Thread by @rayovirtual

Es 12 de octubre.
Cuando yo fui niño, adolescente, joven y maduro era "El Día de La Raza".

Desde hace una década se le cambió varias veces el nombre.
Creo que ahora es "Día de la Diversidad Cultural".

Yo celebro la llegada de Colón y la invención de América.

La llegada de Colón a América no solo nos inventó a nosotros (peronas que sin Colón ni siquiera podríamos escribir este tuit en castellano y leerlo en el mismo idioma que hoy hablan 600.000.000 de individuos en más de 30 países), sino que sentó las bases para el mundo moderno.

Como todo choque de culturas, la llegada de Colón abrió la puerta para conflictos violentos. Fue lógico que los europeos vencieran a los pueblos que habitaban acá: tenían mejor tecnología y conocimientos más efectivos.
Además, estudiaron a los nativos. Aprendieron de ellos.

Tanto los españoles que llegaron con Cortés a lo que hoy México, como los aztecas que habitaban ese lugar, se sorprendieron totalmente al ver al Otro.

Es como si hoy llegaran alienígenas a la Tierra: así fue la forma en que cada uno asimiló al distinto.

Los que acompañaban a Cortés, lo cuenta Bernal Díaz del Castillo, creían que habían llegado al Paraíso (Colón también creyó algo similar al desembarcar el 12 de octubre de 1492).
Tenochtitlán les pareció la maravilla más grande del planeta. No imaginaban que hubiera algo así.

A los aztecas les pasó algo similar:

Cortés tenía caballos: ese animal a los indios se les figuró fantástico. Solo los dioses podían viajar sobre ellos (como en el film Avatar).

Las espadas de metal y las corazas les parecieron de otro mundo.

Ambas culturas (la más rica de América, una de las más poderosas de Europa) se vieron frente a frente.

Al principio intentaron dialogar, pero Cortés -que era un hombre brillante y muy culto- estudió a su oponente, aprendió su lengua, lo entendió y vio que podía vencerlo.

Cuando Moctezuma vio que Cortés solo tenía unos cientos de hombres creyó que él podía vencerlo fácilmente si presentaban batalla.
Ahí estuvo su error.

Moctezuma no estudió a Cortés. No aprendió castellano. No le interesó saber cómo pensaba.

Cortés descubrió rápido que los aztecas sacrificaban a decenas de miles de hombres cada año para apaciguar a sus dioses y que toda esa magnificencia de Tenochtitlán se pagaba con impuestos de los pueblos sometidos y con esclavos.

Fue a los otros pueblos y los sublevó.

Casi todos los pueblos de lo que hoy es México se fueron sumando a la confederación que armó Cortés en contra de los aztecas.
No venció con 500 españoles patasucia (como los describían), sino con cientos de miles de indios americanos que luchaban contra el opresor Moctezuma.

Pizarro, que era analfabeto (a diferencia de Cortés, quien -además de ser amigo del emperador y miembro de la Corte- había estudiado en Salamanca), pero conocía lo que había hecho Cortés en México.
Era la película popular de la época en Europa: contar las hazañas de Cortés.

Hasta un campesino analfabeto, criador de cerdos, como Francisco de Pizarro conocía al detalle la historia de la conquista de México, el Reino de Nueva España, la llegada de los europeos al Paraíso.
Era como ver Avatar, de James Cameron, en pantalla Cinemascope en Technicolor.

Impulsado por el relato de la conquista de Cortés, Pizarro partió a lo que hoy es América del Sur. No había mapas ni ninguno de los lugares que visitó tenía nombre para un europeo.

Uno de los hombres que iban con Pizarro, Aguirre, se sublevó contra el rey al llegar a América y fundó un reino anarquista -sin gobernante ni obligaciones: todo tenían derecho a ser felices-.
Lo hizo sobre las aguas del Amazonas: un reino fluyente, deleuziano.

En el film "Aguirre, la ira de Dios", Herzog logra captar el delirio de esa aventura americana.

Ese pequeño grupo de españoles, sin contacto con Europa, que se van adentrando en la selva amazónica hasta que la selva los devora.

Pizarro, con menos hombres de los pocos que traía (porque un contingente se le había ido siguiendo a Aguirre y su utopía anarquista en la selva) fue en busca del reino de El Dorado: la ciudad de oro que, según los indios, estaba en la montaña más alta del Sur.

Desde el comienzo Pizarro se fue aliando con cada tribu que encontró y fue teniendo noticias de los incas.

Justo -no hay triunfador sin suerte, decía Napoleón- los incas estaban divididos en dos bandos. Dos hermanos herederos se disputaban el reino.

Pizarro se valió de eso.

Atahualpa -el Inca triunfador de su hermano- era como Cortés poco dado a desconfiar de los extraños. Y encima se creía realmente hijo del Sol, y por lo tanto invencible.

Para Pizarro fue relativamente fácil tomarlo de rehén, despojarlo del poder y la riqueza, y asesinarlo.

Muerto Atahualpa (es la historia de conquista americana que más pena me da, porque Atahualpa era culto, inteligente, posiblemente hubiera sido un Inca memorable), Pizarro dominó todo el Tahuantisuyu: de Colombia a Chile, luego el Virreinato del Perú.

A la vez, los españoles llegaban a Florida y a California en el actual EEUU; y luego llegaban los puritanos británicos al norte de la costa atlántica de América.
Luego el norte de la costa de América del Sur era parte de la corona portuguesa: comenzaba la época de las colonias.

Tres siglos duró el dominio europeo de América.
Tres siglos que en los países católicos (la actual América latina) fueron de mestizaje: sexual, cultural, lingüístico y gastronómico.
En la América protestante, fueron siglos de limpieza racial y cultural, cada uno en su territorio.

Y así se llegó a la época de la independencia y la formación de las naciones y el capitalismo y la democracia republicana y las libertades.

Así se llegó a nosotros. Con la historia. Como se hace la historia. Con luchas y asimilaciones. Con brutalidad y belleza. Con odio y amor.

Somos hijos del 12 de octubre de 1492.

El día en el que -sin saberlo jamás Colón, que murió ignorando que había llegado a un continente que no figuraba en ningún mapa europeo- el mundo comenzó a vivir la Era Moderna, en la que aun chapoteamos, como peces fuera del agua.