Sí, mis historias son de gente rota. De gente que empieza mal y termina peor. Hoy quiero contarles otra historia y hacerles una promesa: que todo, siempre, está bien.
En octubre de 2019 estaba solo, solo deprimido y con problemas de alcohol.
Eu, cuando digo “problemas”, no estoy hablando de verdaderos problemas. Hablo de que tomaba, tomaba más de la cuenta y, cada cierta cantidad de noches perdía la consciencia.
Sí, claro, hablaba con gente, de hecho, trabajaba.
Muchos saben de qué trabajaba y mi trabajo siempre se basó en escribir para otros. Así que estábamos en contacto. Incluso con muchos de los que están leyendo hoy.
Poco más de dos años.
Poco más de dos años y me avisaron en la oficina que teníamos una video llamada con una empresa tercerizada que se encargaba de cosas del blog, paid social y cosas que nunca consideré esenciales. Entré a la call y me puse a dibujar.
Creo que, al día de hoy, no hay reunión de trabajo en la que no me ponga a dibujar o a pensar en otra cosa. Una frase divertida. Una publicidad para un sitio porno danés. Lo que sea con tal de no estar. Es la forma en la que trabajo.
Nunca estoy en el momento que tengo que estar, pero estoy en todos los demás. No me pregunten cómo funciona mi cerebro. Anda bien, ahora con mucho menos alcohol que antes, pero sigue teniendo combustible. Ella estaba en esa call. Levanté la vista del block del notas y la miré.
Siempre tiendo a mostrar que miro donde no miro. Visión periférica. Ella no me vio de la forma que yo la vi a ella y eso es siempre una victoria. Una Victorina.
Pausa, pausa.
¿De dónde es ella? ¿A qué dedica el tiempo libre? Sin respuestas.
Mis mañanas eran de trabajo.
Mis tardes de alcohol y clases llenas de alcohol y aspirantes a escritores. Muchos ya son escritores, pero todavía no lo saben. Yo, las clases y mis noches de más alcohol. Si hay una noche que recuerdo es en la que la vi a ella en un sueño. El rostro, nada más.
Sé que piensan que fueron sueños de otra índole, pero no. Fue un sueño. Un sueño no pornográfico. Un sueño lleno de palabras. De los sueños que prefiero.
Por las mañanas un ibuprofeno, un vaso de agua. Seis de la mañana para hablar con mi hijo del otro lado del mundo.
Otro vaso de agua. 100 flexiones de brazos. 200 abominables. Repetir. Oficina sin alcohol. Más de lo que hacía todos los días. Más video llamadas. Más de mis visiones periféricas. Más de ella sin que ella sepa que ella era ella. Y llaman a reunión presencial. Yo ahí. Ella ahí.
Yo entro, salgo y entro de nuevo. No, sé que piensan que fueron sueños de otra índole, pero no. En la habitación. Fuera de la habitación. Alimento para mí déficit de atención auto diagnosticado. Otro vaso de agua. Repetir. Entro una vez más.
Hay una elipsis de tiempo, si no esta historia sería larguísima y llena de monólogos. Termina la reunión. El equipo tercerizado sale a fumar. Los que fuman y los que no. Los cigarrillos unen a la gente, no me pregunten por qué.
Pero la de las video llamadas ahí y yo, fumador, no podía dejar pasar la oportunidad. Bajo. Ascensor. Siete pisos. Probablemente cinco. No importa. Bajo. Cigarrillo entre los dientes en el hall de entrada. En lugar de paredes, cristales, ventanas. Ella y el resto.
El grupo y ella. Salgo. Dientes que se vuelven labios y labios que se tensan y dejan que el fuego haga lo suyo. Pregunto en qué andan. Hay una mezcla de respeto y odio. Me importa poco. Insisto. Dicen que por Twitter no se “levanta”.
Digo que es mentira solo para llevar la contra. Ella está con ellos. Yo juego de local, pero estoy solo. La soledad es una parte importante de mi vida. Es la razón por la que soy como soy.
En una charla me preguntaron por qué escribía y dije que porque nunca me invitaban a la fiesta. La fiesta. Plural. Una fiesta son todas las fiestas. Un escritor puede no estar una fiesta y describir una fiesta a la perfección.
