Cuando Robert Walser llegó en 1905 se quedó fascinado con la ciudad.
Cuentan que paseaba sin parar por ella.
Robert amaba Berlín.
Pero, para su desgracia, Berlín no amaba a Robert.
Robert Walser llegó a Berlín para ser escritor, como su hermano Karl, que en esa época tenía mucho éxito.
Y lo intentó. Lo intentó mucho... y, pese a escribir sus tres mejores novelas, nunca pudo vivir de ello.
Sus novelas, pese a los elogios de Herman Hesse o Frank Kafka, tuvieron poco éxito y su literatura no llegaba al gran público.
Lo veían como un bicho raro.
Después de trabajar como recadero, mayordomo y secretario, se cansa de la inestabilidad económica y regresa a su ciudad natal, Biel (Suiza).
Allí se dedica principalmente a pasear por la naturaleza.
Pasea sin parar.
Incluso, corre la leyenda de que una vez salió de su casa y llegó a ¡Berlín! (solamente 950 kilómetros)
Sin embargo la melancolía de su tiempo en Berlín le acompañó toda la vida.
Durante muchos años continuó escribiendo en Suiza, pero poco a poco comenzaron los problemas.
Dramas familiares, la primera guerra mundial, falta de dinero...
Hasta que todo desembocó en un periodo de alucinaciones, ansiedad y una grave crisis literaria.
El 24 de enero de 1929 entraba en el sanatorio psiquiátrico de Waldau.
Donde abandonó definitivamente la escritura.
La voz de Walser se acallaba para siempre.
Durante los siguientes 20 años, se dedicó a obedecer a sus médicos, a pasear por la naturaleza y a recibir visitas de viejos amigos como el escritor Carl Seelig.
Pero la escritura quedó atrás... en otra vida, en otra ciudad, en otros paseos...
Así, un día de Navidad de 1956, mientras paseaba por un precioso valle nevado, sufre un infarto al corazón.
La fotografía de su muerte parece una escena de su propia literatura.
Sin embargo, la vida de Robert Walser no acaba con su muerte.
Al recoger sus pertenencias, encontraron algo... algo que nadie se esperaba y que tendrían que pasar muchos años antes de que alguien pudiera entenderlo.
Pero eso os lo cuento mañana...
En Berlín son las 6:58 de la mañana, hace tiempo que ha amanecido, y tengo que empezar mi vida fuera de Twitter.
¡Buenos días!
Aquí falta una coma, se ha colado en el trasvase.
Errare de Twiiter est
Mi maravillosa mujer ha tenido a bien llevarse a los niños al parque y puedo continuar con la historia.
Por dónde nos habíamos quedado... Ah, sí... Robert Walser acaba de morir.
Vamos con ello.
Robert Walser, el escritor que dejó de escribir... aquel que todos adoraban, pero que nadie leía... el paseante silencioso... el loco...
Había muerto.
Su hermana Lisa fue la encargada de ir al hospital psiquiátrico a llevarse sus pertenencias.
Más de 20 años de objetos acumulados en unas cajas y maletas.
Perdón, he dicho objetos, quería decir papeles.
Más de 20 años de papeles.
Toneladas y toneladas de recortes (Zettel en alemán)
Y todos garabateados.
Había telegramas,
Había nota de periódico,
Incluso calendarios.
Todo garabateado.
Y claro, estaréis pensando lo mismo que pensó su hermana al encontrarlo:
"¡Robert siguió escribiendo!"
Pues sí, pero no era todo tan fácil.
Robert Walser escribía solo para él... literalmente.
Su forma de escribir era casi única. Escribía en Sütterlin, un tipo de caligrafía familia de la gótica, bastante compleja de entender.
Pero esa caligrafía podía haber sido fácil de leer... si no fuera porque Robert Walser escribía...
Letras de entre 1,5 mm y 3mm.
(Mirad el dedo, por favor)
Para que os deis cuenta del tamaño, era capaz de escribir capítulos enteros en ¡Envoltorios de chocolatina!
¿Y por qué hacia eso?
El propio Robert Walser nos lo explica:
"A mi juicio, con la ayuda del lápiz, podía jugar, componer mejor; me pareció que, de este modo, renacía el placer de escribir...
Puedo asegurarle que usando la pluma (y eso empezó en Berlín) asistí al auténtico colapso de mi mano, a una suerte de crispación de cuyas garras me fui liberando a duras penas y con lentitud"
Es decir, porque se divertía más.
A un tipo que se pasó la vida intentando gustar al público, la única forma con la que consiguió evadirse de aquello fue...
