta fuerza había sido la columna vertebral del régimen franquista, y en ella se reproducían los elementos propios de una organización institucional
En el modelo institucional tienen mucha importancia determinados valores y normas como el Deber y la Patria. Pero, en el caso específico de España, estos valores estaban exacerbados, ya que las FAS tenían su origen en una guerra civil que había supuesto la
desaparición del ala más liberal del Cuerpo de Oficiales, transformándolo en una fuerza profundamente conservadora. Y esta situación se mantuvo y se acrecentó durante todo el franquismo.
El resultado fue que en 1975, las FAS españolas se caracterizaban por su vocación interior, que les llevaba a considerarse las últimas responsables del orden público, y por un ethos (Conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la
identidad de una persona o una comunidad), definido por el fuerte nacionalismo patriótico, el integrismo católico, el antirregionalismo, el anticomunismo, el antiliberalismo, el autoritarismo, el militarismo, y la desconfianza en el poder civil y los valores democráticos.
A diferencia de otras instituciones, como pueden ser la Universidad o los medios de comunicación, las FAS, incluido el Ejército, constituyen una corporación muy conservadora, porque, entre otros motivos, toda su mística se asienta sobre la tradición.
Esto no es óbice para que, como ocurre en el resto de la sociedad, exista en su seno pequeñas minorías izquierdistas. En el caso del Ejército español, estas minorías habían apoyado a la II República durante la Guerra Civil.
Pero cuando el conflicto acabó, los vencedores no permitieron que sus enemigos se incorporaran al Ejército. Por el contrario, los oficiales profesionales republicanos tuvieron que exiliarse, y los que no pudieron o quisieron hacerlo, fueron fusilados o encarcelados.
A esta política de represión con el Ejército vencido, se añadió la depuración realizada por el ministro del Ejército, teniente general José Enrique Varela, que mediante la Ley de 27 de septiembre de 1940, separó del servicio, sin posibilidad de recurso, a todos
aquellos oficiales que, aún habiendo combatido en el bando nacional, eran considerados sospechosos. El resultado fue que desaparecieron de los escalafones los últimos oficiales tibiamente liberales que existían en España.
El supremo de estos valores era el de la Patria. De acuerdo con la doctrina inculcada, 'estábamos convencidos de que sólo el servicio al interés de la comunidad soberana justificaba la profesión de las armas. Patria, para nosotros, era la apasionante empresa que permanentemente
desarrollaba el pueblo para -con el espacio territorial que le pertenecía y la herencia recibida de las generaciones anteriores- labrase un destino digno e independiente, y asegurase un futuro mejor a las generaciones siguientes'.
Dios constituía el contrapunto obligado del sentimiento patriótico. El era reconocido como único origen de la Patria y juez absoluto de las conductas. Para ser militar no se consideraba imprescindible la práctica religiosa, pero la inmensa mayoría de la oficialidad ajustaba su
ética a la moral y aceptaba como sagrados los criterios del Evangelio.
El tercer valor básico de nuestro espíritu se cifraba en el culto a la milicia, entendida como un estilo de vivir cuyas virtudes inviolables e idealizadas casi románticamente eran la disciplina, el compañerismo, el valor, la resistencia física y la capacidad de sacrificio,
que debían practicarse con inquebrantable lealtad al mando y con una gran preocupación por la tropa como elemento esencial del Ejército.
Sin embargo, en 1975, el Cuerpo de Oficiales del Ejército de Tierra no era una fuerza homogénea en cuanto a su formación, distinguiéndose en este sentido cuatro grupos perfectamente definidos.
1. El primer grupo estaba constituido por los generales de Franco, es decir, aquellos militares formados bajo su dirección en la Academia General Militar durante el periodo comprendido entre 1928 y 1930. Se trataba de un centro de enseñanza militar
donde los cadetes cursaban los dos primeros años de su carrera. Terminado este periodo, y de acuerdo con la puntuación obtenida, elegían el Arma –Infantería, Caballería, Ingenieros, Artillería o Intendencia- a la que querían pertenecer.
A continuación, pasaban a la academia respectiva de la misma, donde cursaban otros dos años. Los dos primeros años de formación eran muy importantes para el futuro oficial, pues, dada su edad –18 ó 19 años- dejaban una impronta indeleble en su personalidad.