Están los que aceptan las reglas y bailan lo que el DJ de a diez mangos la hora diga. Los rebeldes. Los que empiezan a fumar. Los que se la pasan afuera. Los extrovertidos. Los que sacan a bailar a la familia de la chica del quince y le dicen suegro al padre de la agasajada.
Ya saben todo esto. Es la dinámica de los jardines de infantes, de los parques con juegos para niños. El microcosmos que muestra el cosmos y el cosmos que muestra el macrocosmos. La tela de araña luego del rocío de la mañana.
Cada gota refleja a las demás y cada una de ellas al resto. Fractales. Todos los discursos presentes están relacionados con los discursos pasados y futuros. Todo tiene que ver con todo. Reconozcan a los pensadores, da lo mismo. Ella dice que no. Yo que sí.
Pasa un camión repleto de ladrillos por la autopista y sé que en otro momento me hubiese dado una idea para escribir una línea en redes sociales sobre cómo está constituida la relación de castas en la India, pero no, no me llama la atención. Ella adelante mío. Ella sin aceptarme.
Ella sin decir que sí a lo que yo digo. No estoy acostumbrado a que me lleven la contra. Hago la cara del que me importa poco. La cara del que hace la seña del dos de oro. Digo que sí. Por Twitter se levanta. Tengo un nombre completo. No el mío, el de ella.
Tener el nombre completo es una victoria. Una Victorina. Tengo el nombre completo por las video llamadas. Termino el cigarrillo. Me prendo otro. La conversación va para otro lado, yo también. Subo y sigo trabajando.
Vamos al día siguiente. No, volvamos otra vez. Subo y necesito un trago. Debería haber una barra en las oficinas. Bueno, no las hay. Vamos al día siguiente. Dos ibuprofenos. Un vaso de agua. Abro Twitter. Un mensaje. “así se levanta por Twitter: 15.50.56… etcétera”. Ya saben.
Mi teléfono. Y me limpió. Que esto, que el otro. Jamás recibí un mensaje de ella a ese teléfono. Pero los De Simoni no se rinden. Nos sale todo mal, pero no nos rendimos...
Y ahí mi compañero. Mi compañero la conoce de un viaje de intercambio de hacía unos años a… no importa. Le pregunto por ella. Me cuenta. Pregunto más, pero me responde lo que estimo son verdades a medias. No importa. De Simoni. Los De Simoni no se rinden. Tengo su teléfono.
Sí, señores, me limpia. Dos veces. Un verdadero insistente hubiese esperado a la tercera. Yo me rendí antes. Sí, díganlo. Y ahí quedó. Alguna interacción en Twitter. Meses. Meses y mi decisión de dejar el país, de correr atrás de mi hijo.
Chau empresa-para-la-que-trabajaba-en-ese-momento. Hasta pronto, amigos. Adiós, amigos. Gran disco. Pero Adiós. Perdido por ahí hay un tweet con un QR y en ese QR los Ramones. Puta madre. Me rendí a la segunda. Me fui. Dejé todo.
Acá viene la parte nebulosa. Pandemias y cosas que escribimos o nos escribieron a todos entre todos. Si bien yo perseguí un sueño, el sueño era el sueño de otro. Los casi dos años desde que me fui hasta que me siento a escribir esto, fueron dos años extraños.
Sonreí, sí, pero no era mi sonrisa. Era el primer beso en una ejecución en plaza pública. Pero sin el beso, claro. Alicia en el hoyo del conejo. Un pozo. Alicia. Yo. Es lo mismo. Alicia y los barbitúricos.
Yo y el alcohol y el ibuprofeno y los cigarrillos y el alcohol y el acento de Bolton. Hablen de emigrar. No me importa. Emigrar no es lo que decían que era. Si aún creés que ser es parecer, probá el beso despechado que hoy se ríe hasta llorar. Idiota.
Escribí sobre viajes en el tiempo, sobre borrachos que se emborrachaban cada vez peor, sobre amantes de tuberculosas. Escribí la muerte de violadores y de abuelos que enseñaban a masturbar a sus nietos.
Esta historia es otra historia porque yo soy otra persona, o porque descubrí lo que no sabía que era. Hoy no me salen los relatos sobre viejas comidas por castores. En la misma charla donde me preguntaron por qué escribía, me preguntaron sobre qué escribía.
