Una cosa que me gusta decir mucho en clase es que, en la escritura, es uno de los pocos campos donde la palabra "falsificar" es algo positivo.
La literatura siempre hacer pasar una mentira por algo verdadero.
Por eso, los grandes contadores de historias suelen ser buenos falsificadores.
Y los grandes falsificadores suelen ser buenos contadores de historias.
Pero mi falsificador favorito, no era escritor.
Era...
Pianista.
Y Berlinés
De mi barrio, Kreuzberg.
Allí fue donde nació en 1928.
En una casa llena de pianos... No porque su padre también fuera músico.
Aunque en cierta manera también lo era.
Era constructor de pianos.
Cuando Oskar comenzó a ayudar a su padre en el trabajo, se dio cuenta de una cosa.
El chico tenía una habilidad especial con los dedos.
Y no se equivocaba.
En su adolescencia, Oskar destacó como pianista, organista, litógrafo, pintor y diseñador gráfico.
Casi nada...
Pero no fueron los dedos lo que le hizo famoso en el Berlín de la época, sino su lengua.
Era un gran embaucador.
Todo el mundo quería escuchar sus historias.
Aunque, después, pocos supieron que era cierto y que se había inventado.
Como, por ejemplo, ocurrió en 1939.
Cuando le llegó el momento de alistarse en el ejército, aún no sé sabe cómo, consiguió liar al reclutador y librarse aduciendo un problema médico (que, por supuesto, no tenía).
Así pudo pasarse los siguientes dos años, bebiendo y tocando por todos los locales de Berlín.
En estos años, conoció a mucha gente, mucha...
Entre ellos a cientos de judíos que empezaron a contarle las barbaridades que estaban sucediendo.
Eso hizo que Oskar abriera los ojos y juró que nunca entraría en aquel ejército.
Y así lo hizo.
Cuando en 1941 fueron a buscarle para enviarlo al ejército (En ese año ya no valía ni problema motor, ni motora...) Oskar volvió a librarse del asunto.
Dejó pistas por toda la ciudad de que había muerto en un ataque aéreo.
¡El truco funcionó!
Así, para el gobierno Nazi, Oskar Huth ya no era susceptible de ingresar en el ejército.
Otro punto para Oskar.
Pero claro, ahora tenía un problema:
Ya no existía.
Sin papeles y sin domicilio, Oskar tuvo que pasar a la clandestinidad. Durante un año vivió en casas de amigos, moviéndose cada poco tiempo, yendo de allá para acá...
Esa no era vida para Oskar, un tipo acostumbrado a salirse con la suya, así que tomó una decisión.
Se construiría una nueva vida.
En marzo de 1942 consigue una imprenta manual.
(En todos los libros que he consultado, utilizan el mismo verbo "besorgen" "conseguir", no tengo ninguna duda, ni tampoco certeza, de que la robó)
Con ella y su habilidad innata, se falsifica unos nuevos de identidad.
Una vez que ya tiene su falsa vida como Oskar Haupt, que no Huth, dibujante del jardín botánico e impedido para la guerra, decide que será lo siguiente.
La respuesta está clara: sobrevivir.
Así que comienza a hacer cupones de racionamiento a nombre de Oskar Haupt para poder comer.
Pero mientras falsifica estos documentos,
se
da
cuenta
de
una
cosa.
Lo mira, lo analiza, lo vuelve a mirar.
Lo ve factible.
Ya no solo sobreviviría él.
Ahora podía salvar a mucha gente.
¿Cómo?
Con estos cuponcitos tan monos.
Son cupones de racionamiento de mantequilla para viajes.
Y no estaban asignados a ningún nombre.
Había tan pocos que no hacía falta enseñar los documentos para obtener la mantequilla.
Eso sí, tenían una marca de agua, para no ser falsificados.
Pero no sabían con quién estaban tratando.
Oskar hizo tan bien las marcas de agua que las suyas han resistido hasta el día de hoy, mientras, las oficiales no.
Cuando tuvo suficientes cupones de mantequilla, salió a la calle y comenzó a repartirlos en las casas clandestinas donde vivía gente sin documentación.
La gente sin papeles no tenían derecho a comida.
Mucha moría de hambre en sus escondites.
Por supuesto, la mayoría eran judíos.
Oskar y sus cupones ayudaron a sobrevivir a más de 60 personas durante aquellos años.
Y puede que fueran más, pero Oskar nunca quería conocer la identidad de aquellos a quien ayudaba.
Así que el número no se puede saber.
Pero no solo ayudaba repartiendo comida, por "la imprenta" de Oskar pasaron artistas como Heinz Trökes o uno de los soldados del plan Valkirya para obtener documentos falsos.
Así, durante años... AÑOS... Oskar salía cada día de su casa y recorría la ciudad a pie (no se fiaba de los controles en el transporte) para entregar sus cupones.
Cuando acabó la guerra, salió de su escondite.
Y se fue a un bar.
Como si nada hubiera pasado... volvió a su rutina bohemia, a sus clubs de bebedores frecuentes, a sus pianos y a sus charlas de café.
Durante años fue contando sus mil y una historias durante la guerra.
Nadie las creía, pero las contaba tan bien...
Que comenzó a ser famoso entre la flor y nata de la ciudad.
Günter Grass le incluyó como un personaje su novela "Los años perros".
Muchos poetas le alabaron en sus versos.
Y llegaron a ofrecerle un puesto como senador de Cultura. (Que, por supuesto, dice que rechazo)
Cuando murió, la ciudad de Berlín le rindió tributo.
Le concedió "una tumba de honor" (Ehrengräber).
Una placa en su lápida reservada a las personas más importantes de la ciudad.
