Algunos viernes por la noche suelo ir a tascas de mala muerte para desconectar y observar a la gente. Voy siempre a sitios que no conozco, me gusta descubrirlos.
Anoche fue uno de esos días, aunque el lugar era... especial, muy especial.
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El bar apestaba a alcohol, sudor y tabaco, pero estaba lleno.
Sobre el escenario, embutida en un traje que le quedaba pequeño y excesivo carmín en los labios, una ballena cantaba con voz rota una triste canción.
Iba de un amor obsesivo, empezaba así: "Llamadme Ismael".
En la barra, un hombre grandote y risueño contaba a tres borrachos cómo se convirtió en un influencer con miles de seguidores en Instagram.
"Olvídate de la preocupación -le decía al único que parecía prestarle atención- busca siempre, siempre, por encima de todo, lo más vital".
En un rincón sombrío, un orondo señor que se hacía llamar Napoleón quería convencer al bueno de Platero -un ingenuo de los que aún miran con ojos de inocente- de que algunos animales son más iguales que otros.
"Si haces lo que yo diga, camarada, dejarás de ser de los otros".
A mi mesa se sentó -más bien se desparramó- un flacucho de bigote fino y mirada perdida.
El pobre desvariaba casi todo el tiempo, pero en un momento de lucidez me confesó que "no eran molinos, rediós, ¡sino gigantes!".
Creo que por nombre tenía Rocinante.
Lo dejé con la excusa de ir al baño. Al entrar, un señor bajito, vestido con la chaqueta de un color, pantalones de otro y dos zapatos diferentes, me empujó sin disculparse y salió despavorido del bar.
Iba pendiente de un maldito reloj, preocupado porque ya eran más de las tres.
Desde el baño oí susurros procedentes de la calle, así que me subí a la papelera y espié por la ventana que daba al callejón. Allí, dos siluetas conspiraban contra la vida de alguien.
-Es una locura, Plutón -decía uno.
-¿Acaso no ves el hueco que tengo por ojo? Quiero venganza.
Cuando se fueron, volví para sentarme a solas. Me apetecía tomarme una copa en silencio.
Sé que era un sitio de mala muerte, pero me sentía cómodo. Podía olvidar -aunque sólo fuera por unas horas- que mi destino es volar eternamente para repartir cartas entre magos y brujas.
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Sé que está mal, pero hace unos días encontré un pendrive en el suelo del portal y, en vez de poner un cartel para devolvérselo al dueño, me lo quedé para cotillearlo.
La sorpresa vino cuando, al abrirlo, vi que la única carpeta que había tenía mi nombre.
Até cabos.
Esa misma mañana, José María, mi vecino y casero, se había desmayado en el portal. Lo ayudé a levantarse (tendrá unos 90 años), pero insistió en que estaba bien y se metió en su piso con rapidez.
Quizás el pen era suyo y ahí tenía el contrato del alquiler.
Pero no.
Dentro de la carpeta "Chema de Aquino" había dos archivos. Uno era una hoja de cálculo llamada "momentos" y el otro, uno de texto llamado "ruta".
Lo más curioso es que la fecha de la última modificación era de bastantes días después.
Desde que me mudé a mi nuevo piso, cada madrugada me despierto oyendo a alguien llorar en el de abajo.
Ayer, un vecino, Salvador, me dijo que ahí no vive nadie desde hace años, así que decidí hacer una visita al anochecer.
Suelo llegar de trabajar sobre las diez de la noche, así que ceno ligero, me ducho y me duermo viendo la tele.
Anoche me dormí viendo una película de miedo, pero lo que me despertó no fue una pesadilla, sino el llanto desde el piso de abajo, así que me puse un chándal y bajé.
En las escaleras iba pensando en lo que me había dicho Salvador por la mañana. "En ese piso no vive nadie desde hace años, chaval, serán imaginaciones tuyas".
Me lo había dicho nervioso, sin moverse del interior del portal, mirando hacia la calle sin llegar a salir.
Mis amigos Fran y Lucía tienen un canal en el que hablan de lugares malditos. Bueno, más bien se cuelan en ellos...
El lunes pasado, noche de Halloween, me invitaron a ir a una antigua mansión abandonada para grabar su nuevo episodio de "Encanta2".
Pero la noche acabó mal.
Antes de ir, mientras cenábamos, me explicaron la leyenda de la casa en la que nos íbamos a colar:
"La mansión estaba en un pueblo llamado Mogote. Allí llegó, en los años cuarenta, un forastero que la compró dispuesto a ser un vecino más.
El problema es que no lo era".
"Los habitantes de Mogote no eran muy acogedores, y recibieron con desagrado la llegada del nuevo vecino.
El forastero, quizás para agradar, puso a disposición de todos la inmensa biblioteca que poseía, pero hasta los borrachos del pueblo lo despreciaban en la taberna".
Hace unos días recibí una carta de mi hermano. Me escribía desde el hotel en el que se alojaba, con su letra cuidada y elegante de siempre, animándome a ir.
El problema es que mi hermano murió hace cuatro años.
Lo primero que pensé fue que la carta llegaba con retraso, con demasiado retraso, sin embargo, la había recibido en la casa a la que me mudé hace sólo un mes.
Lo siguiente que hice fue llamar al hotel.
El recepcionista me dijo que no había nadie alojado con el nombre de mi hermano, y que la habitación 203, donde me decía en la carta que se alojaba, hacía años que quedó inutilizada.
-¿Sabe desde cuándo? -pregunté.
-Desde 2018 -respondió.