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Apr 18 64 tweets 16 min read
LA ORDENACIÓN DE GENTES Y LA CONSTRUCCIÓN DE «ESPAÑA» EN LA ONTOLOGÍA DE MASTERCHEF. [Case study: MC Celebrity, 4ª ed., 2019]. HILO.
Muchas cosas se construyen: p. ej. los edificios y los aparatos, pero también las ideas y las opiniones. Así, un cerdo —la idea de “cerdo”— se construye conceptualmente no como un ser sintiente (de carne, hueso, e intereses propios) sino como fuente de jamón, torreznos, etc.
De igual modo, también se construyen las personas y los personajes, los caracteres, los tipos humanos, las subjetividades, los juicios y los valores. Además ocurre que en la ficción tales subjetividades se encarnan en arquetipos y modelos.
Por eso hemos de comprender MasterChef (y todo "reality", pero este muy especialmente) como una factoría de cuerpos y pasiones.
Como es sabido, MC tiene tres modos: A) el normal, al que acuden concursantes desesperados por triunfar espectacularmente y ser humillados por unos jueces crueles y severos que dictan su veredicto (caprichoso y subjetivo, cuestión de “gusto” como todo juicio estético);
B) el de los niños, "MasterChef junior", donde los modelos de conducta y la dimensión pedagógico-disciplinaria son más explícitos si cabe;
y C) la versión “celebrity”, en la cual se reúne a famosos emergentes y estrellas en decadencia a hacer el payaso para intentar relanzarles a un segundo estrellato o simplemente entretener a España riéndose con y de ellos.
Por lo general, la versión celebrity es mucho más relajada y menos cruel que la normal. Sin embargo, supongo que no hace falta recordar la tragedia de la edición pasada (descanse en paz, V. F.). No entraré en esa polémica porque ya se dijo todo que había que decir.
Pero hay que tenerlo presente. Confío en que a estas alturas a nadie le quepa duda sobre la naturaleza del programa: MasterChef es un producto infame, punta de lanza de la disciplina neoliberal y espejo esperpéntico de una cultura circense cada vez más brutalizante.
En esta ocasión, el programa cumple 10 años y promete ser muy duro. Amenazan con “ser más exigentes con los aspirantes” con el objetivo de "encontrar un súper ‘MasterChef'". Por otro lado, dicen que será la edición de las “segundas oportunidades”. Habrá que ver que tortura traman
Seguiremos la nueva temporada en la medida de lo posible y haremos un análisis detallado cuando corresponda. Por ahora, para ir abriendo el apetito vamos a observar los modelos y algunas de las tramas que articularon la 4ª edición de la versión Celebrity (2019).
Nos remontamos a un estadio pre-pandémico. Pero por eso mismo estoy seguro de que muchos lo recuerdan. Recaliento ahora el texto que escribí en aquel entonces. 2019, un año crucial para la futura historiografía (Bolivia, Chile, Hong-Kong, Notre-Dame, el Amazonas, Wuhan).
La catástrofe a la vuelta de la esquina. Y sin embargo, aún se podía escribir sobre cosas como la ontología de un reality sin que nadie te mirara raro. Es broma, claro. Ahora, en plena guerra euro-rusa y momento tardo-covid, también se puede. Incluso creo que quizá se necesita.
Como siempre, lo que sigue es una especie de análisis troll (pero en el fondo sincero como todo buen troleo). Veamos.
En MasterChef hay tres personajes fundamentales que hacen España: 1) Pepe Rodriguez como última resistencia de lo meseto-tradicional (que se dice de muchas maneras, pero su expresión excelente —areté— suele tomar la forma de torrezno, plato de callos o similar)
2) Jordi Cruz como el hombre contemporáneo que puede tontear tanto con Boris (novedad de esta temporada) como con las señoritas aristócratas a la par que se bate en duelo con Pepe, guardián del torrezno. Jordi es el spanish psycho. El nuevo macho. El que le planta cara a la grasa
Y 3) la tercera en discordia, Samantha Vallejo-Nágera Déroulède, nieta del “Mengele español”, tiene un protagonismo que podría parecer menor, pero es la más importante. Es la síntesis del duelo, la madre superiora que pone orden; la España severa que permanece igual a sí misma.
