La tía Lucha, venía de Tucumán a Baires cada dos o tres meses. Cuando pasó lo de Spider-Man empezó a venir más seguido hasta que dejó de venir. La tía Lucha hoy está muerta, pero todos nos seguimos acordando de ella por el hombre araña.
La cosa es que venía porque decía que se aburría allá en el norte, pero, cuando llegaba, se quejaba de que todos se la pasaban trabajando en Buenos Aires.
La tía Lucha no era mi tía, sino la tía de mi mamá, pero ya saben cómo son las tías de las tías de las tías.
Siempre se llaman tías. Cuando venía traía alfeñiques, dulce de cayote, tabletas de miel de caña y palabras tucumanas. "Te vuace´ aca" o “te vuace’ shecagá”, decía cuando se enojaba.
En su honor, siempre organizábamos algún asado o comilona con toda la familia presente.
Cuando digo toda la familia, hablo de más de veinte personas, así que siempre era todo un evento.
“Llega la Lucha el martes”, te decía Edu por teléfono y uno ya sabía lo que tenía que hacer.
Ya saben, división de roles. Mis tías amasaban las tapas de empanadas, mi tío Daniel compraba unas tiras de asado. Nosotros íbamos por las frutas y verduras. Ensalada para la comida y frutas para la ensalada de frutas con crema. Cosas que no podían faltar si venía la Lucha.
Sí, cúlpenla. Tucumana. Hacía unas empanadazas que mamadera y una ensalada de frutas que te caías de culo.
Así como cada uno tenía su papel en el esquema general del evento, había un plan mayor. Todos sabíamos una verdad tan grande como las leyes universales:
la tía Lucha siempre caía en las jodas. Así que bueno, ya nos poníamos a organizar lo que se venía. Jodas. Cada uno es bueno en alguna. En mi familia, bueno, traten de no meterse con mi familia.
El primer novio de mi prima terminó en uno de esos tachos de aceite por decir que la carne estaba cruda. Sí, esa no fue una joda. Sí fue una risa. Digo, el tacho estaba lleno de aceite.
Una vez el cartero le dijo un piropo medio subido de tono a mi tía y Dani lo terminó atando cuatro horas a la cucha donde dormía el Dogo argentino que tenía en el fondo. Ya saben, gente sana. Gente como uno.
Cuestión es que había que pensar una joda.
Algo que nos diese risa a todos y que no terminase con la Lucha muerta. Difícil. Sobre todo en mi familia.
Habíamos organizado dos asados grandes. Comiditas había siempre, pero las bromas pesadas las hacíamos cuando nos explotaban las panzas.
“Llega la Lucha el martes. Se queda un tiempo. Ya le preparé la pieza”, dijo Edu.
Pasaron las bienvenidas, las comiditas y el primer asado. Todo eso duró una semana. Nos quedaba tiempo.
Digamos también que, por haber hecho todo a las corridas y junto en la primera semana, la joda del primer asado fue solo hacerla sentir un poquito mal. Fue así: la Lucha se encargó del relleno de las empanadas y de la ensalada de frutas. El resto de la familia, de todo lo demás.
Pero vamos a la tía Lucha. Preparó una monstruosidad de ensalada de frutas. Crema, como para toda la barrabrava de San Lorenzo. La comida salió bien. El postre fue el tema. Daniel y Eduardo fueron los que pasaron el mensaje.
“Cuando la Lucha pase sirviendo la ensalada de frutas, ustedes le dicen que están llenos, que no pueden más”. Dicho y hecho. La tucumana marchaba a paso de murga con una olla del tamaño del tacho de aceite del primer novio de mi prima. Uno, después otro, después otro.
Así, con toda la familia. “No, gracias, tía, no doy más”. “Ay, Luchi, te agradezco, pero estoy reventado”. “Gracias, tía, pero basta para mí”. La Lucha marchaba y la cara se le transformaba. Dani dijo que hasta le vio una lágrima. Nadie sabe a ciencia cierta.
Lo que sí sabemos es que, cuando se volvió a la cocina, se escuchó un golpe seco, como de chapa contra mármol. Después de eso, el baño ocupado por 40 minutos. Eso. La pasó mal, pero no era nuestro estilo. Faltaba algo más.
Cuestión es que pasó.
Veíamos a la tía Lucha bastante seguido cuando el tiempo permitía, pero, como ella decía, todos se la pasaban trabajando y nos pidió que le buscáramos algún curso o algo para hacer cerca.