De ahí, la trascendencia que tuvo para ellos el hecho de que el entonces general de Brigada de Infantería Francisco Franco fuese su director; como quedó demostrado durante la guerra civil, donde la totalidad de los oficiales formados por él, apoyaron la
sublevación militar contra la II República. Hecho que sólo puede explicarse por la educación recibida y el prestigio del director entre sus antiguos alumnos. Miembros de este grupo ocupaban, a la muerte de Franco, los primeros puestos del escalafón militar, y
estaban a cargo de la casi totalidad de la Capitanías Generales, la jefatura del Estado Mayor Central, y el ministerio del Ejército. Su formación castrense había tenido lugar en los últimos años de la monarquía de Alfonso XIII, y los primeros de la república.
Habían vivido el desorden público que había caracterizado a ésta, y, luchado como oficiales de carrera en la guerra civil. Conflicto que, a pesar de estar en el bando de los vencedores, había sido una experiencia traumática para ellos, por la destrucción que había traído consigo.
Estos hechos, unidos a su avanzada edad, les hacían ser conservadores, y poco amigos de cualquier cambio que supusiese una liberalización del sistema político vigente.
Sin embargo, eran hombres obedientes, y poco dispuestos a intervenir en política -salvo excepciones-, si la situación no se consideraba irreversible. A este grupo pertenecía el principal militar de la transición, Manuel Gutiérrez Mellado, de la promoción de 1929, y
que el 20 de noviembre de 1975, era comandante general de Ceuta, y tenía el empleo de general de división.
El segundo grupo de oficiales -el de Milans del Bosch- estaba constituido por los hombres que habían entrado en el Ejército, en tiempos de la república, habían participado en la guerra civil, y en muchos casos, en la División Azul.
El día de la muerte de Franco, sólo tres militares de
este grupo habían alcanzado el grado de teniente general 87 . Sin embargo, su avance en los
escalafones a lo largo de los primeros años de la transición, los convertirá en los auténticos
protagonistas militares del 23-F,
pues miembros de este grupo ocuparán la totalidad de las Capitanías Generales, salvo una, y, la jefatura del Estado Mayor del Ejército (EME), en esa fecha. Eran, igual que en el caso anterior, obedientes, conservadores, reacios al cambio, y, salvo
contadas excepciones, indiferentes en materia política -apartidistas-. A diferencia de aquellos, algunos de sus miembros estaban más dispuestos a intervenir en el proceso político, o manifestar sus impresiones sobre las consecuencias de la transición a la democracia.
El tercer grupo -el de Armada- lo formaban los Alféreces Provisionales. Procedían del mundo civil, y habían ingresado en el Ejército durante la guerra. Al final de ella, más de diez mil oficiales de este grupo -exactamente diez mil setecientos nueve- se habían
se habían incorporado al mismo como profesionales, engrosando los escalafones. Procedentes mayoritariamente de familias de clase media y, en buena medida, de zonas rurales; su formación básica la recibieron entre los 17 y los 20 años, durante la guerra o la inmediata posguerra.
De ello en parte deriva el acentuado carácter conservador de este grupo, anticomunista, antiliberal y fuertemente nacionalista, lo que les convirtió en los más firmes defensores de las esencias del régimen
franquista.
Esto se hará patente, a partir de 1958, con la creación de Hermandad de Alféreces Provisionales, que agrupaba tanto a civiles como a militares que no estaban dispuestos a tolerar lo que ellos consideraban la perversión del régimen por la política tecnocrática del Opus Dei.
A la muerte de Franco, sólo un oficial de este grupo, Ángel Campano López, había alcanzado el grado de teniente general. Más tarde llegarían otros, como el entonces general de brigada de Artillería Álvaro Lacalle Leloup, futuro PREJUJEM, o el coronel de la misma
Arma José María Sáenz de Tejada y Fernández de Bobadilla, que llegaría a JEME. Eran, los más ideologizados y franquistas. Sin embargo, al igual que en los dos casos anteriores, se habían acostumbrado a obedecer, sin discutir, cualquier orden emanada del
gobierno.
El cuarto grupo, estaba constituido por los oficiales de la Academia General Militar, formados a partir de 1941. No era un colectivo homogéneo. El historiador Fernando Puell lo divide en tres subgrupos.
El primero -el de Tejero- estaría formado por las promociones comprendidas entre 1942 y 1951.
Ideológicamente se aproximaban a los Alféreces Provisionales, de los que les separaba su superior preparación técnica y profesional, rasgo que aireaban para marcar distancias con ellos.
El segundo -el de Cortina-, comprendido por las promociones de 1952 a 1963, componían un
conjunto peculiar, muy atípico en un régimen autoritario, debido a que nadie se preocupó de
formarles ideológicamente durante su educación castrense.
