ÉL NO ERA UN MALTRATADOR
(Esta es mi historia. Se viene hilo tocho)

Yo tenía diecinueve años cuando me busqué mi primer piso. A mi novio, con quien llevaba saliendo un año, no le gustó la idea de que yo me fuera a vivir sola. Una mujer llega a su casa. ...
No le preocupaba que me sintiera desprotegida, o que me pudiera pasar algo, o que tomara aquella decisión empujada por unas circunstancias que escapaban a mi control: le enfadaba que yo tuviera un picadero y vía libre para meter a cualquiera en mi casa.
En menos de una semana se había hecho, sin mi permiso, una copia de las llaves de mi apartamento. En un mes, sin preguntarme, se ya vivía conmigo. Lo recibí con los brazos abiertos y un gran saco de comprensión. En su casa la situación era insostenible. Él no era un maltratador.
Él tenía un amigo, Sergio, muy inteligente, culto y con un brillante sentido del humor. No me atraía sexualmente, pero me encantaba cuando nos veíamos los tres y compartíamos conversación. Un día Sergio y yo intercambiamos unos libros y nos echamos unas buenas risas.
De vuelta a casa, en el autobús, él no me dirigió la palabra: sólo me miraba con desprecio y apretaba la mandíbula. En casa, se metió en mi Messenger y borró a Sergio de mi lista de contactos. Me prohibió volver a verlo o a hablar con él. Casi se echa a llorar.
Por alguna razón que yo no entendía, se sentía terriblemente inferior. La vida y, según él, su familia le habían tratado tan mal que no creía merecerse que yo le quisiera. Temía perderme. El pobre era muy inseguro. Pero no era un maltratador.
Adoptamos un perro adulto. Lo llamé Nerón. Image
Nuestra dinámica normal era que yo trabajaba y él estaba en casa. O fuera. Yo no podía saberlo porque trabajaba desde las nueve de la mañana hasta las once de la noche, de martes a domingo. Un día llegué a casa de trabajar y él no estaba.
Agradecí tener un poco de intimidad, de tiempo para mí. Encendí el ordenador y automáticamente su Messenger se abrió. Una chica de Oviedo (que yo no conocía) empezó a mandarle mensajes que me inquietaron. Tiré del hilo y resultó que aquella chica
pensaba que él vivía solo, que trabajaba de DJ por las noches y que él y yo lo habíamos dejado. Le había enviado una foto nuestra, y le había dicho que yo era su ex. Cuando él volvió a casa tuvimos una discusión muy, muy grande. Enorme. Como casi todos los días, pero un poco peor
De aquella discusión concluimos que yo tenía que cambiar de trabajo: estaba fuera todo el día, casi todos los días. Lo estaba lanzando a los brazos de otra. Encontré trabajo de comercial. Él no era un maltratador.
Me enamoré de un cachorro en un escaparte. Lo compré. Lo llamé Argos. Image
En invierno, yo necesitaba comprarme unos zapatos para ir a trabajar. No estábamos muy bien de dinero: ambos vivíamos con mi sueldo, que por entonces no llegaba a setecientos euros. Él quería comprarse unas deportivas. Fuimos a una feria de liquidación de stocks con 50 euros.
Yo vi unos zapatos que podían servirme: costaban veinte euros y le ofrecí comprar para él unas deportivas que costaban treinta. Me gritó e insultó delante de todo el mundo, porque a él le gustaban otras, que costaban cincuenta.
Al final conseguí que entendiera que yo necesitaba aquellos zapatos para ir a trabajar. Él estaba cansado de no tener nunca un puto duro para darse un capricho, y había explotado. No era un maltratador.
Aquella noche, el cachorro se comió mis zapatos nuevos. Los encontré destrozados al levantarme para ir a trabajar. Lo escondí todo para que él no lo viera, porque era muy violento con el perro. Una vez lo había cogido por la cabeza y le había dado golpes contra la taza del váter.
Yo me había lanzado sobre él para que parara y me había empujado, tirándome al suelo. No sabía controlarse porque nunca nadie le había enseñado a hacerlo. Yo le exigía demasiado. Él no era un maltratador.
Mi madre, haciendo un esfuerzo, me dio veinte euros de su diminuta pensión para comprarme otros zapatos. Yo tenía el sentimiento de que no estaba pagando mis zapatos, sino las deportivas de él. Lloré. Pero él no era un maltratador.
Una madrugada, volviendo a casa, en la calle discutimos, se enfadó conmigo y me empotró contra una pared. Me cogió por el cuello y me dijo que me iba a matar. Yo le había dicho cosas horribles, lo había llevado al extremo. Y él estaba borracho. No era él. Él no era un maltratador
Consiguió un trabajo para la campaña de Navidad, con posibilidades de continuar después. Lo echaron a las dos semanas por llegar tarde y borracho reiteradamente. Cuando cobró, compró una caja grande de mis bombones favoritos.
