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Feb 8 34 tweets 7 min read
Bueno, después de ver #thetinderswindler, y como ya pasaron casi dos años, creo que ya puedo hablar de cómo fui catfisheada (estafada) por un tal Guillermo Ortega (ojo, si digo su nombre es porque quiero evitar más víctimas de las que ya hay). Abro hilo:
Todo empezó en marzo de 2020 (Mérida) cuando apenas llevábamos unas semanas de pandemia. Entré a Tinder, como de costumbre, y entre las miles de personas aburridas encontré a Guillermo. Tenía tres fotos de muy mala calidad, de esas que se ven tomadas en el 2008 con un BlackBerry.
Era un hombre guapo, doctor, alto, piel blanca, cabello negro rizado y un lunar característico en el rostro. Hice swipe a la derecha. Hicimos match. Supongo que empezó como cualquier platica. En realidad he bloqueado tantas cosas en mi memoria, que no me acuerdo de detalles.
La platica pasó a WA, nos seguimos en Instagram y nos contábamos todo lo que hacíamos en el día. Le mandaba fotos; muy rara vez recibía yo una. Hablábamos tanto que ya empezaba a contarme de sus issues: que le daba mucha ansiedad, era depresivo y con tendencias suicidas.
Un día pasamos a llamadas. Si me marcaba, su número siempre aparecía como “desconocido” aunque estuviera grabado, y su voz se escuchaba distorsionada, como de película de miedo cuando te llaman para avisar que mañana te matan. La excusa: “Mi micrófono del cel se mojó”. Le creí.
Yo quería que nos viéramos en persona para saber que existía, porque algo no cuadraba al 100. Me decía que como vive con su mamá le daba miedo el covid, y en ese punto de la pandemia yo estaba igual y entendí. “Para no arriesgar a nuestras familias, apenas pase esto, nos vemos”.
Las llamadas empezaban a ser todos los días, a veces durante dos horas sin parar, además de los mensajes 24/7. Ya empezaba a decirme “te quiero”, “me gustas” y todo eso. Lo sentía medio extraño pero me dejé llevar.
Un día, en una llamada por la noche, me dice que tiene unas pastillas al lado y que se quiere suicidar; que las va a tomar y quiere que yo esté al teléfono. No puedo explicar el estrés que sentí. Estaba muy confundida con lo que estaba pasando.
Después de rogarle que no lo hiciera y suplicarle que me mandara su ubicación para ir a “salvarlo”, nunca me la mandó y claramente no se tomó nada. Esos mismos patrones de “chantaje” se repitieron mucho.
Poco a poco, entre tanta plática, yo me abría y le contaba mis inseguridades, cosas muy mías, y también empezaba a encariñarme. Ya teníamos nuestros apodos, hacíamos planes a futuro de viajar, veíamos películas a distancia y las llamadas ya eran de cuatro horas. ¿Yo? “In love”.
La cosa se empieza a poner turbia cuando usaba cosas que le contaba para joderme la cabeza; si le decía que soy insegura con mi cuerpo decía: “No me gustan gordas; tienes que bajar. Me preocupo por ti porque soy doctor. Yo hago chingos de ejercicio; no puedo estar contigo así”.
Siempre se armaban discusiones de la nada, y yo era la que pedía perdón y la que hacía todo mal. Era increíblemente celoso y controlador; si me veía en línea después de haber dicho “buenas noches”, me decía que no tenía por qué hablar con más gente. Horrible.
Pasó un mes así, yo seguía medio enculada, pero ya estresada, por más que insistía en vernos a distancia, simplemente no cedía. Presioné tanto, que decidió “organizar” un fin de semana en la playa juntos. Hablo con mi mamá, mi hermana y mi prima para planear el “fin perfecto”.
Les preguntó qué me gusta comer, le pidió permiso a mi mamá para que vayamos y mil cosas más. Un día antes de esa “súper cita”, yo le digo que no quiero ir, que no lo conozco, que me da miedo y que prefiero verlo primero en persona y después decidir si nos vamos a algún lugar.
El drama que me hizo por teléfono y el chantaje con que “ya tenía todo preparado”, no se los puedo explicar. Amenazaba con dejarme de hablar, pero a esas alturas mi misión ya era otra: saber qué onda y descubrir quién era esta persona.
Dos veces intenté mandarlo a la chingada y bloquearlo, pero el no saber siquiera si era real, no me dejaba vivir; tenía que “romperme el corazón” para soltarlo (ya sé, mucho drama). Decidí seguirle el juego. Yo sabía que no iba a estar en paz hasta no saber qué onda.
Así transcurrió otro mes con más chantaje emocional: yo insistiendo en que nos veamos, y él diciéndome que me amaba y pidiéndome que seamos novios, cosa que acepté solo porque ya estaba cerca de saber todo y quería ganar tiempo.
Durante ese segundo mes me di a la tarea de recaudar toda la información que tenía sobre él: apuntaba todo lo que recordaba de su vida, nombres que mencionaba y chequé cada perfil de Instagram que lo seguía. Hasta que me topé con Laura (fake name, obvio).