Dicho esquemáticamente: Pepe es el hombre-pueblo que moja el pan en la salsa y habla con la boca llena; si se pone serio para defender el buen hacer (la cocina como oficio), suele evitar la solemnidad.
Jordi es el paradigma moderno: la ambición empresarial, el método y la precisión. La cocina como tecnociencia. Samantha es la señora de la casa, la vieja España. La cocina como excusa de dominación.
El pique entre los dos hombres es la trama principal y la única que tiene continuidad desde las primeras temporadas. Yo diría que es el hilo conductor del programa. No obstante va ganando matices e complementándose con nuevas historias…
En esta 4º edición hubo varias historias de amor, pero una claramente protagonista y sostén de la trama: el romance platónico-heteronormativo entre Jordi Cruz, el elegido por el IBEX, y Tamara Falcó de quien enseguida hablaremos.
Además en esta edición aparecieron Los Chunguitos, elemento clave para representar el duelo entre el duende del pueblo y la tecnociencia gastronómica. Lastima que en este estadio España es pablomotera y enemiga de todo lo popular, de modo que les echaron pronto.
Otro ejemplo de duende, algo que tiene gracia y el jurado tolera, pero expulsa con crueldad, es Anabel, la humorista bilbaína, una mujer que no respeta el canon y se constituye en un ámbito tradicionalmente masculino, el de hacer reír.
Además, Anabel va con la verdad por delante y encarna el típico autosacrificio-por-los-demás católico, cosa reprobable en el tablero de juego neoliberal (aunque algunos hacen malabares para conciliar lo uno con lo otro, son cosas contradictorias).
Frente a lo anterior, tenemos a Tamara Falcó, la aristócrata, y a Avellaneda, el sastre, el artista al servicio de la Corte, no un vulgar artesano como puede serlo un zapatero sino un sastre “de vanguardia'' (el término “vanguardia” es muy importante en la retorica del programa).
Todo esto da bastante juego y genera múltiples subtramas. Por ejemplo, la trama específica del episodio emitido el 6/11/2019 fue el duelo dialéctico entre Anabel y Tamara, o dicho de otro modo, entre la clase laboriosa y la clase ociosa.
Y todavía más relevante: entre dos clases de mujeres. Dicha disputa tuvo como eje la cuestión del trabajo. Anabel intentó poner firme a Tamara y por el camino se llevó a Avellaneda que tuvo la desdicha de hacer un comentario en plan “venga chicas, no os peleéis”.
Finalmente, cuando el jurado analizó el encontronazo, Anabel acabó llorando (mostrando de nuevo su naturaleza pasional de pueblo llano) mientras que Tamara contuvo su media sonrisa de Nobleza acostumbrada a mandar en la cual constatamos que tiene al pueblo bajo la bota.
Va saliendo a la luz como MasterChef representa una alianza sutil y bien ensamblada entre la Edad Media española de los curas y los nobles y la innovación y la revolución constante del turbocapitalismo.
Así, Masterchef no aniquila toda tradición, solo la del pueblo llano. Es decir, corrige el saber hacer de la abuela, censura los ingredientes “a ojo” y el cocinar sin receta, la excelencia del pueblo que hemos llamado duende y bien podríamos llamar ingenio, saberhacer o sabiduría
Esto lo hace vendiendo el rollo de que ha logrado convertir la gastronomía en una ciencia pura a imagen de la química matemática. El chef contemporáneo que se promociona ya no es como el viejo y venerable Arguiñano que cuenta chistes y se divierte mientras te fríe unas croquetas.