Y sus compañeros, poetas, pintores, o simples bebedores, le rindieron tributo juntándose en su bar favorito y contando sus viejas historias.
Viejas historias en las que seguro que había cientos de datos falsos.
Como algunos que, estoy seguro, he incluido yo en este hilo.
Pero que me da igual.
Porque Oskar Huth era un gran contador de historias.
Un falsificador bueno.
... Y un buen falsificador.
Muchas gracias por llegar hasta aquí.
Como siempre, se agradecen los likes, los retuits en el primer comentario o las historias de buenos falsificadores.
Ahora, me voy a comer y a tomar un pan con mantequilla en honor a Oskar Huth.
Ah, y si has llegado aquí y no sabes quién soy, pero quieres más hilos sobre Berlín, puedes encontrar más aquí. linktr.ee/Yosoycorra
Seguimos de paseo por las tipografías de las estaciones de Berlín para conocer su historia.
Hoy viajamos hasta la estación de Anhalter Bahnhof, con una tipografía que todos podemos reconocer fácilmente: es Nazi.
Pero nos tenemos que hacer dos preguntas: ¿Por qué reconocemos esta tipografía como nacionalsocialista? ¿Y por qué se mantiene en esta estación hoy en día?
Para contestar a estas preguntas, nos teníamos que ir a la guerra, pero no a la que pensáis. A una guerra que duró más de 300 años: la guerra de tipologías.
Una guerra que comenzó con un libro.
Bueno con un libro no... con el libro que lo cambió todo: La biblia de Gutenberg.
No fue el primer libro impreso por Gutenberg, pero sí el más importante. Fue el primer texto que se imprimió de forma masiva, es decir, un libro que por primera vez iba a leer mucha gente.
Como Gutenberg quería que sus libros se parecieran lo máximo posible a los libros escritos a mano, decidió utilizar una fuente que fuera similar a los textos litúrgicos (además de que era pequeña y estrecha y le permitía imprimir pocas páginas), por eso eligió la tipo: Textura.
Esta fuente tipográfica se hizo popular, en el sentido de que el pueblo la entendía, por eso cuando en 1517, Martín Lutero clavó sus 95 tesis en la iglesia de Wittenberg, lo hizo con la fuente Fraktur, una fuente que evoluciona de la Textura de Gutenberg:
Así, las nuevas biblias impresas en alemán (y otros idiomas) utilizaban la Fraktur siguiendo los pasos de Lutero.
Pero... Pero..
Las biblias que se imprimían en latín utilizaban la fuente Antiqua, la tipografía que pronto adoptaría el resto de Europa, tanto para el latín como para sus lenguas autóctonas.
Así, durante más de 300 años, las dos fuentes rivalizaron en los países de habla alemana.
Dependiendo de la región y la religión, se adoptaba una y otra.
Hasta que en el siglo XIX llegó la época de las reivindicaciones nacionales y la creación de Alemania.
Por supuesto, dentro del movimiento nacional alemán, se tomó la fuente Fraktur como la tipografía propia de Alemania. Otto von Bismark, el gran precursor de la idea de nación, se vanagloriaba de leer solo textos en Fraktur.
Por eso, cuando Hitler llegó al poder, la tomó como la fuente del partido Nazi.
Todos los textos, carteles y octavillas del nacionalsocialismo, utilizaron la fuente Fraktur.
Era su tipografía... ¿o no?
Porque en 1941, Hitler declaró que esa tipografía era judía (cosa que por supuesto no era) y pedía abandonar esta tipografía.
La razón estaba muy clara, según Hitler "En 100 años, toda Europa leerá en alemán" y no podían hacerlo en la Fraktur que resultaba un obstáculo a la hora de leer.
Por eso prefería la Antiqua, fuente que toda Europa conocía y que permitía hacer llegar su propaganda.
(nota a pie de página, cuando veáis a alguien con un tatuaje nazi con la típica tipografía gótica, le podéis decir que Hitler prohibió esa fuente por judía, por las risas)
Y no es casualidad que Anhalter Bahnhof mantenga esa tipografía. Esta estación fue la gran estación de los años 30 y 40 en Berlín. Se dice que cada dos minutos salía un tren de sus andenes.
Y también fue el lugar más triste de la época.
Desde allí salieron los trenes cargados de judíos berlineses hacia los campos de concentración.
Por eso, cuando la estación fue destruida en la II GM, se rehizo una parada de tren nueva, pero en la superficie se dejó el antiguo pórtico gigante que servía de entrada a la estación, porque para los alemanes, el pasado nunca deber ser olvidado, tanto para lo bueno como para lo malo.
De ahí, que sea habitual encontrar la fuente Fraktur en muchas estaciones de Berlín creadas en aquella época.
Aquí os dejo unas imágenes de las diferentes tipografías, porque en este formato X solo me permite subir una foto, pero os recomiendo que leáis estas historias en IG (@yosoycorra) donde si puedes ver todas las fotos.
Por estas estaciones y algunas más, viajan mis personajes de El escritor y la espía, mi última novela que habla de trenes, espías y, sobre todo, literatura:
En Berlín, hay un puente en el que dos luces juegan al piedra-papel-tijera durante toda la noche.
Y no lo hacen por jugar, sino por recordar una vieja historia berlinesa.
Jugad conmigo en este hilo de #berlinespobreperosexi
El 9 de noviembre de 1989 cambió la historia de Berlín. Es el momento que el muro cayó y, por fin, los vecinos pudieron reencontrarse casi 40 años después.
El muro se derribó en casi toda la ciudad, pero aún queda un lugar que fue el símbolo de la separación durante años.