Se les exigió estudiar táctica, tiro, topografía, etc., pero, cosa extraña, se les permitió cultivar la mente de forma más libre.
Por último, las promociones formadas entre 1964 y 1975 eran fuertemente franquistas, gracias a la labor del entonces general de brigada de Infantería Carlos Iniesta Cano, director del centro, que creó unos ciclos de conferencias, para que los más importantes
ideólogos del franquismo -Jesús Fueyo y Blas Piñar, entre otros-, adoctrinasen a los cadetes. Valga de ejemplo la descripción que realizan los historiadores Busquets y Losada, sobre el adoctrinamiento de la oficialidad en los años 1970-1973, momentos en los
que se impone en las FAS el criterio del sector más conservador. Todo oficial tenía la obligación de asistir a conferencias de adoctrinamiento político, se les recriminaba públicamente si no practicaban estrictamente las prácticas religiosas, o el comportamiento de parientes que
no se considerase correcto según las estrictas normas morales y religiosas imperantes; igualmente se prohibió bajo amenaza de arresto, comprar prensa que no fuese del Movimiento, o se recriminaba, incluso, el uso de ciertos modelos y colores de automóviles,
que se consideraban poco acordes para un militar. Sin embargo, dada la edad y el grado de sus miembros -tenientes y capitanes-, era, sin duda, el menos importante de los subgrupos del Ejército. Julio Busquets, que fue cadete de la VIII promoción (1949),
y más tarde sería uno de los fundadores de la UMD y diputado del PSOE, escribía “Cuando salí teniente en 1954, mi ideología era tan auténticamente integrista y
agresiva que si hubiera encontrado, entonces, al hombre que soy ahora, creo que le habría pegado un
tiro, y además creo que lo habría hecho creyendo cumplir con mi deber”. No obstante, y el propio Busquets es un ejemplo claro, esta ideología se había ido matizando en una parte de los componentes de este grupo conforme fue avanzando el franquismo.
En este sentido, el almirante general Ángel Liberal Luccini –Jefe del Estado Mayor de la Defensa (JEMAD) entre enero de 1984 y noviembre de 1986- y perteneciente cronológicamente a este grupo, no duda en afirmar que “el paso del tiempo habia atenuado actitudes e intransigencias e
incluso, hecho desaparecer ideas fijas de los años cuarenta y olvidar a acontecimientos y personajes históricos de aquellos tiempos, que para muchos pertenecían a una historia más remota de lo que podrían justificar los treinta y cinco años transcurridos”.
A pesar de sus diferencias estos cuatro grupos tenían dos características comunes: la primera era que se trataba de la más disciplinada y obediente fuerza armada de la historia contemporánea de España, como consecuencia de la educación recibida y la
práctica de mando ejercida durante los últimos cuarenta años. La segunda que era intensamente leal a Franco y su legado. Y era aquí donde radicaba el peligro para el proceso de transición.
Pues, el Estado franquista, donde el Ejército había realizado la función de elemento constituyente, y actuado como sostén principal del mismo, había surgido de una rebelión considerada como una Cruzada por la casi totalidad de los miembros de las FAS;
pues según su particular criterio, las circunstancias políticas existentes en 1936, habían obligado a intervenir a los militares para salvar a España del marxismo, el ateísmo y el separatismo.
De esta opinión participaban, incluso, los miembros más liberales del Ejército como el teniente general Manuel Díez-Alegría, quien había escrito:
"pueden existir casos, enormemente restringidos exactamente, en que las Fuerzas Armadas pueden, sin afiliarse a ninguna corriente de opinión determinada, pero haciéndose eco del sentimiento general de su país, recoger de la calle los atributos del poder para impedir con ello la
pérdida de la Nación, al perderse sus esencias fundamentales. En base a estos postulados, el teniente general justificaba su actuación el 18 de julio de 1936.
Sin embargo, advertía: "Pero, en ese caso singularísimo de que acabamos de hablar, no puede incluirse en el
marco de un peligro cierto que los Ejércitos pueden representar en muchos países: el peligro del
intervencionismo militar, es decir, la influencia mayor o
menor de las Fuerzas Armadas puede venir a ejercer en la gobernación del Estado". A pesar de las diferencias establecidas por Díez-Alegría, las palabras de este teniente general abrían las puertas para la intervención militar en la vida política.
¿Porque quién estaba capacitado para establecer esas diferencias que señalaba Díez-Alegría?
Realmente, nadie. De hecho, lo que iba a ocurrir en la transición sería, precisamente, que algunos militares
consideraron, de acuerdo con su propio criterio, que había llegado la hora de intervenir.