Más bien se pone la bata de científico —"el delantal"— y opera con un rigor impostado que lo reviste todo de novedad y “vanguardia”. Así convierte lo popular tradicional (p.ej. un cocido) en mercancía exótica y fascinante, pero desprecia su origen convirtiéndolo en folklore.
Del mismo modo, MasterChef vende la idea de mérito y ascensor social cuya gasolina es el esfuerzo, pero es tradicionalista e inmovilista respecto al statu quo: sostiene el viejo mundo de los señoritos y los títulos nobiliarios.
Esa España que se autoproclama la España que trabaja y que se vehicula a partir de la herencia, cuando no la malversación, la España de las rentas y del pelotazo.
Una España que es dueña de casi todo siendo gran parte de su botín producto del robo y la usurpación a golpe de culata por falangistas como los parientes de Samantha. Hablamos de pijos y caciques, pues. La cosa va de sus enredos, como siempre.
Una vez desvelado MasterChef como una telenovela en la que se cocina, hagamos zoom. Hay un contraste chistoso: el sastre Avellaneda sería el quieroynopuedo, el fake, como el autor de la secuela apócrifa del Quijote del mismo nombre,
mientras en el personaje de Tamara se da cita la “autenticidad”. Ella es así. Hablamos del único personaje con conciencia de clase (aunque conciencia perpleja), tal y como declaró al periódico el Mundo: “A veces me sorprendo de lo pija que soy”.
Es muy interesante (tal vez lo más notable de esta 4ª edición) la contención cínica de aristócrata de este personaje. Esto último se evidencia a menudo pero especialmente cuando frente a la sorpresa de recibir a sus familiares como comensales
(el programa les había engañado diciéndoles que cocinarían para los mejores críticos gastronómicos de España lo cual es a su modo una bonita metáfora). Entonces, Tamara se preguntó para qué clase de personas habrían cocinado: “¿celebrities o gente normal?”;
la cosa es que la gente normal ante tal sorpresa se emociona, exterioriza con todo su cuerpo esa emocionalidad, pero Tamara como buena hija de algo, sabe controlar sus pasiones y mantenerse serena, erguida, fría, distante, en fin, como corresponde a una señorita de la jet set.
Tanto es así, que los guionistas tematizan la cuestión. Los comentarios sobre su temple, su “saber-estar”, su frialdad, se van sucediendo.
Tamara Falcó se defiende: “soy la más expresiva de mi casa”. Sentencia en la que resuenan todos los castigos que se le imponen a las niñas que tienen la fortuna o la desgracia de nacer en esa cuna.
El jurado valora su compostura, su rigor, su talante. Y finalmente su trabajo. En particular su trabajo manual. (¡Qué merito! ¡No se le caen los anillos!) Incluso se produce un pequeño rifi-rafe amistoso entre ella y Pepe, señor del pueblo y guardián de la meseta.
Pepe procede de la España profunda: es natural de un pequeño pueblo de Toledo. Mientras que Tamara es una urbanita catalana. La cosa queda en tablas porque la Señorita Tamara alega “haber vendimiado y ordeñado”.
Punto para la burguesía rural de fin de semana con propiedades inmuebles y terrenos por media península. Además, "da la casualidad" de que la madre de Tamara se casó en el pueblo de Pepe.
Con lo cual, el debate en la esfera pública sobre la España vaciada tendrá que esperar directamente a que el colapso civilizatorio nos conduzca a un éxodo urbano masivo. [Actualización: este debate ya está en marcha, de hecho, como es bien sabido, ha sido el eje de
toda la campaña de la derechona de CyL de 2022, pero en 2019 todavía no era tan evidente que jugarían esa carta de modo tan descarado y sinvergüenza como Pablo Casado, el olvidado, Mortadelo de las mil caras, vaquero y granjero, o el rudo Abascal y sus 'peaky blinders'].