Edu le dio un par de opciones, pero todas sobre cocina fusión y a la tucumana no la sacabas de las ensaladas de frutas y las empanadas de carne cortada a cuchillo. Caímos con más ideas y dijo que sí al curso de crochet.
La idea era que pasara un tiempo con otra gente, haciendo algo que no había hecho antes y bueno, empezó. Dos semanas de curso. Cada vez que nos juntábamos no paraba de hablar del punto enano, el punto cadena, del punto medio.
Nadie entendía un pedo, pero todos terminábamos con alguna cosita hecha a la lucha por la Lucha. Un gorrito de lana en noviembre. Un taparrabos. Lo que sea. La Lucha no paraba de tejer. Así que ahí fue cuando dijimos, “es por acá”.
Dos semanas. Curso completo.
Había sido algo improvisado. Una señora que tejía les enseñaba a otras a tejer. No había diploma, ni acto de colación. Nada, ni siquiera una despedida después de haber aprendido el punto media vareta. No.
Pero la Lucha estaba entusiasmada, así que Edu le dijo que en unos días le iban a mandar el certificado. Dio la casualidad de que justo el día del asado de despedida. Al otro día la Lucha se volvería para el norte y, por un tiempo, no escucharíamos sobre vestiditos para muñecas,
ni gorritos para caniches hechos en ganchillo. Era eso o hacerla “shecagá” de lo pesada que estaba.
De nuevo, toda la familia seteó la escena. Mi prima estudiaba diseño gráfico, así que se daba una idea con Photoshop. Yo colaboré con los textos.
La cosa es que entre pitos y flautas y empanadas, terminamos de comer y nos sentamos todos en círculo a compartir una ronda de mates. Edu cebaba, así que se levantó y, con una cucharita de té, golpeó el termo de hierro. Ting, ting, ting.
“Familia, se nos va la Luchi de nuevo para Tucumán y quiero que todos le agradezcamos por la visita. De paso aprovecho y quiero hacer entrega de un sobre que llegó hoy”.
Mi prima se fue para el living y volvió con un sobre de papel madera que rezaba “Sra. Lucinda”.
Edu le pidió a la tía Lucha que se levantara. Agarró el sobre, lo abrió y sacó un papelote blanco, durito, de un gramaje alto. De un lado, opaco; del otro, pseudo brillante, como de papel fotográfico. Lo miró, lo giró y se lo mostró a todos. Lo hizo desfilar.
“Este es el diploma de la tía Luchi por el curso de crochet que terminó el otro día. ¡Un aplauso para la Luchi, carajo!”. Aplaudimos.
Edu dio vuelta el diploma y leyó: “Cámara Internacional Ibero-pa-panamericana de Tejido en Crochet.
Por el presente diploma, certificamos que la señora Lucinda Rodríguez (escrito a mano), ha completado con honores el curso de dos semanas de tejido crochet avanzado. Ciudad de Guernica. Partido de presidente Perón”. Hizo una pausa. “Apa, está firmado y todo”.
Pausa y leyó, “director de la Cámara Internacional Ibero-pa-panamericana de Tejido en Crochet. El señor Piter Parquer”. Sobre el nombre impreso, escrito y simulando una firma en puño y letra decía “Spider-Man”.
Aplaudimos. Nos reímos. Algunos estallamos en carcajadas.
Los más chicos, sobre todo. Daniel se secaba las lágrimas de los ojos. La tía Lucha hizo un ruidito con la garganta y rompió en llanto. Se acercó y abrazó a Eduardo, después a Daniel, después a mí. Pasó por toda la familia y le dijo “gracias” a todos y cada uno.
Nos preguntó cuánto nos debía por el curso. Le dijimos que nada y rompió en llanto de nuevo. Nos dijo que no sabíamos lo que significaba para ella. Que gracias de nuevo y que más gracias.
Era nuestra broma y ella nunca se enteró. Estaba feliz. No sabíamos qué hacer.
Era nuestra despedida y estaba arruinada. Estoy seguro de que, en un punto, todos nos preguntamos si podíamos meterla adentro de un tacho de aceite como para hacerle algo, pero bueno, no pasó.
La Lucha se volvió para Tucumán y, a los días, nos llegó un WhatsApp al grupo familiar. Era una foto. Era una foto de un diploma enmarcado en el living para que todos lo vieran.
La Lucha vino unas cuantas veces más y pasó varios meses en Buenos Aires, pero nadie nunca dijo nada sobre Spider-Man. Todos habíamos aprendido algo, pero no sabíamos qué era. Solo estaba claro que eso tenía que quedar donde había quedado.
