Los niños comienzan a correr por la colina de Neukölln.
El avión está cada vez más cerca.
Los niños gritan.
Pero no de miedo, gritan de ALEGRÍA.
Hoy, aterriza en #berlinespobreperosexi "Candy Bomber".El hombre que supo terminar una guerra.
Es el verano de 1948, Gail Halvorsen, un piloto de las fuerzas áreas norteamericanas, espera sentado en una silla del aeropuerto de Tempelhof.
Agarra la gorra con fuerza, está nervioso.
Sabe a lo que se enfrenta: Un tribunal militar, la degradación, la vuelta a Utah.
El general Tunner entra por la puerta. Es la máxima autoridad militar en Berlín del oeste.
Gail se cuadra. Sabe que está en problemas.
Espera, absurdamente, que un buen saludo militar rebaje la pena.
Sin embargo, el general Tunner no responde con la mano alzada.
Le tiende la mano.
Gail se la aprieta sin entender.
El general empieza a hablarle de unos señores de la prensa que le están esperando fuera, de que tendrá que alejarse un par de día de los aviones para atenderles.
Gail está todavía más confuso.
"¿No van a castigarme?" Se atreve por fin a decir Gail.
"¿Castigarle?" Contesta el General Tunner.
Y entonces pronuncia las siguientes palabras con mucha calma:
"Teniente, usted ha acabado por fin con esta guerra"
Volvamos unos meses atrás para entenderlo todo.
Exactamente al 24 de junio de 1948.
Sí, hace hoy 74 años.
Ese día Berlín del Este y Berlín del oeste se separaron por primera vez.
Hasta entonces, la convivencia entre los cuatro países que se habían repartido Berlín había sido cordial.
Pero ese día fue el punto álgido de aquellos años.
Los soviéticos decidieron aislar Berlín oste del resto del mundo .
El día anterior, los países del oeste habían creado una nueva moneda para la parte occidental de Alemania, el Deutsche Mark.
En represalia, Stalin decidió cortar todo contacto de Berlín oeste con Alemania del oeste.
Era imposible acceder de forma terrestre a la capital alemana desde la parte occidental.
Ni coches.
Ni camiones
Ni trenes.
Ni, lo más importante, energía.
De esta forma, Stalin deseaba desabastecer la ciudad para que se quedaran sin alimentos, sin materias primas y sin carburantes.
No era un simple bloqueo, era un asedio.
Aunque en realidad Stalin no quería quedarse con la ciudad.
Lo que querían era presionar a Occidente.
Como diría años más tarde Nikita Jrushchov:
"Berlín son los testículos de Occidente. Cuando quiero que Occidente grite, aprieto a Berlín"
"Maldito tetelemeque" (@AdrianzenEduard) se oyó decir en el aeropuerto militar de Tempelhof.
Los aliados estaban iracundos. Se oían insultos por todos lados:
Sin embargo, los soviéticos se habían dejado un cabo suelto.
El bloqueo era solo terrestre.
Nadie había dicho nada del aire.
Así que el ejército estadounidense montó la mayor operación de abastecimiento jamás vista... por el aire.
Puso a todos sus aviones de carga a volar desde la parte occidental hacia Berlín por tres corredores aéreos.
Cada 90 segundos aterrizaba un avión en uno de los tres aeropuertos de Berlín.
¡Cada 90 segundos!
Entre los pilotos de aquellos aviones que aterrizan cada 90 segundos estaba, por supuesto, Gail.
Gail era un tipo curioso.
No porque me lo parezca a mí, sino que realmente era alguien que le gustaba curiosear.
Siempre iba con su cámara fotográfica en la cabina para sacar fotos de lo que iba viendo.
Le gustaba especialmente enfocar al lado soviético.
Pero no solo le gustaba hacer fotos desde el aire, también le gustaba bajar a tierra e investigar.
Se adentraba por la ciudad y se dejaba llegar.
Uno de las tardes de aquel julio, mientras paseaba por los alrededores del aeropuerto, escuchó a un gran alboroto de niños tras uno de los edificios destruidos por los bombardeos de tan solo hacía 3 años.
Gail, como buen curioso, se acercó a ver qué sucedía.
Y allí estaban.
Lo mismo que veía cada día, pero desde otra perspectiva.
Los mismos aviones que pilotaba, pero en vez de estar acompañados por el ruido de motores, eran vitoreados por decenas de niños.
Gail sacó su cámara y comenzó a hacer fotos.
Los niños se acercaron y empezaron a vacilarle.
Gail les vaciló a ellos también.
Se cayeron bien enseguida.
Gail se despidió de ellos y les dijo que volvería y les enseñaría las fotografías.
Pero uno de aquellos mocosos, en su mal inglés, le respondió que mejor que las fotografías trajera chocolate.
Ya os he dicho que era unos vacilones.
Sin embargo, Gail se lo tomó muy en serio.
Al pasar por encima de ella, abrió la ventanilla de la cabina. No los veía, pero sabía que estaban allí.
Sacó la mano del avión.
La abrió.
Y tres pequeños paracaídas, fabricadas con una servilleta, se abrieron.
Por supuesto, atados a ellos había tres barritas de chocolate.
Gail no pudo oírlo por el ruido de los motores, pero el grito se oyó en todo el barrio.
Era felicidad.
Gail, cada vez que preparaba su avión, rellenabar su cabina de pequeños paracaídas cargados de chocolate.
Así, antes de aterrizar en el aeropuerto de Tempelhof, sacaba la mano y caían sobre la colina.
Aunque Gail no era tan buen bombardero como él se creía.
Uno de sus paracaídas no acertó en la zona de los niños y entró en la zona del aeropuerto donde cayó cerca de un periodista americano.
El corresponsal pronto olió la noticia y fue a hablar con los niños.
En solo un par de llamadas, el General Tunner ya sabía quién era aquel piloto que había cambiado el miedo por ilusión
Aquel que en vez de bombas tiraba golosinas.
Aquel que, con un gesto humano, había hecho más que cien reuniones entre políticos.
El general Tunner no solo reconoció el gesto de Gail, sino que permitió a otros pilotos hacerlo también.
En pocas semanas, todo el escuadrón se acercaba a la colina para tirar las pequeñas bombas.
Tanto fue así, que el ejército decidió hacer aquello oficial.
Lo llamó Operation "Little Vittles" (Pequeños alimentos)
Por supuesto, al mando de ellos estaba Gail Harvorsen.
Al que ya nadie conocía por su nombre, todos le llamaban "Candy bomber".
La operación duró solo un año, igual que el bloqueo soviético a Berlín, pero cuando terminó Berlín ya había ganado un héroe.
Durante años, las muestras de cariño y de honores llegaron hasta Utah, donde vivía Gail.
Lo llevo haciendo toda mi vida.
Veo que mis hijos lo hacen cuando apenas saben hablar.
Y lo único que hago aquí, en Twitter, es contar historias y más historias.
Y sigo sin saber para qué.
La ciencia dice que allá por el Pleistoceno desarrollamos la capacidad de contar historias con un solo objetivo: