Algunos se preguntan por qué Iberoamérica es tan pendeja que teniéndolo todo sólo termina produciendo tiranillos y miseria. Y enumeran muy bien los ejemplos. Pero se quedan en la pregunta, no nos dan la respuesta. Les diré algo, me pueden linchar por inmodesto, pero creo saberla:
nuestra «independencia» del imperio español (del cual éramos parte y no precisamente como colonias, sino como dignísimas provincias) fue una farsa injustificable, montada por potencias rivales como Gran Bretaña, Francia, Holanda, etc. a partir de una propaganda anti española con
la cual fueron armando una leyenda negra y captando ricos hacendados a quienes se les hizo ver que el continente les pertenecería tras una revolución. Hoy llamamos a dichos criollos libertadores, pero es gracias a ellos que el continente dejó de ser un imperio para convertirse
en un territorio balcanizado, escindido en pobres republiquetas devastadas por la guerra, convertidas en rivales disputándose fronteras y mercados, y sometidas entonces sí a los designios de otros imperios y potencias que siguieron, como era de esperarse, dictándonos la falsa
narrativa libertaria tras la susodicha «liberación», mientras realizaban nuestra verdadera colonización comercial y política. Hoy vivimos en la era de la información y no es difícil encontrar abundante documentación testimonial y patrimonial que desmienta la versión a-histórica
sobre el imperio español que impulsaron instigadores secesionistas como Bolívar desde el poder. Dicha documentación deja expuestos por sí mismos los intereses reales de los conjurados, su demagogia ilustrada decimonónica, su retórica grandilocuente, manipuladora y victimista.
Todos los gobiernos sucesivos lógicamente deben sus poderes al triunfo de la sedición separatista, y a ella rinden el oficioso tributo reglamentario desde hace dos siglos, con toda la pomposidad de una tautología descarada. Pero la mentira tiene patas cortas, queda expuesta en
los resultados. Iberoamérica no es tan pendeja como afirman algunos, es más bien predeciblemente torpe por su origen bastardo, hija de una sangrienta violación histórica en la que fue declarada por la fuerza «libre» e «independiente» —sin haber sido jamás cautiva ni
dependiente—, y en la que le fue borrada y remplazada su memoria por una nueva, pero llena de complejos identitarios, que la llevarían una y otra vez a repetir esta producción suicida de caudillos y vengadores a quienes seguir entregándose interminablemente.
LA CARNICERÍA BOLIVARIANA DE 1814 HOY VUELVE A AMENAZAR A VENEZUELA
Sí, es la misma de entonces. Y no, el bolivarianismo chavista no es una deformación del original: es su depurada concreción.
A ver si nos enteramos:
En febrero de 1814, Bolívar firmó una orden que convirtió a
La Guaira, Caracas y Valencia en un matadero. La plaza mayor de Caracas —la actual plaza Bolívar— se llenó de prisioneros políticos de origen español, canario y criollo que fueron sacados de las mazmorras para ser asesinados. Se hizo sin gastar pólvora, a machetazos, bayonetazos,
hachazos. Con picas. Con piedras que aplastaron sus cráneos. Otros fueron quemados en hogueras mientras aún respiraban. Y ni siquiera los enfermos del hospital se salvaron (Bolívar no olvidó incluirlos explícitamente en su orden del 8 de febrero).
Venezuela vive rodeada de símbolos que modelaron su conciencia. El rostro de Bolívar siempre vigiló las escuelas, las aduanas, los ministerios, las avenidas. Más de cuatrocientas plazas llevan su nombre. El escudo nacional representa la ruptura con un orden
considerado opresor: el español. El himno nacional glorifica la insurgencia, consagra la imagen de un pueblo que conquista la libertad enfrentando a la Corona. Cada ciudadano crece bajo esas imágenes y esas palabras que funcionan como columnas invisibles de una pedagogía política
vieja de dos siglos.
Los símbolos patrios venezolanos nacieron para legitimar un relato. La independencia necesitó convertirse en hecho sagrado. La República recién fundada buscó un mito que condensara su identidad y depositó su energía moral en Bolívar. Ese gesto encendió
FERNANDO VII: EL MONARCA PUNCHING-BALL QUE LAS IZQUIERDAS NECESITAN PARA EXISTIR
La historia oficial necesitó un villano útil para explicar la ruptura hispanoamericana. Ese villano adoptó forma de rey. Su nombre quedó asociado a intrigas palaciegas, derrotas morales y decadencia
institucional, aunque muchas de esas acusaciones surgieron en contextos manipulados o directamente fabricados. La llamada conspiración del Escorial aparece como ejemplo. Ese episodio, presentado durante generaciones como primera muestra de ambición criminal del príncipe Fernando,
consistió en un expediente preparado en 1807 para acusarlo de maquinar contra su padre, Carlos IV. El expediente se basó en cartas sin autenticidad demostrada y en declaraciones obtenidas dentro de un ambiente viciado por el miedo. La corte interpretó esos papeles como prueba de
En 1800, todos los venezolanos éramos españoles. Decir «venezolanos» era como decir margariteños o falconianos. En otras palabras, provincianos. ¿Pero quién si no algunos engreídos muchachitos afrancesados podían sentirse disminuidos por ello?
Venezuela era una decentísima y
próspera provincia española que, justo en los 27 años previos a la atroz revolución bolivariana (la original), había triplicado su economía gracias al libre comercio de sus puertos, decretado por el rey Carlos III.
Nada justificaba la retórica independentista, sólo la
resentida ambición de un oportunismo mantuano (muy minoritario, valga subrayarlo).
En 1810, con esta revolución pseudo-patriota nuestra envidiable prosperidad se detuvo por completo. Venezuela, que no era una colonia sino una provincia del reino, aquella que algunos
Santiago Armesilla (@armesillaconde) reaccionó al #NobelDeLaPaz concedido a @MariaCorinaYA con una frase que resume su visión del mundo: «El Nobel es el premio del capital a sus lacayos».
Detrás de esa sentencia hay algo más que ideología:
hay una pérdida de orientación metafísica. Lo que Armesilla llama crítica al sistema es, en realidad, el reflejo de su propia servidumbre interior. Armesilla no discute hechos, los disuelve en ideología. No combate al capital, lo prolonga en su espejo materialista.
El marxismo que él encarna es la forma tardía del mismo extravío que destruyó el Imperio español. Ambos brotan de una misma fuente: la negación del Eje vertical del mundo.
Cuando el Imperio cayó, no lo derribaron ejércitos superiores, sino una idea inferior. La idea liberal.
ALGUNOS SE PREGUNTAN por qué Hispanoamérica es tan pendeja que, teniéndolo todo, termina siempre produciendo tiranuelos y miseria. Pero se quedan en la pregunta, no nos dan la respuesta.
Les diré algo, y me pueden linchar por inmodestia, pero creo saberla: nuestra
«independencia» del Imperio español (del cual éramos parte y no precisamente como colonias, sino como dignísimas provincias imperiales) fue una farsa injustificable montada por potencias rivales como Gran Bretaña, Francia y Holanda (además de la masonería y el protestantismo)
a partir de una propaganda antiespañola, con la cual fueron captando ricos hacendados hispanoamericanos que hicieron el trabajo, haciéndoles ver que el continente les pertenecería en un santiamén. Hoy llamamos a dichos criollos «libertadores», y es gracias a ellos que el