“Personas que empiezan mal y terminan peor”, dije, convencido. También dije que tomaba porque un buen texto no se escribe tomando un yogurt. Frases hechas. Hoy escribo tomando mate. A la mañana y sin fumar. Pasaba por otro lado. Pasa por otro lado.
Dos años, hermano, dos. Dos años de rechazo, dos años de depresión, dos años de alcohol, cuatro ibuprofenos al día y cigarrillos demasiado caros y asquerosos como para valer la pena. Demasiado encerrado. Demasiado todo. Demasiadas veces demasiado. Miento.
Fueron casi dos años cuando avisaron que levantaban las restricciones e iba poder visitar mi casa una vez más. No lo dudé. El mismo día saqué dos pasajes. Uno que me cancelaron. Otro que salió bien. Mi propia victoria. Sin mayúscula. Sin sufijo que no es sufijo.
Vamos más atrás. Unos meses más atrás, tal vez menos que unos meses. Igual, si lo pienso fue hace más de dos mil años atrás. Alguna interacción en redes sociales. Un mensaje privado. Otro. Idas y vueltas. Ella, sí. Dos años, hermano. ¿Cuál es el secreto de una victoria?
¿Y de una Victorina? Jamás lo voy a saber. Lo que sí sé es que quedamos en vernos. Ofrecí un vino, ella retrucó y dijo que ella ponía el vino. Volé a Buenos Aires y, en el medio del vuelo, en transiciones, me dijo que tenía que patear el vernos unos días más.
A los De Simoni todo nos sale mal. Claro que lo tomé de la peor forma, pero sonreí por mensaje de voz. Para mí era una cancelación. Pero no. Volvió a retrucar. Calma, ya voy a llegar.
Estaba en casa. Estaba en casa y estaban los pibes. Ellos saben, no los dejé respirar. Los vi todos los días, salimos todos los días a tomar algo acá, allá, a comer acá o más para el otro lado. Ellos. Y ella adelantándome ese vernos a dos días antes.
Sí, mantengamos el primer vernos y veámonos antes. Yo cenaba con mi mejor amigo y un mensaje. “¿Venís?”. “Sí”.
Nada bueno pasa después de las dos de la mañana. Una y monedas. Demasiado cerca de las dos. A los De Simoni nos sale todo mal.
Necesitaría a Michael Bay para que se entienda la velocidad de la secuencia que sigue. Si no saben quién es Michael Bay, imagínense que están mirando una escena de acción de Transformers. Bien, ¿más o menos ubican la velocidad? Bien de nuevo. Vamos. ¬¬Pido un Uber.
No hay Uber disponibles. Pido un Beat. Viene el Beat a los tres minutos. Los tres minutos más largos de mi vida. Dos años. Ella me había limpiado, ¿OK? Ahora el vino estaba de su lado y jugaba de local. Yo estaba en casa, en mi país. Jugábamos los dos de local. Yo estaba en casa.
Ella me esperaba en suya. Yo demasiado tarde. Demasiado cerca de las dos. De los dos. El conductor me pregunta si soy yo, pero con acento. Le digo que sí y entro. Le pregunto si conoce a Korven Dallas. Me dice que no. Le pregunto si vio El Quinto Elemento. Me dice que sí.
Le digo que necesito que maneje así. Estoy en Palermo y estoy demasiado lejos. “Es Korven Dallas, sí”, me digo. Por momentos tengo miedo de morir antes de llegar. “Kill your darlings”. ¿Qué “darlings”? Hay personas que tienen que morir mil veces antes de morirse de verdad.
A los De Simoni nos sale todo mal. No podemos cantar victoria. Los De Simoni deberíamos tener otro término para celebrar. Me digo que voy a llegar antes de las dos. Es una forma de correr contra mí mismo. Aliento a Korven. Por cada semáforo en rojo son 100 pesos más. Mentira.
Jamás diría esa bestialidad, pero tuve ganas. Estamos a mitad de camino y faltan 10 minutos. 1.53 AM. “Korven, hoy estás por hacer historia. Dos años, Korven”. Y Korven es más Korven que Korven. Mi amigo me escribe. Le digo que estoy corriendo. Él sabe.
Él siempre supo todo, por eso es mi amigo. Antes de ir a verla, mientras cenábamos me dijo “es una reina, amigo, es por ahí”. Hoy soy de los que le dicen “amigo” a sus amigos. A ciertos amigos. Le digo “primo” a mi primo, sí. Y él sabía todo. Me dijo, “Llegás.
