En la década de los 90, un taxista nocturno solía recorrer la Av. Bolívar de #Maracay, en búsqueda de un pasajero o quizás, de su próxima víctima. Súbete al taxi del horror y conoce la sangrienta historia de ‘El taxista de la muerte’. Abro hilo: 🧵
En el año 1997, el centro de Maracay era bastante frecuentado en las noches. Por lo tanto, el transporte urbano, era más eficiente en comparación a nuestra actualidad.
Sin embargo, muchos acostumbraban a tomar el servicio de taxis blancos, también llamados ‘Los Patas Blancas’, por ser más accesibles y cómodos.
Con el paso de los meses, muchas personas evitaron subirse solos en estas unidades en horas de la noche. La razón era que en la ciudad había surgido una historia bastante perturbadora sobre los taxistas nocturnos.
Cuentan que una secretaria llamada Lourdes Cabrera vivió una de las peores noches de su vida al montarse en uno de estos taxis. Ella estudiaba en las noches un curso de secretariado computarizado en La Torre Venaragua.
Su horario de clases era desde las 6:00 p.m. hasta las 9:00 p.m. Lourdes vivía en La Cooperativa y no le gustaba agarrar autobús porque la ruta la dejaba muy lejos de su casa y le tocaba caminar sola varias cuadras.
Por eso, cuando salía tarde, prefería tomar un taxi en la Av. Bolívar.
Una noche, entre una larga charla con sus compañeras de clases se le hizo más tarde de lo acostumbrado.
Ella miró el reloj y se apresuró a cruzar la avenida. Se paró en la esquina a esperar un taxi, mientras veía los negocios cerrados y pocas personas en la calle. Pasaron algunas unidades de taxis con pasajeros y esto la desesperó un poco.
Lourdes notó que en la esquina del santuario de la Madre María había un hombre mirándola fijamente.
La muchacha bastante nerviosa, comenzó a caminar en dirección a la Catedral.
Por un instante volteó y se dio cuenta de que el hombre había cruzado la avenida y la estaba siguiendo. Cuando ella se estaba acercando a la Catedral, un taxi del estilo ‘Patas Blancas’ se aproximaba con el anuncio encendido.
Al notarlo, se acercó más al asfalto y le sacó la mano desesperada. El taxi, efectivamente se detuvo y bajó el vidrio oscuro.
-Buenas noches, señor. ¿En cuánto me lleva a La Cooperativa?
-Buenas noches, deme 50 Bolívares –Contestó el hombre con una sonrisa algo fingida.
Lourdes sin pensarlo mucho se montó y se sentó en la parte de atrás. Cuando vio por la ventana, notó que el hombre de la calle había desaparecido.
La muchacha después del susto y extrañada, respiró profundo y en eso percibió un olor putrefacto en el vehículo, el cual se mezclaba con un excesivo aroma de ambientador para carros.
Mientras Lourdes le estaba dando la dirección exacta al conductor, pasaron por la Plaza Bolívar. Luego el taxista la miró por el retrovisor y le comentó algo raro:
“En la madrugada, después de terminar de hacer las carreras, estaciono el taxi y camino por la plaza.
Me lavo las manos en la fuente y me siento en los bancos. A esa hora hay espectáculo en las glorietas, los policías y las prostitutas hacen de las suyas. Los indigentes se pelean por la basura y otros se esconden entre las matas.
Disfruto de ese panorama, ellos saben que soy su único espectador. Por cierto, le confieso algo: todas las noches paso con un pasajero y la veo sola en esa esquina por donde está la Madre María. Le confieso otra cosa: siempre deseé llevarla a su destino”.
Lourdes, después de ese comentario, se incomodó y no le respondió. Internamente, comenzó a rezar con el fin de llegar lo más pronto posible a su casa. De pronto, el taxista se metió en una calle desconocida y Lourdes se preocupó aún más.
-¿Por qué se metió por aquí, señor? –Le preguntó la muchacha.
-Yo sé el camino, cálmese. Aquí el conductor soy yo y esta noche también manejo su destino.
El olor se estaba haciendo insoportable y Lourdes miró a sus pies, se dio cuenta que cerca de ella, en el otro asiento, había una maleta negra de tamaño mediano. La miró por un rato y comenzó a asociarla con el mal olor. Entre tanto, el hombre no dejaba de hablar.
“Dios me mandó para purificar la tierra” – Dijo mientras su voz se hacía más gutural y Lourdes solo abrazaba su bolso con fuerza.
El taxi llegó a la residencia de la muchacha y se estacionó cerca de la entrada. Ella aliviada tomó aire y le expuso los 50 bolívares:
-¡Buenas noches, aquí tiene!
-Eso no va a poder ser- El taxista bajó todos los seguros y de la guantera sacó una pistola.
Lourdes al ver el panorama comenzó a llorar de pánico y se quedó viendo por la ventana deseando que algún familiar la rescatara.
“Por cierto, si algún familiar suyo abre la puerta, me tocará dispararle. Mejor rece para que nadie salga. No le voy a cobrar la carrera con dinero, solo necesito un favor suyo.
Detrás de mi asiento hay una maleta negra, ábrala y me pasa una caja de cigarros guardados a un costado. Pero antes de hacerlo, subiré los seguros y tendrá la opción de elegir; salir corriendo e irse sin pagar o hacerme ese pequeño favor”, afirmó.
Lourdes accedió, aunque no entendía lo del favor. Con los nervios de punta, acostó la maleta mediana en el asiento y comenzó a abrir el cierre, sus manos temblorosas le impedían hacerlo rápido.
Al descubrir su contenido su rostro palideció, no podía creer lo que estaba observando. Efectivamente el olor fétido provenía de ahí.
Con nauseas y mareos descubrió que no era ropa o cualquier contenido fácil de suponer, realmente se trataba de una persona desmembrada que estaba comenzando a descomponerse.
“Esa fue mi última víctima, también mi último pasajero. Él quería irse sin hacerme ese pequeño favor y mira como terminó”, le dijo el taxista con un tono amenazante.
Seguidamente, Lourdes tomó los cigarros y se los lanzó al taxista. Abrió la puerta rápidamente y salió corriendo. Dándole la espalda a la situación, esperando lo peor. Cuando llegó a la puerta de su casa, el taxi arrancó a toda velocidad.
Desde esa noche, no se supo más de ese hombre y así nació la leyenda urbana de ‘El taxi de la muerte’. Se contaba que detrás de la apariencia del taxista, se escondía un asesino que tenía una extraña fascinación por exhibir a sus víctimas desmembradas a los pasajeros solitarios.
En otras versiones, se decía que los restos humanos en la maleta se trataban del verdadero dueño del taxi, víctima de un asesino prófugo de la justicia.
Un consejo: Cuando tomes un taxi y te sientes en la parte de atrás, observa cuidadosamente detrás del asiento del conductor. Si ves una maleta mediana es posible que esa noche tengas dos opciones: salir corriendo e irte sin pagar o pasarle la caja de cigarros al conductor.

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