Detrás de todo lo que nos rodea hay diseño. Y aún mejor: una historia. Hoy os quiero contar la de la tipografía Gill Sans... y su autor.
Si quieres seguir pensando que es solo una fuente más, no leas este hilo porque te vas a escandalizar.
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La tipografía Gill Sans se llama así porque la diseñó Eric Gill, que es este hombre, y es una sans serif (es decir, que no tiene esos rematitos como la Times New Roman al final de las letras). Gill + Sans, redondo como una sandía.
Es la tipografía de cosas tan variadas como el Gobierno de España, el logo de Toy Story, United Colors of Benetton o la imagen de la BBC hasta hace poco.
Quienes saben de tipografía te hablarán de que tiene un aroma genuinamente británico. De hecho, ¿no te recuerda a la del metro de Londres?
Mucha gente las confunde, pero aunque se parece, no son exactamente iguales. La del metro se llama Johnston Sans (ya vais viendo un patrón de nombres ahí) y la diseñó Edward Johnston, que fue amigo y maestro de Eric Gill.
Eric Gill vivió entre finales del siglo 19 y primera mitad del 20. Provenía de una familia muy religiosa y estudió arquitectura, pero aburrido de la vida decidió matricularse en la Central School of Arts and Crafts, que es donde conoció a Johnston.
El caso es que después de trabajar como colaborador de Johnston para su tipografía del metro, le gustó tanto la tipografía y las artes que abandonó la arquitectura para hacerse escultor y grabador en piedra.
Su esculturas están en muchos sitios, como por ejemplo el Via Crucis de la catedral de Westminster o el fronstispicio de la BBC. El tío era bueno.
En 1913, Gill se hizo católico y se retiró con su familia a vivir en una comuna de artistas situada en un monasterio benedictino abandonado en Gales. Vivían una vida simple y pura, rechazando los adelantos tecnológicos y trabajando con sus propias manos.
Pero a Eric Gill le gustaba experimentar. Y las tipografías se le daban muy bien, como demostraba su trabajo ayudando al maestro Johnston en su tipografía metrera.
En esa vida pura y simple estaba cuando en 1926 un librero llamado Douglas Cleverdon le pidió un rótulo para su tienda. Gill se puso al lío, y obviamente, hizo un trabajo estupendo, con una tipografía que se parecía a la de su maestro:
Pensad que estamos en 1926. El diseño está muy poco extendido, se considera más bien un adorno. Gill creía que las letras estaban para ser leídas, no admiradas. Que debían ser claras, honestas y simples. Como una copa: cuanto más transparente, mejor se aprecia el contenido.
En su momento, era un pensamiento revolucionario.
El caso es que en Monotype, que es una empresa de tipografías, sabían de su arte (ya le habían encargado alguna letra) y les encantó este rótulo. Tanto, que le pidieron que lo convirtiese en una tipografía que vender.
En Monotype necesitaban un bombazo, porque justo en 1927 se había presentado en Alemania la tipografía Futura que había revolucionado la estética del mundo de las letras con sus formas geométricas inspiradas por la Bauhaus.
Eric Gill se puso a ello, y durante los siguientes años, fue creando distintas variedades de la Gill Sans. La primera fue toda en mayúsculas, porque él hacía sus pruebas grabando para sus compañeros y vecinos cosas como lápidas o letreros.
En cuanto se lanzó, fue un bombazo. Esta tipografía geométrica pero humanista, de fácil lectura, sobria pero moderna, sencilla pero llena de detalles, conquistó el corazón de los británicos. Y de sus empresas.
A los dos años de lanzarse fue adoptada por la London & North Eastern Railway para su logotipo, cartelería y señalización de estaciones, y después heredada por British Railways que la usó hasta los 60.
También hizo su aparición en las míticas portadas minimalistas de Penguin:
Y hasta en toda una institución del Reino Unido: la BBC.
Eric Gill murió en 1940. Y aunque había creado la que posiblemente era la tipografía más influyente de su país, solo quiso ser recordado como escultor.
Durante años, el nombre de Gill quedó ahí, en el olimpo del diseño, como el creador de algo tan british como el té de las cinco, el Big Ben o poner moqueta en el baño.
Hasta 1989.
Ese año se publicó una biografía de Eric Gill escrita por Fiona MacCarthy que desveló algunas cositas que no se sabían de él, a partir de sus diarios íntimos.