No mueras en el camino”. Me dijo algo más. Me dijo, “es como dice Guille”. Es una frase que digo, que decimos todo el tiempo. Tengo que develarla. Hay una banda y esa banda tiene un tema y ese tema tiene una frase.
No es ni siquiera parte de la canción, es solo un comentario dentro de otro comentario. “Y es como dice Guille”. Y desde el fondo, una voz apagada, cansada, pero que grita, dice “ciegos los que no quieren ver”. Quiero ver. Mi amigo sabe que quiero ver. Y ella y un mensaje.
“¿Estás lejos?”. Yo, “Seis minutos”. Calculo la 1.59 am. Si bajo del auto a la 1.59, estoy llegando antes de las 2, ¿no? Es como dice Guille 2.0. “Incrédulos los que no quieren creer”. Pasan dos minutos. Perdón, Michael Bay. Gracias Michael Bay.
Tengo que dejarte ir en unos minutos. “Korven, ¿puedo fumar?”. “Claro, parce”. Korven no se llama Korven. Me prendo un cigarrillo. Le convido uno a mi parce. “Volá”, le digo. “Antes de las dos, Korven”.
El humo me sale espeso de la boca y se vuelve fino en el aire y se pierde en el viento del otro lado de la ventanilla. Sé que no tengo que preguntarme nada, pero soy curioso, me gustaría saber a dónde va a ese humo cuando yo dejo de verlo.
¿Por qué el humo nunca vuelve al cigarrillo? “¿Acá, parce?”. Chequeo la dirección. Sí, Korven. Lo digo en la cabeza, no en la boca. Moví la cabeza. Chocamos puños y no nos vamos a volver a ver. “Estoy”, escribo. Enviar. “Bajo”.1.58 am. ¿Michael quién? Pausa. Necesito una pausa.
Es muy temprano para cantar Victorina. En dos minutos va a ser demasiado tarde para cantar nada. Léase tirando sal por sobre el hombro, dando tres vueltas sobre mi propio eje, golpeando tres veces la mesa. Léase a un supersticioso que espera lo peor.
La última vez que la tuve en frente fue hace más de dos años. ¿octubre, amor? “Sí, octubre”, dirás vos...
Dirás. Esta charla se da en el futuro. Entre el relato y el futuro hay historia y de eso se trata esto, de poner en palabras lo más real que me pasó en la vida para no convencerme de que es un sueño.
-Amor, un día te vas a despertar y te vas a dar cuenta que yo no existo.
- Yo te voy a hacer existir PARA cortarte las bolas.
Extracto de un diálogo en el auto, yendo o volviendo, pero estando juntos.
Sí. Si no lo escribo no es real y si no es real no sé qué estoy haciendo con mi vida.
Esto es sobre ella, pero tiene mucho que ver conmigo y es por eso por lo que está en primera persona.
Si esto no es un sueño, es porque es real y, si esto es real, es que estoy en un estado que creí que experimenté, pero del que no tengo idea… o no tenía.
¿Puedo poner en pausa esto mientras ella baja a abrirme? Gracias. Vamos para atrás.
No sé en qué año empecé a meditar. Cuando lo hice fue porque necesitaba respuestas y las respuestas fueron libros, como no podía ser de otra manera. Pero los libros no eran suficientes.
Había un algo más. Había un algo más que excedía mi lugar de seguridad. Me metí, me metí cada vez más. Me cambié el nombre. Me obsesioné. Era todo casi sectario. Cuando digo que me cambié el nombre, digo en realidad que tenía dos nombres. El mío y otro más.
Pasaba horas dedicado a mirar hacia adentro, hacia un adentro que no existe. Horas. Libros, meditación, Hatha Yoga, ejercicios de respiración. Repetir. Una droga por otra. Había dejado de tomar alcohol. Había dejado de fumar. Una droga por otra. Creí que era feliz.
Me corté el pelo casi hasta el nivel del cuero cabelludo y empecé a enseñar lo que había aprendido. Había entrado en “la zona”. Estaba en ese estado que no es estado. Ni nación. No había hogar porque simplemente no había nada.
El problema es que seguía ahí, en sociedad, en el medio de un todo que no compartía o que no entendía el lugar que ocupaba o dejaba de ocupar.