La broma se tomaría su propio tiempo y nosotros no seríamos los protagonistas. Sería la risa de otros el fruto de nuestra simpatía. Pero el tiempo siguió pasando y la risa nunca llegó.
Un día llegó otro mensaje de texto. La Lucha había muerto. Algunos lagrimearon.
Otros se quedaron duros. Era grande, sí, pero no tan grande. Era grande como para saber quién era Piter Parquer. Era grande, pero no tan grande y había muerto sin saber.
Así que hoy, ahí, en alguna casa de Tucumán, hay un cartel colgado, firmado por Spider-Man, que pasó desapercibido.
FIN.
Gracias, como siempre, por llegar hasta acá y ayudarme a difundir lo que amo hacer: contar historias. Espero que les haya gustado ❤️
Como ya saben, comentarios, RTs y likes son más que bienvenidos!
Una cuenta de Twitter que ya no existe, hizo una compilación de paletas de colores de escenas clásicas del cine moderno y son una belleza. Les dejo un hilo ❤️🎞
#1 Mad Max: Fury Road (2015) Dir. George Miller
#2 Spirited Away (2001) Dir. Hayao Miyazaki
#3 Harry Potter And The Deathly Hallows: Part 2 (2011) Dir. David Yates
Papá ponía cara de póker, pero no sabía jugar al póker. Papá jugaba al Truco, y creo que va más con lo que le hacía al Tucumano, al Tucu. O, mejor dicho, lo que el Tucu le hizo a él.
El Tucu era tucumano. El Tucu era zapatero, pero papá decía que era remendón.
El Tucu era borracho. Era borracho y viejo. Era chusma y crédulo. El Tucu decía “birria” en lugar de birra y “lumbrices” en lugar de lombrices. Y papá hablaba y hablaba y decía que para un mago no hay nada mejor que un público borracho.
Papá era un mago, pero papá era un mago porque yo no llegaba a los diez años. Bien, el Tucu. Después de todo, esto se trata de él. Bien. El Tucu no tenía nombre porque todos le decían el Tucu. El Tucu está muerto, pero cuando papá era un mago, él todavía vivía.
Me obligué a recopilar todas las publicidades, packagings y anuncios que voy subiendo para no ir repitiendo y que las puedan ver todas en el mismo lugar. Va un hilo infinito 👇
Sí, mis historias son de gente rota. De gente que empieza mal y termina peor. Hoy quiero contarles otra historia y hacerles una promesa: que todo, siempre, está bien.
En octubre de 2019 estaba solo, solo deprimido y con problemas de alcohol.
Eu, cuando digo “problemas”, no estoy hablando de verdaderos problemas. Hablo de que tomaba, tomaba más de la cuenta y, cada cierta cantidad de noches perdía la consciencia.
Sí, claro, hablaba con gente, de hecho, trabajaba.
Muchos saben de qué trabajaba y mi trabajo siempre se basó en escribir para otros. Así que estábamos en contacto. Incluso con muchos de los que están leyendo hoy.
Les prometí una historia de infidelidad. Estos son los recuerdos de cuando era chico y mamá tenía una amiga que pasó a la historia. Pasó a la historia porque nunca más la volvimos a ver, un poco por la vida, un poco por SU vida. #AbroHilo
Vamos a decir que Alejandra se llamaba Alejandra, solo para preservar su nombre. Divina. De verdad. Era de esas personas que jamás pasaba percibida, pero siempre por las razones correctas. Me guío por recuerdos y el sexo no vivía en mi cabeza, pero puedo decir que era atractiva.
Alejandra tenía un novio, Gustavo. Gustavo era de esos tipos que hacen de todo y lo hacen bien. Lo hacen bien y en el momento adecuado. Si Gustavo hubiese querido poner un vidrio templado en el celular, seguro lo hubiese hecho sin burbujas. Así era él. Juntos, eran perfectos.
No solo es un tweet vacío y desalineado, sino que hasta tiene errores de ortografía.
Una vez más (porque a veces es una cuestión de repetición): marcas, no tuiteen por tuitear, no se suban a una tendencia por subirse y, si no suma lo que dicen, quédense callados.
Y arrobaron a la China. O sea, peor en esta no pudieron haber entrado, no? Háganse un favor y dedíquense a dar servicio de telefonía, no a comunicar. Irónicamente, deberían ser buenos en eso.
Y ahora me empezaron a seguir. El criterio es maravilloso.