Algunos se preguntan por qué Iberoamérica es tan pendeja que teniéndolo todo sólo termina produciendo tiranillos y miseria. Y enumeran muy bien los ejemplos. Pero se quedan en la pregunta, no nos dan la respuesta. Les diré algo, me pueden linchar por inmodesto, pero creo saberla:
nuestra «independencia» del imperio español (del cual éramos parte y no precisamente como colonias, sino como dignísimas provincias) fue una farsa injustificable, montada por potencias rivales como Gran Bretaña, Francia, Holanda, etc. a partir de una propaganda anti española con
la cual fueron armando una leyenda negra y captando ricos hacendados a quienes se les hizo ver que el continente les pertenecería tras una revolución. Hoy llamamos a dichos criollos libertadores, pero es gracias a ellos que el continente dejó de ser un imperio para convertirse
en un territorio balcanizado, escindido en pobres republiquetas devastadas por la guerra, convertidas en rivales disputándose fronteras y mercados, y sometidas entonces sí a los designios de otros imperios y potencias que siguieron, como era de esperarse, dictándonos la falsa
narrativa libertaria tras la susodicha «liberación», mientras realizaban nuestra verdadera colonización comercial y política. Hoy vivimos en la era de la información y no es difícil encontrar abundante documentación testimonial y patrimonial que desmienta la versión a-histórica
sobre el imperio español que impulsaron instigadores secesionistas como Bolívar desde el poder. Dicha documentación deja expuestos por sí mismos los intereses reales de los conjurados, su demagogia ilustrada decimonónica, su retórica grandilocuente, manipuladora y victimista.
Todos los gobiernos sucesivos lógicamente deben sus poderes al triunfo de la sedición separatista, y a ella rinden el oficioso tributo reglamentario desde hace dos siglos, con toda la pomposidad de una tautología descarada. Pero la mentira tiene patas cortas, queda expuesta en
los resultados. Iberoamérica no es tan pendeja como afirman algunos, es más bien predeciblemente torpe por su origen bastardo, hija de una sangrienta violación histórica en la que fue declarada por la fuerza «libre» e «independiente» —sin haber sido jamás cautiva ni
dependiente—, y en la que le fue borrada y remplazada su memoria por una nueva, pero llena de complejos identitarios, que la llevarían una y otra vez a repetir esta producción suicida de caudillos y vengadores a quienes seguir entregándose interminablemente.
En 1800, todos los venezolanos éramos españoles. Decir «venezolanos» era como decir margariteños o falconianos. En otras palabras, provincianos. ¿Pero quién si no algunos engreídos muchachitos afrancesados podían sentirse disminuidos por ello?
Venezuela era una decentísima y
próspera provincia española que, justo en los 27 años previos a la atroz revolución bolivariana (la original), había triplicado su economía gracias al libre comercio de sus puertos, decretado por el rey Carlos III.
Nada justificaba la retórica independentista, sólo la
resentida ambición de un oportunismo mantuano (muy minoritario, valga subrayarlo).
En 1810, con esta revolución pseudo-patriota nuestra envidiable prosperidad se detuvo por completo. Venezuela, que no era una colonia sino una provincia del reino, aquella que algunos
Santiago Armesilla (@armesillaconde) reaccionó al #NobelDeLaPaz concedido a @MariaCorinaYA con una frase que resume su visión del mundo: «El Nobel es el premio del capital a sus lacayos».
Detrás de esa sentencia hay algo más que ideología:
hay una pérdida de orientación metafísica. Lo que Armesilla llama crítica al sistema es, en realidad, el reflejo de su propia servidumbre interior. Armesilla no discute hechos, los disuelve en ideología. No combate al capital, lo prolonga en su espejo materialista.
El marxismo que él encarna es la forma tardía del mismo extravío que destruyó el Imperio español. Ambos brotan de una misma fuente: la negación del Eje vertical del mundo.
Cuando el Imperio cayó, no lo derribaron ejércitos superiores, sino una idea inferior. La idea liberal.
ALGUNOS SE PREGUNTAN por qué Hispanoamérica es tan pendeja que, teniéndolo todo, termina siempre produciendo tiranuelos y miseria. Pero se quedan en la pregunta, no nos dan la respuesta.
Les diré algo, y me pueden linchar por inmodestia, pero creo saberla: nuestra
«independencia» del Imperio español (del cual éramos parte y no precisamente como colonias, sino como dignísimas provincias imperiales) fue una farsa injustificable montada por potencias rivales como Gran Bretaña, Francia y Holanda (además de la masonería y el protestantismo)
a partir de una propaganda antiespañola, con la cual fueron captando ricos hacendados hispanoamericanos que hicieron el trabajo, haciéndoles ver que el continente les pertenecería en un santiamén. Hoy llamamos a dichos criollos «libertadores», y es gracias a ellos que el
NO FUE INDEPENDENCIA, FUE DEMOLICIÓN ANGLO-ASISTIDA
En 1815, con la caída de Napoleón, se descorrió el telón de una obra mucho más ambiciosa. Con él fuera del juego, Inglaterra ya no necesitaba a España como aliada. Ahora podía desmembrarla.
La neutralidad británica durante
las primeras insurrecciones hispanoamericanas fue estratégica. No era el momento de atacar a un socio en armas contra Bonaparte. Pero cuando Waterloo selló el fin del emperador francés, el mapa de Hispanoamérica quedó sobre la mesa de Londres.
Apenas cayó Napoleón, comenzaron
a multiplicarse los congresos, los manifiestos, las actas de independencia y las constituciones. Aparecieron como hongos tras la tormenta. Antes de 1815, eran tímidas, escasas, declarativas. Después, se volvieron virulentas, copiosas, obsesivas.
Los criollos se lanzaron de
HACE UNOS AÑOS, estando de gira por EE.UU., toqué en la fachada del Álamo, en San Antonio de Béxar.
El concierto fue con los Gipsy Kings, y con Los Lobos al final tocando La Bamba.
Es un lugar que Hollywood convirtió en mito.
Pero la historia real es otra. En 1836, el
Álamo no era un templo de la libertad.
Era una antigua misión franciscana convertida en fortín.
La defendían menos de 250 hombres, en su mayoría colonos angloamericanos que ya soñaban con una Texas independiente… y esclavista.
Años antes, México les había abierto las puertas.
Debían aprender español, hacerse católicos y obedecer las leyes antiesclavistas.
No cumplieron nada.
Se rebelaron contra el gobierno y tomaron San Antonio de Béxar.
EL HISTORIADOR NEGROLEGENDARIO QUE NO SOPORTÓ UNA CANCIÓN
En algún despacho universitario con filtro de identidad étnica y máster europeo, un historiador colombiano abrió YouTube, vio el nuevo videoclip de Carlos Vives… y se le atragantó el relato. No era para menos: Vives no
se disculpaba, no imploraba perdón, no escupía a sus antepasados. Peor aún: ¡cantaba con alegría! Y lo hacía celebrando a Rodrigo de Bastidas, ese personaje cuya sola mención parece provocar urticaria moral en los departamentos de Antropología. Lo que siguió fue un artículo que
pasará a los anales de la progresía herida como uno de los ejemplos más tiernos de intolerancia disfrazada de rigor.
Su autor, Vladimir Montana —antropólogo, historiador, doctorando, y probablemente bicampeón de indignación por minuto—, dedicó un texto entero a denunciar lo