Ella está bajando las escaleras. Yo me recuento la historia de mi cambio de nombre. Los pantalones blancos. La remera blanca. El mantra.
La maestra de India hablando en sánscrito. Cantando en sánscrito. En mi cabeza los fonemas de un idioma que produce otro idioma que produce otro idioma. Si no lo escribo no es real y si no es real no sé qué estoy haciendo con mi vida.
Si esto no es un sueño, es porque es real y, si esto es real, es que estoy en un estado que creí que experimenté, pero del que no tengo idea… o no tenía. Pienso en el estado. 1.59 am. Tiene que abrir en menos de un minuto. El estado de las cosas.
Yo no siendo yo sino la versión que creía que un yo debería tener. La puerta. Ella. No como la recordaba. Distinta, pero ella. Ella sin limpiarme, solo ella. Yo quiero ser como es el mar que solo es sin intentar ser más.
Desde donde estoy parado hasta la puerta, habrán unos cinco pasos. La distancia. La distancia que separa un estado de otro. Mis planes en Buenos Aires no contemplaban un plan con ella. Un plan con nadie. Eran los pibes, pero “es como dice Guille”. Ciegos los que no quieren ver.
La abrazo. Me abraza. Me dice que pase y estoy en casa. Son las dos de la mañana y todo está bien...
Pausa. Pausa.
Para abrazarme se pone en puntas de pie. Me dice “bienvenido”. De vuelta en el hotel de los sueños, todo es cinco estrellas, pero las habitaciones están vacías. No sé qué hacer. Mi papá no jugaba póker, pero tenía la mejor cara de póker del mundo.
Eso aprendí de él. Cara de póker. Caminar detrás de ella y mirarla. Pero vayamos más atrás. Vayamos a cuando la vi y todavía no había “bienvenido”, ni abrazos, ni nada. Vayamos a cuando el tiempo se suspende más que en todos los párrafos anteriores.
Vayamos a cuando no hacen falta palabras porque las palabras deberían venir de un lugar en donde las palabras no existen. Vamos a cuando la miro, a cuando sé que ella es la persona que buscaba sin buscar.
Okay, volvamos a mi cara de póker.
Hay algo que mi cara de póker no traduce en el póker. Hablo. Hablo demasiado. Cuando estoy nervioso aumento la velocidad a lo Michael Bay. Perdón. Gracias. No te vuelvo a usar de recurso. Ella dijo “bienvenido a la cueva”.
Entré a su departamento y le dije que era una cueva muy buena. Me había prometido un vino así que, mientras yo hablaba sin parar y recordaba el cómo y el cuándo, ella descorchaba una botella. Le dije que no me había abrazado.
Solo para que conste en el acta, después de idas y vueltas, de cancelaciones y adelantos, le pedí que, por lo menos, cuando me viese, me abrazara. Lo hizo, sí, pero yo gano plata poniendo en crisis las decisiones de otros.
-Eso no fue un abrazo.
-Te abracé, como te prometí.
-Abrazar es otra cosa.
Me besa. Me besa de verdad. De esos besos con los brazos alrededor del cuello. Me besa y, tengo que aclarar que el que narra ahora es su cerebro, no mi pluma.
“Se está tensando, se está tensando y me está pasando los brazos por la cintura. Me está apretando el cuerpo contra el de él. Puta madre, no. Me pasé unos pueblos. Puta madre, lo estoy citando. No te enganches. Él se va. Él se va. No te enganches, pero seguí”.
Yo no respondo. Son unos segundos. Digo, antes del abrazo. Espero, la siento. Veo qué hace. Mi trabajo es poner en crisis lo que hacen los demás. Incluso en esta situación, sobre todo en esta situación.
Vamos a cuando deberíamos estar trabajando juntos, pero yo no dejo que nadie trabaje conmigo. Vamos a cuando le reboto todas las ideas para escribir sobre la marca que yo represento, que represento dos años en el pasado. Vamos a la parte donde caigo mal, donde me hago odiar.
Vamos a la parte en la que no entiendo por qué me está besando.
La abrazo. La beso yo también. Sé que su cerebro dice “cagamos”. Sé que el mío dice, “tomá la casa, el auto que no tengo, el perro, mi vida”.
