Hay perros de todos los tamaños. Desde animales de tamaños colosales, hasta animales que caben dentro de una bolsa. Una variedad de envergaduras fascinantes que se le alejan mucho de la de sus ancestros los lobos. A veces cuesta imaginar que los unos vengan de los otros.
Es por ello, que se pensaba que las mutaciones que dan lugar a las formas más pequeñas no aparecieron hasta después de la domesticación del lobo y su transformación en perro. Unas mutaciones que no tendrían más de 20.000 o 15.000 años, momento en que se inició la domesticación.
Sin embargo, un nuevo estudio ha dado un giro a esta lógica, hallando que una de las principales mutaciones que determinan el tamaño de los perros ya estaba presente en algunos lobos que vivieron hace más de 50.000 años.
Pero antes de explicar este descubrimiento, remontémonos a 2007 para ponerlo en contexto. Ese año los genetistas hallaron que el factor de crecimiento insulínico tipo 1 (IGF-1) era uno de los principales responsables del tamaño de muchas razas de perro.
En humanos, descifrar qué factores genéticos determinan nuestra altura y tamaño es un verdadero rompecabezas, se han llegado a identificar hasta 10.000 marcadores implicados en la altura, ninguno de ellos realmente decisivo.
Por contra, el IGF-1 en los perros determina de manera considerable su tamaño, las razas más pequeñas tienen menos,cantidad de proteínas IGF-1 que las grandes, llegándose a estimar que el gen que codifica para el IGF-1 controla más del 15% del tamaño del individuo.
Sin embargo, hasta la fecha, los investigadores habían sido incapaces de detectar la mutación en el gen del IGF-1 que llevase a una menor producción de la proteína promotora del crecimiento en los perros pequeños. Al final, en 2020 dieron con una explicación.
Al analizar la región del gen IGF-1, han topado con un gen que se transcribe en lo que se llama ARN largo no codificante, denominado así porque no codifica ninguna proteína pero sí puede interferir en su producción.
El equipo descubrió que había dos versiones o variantes del gen que codifica esta cadena de ARN presente en los perros domésticos, una de las cuales parece interferir con la producción de la proteína IGF-1 que regula el crecimiento.
Debido a que los perros obtienen un conjunto de 39 cromosomas del padre y otro de la madre, pueden terminar con dos copias de la misma variante o con dos copias diferentes.
El trabajo luego analiza 1.431 genomas de cánidos: 1.156 de perros modernos (Canis familiaris), abarcando 230 razas establecidas, 140 perros callejeros y de aldea, y un dingo; además de genomas de 13 cánidos salvajes y 35 de perros y lobos antiguos (ADNa).
Entre los perros domésticos, el 75% de los que pesaban menos de 13 kilos tenían dos copias de la variante del gen IGF-1 a la que han denominaron alelo C, y el 75% de los perros que pesaban más de 22,5 kilos tenían dos copias del alelo llamado T.
Entre los cánidos salvajes los lobos presentan dos copias del alelo T propio de los perros grandes, mientras que zorros, chacales y otros cánidos menores tienen dos copias del alelo C como los perros pequeños. Los coyotes también suelen presentar dos C menos donde...
...hibridan con lobos, presentando una combinación de C y T que resulta en animales más grandes.
Al analizar muestras antiguas, hallaron que un lobo siberiano de hace 52.000 años, preservado en el permafrost, tenía una copia del alelo T y otra del C.
Esto sugiere que el alelo que hace que existan perros de pequeños tamaños ya estaba presente en las poblaciones de lobos de hace más de 52.000 años, y que con el tiempo los humanos pudieron empezar a seleccionarlo para generar animales más pequeños.
El trabajo sugiere que el alelo C de tamaños más pequeños, fuese posiblemente la variante ancestral y la más frecuente entre los cánidos salvajes, de manera que la mutación T permitió a los lobos a ganar tamaño permitiéndoles ocupar hábitats norteños más fríos.
La actual pérdida de biodiversidad podría ser peor de lo que hasta ahora se creía, o eso sugiere un nuevo análisis sobre las tendencias poblacionales de más de 71.000 especies de animales. Los resultados no son optimistas...
