"Necesito tu ayuda, me han asesinado en el Metaverso".
Esto es lo que le dije a mi suegro (policía jubilado desde hace tres años) este mismo lunes. Lo que pasó después fue horrible.
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Todo comenzó cuando me compré unas gafas de realidad virtual para meterme en el Metaverso. Fui aprendiendo poco a poco a "vivir" en ese universo alternativo.
Así era mi avatar, es decir, la representación de mí mismo en esa realidad:
Al principio fui probando diferentes mundos. No me sentía cómodo en ninguno, hasta que di con uno llamado "Atsoc World".
Llegué.
Vi.
Flipé.
Parecía tan real...
Era un mundo que recreaba las películas clásicas de detectives, espías y mafiosos que tanto me gustan. Una mezcla entre Chicago, New York, Los Ángeles... y yo era un ciudadano más.
Como en la vida real, tenía que buscar un trabajo, y lo encontré en una pizzería.
Tiene gracia, porque en la vida real también trabajé en una mientras estudiaba la carrera.
En mi nuevo trabajo virtual me encargaba de hacer pizzas (virtuales, claro) y entregarlas a otros usuarios del "Atsoc World" (si no alimentas a tu avatar regularmente, se muere).
Todo iba genial. Vendía mucho y ganaba dinero suficiente como para alquilar mi propio piso virtual hasta que, un día, recibí este pedido:
"Pizza familiar de pepperoni y extra de tomate".
Había propina si llegaba antes de tiempo, así que cogí mi moto y fui al sitio con la pizza.
El lugar estaba a las afueras de la ciudad. Era una especie de taller de coches viejo, con cristales rotos y sucios.
Llamé pero no había nadie.
Para probar que estuve allí, hice una captura de pantalla, dejé la pizza en la puerta y me fui.
De vuelta en la moto, vi por el retrovisor cómo un coche se acercaba demasiado.
Dejé espacio para que me adelantara, pero en lugar de hacerlo, me embistió.
Cuando me levanté, un avatar con la cara borrosa salió del coche, me apuntó con una pistola y me disparó cinco veces.
La pantalla se puso completamente negra y apareció un mensaje:
El usuario 64389000 te ha eliminado. Todas tus pertenencias han sido borradas y no podrás recuperarlas.
Vuelve cuando quieras con un nuevo avatar y empieza tu vida desde cero. ¡Te esperamos!
No me lo podía creer. Lo había perdido todo. Tanto tiempo invertido, tanto dinero... para nada, para que un cabrón me tendiera una trampa y me asesinara.
Y encima él podía seguir en ese mundo y yo no.
Lo iba a encontrar en la vida real y lo iba a pagar, juré.
Fui a casa de mi suegro, policía jubilado desde hace tres años, y le conté lo sucedido. Le expliqué todo para que lo entendiera y prometió ayudarme a investigar el caso.
Sé que al principio se lo tomó un poco a coña, pero cuando le enseñé la captura del taller, cambió el gesto.
"Ese taller existe. Quiero decir que existe de verdad. Fue mi último caso, encontramos allí el cadáver de un mendigo, le habían disparado".
"¿Recuerdas cuántos disparos tenía?".
"Perfectamente. Cinco. Los mismos que te han dado a ti en el juego ese".
Mi suegro, que por cierto se llama Rafa, y yo, fuimos en su coche camino al taller real.
Me contó que cuando se jubiló, el caso aún seguía sin resolverse, ya que no había sospechosos, ni arma homicida, ni testigos.
Cuando llegamos al taller, era prácticamente igual al virtual, la diferencia principal era que en este sí que era capaz de identificar un olor nauseabundo que impregnaba el ambiente.
Mi suegro forzó la puerta del taller y entramos.
Estaba muy oscuro, apenas se veía nada, pero el olor era cada vez más desagradable.
Encendí un mechero y fuimos registrando cada rincón. Había herramientas oxidadas, algunas latas de pintura y pósters de modelos con mucho calor.
"¿Dónde estaba el mendigo?" pregunté a mi suegro.
Iluminé el lugar donde señalaba. Justo ahí, en el suelo, había algo. Nos acercamos y vimos una cajita de lata antigua y un recorte de periódico.
Yo cogí el recorte y mi suegro la caja.
El papel estaba amarillento por el paso del tiempo, pero se podía leer.
"El caso del mendigo asesinado se cierra sin encontrar al culpable".
Junto al titular había una foto. En ella salía mi suegro, con menos años y más pelo, en ese mismo taller junto a otros dos policías.
"Recuerdo esa foto. Nos la hizo la prensa el mismo día que encontramos el cadáver. Eran otros tiempos".
Alumbré bien la foto y me fijé en un detalle: Mi suegro no tenía pistola en la funda, pero sus compañeros sí.
Cuando se lo iba a mencionar, el móvil me vibró. Era la notificación de un email.
"El usuario 64389000 te ha enviado un mensaje".
Lógicamente, lo abrí de inmediato.
"Me mató él".