Un beso. La medida de la civilización debería medirse en un beso. “How I Met Your Mother”. Las leyes de Barney, las reglas, los impedimentos de Ted, la incapacidad de Marshall, la insoportable de Lily y la que siempre fue sin ser. Robin. Los dos amamos la serie.
Yo públicamente, ella no tanto. La medida de la civilización, del destino y de todo lo que mueve los hilos del universo está en ese beso. Ella pensando que se pasó unos pueblos, citándome. Yo pensando que es todo lo que siempre quise. El beso que siempre quise besar.
-Okaaaaaay. - digo.
Ella tarda unos segundos. Sé que piensa que se pasó. La última “A” y la última “Y” necesitan decirle lo contrario.
Los dos sabemos que sabemos, pero agarramos el vino y salimos al balcón. Estoy bien vestido, ella está bien vestida, pero no nos importa.
Lo importante es que estamos ahí, juntos, y que nos gustamos, pero ninguno lo va a decir. Tomamos una copa. Dos. Yo fumo, fumo como no fumé en mi vida. Uno, porque los cigarrillos están demasiado baratos.
Dos, porque estoy nervioso y los cigarrillos le hacen creer a mi cerebro que estoy en control de mi sistema nervioso. No fumen, chicos. Nunca están en control. Ella controlaba todo. Yo controlaba todo. No era nicotina. No era alcohol. Era otra cosa.
Hablamos. Hablamos de cosas.
Hablamos de más cosas. Yo mirándola a un ojo. Es imposible mirar de frente a una persona a los dos ojos al mismo tiempo. Perdón por romperles la fantasía, vayan y prueben, me tiene sin cuidado. Ella ahí, en su silla. Yo, en la mía. Yo pareciendo más tranquilo de lo que estoy.
Soy Alan Watts recorriendo el templo de Ramakrishna sin creerle una puta palabra de lo que dice su salmo. Soy un Aghori repitiendo om namah shivaya. Soy Kanti Devi dándome iniciación y diciéndome al oído, diciéndole a Munindra, el mantra de Mahamrityunjaya. Ella mirándome.
Ella interesada en mí. Yo en ella. Nombro la música. Digo que la música etcétera y si puedo cambiar o poner una canción. Ella dice que sí. Me dice la contraseña de su computadora. Confianza. Escribo. Escribo y anoto en mi cerebro su cumpleaños. Voy a una lista pre-preparada.
Piccadely. Búsquenla, boludos, es la lista definitiva. Después chequeo Google Trends. Mi lista, su reconocimiento. La beso. La beso en su cama. Dormimos juntos. Nos despertamos al otro día y sí, sabemos lo dos qué está pasando, pero nadie dice nada.
Pausa. Pausa. No están invitados. ¿Qué hacen mirando? Vamos a cuando me dice que se va a Salta cinco días. Vamos a cuando la veo una vez más el domingo de las elecciones en el lugar más lindo que consigo y ella me dice que no está en el mood. Vamos a cuando llega y se ríe.
Vamos a cuando nada puede salir mal. Vamos a cuando estoy seguro de todo. Vamos a cuando digo, “sí, hermano, es como dice Guille”. Vamos a cuando me entrego completo. Vamos a cuando por adentro quiero pasar cada segundo de mi vida con ella.
Vamos a cuando le digo que está genial que viaje a Salta y que quiero que la pase divino. Vamos a la parte donde nos escribimos todo el día. TODO el día. Vamos a la parte en que la falta de señal del norte argentino es lo único que me separa de ella.
Vamos a cuando estamos los dos contando los minutos de la vuelta...
Vamos a cuando, muchísimo tiempo después, leo esto que ella escribió durante los días en Salta, durante los días separados:
“Una semana. Sólo tres días se habían conocido, tres noches, mejor dicho, y una semana separados,
les alcanzó para darse cuenta de que nunca más querían estarlo. Una semana de intensidad inconsciente que aumentaba cada vez que vibraba el celular con un mensaje. Ella nunca usaba el celular con vibrador, pero quería enterarse cada vez que él le escribiera para no colgarlo.
Ella siempre dejaba los mensajes sin contestar, pero con él quería que se entendiera que le interesaba de verdad. Casi 25 años intentando que no se le notara cuando alguien le gustaba, pero quería que a él no le quedaran dudas. Nada era igual”.
Lo escribió y no lo mostró. Lo escribió y ya lo sabía y ella sabía que yo sabía sin decirnos que los dos sabíamos que sabíamos.