Se los comió con sus compañeras. Me enteré cuando encontré el ticket en el bolsillo de su abrigo, al poner la lavadora. Lloré de rabia. Era un inconsciente. Quizá (seguramente) infiel. Pero no un maltratador.
Un día, habían pasado ya dos largos años, acepté que jamás sería feliz con él y le pedí que se fuera. Me dijo que si lo echaba se llevaría a Nerón con él. Le pedí que no lo hiciera:
en dos años no lo había sacado a pasear más que cuando quería presumir de “perro duro” delante de algún amigote. No lo había llevado nunca al veterinario. Casi no lo había acariciado. Después de dos años, Nerón, que era un buenazo, aún le gruñía.
Me dijo que si quería que Nerón se quedara tendría que quedarse él también. “Si yo me jodo tú te jodes”, dijo. Dudé. Le dije que se podían ir los dos. Su hermano vino a buscarlos en coche. Los vi alejarse desde la ventana. Se llevaba a mi perro. Lloré.
Él me amaba de verdad, no quería perderme. El pobre había sacado todas sus armas para intentar conservarme. Él no era un maltratador.
Un mes después fuimos a la boda de unos amigos. No les dijimos que ya no estábamos juntos: no queríamos estropearles la fiesta. En la cena, entre risas y copas, intentó reconquistarme. Entre risas y copas, lo fui rechazando. Después de la cena, discoteca. Cerca de mi casa.
Estaba un poco borracho. Quiso ligarse a una chica de vestido amarillo, que lo mandó a la mierda. Enfadado, volvió a acercarse a mí. Estaba muy borracho. Empezó a hostigarme para que le diera otra oportunidad. Yo no quería estar allí. Me fui de madrugada. Insistió en acompañarme.
“No te vas a ir sola andando a estas horas”. Le pedí que no lo hiciera. No recuerdo cómo, cuando me quise dar cuenta estaba corriendo, huyendo de él y de sus amenazas de que me mataría. Corrí con todas mis fuerzas. Él corría detrás, menos ágil por suerte. Grité mientras corría.
Grité al pasar por la parada de taxis. Nadie me ayudó. Cuando entré en el portal me creí a salvo, hasta que él llegó y de un puñetazo rompió los cristales de la puerta y metió el brazo para abrir la cerradura desde dentro. Confusión. Entré en casa y eché la cadena.
Él llegó a la puerta llorando. “Me he cortado. Estoy sangrando. Por favor, ayúdame. Déjame entrar a lavarme y me voy, te lo prometo”. Me senté en el suelo con la espalda contra la puerta. Creo que Argos ladraba. “¡Vete al hospital!” Llamé por teléfono.
Escondí la cabeza entre las piernas y recé para que la puerta aguantara sus patadas hasta que llegara la policía. Llegaron unos cinco minutos después de que él se diera por vencido y se largara. “No podemos hacer nada si no hay denuncia. ¿Quiere usted interponer una denuncia?”
No lo denuncié. Porque él no era un maltratador. Aún recuerdo la mirada que cruzaron los dos policías que estaban en mi puerta. Como de “otra que no”. Como de “otra que se está enterrando”. Pero es que no lo entendían. No lo conocían como yo. No podía denunciarlo:
porque él había tenido mala suerte en la vida, pero no era un maltratador.
Cuando los vecinos preguntaron por los cristales rotos, fingí no saber nada. Me moría de vergüenza. Era culpa mía. Había sido yo.
Después de aquella noche, alguna vez, me volví a acostar con él. Porque él me quería y cambiaría por mí. Una noche, borracho y despechado por verme con otro, me dijo que lo olvidara. Y, en aquellas palabras, por fin, encontré la libertad. Nunca lo dejé volver a acercarse a mí.
Un año después empecé a salir con el que hoy es mi marido y padre de mis hijos. Aparecieron las pesadillas. Sueños en los que nunca lo había dejado. Sueños en los que César no existía y yo volvía a estar con él; en los que me iba a dormir con César y me despertaba con él;
en los que él me amenazaba con matar a César si yo no lo dejaba y volvía con él. Sueños que me hacían despertarme llorando. A veces, incluso gritando. Pero las pesadillas, poco a poco, fueron yendo a menos.
Como un tarro de miel que se vuelca y se va vaciando de contenido lentamente. Eso eran las pesadillas: gotas de miel cayendo. La última fue hace un par de semanas: soñé que César nunca había existido, y él era el padre de mis hijos. Antes de despertar, deseé morirme cien veces.
Antes de despertar, me planteé matar a mis hijos y matarme yo después. Al despertar, aliviada, lloré.
Tengo un amigo que lo tiene en sus contactos de facebook. Siente debilidad por él, porque le da pena: el pobre ha tenido muy mala suerte en la vida.
Hace once años que lo saqué de mi vida. Y no sé a qué viene tanto cuento… Esta enorme parrafada, esta historia de las pesadillas… He de estar loca: cualquiera os podrá decir -él seguro que el primero- que nunca me pegó. Porque él, bueno, seguro que ya os habéis dado cuenta…
Él no era un maltratador.