Y, fue justamente este pensamiento el que estuvo en la base del golpe de Estado del 23-F, golpe de Estado del que estaba informado y contaba con el beneplácito del rey Juan Carlos I, EEUU y el Vaticano. El fracaso del golpe de Estado fue seguido de la apertura de un
proceso penal militar, donde sólo fueron imputados las cabezas y participantes visibles en la operación, pero no todos los comprometidos en el mismo. El juez instructor García Escudero limitó el número de inculpados, para evitar los graves daños políticos que
para España hubiera supuesto un proceso masivo, donde hubiera sido juzgado buena parte de los mandos de la III Región Militar o de la DAC Brunete entre otros. De ahí que se decidiera limitar las responsabilidades a aquellos con una participación explícita en los hechos.
Este proceso se caracterizó por el enfrentamiento entre los golpistas, especialmente entre Milans del Bosch y Armada, ya que el segundo negó cualquier vinculación con los hechos, y el primero se negó a asumir ninguna responsabilidad, cargando la culpa de los hechos en
Armada y el rey. Cosa que hicieron también la mayoría de los imputados, lo que dañó enormemente la imagen del Ejército y provocó una desmoralización notable entre sus integrantes.
No se consideró nada honorable que dos altos militares del prestigio de Milans y Armada, igual que el resto de implicados, se acusaran entre sí como dos vulgares delincuentes e incluso inculparan a su jefe supremo, Juan Carlos I, eludiendo asumir sus
responsabilidad individuales, pues al igual que otros ejércitos occidentales, los pilares fundamentales de las FFAA son la tríada Organización, Honor y Disciplina. Una organización sin disciplina no sirve y una disciplina sin honor tampoco.
Esta tríada debe estar presente completa y si falla un elemento el andamiaje de la profesión militar se viene abajo.
Sin embargo, ya con el PSOE en el poder y de la mano de Felipe González, esa desmoralización temporal del Gran Mudo fue aprovechada para reorganizar el Ejército de forma que quedara clara su sumisión al poder civil e imposibilitando que en el futuro pudieran
reproducirse nuevos intentos de golpes de Estado, que sí se produjeron, como el 'Zámbonbazo', un atentado tan simple como brutal urdido por el comandante de Infanteria Ricardo Sáenz de Ynestrillas (*) y, junto a él, lo mejor de cada golpe anterior: Jaime Milans del
Bosch, del 23-F, y los hermanos Crespo Cuspinera, del 27-O de 1.985. Con motivo del Día de las Fuerzas Armadas celebrado en la Coruña el año 1985, desde un local comercial adquirido al efecto, planeaban construir un túnel y volar la tribuna de autoridades en
la que deberían estar la familia real, Felipe González y Narcís Serra en la denominada "Operación Zambombazo" que fue desactivada por el CESID el 2 de junio de 1985 que ya habían infiltrado al Ejército facilitando su desactivación.
A pesar de la gravedad de los hechos, se consideró prudente minimizarlos mediáticamente a fin de no exacerbar los ánimos en un Ejército sometido a profundas reformas en las que se intentaba, además de su modernización material, alejarle de la heredada ideología franquista.
(*) Ricardo Sáenz de Ynestrillas Martínez, participó en un intento de golpe de estado conocido como Operación Galaxia junto a Antonio Tejero que fue abortado por el Gobierno de Adolfo Suárez y que consistía en retener al gobierno en Moncloa durante la
celebración de un consejo de ministros. Su implicación en él no le supuso perder su rango militar, a pesar de que en mayo de 1980 un consejo de guerra lo condenó a seis meses y un día de prisión por aquellos hechos como autor de un delito de conspiración y proposición
para la rebelión. Fue arrestado nuevamente en 1981 por su supuesta participación en un golpe de estado que iba a darse el 23 de junio de 1978. También fue acusado de planear la detención de todas las autoridades de la nación en la fiesta que ofrecía el rey
Juan Carlos en el Palacio Real con motivo de su onomástica, causa que fue sobreseída por el juez Ricardo Varón Cobos.
Fue asesinado por ETA en Madrid en 1986 cuando se encontraba destinado en la jefatura de personal de la Capitanía General de la I Región Militar.
Su automóvil oficial fue ametrallado por varios miembros de la organización terrorista ETA, entre ellos Iñaki de Juana Chaos. Junto con él murieron otros dos militares, el teniente coronel Carlos Vesteiro Pérez, y el soldado Francisco Casillas Martín.
Fin del hilo ... ya puedes suspirar de alivio ....

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