Cuando lo leí, noté algo en mi nuca, pero no era un escalofrío sino el cañón de una pistola.
"Suelta el móvil. Mira por donde, al final el caso se va a cerrar hoy. Ya ha aparecido el arma"
Sus palabras, ahora sí, me hicieron sentir un escalofrío.
Me ordenó que me arrodillara.
Y lo hice.
Me dijo que cerrara los ojos.
Y lo hice.
Me pidió que lo perdonara.
Y no lo hice.
Recuerdo que escuché con nitidez cómo una bala dejaba el cargador para pasar a la recámara. Esa bala era para mí, su destino era alojarse en mi cabeza, pero terminó en el techo.
Y acabó en el techo, porque en apenas cuatro segundos ocurrió lo siguiente:
Alguien llamó a la puerta del taller.
Mi suegro apuntó hacia ella.
Yo me levanté, cogí del brazo a mi suegro y desvíe el disparo al techo.
Me dio el puñetazo más contundente que he recibido nunca. Yo cogí una lata de pintura y se la lancé. A pesar de su edad era ágil y la esquivó sin problema.
Estaba perdido.
Me iba a matar.
Pero apareció él.
Un chico joven entró en el taller con un casco de moto en la mano. Golpeó con él a mi suegro y entre los dos conseguimos tirarlo al suelo.
30 minutos después la policía se llevaba a mi suegro por intentar asesinarme.
La bronca con mi mujer iba a ser épica.
Aquel chico era repartidor, y luego me contó cómo había llegado hasta allí.
"Recibí un pedido por la app, pagado por adelantado y con propina si llegaba antes de tiempo. Era de un tal usuario 64389000".
"Pizza familiar de pepperoni y extra de tomate" dijimos los dos a la vez.
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Sé que está mal, pero hace unos días encontré un pendrive en el suelo del portal y, en vez de poner un cartel para devolvérselo al dueño, me lo quedé para cotillearlo.
La sorpresa vino cuando, al abrirlo, vi que la única carpeta que había tenía mi nombre.
Até cabos.
Esa misma mañana, José María, mi vecino y casero, se había desmayado en el portal. Lo ayudé a levantarse (tendrá unos 90 años), pero insistió en que estaba bien y se metió en su piso con rapidez.
Quizás el pen era suyo y ahí tenía el contrato del alquiler.
Pero no.
Dentro de la carpeta "Chema de Aquino" había dos archivos. Uno era una hoja de cálculo llamada "momentos" y el otro, uno de texto llamado "ruta".
Lo más curioso es que la fecha de la última modificación era de bastantes días después.
Desde que me mudé a mi nuevo piso, cada madrugada me despierto oyendo a alguien llorar en el de abajo.
Ayer, un vecino, Salvador, me dijo que ahí no vive nadie desde hace años, así que decidí hacer una visita al anochecer.
Suelo llegar de trabajar sobre las diez de la noche, así que ceno ligero, me ducho y me duermo viendo la tele.
Anoche me dormí viendo una película de miedo, pero lo que me despertó no fue una pesadilla, sino el llanto desde el piso de abajo, así que me puse un chándal y bajé.
En las escaleras iba pensando en lo que me había dicho Salvador por la mañana. "En ese piso no vive nadie desde hace años, chaval, serán imaginaciones tuyas".
Me lo había dicho nervioso, sin moverse del interior del portal, mirando hacia la calle sin llegar a salir.
Mis amigos Fran y Lucía tienen un canal en el que hablan de lugares malditos. Bueno, más bien se cuelan en ellos...
El lunes pasado, noche de Halloween, me invitaron a ir a una antigua mansión abandonada para grabar su nuevo episodio de "Encanta2".
Pero la noche acabó mal.
Antes de ir, mientras cenábamos, me explicaron la leyenda de la casa en la que nos íbamos a colar:
"La mansión estaba en un pueblo llamado Mogote. Allí llegó, en los años cuarenta, un forastero que la compró dispuesto a ser un vecino más.
El problema es que no lo era".
"Los habitantes de Mogote no eran muy acogedores, y recibieron con desagrado la llegada del nuevo vecino.
El forastero, quizás para agradar, puso a disposición de todos la inmensa biblioteca que poseía, pero hasta los borrachos del pueblo lo despreciaban en la taberna".
Hace unos días recibí una carta de mi hermano. Me escribía desde el hotel en el que se alojaba, con su letra cuidada y elegante de siempre, animándome a ir.
El problema es que mi hermano murió hace cuatro años.
Lo primero que pensé fue que la carta llegaba con retraso, con demasiado retraso, sin embargo, la había recibido en la casa a la que me mudé hace sólo un mes.
Lo siguiente que hice fue llamar al hotel.
El recepcionista me dijo que no había nadie alojado con el nombre de mi hermano, y que la habitación 203, donde me decía en la carta que se alojaba, hacía años que quedó inutilizada.
-¿Sabe desde cuándo? -pregunté.
-Desde 2018 -respondió.