(Aquí Tom Gauld nos hace un resumen):
Habíamos dicho que Eric Gill era MUY religioso. Y también que era muy de experimentar. Pues se ve que lo de experimentar lo llevaba más a la práctica que algunas normas de su fe, empezando por los cuernos que le ponía a su mujer casi rutinariamente con modelos de sus esculturas.
Por ejemplo, descubrimos que Eric Gill estaba obsesionado con los penes. No solo los esculpió, sino que dibujó el suyo cientos de veces, documentando sus medidas flácido y erecto.
“La belleza del pene erecto no debería confinarse exclusivamente al sexo opuesto. Su forma es excelente en la boca. Lo había pensado muchas veces, ahora lo sé” Eric Gill.
También cosas como “Hoy experimenté y descubrí que un perro puede unirse a un hombre”
Tampoco falta incesto: tuvo sexo varias veces con su hermana.
Pero lo más horrible de todo es que Gill también tomaba las medidas de los pechos y cinturas de sus hijas adolescentes Betty y Petra, las dibujaba desnudas y abusó sexualmente de ellas en muchas ocasiones.
Cuando se revelaron estas cosas, surgió un debate que nos sonará. ¿Separamos la obra del artista? ¿afecta esto a la calidad de sus esculturas y fuentes? ¿podemos mirar Gill Sans con los mismos ojos sabiendo que es el trabajo de un pederasta abusador?
Ya ha habido voces que han pedido eliminar sus tipografías del común, o quitar sus esculturas de los edificios.
Supongo que todos estamos de acuerdo en que lo que hizo fue horrible, pero las respuestas a estas preguntas no serán obvias. El debate entre separar la obra del artista o preferir no contribuir a su fama está ahí. Y no es fácil. ¿Qué pensáis?
Y con esto terminamos el #gamuhilo de esta semana: todo tiene una historia detrás. A veces más alegre, a veces más horrible. Y la inocente Gill Sans del ordenador no era una excepción.
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¡Buenas! Me llamo Fernando de Córdoba, soy estratega de marca, contenidos y narrativa y cada miércoles escribo #gamuhilos sobre temas curiosos de marcas, diseño, empresas...
Aquí te dejo todos:
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1. En los 90, Coca-Cola trató de llegar a la cínica Generación X con un rompedor refresco llamado OK. Hoy nadie lo recuerda, y es una lástima.
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Creo que en general la comunicación de la Iglesia es muy mejorable, pero esta campaña que he visto hoy me ha gustado bastante porque por fin no parece que piden sólo dinero, sino que lo equiparan a otras maneras con la que un católico puede colaborar con su parroquia.
Si el marco de los mensajes de la Iglesia es siempre el dinero, no creo que les beneficie mucho porque se presta a temas que quizás no quieran abordar o no sean bien entendidos. “¿Me estáis pidiendo dinero cuando vosotros… (que cada uno rellene con lo que quiera)?”
El mensaje, en mi humilde y cuñada opinión de ateo, debería ir más por el concepto de crear comunidad a pequeña escala y mostrar la importancia de la Iglesia para mucha gente. Y mostrar que no es solo dinero y que no es lo más importante es un buen primer paso.
¿Puede un logo ser patrimonio histórico artístico? ¿Empezar con un rechazo del cliente y acabar siendo uno de los iconos del país? ¿que se diseñe para una gama de producto y acabe siendo la marca corporativa?
En el primer #gamuhilo de la 2ª Temporada: el Toro de Osborne.
A principios de los 50, Osborne quería dar difusión a una de sus marcas insignias: el brandy Veterano, comercializado desde 1922.
Y para ello, eligieron un canal publicitario que comenzaba a explotar con el creciente tráfico de coches: las carreteras.
(Que podría haberles ofendido porque dije que su estampado se parece al del payaso de Micolor, o podría haberles dado igual porque soy un don nadie, o yo que sé)
¿Que como lo sé? Pues porque hace un rato me ha llamado un señor al telefonillo (he sabido que era un señor al cogerlo, no es que yo tenga poderes adivinatorios) y me dice que me trae una cosa de Ikea. Y yo "pero no he comprado nada en Ikea". Y el señor "pues lo traigo".
Hoy vamos a hablar de una marca muy famosa que casi no ve la luz porque al cliente no le gustó, pero que hoy es incluso su emblema corporativo.
Un diseño de marca tan icónico que ya funcionaba sin texto en los años 80.
Un icono que comenzó siendo una campaña de publicidad muy concreta para un producto y fue escalando posiciones hasta representar a la compañía completa.