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Jun 9 51 tweets 14 min read
¡Lo prometido es deuda!

Aquí va el 1er capítulo de mi mega-hilo-relato ambientado en el universo Lovecraft con imágenes que he creado con arte generativo.

Muchas horas escribiendo y sobre todo, ilustrando, esta historia. ¡Disfrutadla!

Hilo largo 🍿 (50 tuits) 🧵👇
«Capítulo 1: El sobre»
Nueva York, 1922.

Apago el cigarrillo en un cenicero ya rebosante de colillas y me recuesto en mi silla.

Con los ojos entrecerrados, dejo que el repicar de la lluvia en el exterior y el tintineo del hielo en mi vaso me arrullen.
Es el último trago de una botella de puro whisky irlandés de contrabando que he aceptado como pago por un caso y estoy decidido a disfrutarlo.

Pero mis pensamientos se han puesto de acuerdo para no darme tregua.

El trabajo no va bien. Nunca lo ha ido.
Maridos celosos, compañías de seguros que no se tragan supuestas lesiones... todos pagan mal y todo son aburridos de cojones.

Miro la placa de detective privado que hay sobre mi mesa y suspiro. La cojo, distraído, sopesándola en la mano.
El humo se arremolina en mi despacho creando caprichosos tirabuzones que dan vueltas sin parar como mis pensamientos.

—¡A la mierda! —me digo—. Quizá ya es hora de aceptar ese puesto de guardia de seguridad que me ofrecieron.
Un ruido procedente del pasillo interrumpe mis devaneos. Me giro hacia la puerta justo a tiempo de ver una sombra deslizarse bajo ella.

Me levanto y me asomo al pasillo. El corredor está vacío, pero capto en el aire un sutil aroma a perfume de lilas.
Me encojo de hombros y es entonces, antes de volver a entrar en mi despacho, cuando lo veo: alguien ha deslizado un sobre lacrado bajo la puerta.

«Williams Manor —silbo reconociendo el sello—, una familia de auténticos pastudos».
Dentro del sobre me sorprenden una generosa suma de dinero, una recorte de periódico y una nota sin firmar: «Por favor, encuentre a este hombre y hágalo con discreción. Correremos con todos los gastos, considere esto un adelanto».
Me centro en el recorte y leo los párrafos con rapidez: habla sobre la desaparición de un aristócrata en una exploración arqueológica en Arabia.

El famoso Lord Edward, cabeza de familia de Williams Manor. Un hombre poderoso que se codea con el mismísimo Rockefeller... o codeaba.
La noticia, en exceso morbosa, se regodea en cómo el desierto se tragó al viejo millonario y a todos los integrantes de su expedición sin dejar rastro.

También hace alusiones a otras desdichas sufridas por la familia en el pasado.
Me dejo caer sobre la silla de mi despacho.

Giro el sobre y un esquema dibujado a lápiz que no había visto hasta el momento cae sobre mi mesa: una figura siniestra rodeada de símbolos enigmáticos.

Sin motivo aparente, un escalofrío me recorre la espalda.
«¿Por qué no ha dado la cara la persona que me ha contratado? —me pregunto— ¿Y por qué ha acudido mí, un auténtico don nadie? ¿Y qué significa el extraño dibujo a lápiz?»

Demasiadas preguntas...
Sonrío al percatarme de que todo se parece absurdamente al inicio de una novela de esa escritora que ha saltado recientemente a la fama... «Agatha Christie», me digo recordando su nombre.
Mi intuición me dice que rechace el caso, pero mi cerebro ya se ha puesto en marcha.

La última vez que se vio con vida a Lord Edward fue hace un mes en un asentamiento cerca de Riad... cada día que pase cualquier pista que pueda ayudar a dar con su paradero se irá enfriando.
Me sorprendo poniéndome el abrigo y saliendo a la calle... es tarde, pero aún faltan dos horas hasta que cierre la biblioteca de Arkham donde se encuentran los tomos más antiguos sobre arqueología.