Claro que sospecho. Claro que me pasa lo mismo. Claro que no lo pienso decir. Nos prometemos vernos antes de ver a nadie más.
Antes de los amigos, antes de los trámites. Antes que nada. Ella me dice que tiene que llegar y ordenar. Le digo que no hay problema. Ella me dice que el vino lo pone ella, pero tiene que ver si llega a desembalar todo. Le digo que el vino lo llevo yo. Me dice el nombre del vino.
Ilógico. Parece algo que yo diría. “Yo que vos me enamoro de otro”. No lo digo porque sería lo lógico y acá no hay lugar para la lógica. El momento entre que sube al avión y aterriza es el bache de mensajes. Se siente el silencio. Si quisiera, podría cortarlo con un cuchillo.
Llega y me escribe. Llega y me dice que esto y que el otro y que vaya y que en cuánto estoy. Le digo un tiempo estimado. Es lejos de las dos de la mañana así que nada puede salir mal. El auto, el cigarrillo, el otro cigarrillo. Los mensajes. La cuenta atrás.
El “avísame cuando estás”. El “obvio”. El “te quiero ver ya”. El “yo también”.
Llego y la puerta de la calle se abre. Llego y ella es todo brazos en el cuello y todo puntas de pie y todo besos. Yo todo eso. Yo soy manos en la cintura y un apretón firme contra mi cuerpo.
La extrañé. Todavía la extraño. Ella me extrañó. Todavía me extraña. No nos soltamos en todo el trayecto de la puerta al ascensor. En el ascensor repetimos el beso que practicamos en la puerta. Toco los botones a ciegas. Puertas, pasillo, puerta. Estamos adentro.
Pausa. Pausa.
No miren. Esto no es para ustedes.
Vamos a cuando estamos tirados en la cama mirándonos, riéndonos y mirándonos. Vamos a cuando ella me dice que estuvo pensando. A cuando le digo que yo también. Pensando. No hay lugar para la lógica.
“Vas a tener que hacerlo a la antigua”, me dice. “Mirá que no pienso hacer todo yo”, respondo. Me dice que no tengo que hacer nada que no quiera y le digo que va igual para ella. La cama, las sábanas, el acolchado, la brisa fresca de la ventana entreabierta. Ella mirándome.
Yo a ella. Sonreímos. Me pregunta si quiero probar lo ilógico. Se refiere al vino, pero yo sé que se refiere a todo lo demás. Camina a la cocina y yo la sigo. Ella no sabe que la sigo, pero espera que la siga. Ella agarra el Ilógico y yo la agarro de la cintura.
La doy vuelta y le pregunto a la antigua. Ella me dice que sí. Novio. Novia. Es instantáneo. Ella lo quería a la antigua, pero estaba todo dicho. Hay cosas que no hay que decir. Hay cosas que son necesarias decir. Hay cosas que no son necesarias contar y acá estamos.
Ella diciéndome sí. A contar la historia y a lo otro. Nos besamos de nuevo, sí. Salimos al balcón y nos reímos de estupideces. Ella me cuenta de su viaje, yo le cuento de lo que pasó con el mío en los días que no nos vimos. Es historia conocida.
Siempre supimos lo que hacía el otro. Siempre estuvimos hablando con el otro. Hay confianza. Hay algo más que confianza. Es ilógico. Perdón, Ilógico con mayúscula. Ella se acerca, me agarra de la cara y me dice “te amo”.
Y hasta acá llegamos hoy... no odien, amen, boludos que de eso se trata. Pronto seguimos. Es promesa. Igual quiero ver las apuestas sobre cómo termina la historia.
Gracias por leer, como siempre ❤️
• • •
Missing some Tweet in this thread? You can try to
force a refresh
“El anime murió con #Evangelion”. Si arrancamos así es para dar magnitud a esta obra a la que muchos no se acercan por, en primer lugar, es de animación; y en segundo, tiene robots y gente haciéndose pija.
Por H o por B, gran parte de nosotros llegamos a destiempo a esta magia y hoy, después de tanto tiempo de amar tanto su manga, su anime, sus spin offs y sus pelis; voy a meter un hilo comprendiendo de qué la va, por qué la va, cuándo la fue y porqué la sigue siendo.
