Este artículo que acaba de salir en Nature es interesantísimo por varios motivos. En él se exploran escenarios que el IPCC se suele dejar fuera: los que implican el decrecimiento de determinados países. ¿El resumen? Que debemos planteárnoslo. Ya.

nature.com/articles/s4146…
La mayor parte de escenarios toman como base el dogma del crecimiento, es decir: plantean distintas hipótesis y cursos de acción en función de cambios sociales y tecnológicos, pero siempre dentro del marco del paradigma del crecimiento. ¿Cómo mitigar mientras crece tu PIB?
Pues “desacoplándose”. Es decir: haciendo que la línea del crecimiento del PIB y de usos de recursos naturales se separe. Este desacople, ojo, puede ser relativo o absoluto. Y aquí no interesa la eficiencia, sino el ahorro neto y la caída en el consumo de energía y materiales.
En el mundo occidental -particularmente en Europa- nos hemos dado unos cuantos golpes de pecho con el desacoplamiento de PIB y uso de recursos, y en especial del consumo de energía. Nuestra intensidad energética (lo que hace falta para producir una unidad de riqueza) ha bajado.
Pero tiene un par de trucos, como toda contabilidad. El segundo: en 2017 el uso de energía era ligeramente mayor que en 1990… pero la intensidad energética baja, dado que el PIB ha crecido sustancialmente.
El segundo: entre 1990 y ahora se han deslocalizado miles de industrias, especialmente las más contaminantes. China ha pasado a ser la fábrica del mundo. ¿Cuentan esas emisiones dentro de las “europeas”? No, porque esa energía no la hemos consumido aquí.
Volviendo al artículo. De lo que se trata es de no sobrepasar determinados umbrales físicos, reales y tangibles. De no llegar a un calentamiento de 1,5 ºC (difícil) o de 2ºC (aún posible). No de consumir lo mismo (o un poquito menos) y seguir creciendo.
Lo que encuentran los autores es que los escenarios de decrecimiento minimizan riesgos clave de factibilidad y sostenibilidad comparados con aquellos escenarios centrados en las soluciones tecnológicas (captura de CO2 o transformación renovable).
Y ponen también el foco en la redistribución de los recursos y energía entre el Norte y el Sur globales. Es decir: quienes más tenemos y quienes más hemos contribuido a esto somos quienes más tenemos que ajustarnos el cinturón. De cajón, de justicia y de primero de mates.
¿Por qué ponen el foco los autores en esto del decrecimiento? Pues porque comprueban que ninguno de los 222 escenarios usados por el IPCC lo tiene en cuenta, pese a que la evidencia científica correlaciona el crecimiento con el uso de energía y materiales. Una pregunta legítima.
Y lo dejan claro: la reducción del PIB no es un fin en sí mismo, sino una consecuencia de las necesarias transformaciones ecológicas y sociales. Y aquí -en el cambio político y social- es donde está el verdadero obstáculo.
Por eso es tan importante este artículo (y que salga en Nature). Porque el decrecimiento, nos guste o no, debe ser al menos una opción en la mesa de posibles rutas de futuro. Si lo es la geoingeniería (tapar el sol o fertilizar los mares), ¿por qué no la justicia global?
No es ninguna solución mágica, ni lo plantean así los autores. Es una opción que estábamos negligiendo en el mejor de los casos, y desprestigiando o atacando furibundamente en muchos otros. Cada vez que hablo de esto me llueven burlas del estilo “¿Entonces volvemos a la caverna?”
Pero fijaos en una cosa (y lo dicen en el resumen inicial): lo que quieren es también evaluar el potencial del decrecimiento para no apoyarnos en las emisiones negativas y tecnologías inciertas. Muchos escenarios futuros “confían” en avances que no sabemos si se producirán.
Con todos sus condicionantes sociales, políticos y económicos, el decrecimiento ofrece más certidumbre sobre la capacidad de reducción de emisiones que el tecnooptimismo desmedido de algunas proyecciones.
Cuando os digan que una reducción medible e individual de emisiones vale más que la lucha ecologista, no hagáis ni caso. Si hoy en Nature se habla de decrecimiento es, en gran parte, gracias a las reivindicaciones ecologistas, a las pancartas y a la tozudez de mucha gente.
Seguramente el futuro -si sale más o menos bien- será una mezcla de transformación colectiva, decrecimiento pronunciado en algunos sectores, desarrollo tecnológico bestial, captura de carbono (en ecosistemas o con secuestro tecnológico) y cambios individuales de calado.
¿Lo bueno? Que el futuro no está escrito. Que, como dicen en Terminator 2, no hay destino, excepto el que construimos.

Sí, la incertidumbre es muy jodida, pero también nos permite soñar y seguir luchando, porque alberga muchas posibilidades. Depende de lo que hagamos.

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