Aún no sé si aceptaré el caso, pero una tarde entre libros no me hará daño.
Recorro la ciudad refugiándome de la lluvia bajo los aleros de los edificios.

El ruido de los cláxones se mezcla con el de los vendedores ambulantes en una cacofonía sin fin, y los humos de las alcantarillas compiten por inundar mis fosas nasales.

Me encanta esta ciudad.
Camino por la avenida Bowery hasta el Soho y voy esquivando borrachos y mujeres que ofrecen sus servicios a la noche hasta llegar a una zona menos transitada.

Allí, bajo la luna llena, iluminada apenas por la luz de las farolas, se yergue la biblioteca de Arkham.
Una ráfaga de viento me obliga a sujetar el sombrero. La lluvia arrecia y me apresuro a entrar en el edificio.

Me recibe una amplia sala, prácticamente desierta, de altos techos y estanterías repletas de libros que abarcan todo el espacio perdiéndose en las sombras.
El silencio es sepulcral e intento que mis pasos no creen ecos al acercarme al mostrador.

La bibliotecaria, una mujer con muchas primaveras en su haber y la mirada de un ave de presa, hace caso omiso de mi presencia afanada en sus papeles.

Por fin, hastiada, levanta la vista.
—¿Y bien? —me espeta sin pronunciar siquiera un saludo.

—Estoy buscando... —respondo dubitativo— cualquier cosa que tengan sobre yacimientos arqueológicos en Arabia.
La mujer se ajusta las gafas de montura y frunce el ceño.

—Tendrá que ser algo más concreto, caballero —grazna—. Tenemos más tomos sobre el tema de los que usted podría digerir en toda una vida.
Tras meditarlo, me llevo la mano al bolsillo de la chaqueta y saco el bosquejo de la enigmática figura.

—No estoy seguro —digo—, pero quizás esto tenga alguna relación con lo que busco.

La bibliotecaria observa el dibujo y veo brillar en sus ojos una chispa de reconocimiento.
—Venga conmigo —dice de forma sucinta.

Sin mediar más palabra, abandona el mostrador y me apresuro a seguirla por uno de los pasillos de la biblioteca. Atravesamos un largo corredor que desemboca en una escalera de caracol de hierro forjado y descendemos por ella.
—Los tomos sobre historia antigua los guardamos en el sótano —aclara.

—¿Tan antiguo es? —pregunto.

—Lo que usted está buscando no solo es historia antigua... sino, según la mayoría de los historiadores, apócrifa. Poco más que mitos y leyendas.
La escalera termina de forma abrupta en un sótano mal iluminado. El olor a tierra húmeda me hace recordar al de un osario.

Avanzamos por un corredor estrecho que me obliga en ocasiones a agacharme y llegamos por fin hasta una salita forrada de estanterías.
—Aquí puede que encuentre lo que busca —me dice, señalando un estante repleto de libros polvorientos—. Las obras completas de Sir William Maxwell. Dedicó toda su vida a estudiar los mitos de Arabia... y a los Primigenios.

—¿Los Primigenios? —pregunto.
La mujer esboza una mueca que pretende ser una sonrisa mostrando unos dientes picados.

—Léalo usted mismo e... intente no acabar como él —añade con una mirada rapaz.

—¿A qué se refiere?

—Loco —aclara—. Sir William acabó en El Asilo de Lunáticos de Nueva York. Perdió la cabeza.
Tras decir esto se gira y echa andar de regreso dejándome a solas con el zumbido de las bombillas eléctricas como única compañía. La sigo con la mirada por el pasillo hasta que las sombras engullen su figura.
«Bien, manos a la obra», me digo.

Cojo el primero de los tomos y comienzo a ojearlo sin saber muy bien qué pretendo encontrar. El cuero de la portada tiene un tacto rugoso... «como piel muerta», me sorprendo pensando.
La obra de Sir William es extensa y está repleta de enrevesados diagramas, estudios de lenguas prerrománicas y descripciones esotéricas de cultos largo tiempo olvidados.

«Como para no volverse loco», me digo a mí mismo.
Tomo tras tomo, voy girando con cuidado las páginas para evitar desprenderlas de las tapas de cuero estriado.