• • •

Missing some Tweet in this thread? You can try to force a refresh
 

Keep Current with Jessica Gómez

Jessica Gómez Profile picture

Stay in touch and get notified when new unrolls are available from this author!

Read all threads

This Thread may be Removed Anytime!

PDF

Twitter may remove this content at anytime! Save it as PDF for later use!

Try unrolling a thread yourself!

how to unroll video
  1. Follow @ThreadReaderApp to mention us!

  2. From a Twitter thread mention us with a keyword "unroll"
@threadreaderapp unroll

Practice here first or read more on our help page!

More from @quenomefalte

4 Mar
Iba a entrar con mi hija en la panadería y un chico, que parecía tener mucho menos de lo mínimo, en la puerta pedía 10 céntimos que le faltaban para comprar un café y un donut. Le dije que lo sentía, que no llevaba efectivo (nunca lo llevo), pero que yo le invitaba a desayunar.
Pagué con mi tarjeta nuestro pan y el euro cincuenta de su desayuno. Y cuando mi hija me preguntó por qué lo había hecho le dije: "Porque puedo".
Os voy a contar una historia. Ocurrió hace veinte años.
¿Sabéis cuando dicen que, con el tiempo, solo te arrepientes de las cosas que no has hecho? Pues debe ser verdad.

Era una tarde de viernes. Hacía poco tiempo que me había venido a vivir a Gijón y aún conservaba mi trabajo de los fines de semana, de camarera, en el pueblo.
Read 12 tweets

Did Thread Reader help you today?

Support us! We are indie developers!


This site is made by just two indie developers on a laptop doing marketing, support and development! Read more about the story.

Become a Premium Member ($3/month or $30/year) and get exclusive features!

Become Premium

Too expensive? Make a small donation by buying us coffee ($5) or help with server cost ($10)

Donate via Paypal

Thank you for your support!

Follow Us on Twitter!

:(