De hecho, indican que el declive de muchas especies no queda bien reflejado en la lista de la UICN. La categoría con el estado de conservación de las especies asignado por la UICN estaría indicando la situación de riesgo actual de las especies pero no su tendencia.
Y la tendencia es un aspecto importante, al final un proceso de extinción no es más que un fenómeno demográfico, es el resultado de un declive poblacional sostenido en el tiempo hasta llegar a un punto en el cual cambiar la tendencia no es posible y se extingue el organismo.
Las gaviotas escogen su comida en base a lo que ven comer a las personas. Un experimento demuestra que estas aves son excelentes aprendices sociales con un alto nivel de cognición. El experimento es realmente sencillo:
Supone exponer a las gaviotas dos bolsas de patatas: una de color rojo y otra verde. A 5 metros de distancia de las bolsas se sitúa una persona que a veces actúa como simple observador, y en otras como patatas de una bolsa roja o de una bolsa verde.
A partir de este diseño tan sencillo se ha visto que el 48 % de las gaviotas se acercaban a las bolsas de patatas cuando el experimentador estaba comiendo, pero solo un 19 % cuando no comía y solo observaba.
Las ballenas boreales o de Groenlandia, los mamíferos más longevos del mundo, raras veces se ven afectadas por el cáncer. Los animales más grandes tienen más células y por tanto deberían tener más probabilidades de desarrollar cáncer pero no es el caso.
Este fenómeno se conoce como la paradoja de Peto. De hecho, se ha observado que muchos animales masivos tienen tasas muy bajas de cáncer, entre ellos la ballena boreal: un animal que puede pasar de los 80.000 kilos y vivir más de 200 años.
Se ha planteado que los animales de gran tamaño tienen más mecanismos celulares de reparación de ADN, dando así la vuelta a las probabilidades de padecer un cáncer. Un nuevo estudio ha descrito el mecanismo en las ballenas boreales.
Durante mucho tiempo se ha creído que los vínculos afectivos de los topillos de las praderas (Microtus ochrogaster) se debían a la oxitocina, la popularmente conocida como "hormona del amor". Se atribuía a esta hormona su monogamia y lazos afectivos. Pero estábamos equivocados.
Estos ratoncillos campestres han sido muy estudiados en las últimas décadas por su inusual compromiso con la familia. Son de los pocos mamíferos socialmente monógamos que crían cachorros juntos y se aparean exclusivamente con sus parejas. Algo casi inusual entre los mamíferos.
Son tan sociales, que si a una pareja se le colocan las crías de otra pareja, los aceptan, adoptan y crían como si fuesen sus propios cachorros. Esto, también es inaudito para un roedor. Vamos, que son unos animales de lo más sociales y empáticos.
Nuevos análisis sugieren que los neandertales cazaban elefantes en Europa hace 125.000 años, lo que sugiere que o vivían en grandes grupos o hacían uso de técnicas para preservar la carne.
El trabajo se ha realizado analizando las marcas halladas en los huesos de hasta 70 elefantes y las piedras talladas de un yacimiento alemán de unos 125.000 años.
Las marcas de muchos de los esqueletos parecen indicar que los animales fueron despiezados y que se obtuvo meticulosamente toda la carne y grasa adherida a los huesos, incluso la de los pies.
El arte paleolítico siempre ha cautivado nuestra imaginación: tanto por sus impresionantes representaciones figurativas como por sus enigmáticos símbolos; a ello se suma un nuevo estudio que sugiere que puede haber ahí un sistema de protoescritura, sería el más antiguo conocido.
Existen más de 400 cuevas europeas con arte rupestre en sus paredes, algunas de ellas de unos 42.000 años, donde predominan sobre todo las formas animales: caballos, bisontes, ciervos, renos y otra fauna de la época.
Muchas veces estas representaciones gráficas van acompañadas, bien alrededor o dentro mismo de las figuras, de símbolos abstractos como rayas, puntos, cruces o asteriscos, cuyo significado lleva debatiéndose mucho tiempo.