Por fin, en uno de los libros más desgastados por el paso del tiempo, encuentro unos diagramas que me recuerdan al misterioso bosquejo a lápiz.
Un párrafo llama mi atención: «Perdida en el desierto de Arabia se halla la ciudad de Arkba'len, enterrada bajo la arena de las dunas desde tiempos inmemoriales. Susurran los ancianos por la noche alrededor de las fogatas que allí, atrapado en una condena eterna, mora...».
Un crujido proveniente del pasillo, apenas perceptible, hace que gire la cabeza y escudriñe la oscuridad... nada.

«Es solo tu imaginación —me digo—. Tan solo son un edificio antiguo y sus ruidos».
Retomo la lectura en otro párrafo: «La arquitectura de la ciudad no corresponde a ninguna civilización conocida y son pocos los textos en aklo, la lengua maldita, encontrados. Dice así la palabra: "Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu Arkba'len wgah'nagl fhtagn"», que significa...
De repente, me sobresalta un zumbido y contemplo atónito un dardo clavado en la estantería a escasos centímetros de mi cabeza.

Actuando por instinto, retrocedo de un salto y un segundo dardo atraviesa el aire donde hacía una instante estaba mi cuello.
Me giro para enfrentarme a la amenaza y veo con asombro a una figura encapuchada apuntándome con una cerbatana.

Tan solo cuento con unos segundos para reaccionar: me abalanzo hacia él utilizando el libro para proteger mi cabeza y
otro dardo se clava en la tapa de cuero.
El encapuchado, al ver que voy a darle alcance, se gira en redondo y emprende la huída.

Sin pensarlo, le persigo por los laberínticos pasillos del sótano y salto por encima de una estantería que mi atacante derriba para entretenerme. El libro se me escurre de las manos...
Su velocidad es endiablada y por momentos consigue dejarme atrás. Jadeando, llego hasta un cruce de pasillos y desenfundo mi revolver...

«¿Dónde...?».

El zumbido de otro dardo que falla de nuevo por centímetros me desvela su posición...
Ha conseguido encaramarse a lo alto de unas estanterías.

«¡Alto o disparo!», grito apuntándole.

La figura hace caso omiso de mis palabras y reanuda la huída con una agilidad sobrenatural. Le persigo intentando orientarme por la maraña de pasillos hacia el fondo del sótano.
Justo cuando comienzo a pensar que voy a arrinconarle, el encapuchado salta con agilidad sobre unos sacos de tierra apilados y consigue escabullirse por una claraboya que da a la calle.
Le sigo con dificultad hasta el exterior, resoplando y manchándome el traje de barro.

La calle está desierta, sin rastro de mi atacante. Corro en una dirección al azar y lo busco con la mirada... sin éxito.

—¡Joder! —grito frustrado.
Sopeso mis opciones. Puede haber escapado en cualquier dirección, sería absurdo intentar encontrarlo... tampoco tengo ni la más remota idea de por qué un encapuchado de rojo ha estado jugando a la diana conmigo, pero sin duda debe estar relacionado con el caso.
Parece que alguien se ha puesto nervioso cuando he comenzado a escarbar.

Regreso hasta el ventanuco que da al sótano. Puede que el libro que estaba ojeando consiga arrojar algo de luz sobre el asunto... o como mínimo podré examinar los dardos en busca de una pista.
«Vuelta a arrastrarme», digo con sorna, y entro de nuevo en el edificio.

Regreso hasta el pasillo con la estantería volcada y... ¡sorpresa! No encuentro el libro donde lo dejé caer... aunque no tengo la más mínima duda de que debería estar allí.
Desenfundo el revolver: había alguien más aquí abajo. Alguien que quizás siga aquí, agazapado entre las sombras.

Regreso con mis sentidos alerta hasta la salita con los tomos de Sir William y confirmo lo que empezaba a temer: los dardos también ha desaparecido.
«¿Cuántas salidas tendrá el sótano?», pienso.