Arranquemos con el manga:
Es una historieta / comic japonés creado por Yoshiyuki Sadamoto y Hideaki Anno. La historia sigue, en principio, a Shinji Ikari, un guachín reclutado por la organización paramilitar NERV para pilotar un gigante robot humanoide llamado Evangelion, con el fin de proteger a la humanidad de misteriosas entidades conocidas como Ángeles. Esto, luego de 15 años de una tragedia (El Segundo Impacto), que diezmó a la población y en consecuencia se quiere prevenir un cataclismo similar que amenaza con acabar con el mundo como lo conocemos.
Esta es una historia de amor. No es sobre chico conoce a chica, sino de chico no conoce a chica, pero es de amor. De desamor. Todo empieza con un yo, o lo que yo creía que era yo, en el tren.
Lamento ofenderlos contándoles el final, pero no fue mi culpa, estas cosas pasan. Lamento ofenderte a vos también, sobre todo a vos. Se lo digo a la que era mi novia en ese momento.
Se lo digo a la razón por la que me enamoré de otra persona, porque sin ella, no habría historia hoy.
Todavía vivía en zona sur y, por esas cosas de la vida, del tiempo y la vida, me puse de novio con alguien de zona norte. Olivos. Ella no viajaba, viajaba yo.
Soy hijo de los noventa y todo hijo de los noventa fue educado por tres fuerzas complementarias. Todos, eh, nada de mandarse la parte: La primera fuerza era una fuerza compartida, la familia y el colegio.
La familia te daba una educación no formal, una que definía la moral, las expresiones y los valores. El colegio se encargaba de cagarse en la familia y de llenar huecos con ecuaciones, libros de mierda, deseos y desigualdad de clase. La segunda fuerza era la tele, la televisión.
El tele, para los del interior. La tele era nuestro Internet, era lo que nos enseñaba a reír, a contar historias y a consumir. Sobre todo a consumir. Sí, no voy a negar que la tele me dio cosas útiles, como entender el peligro de un sifón de vidrio estrellándose contra el suelo.
Hoy, Día del Padre, abrí mi regalo y me encontré con este rinoceronte, la taza y la tarjeta. Inmediatamente me reí, no por ternura, me reí porque llego el punto en el que “hay códigos” con mi hijo y, para un padre eso es hermoso.
Rinoceronte. Ahí está el código. La taza fue más cosa de la madre. Lo sé. Muy inglés todo. Pero el rinoceronte de peluche no es casual. No podría haber sido otro animal. Tenía que ser ese.
A ver, Tony sabe que mi animal preferido es el mono, pero no era la ocasión correcta.
Pero esto empieza acá. Un día Tony me pidió de ir a jugar bowling…
Ir a jugar bowling implica hacer dos de las cosas que más disfruta Tony fuera de casa: viajar en colectivo y bueno, el bowling, ¿no?
Me habían dicho que se reunían una o dos veces por semana y yo hacía demasiado que no escribía. Me dije que sería un buen lugar para volver a empezar.
Un cigarro largo dura aproximadamente 15 minutos, si uno fuma con ganas. 15 minutos.
Un cigarro me da cinco minutos para conseguir un buen lugar en el círculo, si es que un buen lugar existe. No. Tengo que ir más atrás.
Estoy divorciado hace unos meses, por lo que necesito llenar algún que otro espacio. Un club, una asociación, una mutual. Algo.
Alguna vez escribí en un pedazo de cartón con fibrón indeleble que uno acude a un club o a un movimiento social porque hay un algo que falta. Es lo que hacemos luego de una muerte, aunque nadie haya muerto. Cuando llegué, me sorprendió que convocara tanta gente.
Entré al gimnasio y me puse a correr en la cinta. Cuando miro hacia la puerta, en el hall de entrada había una señora de unos 50 y pico desnuda, descalza y sucia. Hablaba sola y miraba a la gente que entrenaba.
Al rato llegó una ambulancia y, mientras ella se negaba a ir, la subieron a la fuerza y con algunos golpes. Esto lo vi a través de la vidriera donde nos exponemos como en un muestrario de carne a los transeúntes.
Ella ahora debe estar en algún lugar, probablemente dopado por los médicos. Lo digo por experiencia. Yo no llegué a estar desnudo, pero sí a estar atado en el pabellón de los locos de un hospital de Valencia esperando que alguien diera fe de que no tenía drogas en mi sistema.