Cambiar la pluma por el lápiz.
Cambiar la literatura para otros por el puro placer de escribir.
Qué imagen tan bella para todos los que escribimos.
Pero volvamos al problema.
¿Cómo leer lo ilegible?
Pues como se resuelven casi todos los problemas de este mundo: con tiempo.
Estos dos señores tan majos, Bernhard Echte y Werner Morlang, se pasaron 20 años descifrando estos jeroglíficos.
Con mucho tesón, paciencia y ayuda de un cuentahilos (una lupa especializada para poder diferenciar hilos de tela) consiguieron publicar... ojo a la cifra... SEIS VOLÚMENES de alrededor de 2000 páginas.
Y de pronto, Robert Walser resucitó.
A finales del siglo XX, Robert Walser comenzó a ser una influencia en las nuevas generaciones de escritores en alemán.
Su estilo libre y sin ataduras, fue bien recibido por las generaciones posteriores.
Incluso en la ciudad que le repudió, Berlín, tiene una placa conmemorativa para su antigua casa.
Y así, Robert Walser, el escritor que dejó de escribir, el escritor que nunca perteneció a Berlín, el escritor que escribía solo para él, se convirtió en una leyenda:
El escritor que nunca pudo dejar de escribir.
Hasta aquí la historia de Robert Walser.
Por supuesto, se agradecen retuits, fotos de vuestra caligrafía o agradecimientos apoteósicos porque haya escrito esto hoy y no mañana.
Y recordad, Berlín es pobre (muy pobre para Walser) pero sexi.
Por cierto nº1 (voy a dejar de llamarlos anexos, que es muy feo):
Tenéis la obra de Walser en castellano en @edicionesiruela, incluido los Microgramas (en 3 volúmenes) que así es como se llaman esos papelitos que escribió en el sanatorio de Waldau.
Hay muchas erratas (errare de Twitter est) porque está vez he escrito en directo (según escribía, publicaba), incluso he repetido una foto😭.
Perdónenme los errores.
Por cierto nº3:
El vídeo del que he sacado las imágenes de Berlín a comienzos de siglo es este 👇.
La cuenta de Rick88888888 es una pasada, por si os interesan los vídeos coloreados de ciudades en el siglo XX.
Fe de erratas: El hermano de Robert no era escritor (debí de leer mal mis apuntes a las 4:00) sino pintor.
Voy a ir cerrando este hilo.
Lo primero que quiero hacer es agradecer a Raffaele Aqcuaviva (no voy a dejar de insistir en que le sigáis, porque es un artistazo en IG: raffaele.acquaviva_) por contarme la historia de los Microgramos.
Y como veo que la historia ha enganchado mucho, quiero hacer una última reflexión.
Apoyad a los artistas que os gustan.
La cosa no ha cambiado mucho desde la época de Walser en Berlín.Vivir del arte es muy muy complicado... y si no encuentran apoyo, los artistas se detendrán.
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En el corazón de Berlin hay un edificio que no pasa desapercibido. Resume, entre sus cuatro paredes, la historia de la ciudad en los últimos 100 años:
Guerra.
Hambre.
Techno.
Y diseño.
Hoy en #berlinespobreperosexi: DER BUNKER.
La arquitectura en Berlín es casi una religión. En la ciudad puedes encontrar obras de Mies, Le Corbusier, Chipperfield... pero ninguno me ha impresionado tanto como la primera vez que pasé por delante de "El Búnker".
En Berlín no es tan extraño encontrarse aún búnkeres de la IIGM. Cuando vivía allí, por ejemplo, al final de mi calle había uno.
Lo más divertido de ese búnker es que es indestructible, hubo intentos de dinamitarlo y nada... Así que hay viviendas sobre él.
En Estados Unidos hay cientos de personas viviendo en un centro comercial.
Viven en pisos, encima de las tiendas
Y la culpa de todo la tiene Tiburón, la película.
Os cuento esta historia de urbanismo, cultura y aires acondicionados en este hilo.
Hace unos días leí un artículo (interesantísimo) de Jorge Dioni López (el Jorge bueno) sobre el urbanismo y la importancia de los espacios donde compartimos cultura.
Y acababa haciéndose una pregunta metafórica
¿Se puede vivir en un centro comercial?
Como soy muy tonto, me lo tomé al pie de la letra y busqué si alguien ya vivía en uno. Me imaginaba una historia como La Terminal, en la que un individuo tiene que vivir por razones absurdas en un espacio así.
Pero no.
La gente vive allí porque los centros comerciales quieren.