Justo cuando he tomado la decisión de subir a la planta principal y preguntarle a la bibliotecaria si ha visto a alguien salir, un objeto en el suelo llama mi atención.
En el pasillo donde me asaltó el encapuchado hay un saquito de seda. Lo recojo y lo abro con cuidado. En el interior hay unas hebras de color rojo. Reconozco el aroma que desprenden: azafrán.
Solo hay un lugar en el que se puedan encontrar saquitos de especias de este tipo: el mercado de especias de China Town.

Es una pista débil, pero no tengo ninguna otra.

¿Se le cayó a mi atacante durante la huida? ¿O están intentando atraerme a una trampa?
La otra opción es irme a casa y olvidarme de todo esto... pero de nuevo me sorprendo poniéndome en marcha. La adrenalina liberada durante la persecución ha hecho que se active algo primario en mí.

Ahora no puedo parar.

(Fin del 1er capítulo)
¡Continuará la próxima semana!

Si te ha gustado te agradecería muchísimo si vuelves sobre el primer tweet y haces RT 🙏

Eso me dará ánimos para terminar el resto de capítulos.

¡Pronto más!

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May 9
Voy a poneros en un hilo mis imágenes favoritas de las que generamos ayer en el directo con #dalle2.

👉

Empiezo con: "A huertano on top of a flying lemon 🍋, eating a paparajote, flying over the cathedral of Murcia, digital art" 😂😂😂

🧵👇 Image
"An illustration of an unicorn, wearing sunglasses, surfing a wave, with a yellow background, digital art"

Petición de @IvanLandabaso.

#dalle2 Image
"A beautiful render of Padme Amidala portrait with her face illuminated by a blue lightsaber, lucas films, orange and blue contrast, trending artstation, fantasy art"

#dalle2 Image
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May 8
1/4 No entiendo a los que aseguran que JAMÁS se podrá construir una AGI (inteligencia artificial de propósito general, es decir, consciente de sí misma).

No hay NADA en las leyes del universo que lo impida.

(Imágenes del hilo generadas 100% con IA).
2/4 No entro en qué soporte tendrá: si biológico, silicio, ordenador cuántico, algo por venir o mezcla de todos ellos.

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May 7
Es muy, muy difícil cambiar el ADN de una empresa/startup.

Por ejemplo PayPal siempre fue una mierda, y sigue siendo una mierda a día de hoy, por muchos años que han tenido para intentar mejorar.

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Meanwhile, en mi cuenta de Paypal...
Jodo, la de pasta que me gasto en Glovo.
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Apr 29
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Sí, son generadoras de trolls, bots e imbéciles que se se escudan en el anonimato...

Pero a la vez permiten a muchos contar cosas interesantes que de otra forma no podrían por presiones. Además de dar voz a gente en países represores.
Así que me ha sorprendido el resultado de la encuesta.
Parece un oxímoron, pero algunas personas, por la situación en la que están, solo pueden ser libres opinando desde el anonimato. Yo eso lo respeto.

A los imbéciles a los trolls y a los bots lógicamente no.
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Apr 28
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Cuenta un relato poderoso y plantea grandes incógnitas: ¿es una escena preparada? ¿estaban acosando estos hombres a la chica?

Voy a contaros la verdadera historia detrás esta foto 🧵👇 Image
Primero observadla. Es fascinante. Es tan rica en detalles que alguien podría quedarse embelesado admirándola durante largo rato. La cara de la chica es un poema.

Cualquier fotógrafo mataría por ser capaz de sacar una foto así al menos una vez en su vida.

Es una obra de arte.
La foto fue tomada por la fotógrafa Ruth Orkin en 1951 en Italia.

Ruth fue una mujer adelantada a su tiempo: a los 17 años se levantó un día, cogió su bici y recorrió América desde Los Ángeles hasta Nueva York fotografiando su viaje.

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📸 Bicycle Trip 1939 ImageImageImageImage
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Apr 13
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Antes de adentrarnos en el bosque de laurisilva atravesamos un bosquecillo de eucaliptos. Pero poco a poco la humedad y los helechos ganaron la batalla.
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