Gran programa de Alsina hoy en Aluche, hablando con jóvenes sobre #ETA. Lo curioso es que si fuera a Donosti o Bilbao a conversar con personas de 30 años, no diferiría mucho su contenido.

A mí me tocó ser hija de ertzaina y ni amigos ni familiares son conscientes de lo que viví.
Vivía sumida en el silencio y la mentira. Hasta bien entrada mi adolescencia, me prohibieron decir en qué trabajaba mi padre.

Hasta los 18 años nunca pude pasear o ir a tomar algo con él a la Parte Vieja de Donosti.
Cuando caminábamos por Donosti, había veces que nos topábamos con gente que le tenía muy poco cariño a mi padre (algunos habían salido ya de la cárcel) y a mí también me tocaba sostener las miradas de odio.
Ver armas y balas se convierte en algo absolutamente normal dentro de tu vida. Nunca sabías si algún día se usarían para salvar la vida de tu familia. Pero, claro, de esto nadie podía tener constancia.
A los 6 años se me ocurrió preguntar por qué teníamos que mirar todos los días debajo del coche.

"Por si hay gatitos", me decían.

Nunca más volví a preguntar. Poco tiempo hizo falta para darme cuenta de la situación.
Las siguientes conversaciones sobre bombas las comenzaba mi padre, sin yo preguntar. Él consideró que era importante que conociera los diferentes mecanismos de las matavidas, por si las moscas. Mi infancia solía disponer de lecciones intermitentes de supervivencia.
Yo poco hablaba. Pero mi inconsciencia aterrorizada aparecía en gran parte de mis sueños -la muerte estaba muy predente- y mi consciencia me mantenía callada.

Ya en la universidad, cada vez que cogía el coche, tenía que respirar diez veces antes de ponerlo en marcha.
Durante unos cuantos años, mi padre también fue escolta. Cubría a políticos y jueces, entre otros.

Fue una época horrible. En esta profesión no existen días libres. Su vigilancia comenzaba en mi casa. Porque los escoltas estaban casi tan controlados como los escoltados.
"Aprendes" -con muchas comillas- a vivir en un estado de alerta continuo. Cuando mi padre fumaba, se asomaba a la ventana con cigarro, mechero, libreta y bolígrafo. Seguro que habría algo que apuntar para emprender la vigilancia, por muy desarrollada que tuviera la memoria.
Eso de salir de casa por el portal que a un vecino normal del bloque le corresponde, era cosa extraña para mi padre. Una de las varias puertas de acceso o salida al garaje u otro portal que no fuera el nuestro, servía para variar la ruta cada día.
"Natalia, si ves un coche con el capó más bajo de lo normal llámame"

"Natalia, si ves vehículos aparcados más de un día al lado de casa, apunta o memoriza su matrícula"

"Natalia, hoy no vayas al Centro. Y a la Parte Vieja menos"

"Natalia, mañana tampoco..."
Viví en una burbuja que me parecía normal. Hasta los veintipico mi cabeza no supo apreciar que el miedo y el silencio al que me acostumbré no podía ser natural.

Mis alertas solo saltaron cuando a los 15 años comencé a pedirle a mi padre -muy egoístamente- que dejase el cuerpo.
Algo me gritaba en mi interior "¡¡no aguanto más!!". Pero ni siquiera sabía el qué.

Lo descubrí en la Universidad. ETA estaba desarmada y mis tiempos y conocimientos para la reflexión interna afloraron. Además, mi padre ya no era ertzaina -le dio un infarto que le incapacitó.
Imaginaos las barreras que tenían "los malos vascos" que a los hijos de los ertzainas no nos podían llevar a colegios públicos. En Gipuzkoa, al menos, imposible.

La experiencia mostró que los que se empeñaban en llevarles a estos centros, no duraban más de cinco meses.
¡¡La represión de la izquierda abertzale y el silencio del entorno imposibilitó a muchos vascos inscribirse en ikastolas públicas!!

Estábamos obligados a pagar por nuestra educación. En los centros públicos nos oprimían y extorsionaban.
Sin embargo, lo peor de todo es que muchos crecimos aprendiendo a refugiarnos en el silencio. Muchos asumimos el "no pensar-no hablar" como mecanismo de supervivencia.
El plomo acabó con casi 900 vidas. Pero lo más perverso es que ello solo fue una vía para implantar el terror en una sociedad entera.

ETA y cía suprimieron la libertad de pensamiento, expresión y opinión. Todos los vascos y muchos españoles hemos cargado con ello.
Hagamos pedagogía de verdad en toda España.

Las víctimas directas del terrorismo tienen que ser recordadas y amparadas.

Pero una sociedad entera es también víctima del terrorismo etarra y sigue viviendo ciertas consecuencias de su existencia.

Españoles, que esto pasó ayer.

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