Así que rezando y dando gracias a los herederos de los caciques y terratenientes que de vez en cuando montan un negocio de hostelería rural que da trabajo semiesclavo a los jóvenes del pueblo, convierte el sitio en una postal que lo llena de idiotas, pero hace la zona "rentable".
Aquí hay que recordar la anécdota del dominguero que contrató una “experiencia rural” en una aldea de Asturias y se quejó de que un gallo le despertaba.
Aviso para urbanitas y cosmopaletos de capital: estáis sembrando un mal rollo muy peligroso y fácilmente traducible en votos para quien diga defender al pueblo (por más que sea mentira y una impostura).
Al margen de esto y cambiando de tercio, hay que subrayar algo sobre Boris Izaguirre, personaje clave que modula otro modo de ser-señor-importante.
Combina la fluidez latina con la robustez de sus ancestros vascos dando como resultado algo similar a un noble francés decimonónico que rompe los moldes (pero no mucho) como corresponde a todo dandi.
“Esto es un despelote” exclamaba en un spot de telefonía móvil. Sentencia que refleja muy acertadamente su actitud. Podemos imaginárnosle saliendo de una tarta en bolas diciendo ¡sorpresa!. En fin, es la nota discordante —pero inofensiva— de cualquier fiesta de palacio.
Creo que en todas las temporadas siempre hay alguien que encarna este papel de bufón real super carismático que nos cae muy bien a todos por su simpatía y buen humor.
Esto ayuda a maquillar los desfalcos y salidas de tono de los personajes mas desagradables. Y facilita llegar hasta al final sin partir el televisor.
La final se debatió entre Tamara “la laboriosa” Falcó y el chaval que era la presa platónica de Boris. Una final en la que España se jugaba mucho. Múltiples tensiones recorrían el duelo. La mujer contra el hombre, La Clase Media contra la Aristocracia, el Capital contra todos…
Y es que un mensaje que se repite programa tras programa, edición tras edición, es “prohibido ayudar a tus compañeros” (—porque son tus contrincantes— dogma neoliberal).
Algo que se conecta muy bien con la figura de Jordi, el Emprendedor, “aquel que salió del arroyo”, quien se hizo a sí mismo a su imagen y semejanza, acto puro que se mira el ombligo como el Dios aristotélico. Lucha solo, vence al resto.
El pijo que ha llegado a serlo por “méritos propios”, por su constancia y sacrificio. Este es quizá el más peligroso porque sostiene la ilusión de que es mejor no enfrentar al pijerío sino currar duro y rezar que te acepten como uno de los suyos.
Este perfil de nuevo rico es doblemente tóxico porque, una vez en el poder, apuntala el castillo y escupe desde el balcón a los que pasan por debajo pidiendo un trozo de pan y un trago de agua porque no se han sacrificado lo suficiente.
En fin, el programa terminó con un final poco sorprendente y claramente premeditado en tanto narración clásica. Ganó quien tenía que ganar: quien se lo merecía por su mérito individual y personal y trabajar mucho y sus apellidos, pero sobre todo el “habérselo ganao"
y demostrar a España su grandeza de grande de España. La trama amorosa cerró cual película de Disney en la que la victoria se produce simultánea al beso final (Jordi “triple estrella Michelin” Cruz x Doña Tamara Isabel Falcó Preysler, VI marquesa de Griñón y ganadora de MC 4).
Los días sucesivos pudimos leer en la prensa que la cena en casa de Tamara durante la retransmisión de su victoria contó con la presencia de personalidades de sangre azul como la Infanta y grandes figuras de las letras como Mario Vargas Llosa, Premio Nobel y padrastro de Tamara.
Conclusión: España sigue idéntica a sí misma, el destino de las chicas-bien sigue siendo ganar siempre como el destino del currante es seguir currando y currar cada vez más o el destino del cerdo sigue siendo ser transformado en chorizos y torreznos. Amén.

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