Thread by @Bearzooka

Hablando de los tacos en la primera cita, yo tengo una historia de por qué son mala idea.

Abro hilo a una historia real de torpeza innecesaria.

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Ok, no era una primera cita; era la segunda.

Habíamos ido a un cumpleaños de conocidos en común, todo muy modosito y bien caballeroso, pero al salir, mi gula me impulsó a sugerir continuar la velada con unos tacos.

Y yo creo que acababa de descubrir el Vilsito (que aún era Vipsito) y se me hizo buena idea ir a tan sabroso establecimiento. Sin saber que el destino me tenía una broma preparada.

Pedí la obligada gringa y como iba en plan de quedabién nos fuimos a sentar en lugar de comer parados, como indican los cánones.

Primer error.

Y muy modoso y la madre, pero no me para la boca, incluso mientras me recetaba en 6 mordidas la gringa.

Segundo error.

Entonces entre verborrea y mordidas de queso y carne, cometo la torpeza de respirar mientras me llevo el manjar a la boca, y es ahí cuando un imperfecto cubo de cebolla, ligeramente rebosado en salsa naranja, vuela a mis vías aéreas superiores.

Y mi reacción, para no evitar toser un bocado de bolo alimenticio naranja y blanco, fue respirar fuerte, pasar la comida y hacer cómo si nada pasara.

Tercer error

Error en especial, porque el pedazo de cebolla voló al fondo de mi garganta y en vez de bajar, subió y se alojó en el fondo de mi nariz.

Ahí descubrí qué hay papilas gustativas o algo similar en el fondo de la nariz porque había logrado enchilarme los cornetes. Y eso, queridos lectores, arde mucho.

Aquí es donde ella, notando que algo raro pasaba, por el tono rojo de mis ojos, me pregunta si estoy bien y me ofrece irnos si es que algo anda mal.

¿Yo? Yo digo que todo bien y ordeno OTRA gringa.

Cuarto error.

Y le hice el favor a mis mucosas de comerme esa segunda gringa y seguir parloteando mientras el pedazo de cebolla estaba atorado en mi nariz.

En ese estado de creciente discomfort, pagué la cuenta, maneje casi media hora a su casa y la acompañé hasta su puerta.

Con los ojos y la nariz llorándome de manera obvia y yo sin saber disimularlo, pero sin querer resolverlo correctamente.

Y entonces, frente a la puerta de su casa, me traté de despedir rápidamente porque ya sentía que quizá tendría que ir a un doctor a un lavado de senos paranasales.

Todo lo modoso y caballero que fue al caño.

¡Estornudé estrepitosamente!

Y aunque metí ambas manos, el pedazo de cebolla salió proyectado a 120 km/h directo a su suéter.

Ahora, sí esa madre en reposo me ardiendo, imagínense cuando salió por la fuerza, a toda velocidad, raspando el interior de mi nariz.

Y el pedazo de cebolla con una delicada capa de mis mocos, ahí, pegado en su suéter.

Obvio no lo podía limpiar yo, de entrada porque estaba en un rictus de dolor nasal, pero además porque pues segunda cita.

Debo reconocer que ella fue extremadamente serena al respecto y hasta me dijo “te dije que mejor ya nos fuéramos, yo te vi cómo estabas sufriendo”

Me subí al coche y me fui con mi dignidad como las mangas de mi camisa: embarradas de mocos.

Cierro el hilo con una cereza en el pastel: qué perro antojo tengo de una gringa del vilsito.