Era esa amiga de una amiga que ya ubicaba, pero no conocía. Le escribí por DM para ver qué sabía de este Guillermo, y su historia fue similar. Match de Tinder, solo hablaban por mensaje y no lo conocía en persona. También le había tocado una llamada suicida con él y cosas así.
Ella platicó con él por poco tiempo, y por estar enfocada en sus estudios dejaron de hablar. Me puse en contacto con otras dos chicas y fue la misma historia: Tinder y nunca haberse visto. Mientas esto pasaba, yo le seguía diciendo lo que él quería escuchar para ganar más tiempo.
Un día (mi parte favorita), decido encontrar su casa. Tenía 5 pistas claves: sabía la colonia y la zona específica; la casa era de una planta, no tenía coche, tenían dos perritos y me sabía el nombre de la mamá. Así que decido salir con una amiga de cacería. Yo iba a encontrarla.
Después de varias vueltas y tener algunas casas en la mira, encuentro una que cumplía con las características. En la casa de al lado había una señora barriendo. Me bajé y pregunté: “¿Sabe dónde vive la señora Rebeca?” (es una Colonia antigua, así que supuse que todos se conocen).
Responde: “¿La doctora viuda? ¡Claro! Es en la calle de atrás. No sé qué casa sea, pero está cerca de la panadería. Si encuentras a otra persona como yo en la calle, pregúntale; ahí todas se conocen y seguro te dicen”. Nos vamos a dicha calle y no veo nada, ni la panadería.
Ya casi por rendirme, veo a una señora en una banca con unos perritos y decido ir a preguntarle lo mismo; “Disculpe, ¿sabe dónde vive doña Rebeca?” Se queda callada, sorprendía y dice: “Soy yo, ¿quién la busca?”. En ese momento quedé tiesa; no sabía qué decir.
Entre el nervio, le inventé que era otra Rebeca con otro apellido, pero que gracias por su ayuda y buenas noches. Nos fuimos tan rápido como pudimos y temblábamos del nervio; no lo creíamos. Ya me sentía victoriosa; había encontrado la casa de Guillermo y lo mejor: él no sabía.
Así estuve una semana pensando en cómo jugar esa carta; yo estaba en ventaja y lista para atacar. Una mañana amanecí con ganas de ver el mundo arder y le dije: “Voy al súper, ¿me acompañas?”. Al negarse, le respondí: “Bueno, al menos sal a saludar. Estoy en la puerta de tu casa”.
Al principio no me creyó, pero cuando describí la casa y le dije que su mamá estaba en la puerta regando, todo cambió. Empezó a preguntarme que cómo encontré la casa y decirme que estoy loca, que menos va a salir porque “qué miedo”, soy una intensa y seguro le voy a hacer algo.
Le dije que si no salía a dar la cara, nunca en su vida iba a saber de mí, ya estaba harta; ya sabía que no era quien decía. Lo negó mil veces y nunca salió. Me fui a mi casa y me mandó un mensaje: “Te voy a contar todo”. Se le había caído el teatrito, no podía seguir mintiendo.
Me habla por teléfono y me confiesa que no es el de las fotos, no es doctor y que esa no era su voz. Le pedí que me dejara escucharlo, pensando que seguro era un viejo depravado. Mi sorpresa fue cuando escuché un “hola” Era una voz de mujer, totalmente femenina. Era otra persona.
Quedé fría. Me dice entre lágrimas que su nombre es Mariana, que nunca quiso lastimarme, que todo lo que decía era real y que me amaba. Yo tenía demasiadas dudas, mucho por decir, y necesitaba verle la cara para comprobar que todo era real. Estaba en shock.
Quedamos en vernos en un parque por su casa. Llegué temblando y me encerré en mi coche. De pronto veo a alguien acercarse: mujer, piel morena, complexión gruesa (la ironía), baja estatura y ropa deportiva. No sabía si bajarme del coche; tenía miedo pero mil preguntas que hacer.
Me bajo, y mi primera reacción fue reír (risa nerviosa, creo), obvio la hizo enojar. Le hice mil preguntas: ¿Por qué yo?, ¿quién es el de las fotos?, ¿qué onda con la voz?, ¿por qué aparecía número desconocido?, ¿cuántas veces has hecho esto antes?, ¿estás bien?, ¿qué vergas?
Al final le dije que en su vida me buscara, que era una basura, que nunca vuelva a hacerlo, y entre lágrimas me prometió que no lo haría. Días después, me llegan fotos de una carta que hizo a mano pidiendo perdón. La bloqueé y nunca supe más de ella. Claro que aquí no termina.
Un año después, en junio de 2021, me llega un mensaje por Instagram de una “Verónica” (also fake name), preguntándome si conozco a Guillermo Ortega, que sabe que yo soy “la ex” y que tiene muchas dudas. Básicamente me dice que le hizo lo mismo que a mí pero por MIL.

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