Desde que abrió la piscina de mi urbanización, paso allí cada día.
Hace poco, oí a 2 vecinas mayores hablando: "Odio abrir el buzón, nadie me escribe nunca. Ni siquiera mi hijo desde Suecia. ¡Ni el banco pidiéndome dinero!".
Me dio tanta pena, que decidí hacer lo siguiente:
Esa tarde, busqué un poema de Bécquer y lo escribí con mi mejor letra. Metí la nota en un sobre, bajé al portal y lo eché en su buzón.
Hasta donde sé, se llama Puri, fue enfermera y vive sola en el 6ºB. Tendrá unos 80 años, y cada vez que la veo, sonríe como lo hacía mi abuela.
Al día siguiente, fui otra vez a la piscina (me tumbo a leer en el césped, en concreto) y las vi de nuevo. No escuchaba lo que decían, así que con la excusa de meterme en la piscina por las escaleras, me acerqué hasta ellas.
Hablaban de un "amante misterioso".
"Si antes te lo digo, antes recibo una carta. Un amante misterioso, todo un poeta. Me dijo unas cosas… sube luego y te la enseño. O mejor, te la enseño cuando la enmarque, que no quiero que se estropee".
Estaba tan contenta por algo tan fácil de hacer... que no podía parar ahí.
Por la tarde fui a una floristería y compré un ramito de violetas. Luego, cogí prestados más versos de Gustavo Adolfo y los escribí en otra nota.
Como el ramo no cabía por el buzón, lo dejé, junto a la nota, en el felpudo de su puerta.
Estaba deseando verla en la piscina.
Al día siguiente, llegaron a la piscina algo después que yo, pero como se sentaron cerca pude escucharla.
Estaba eufórica. No paraba de hablar de su "amante secreto".
Joder. Pensé que estaba yendo demasiado lejos. Quizás lo mejor sería dejarlo en ese punto.
Decidí parar.
Los siguientes días, mi preocupación subió tan rápido como el precio de la gasolina, pues ni mi vecina ni su amiga fueron a la piscina.
Al cuarto día de ausencia, decidí averiguar el porqué, así que fui hasta su piso y toqué el timbre.
Al principio no contestó nadie, así que pegué la oreja a la puerta por si oía algo. Nada.
Llamé de nuevo y repetí la postura de cotilla. Esta vez sí que escuché unos pasos. Eran lentos, y parecían arrastrarse por el suelo.
Poco después, alguien abrió, pero no era Puri.
Lo hizo un hombre que jamás había visto en mi urbanización. Era alto y fuerte. Sus brazos eran casi tan grandes como mi pierna, y me pareció ver que tenía algo rodeando su antebrazo derecho.
Su cara, llena de pequeñas heridas, no parecía mostrar alegría por verme.
Pensé que sería el hijo de Puri, el que vivía en Suecia, así que le pregunté por ella.
-¿Está Puri?
-Aquí no vive ninguna Puri -me contestó.
Antes de que cerrara de un portazo, pude ver un ramito de violetas -ya secas- en un jarrón con agua. Algo pasaba.
Esa tarde, en la que descarté varias veces llamar a la policía por no parecer un loco, vi por la ventana que el hombre estaba en la piscina. Era el momento.
Subí hasta su planta y me sorprendió ver la puerta entreabierta. Sin dudarlo, entré. Primer error.
La casa estaba limpia y ordenada. Vi el jarrón con el ramito de violetas, mi primera carta enmarcada colgando de la pared y hasta una olla aún humeante en la cocina.
Enfilé el pasillo -igual al de mi piso- para ver si había alguien en alguna de las habitaciones. Segundo error.
En la primera no había nada, ni siquiera camas. Tan solo una caja de madera; enorme, cerrada y llena de pequeños agujeros a su alrededor. En un lateral ponía "Propiedad del Zoo de Borås".
Fue en la otra habitación donde las vi. Mi vecina y su amiga estaban tumbadas en una cama.
No sé si hice ruido o si dije algo, no lo recuerdo, pero las dos se levantaron y me miraron asustadas.
-Corre -me dijo Puri.
-Vete -gritó la otra.
-¿Estáis bien? -acerté a decir.
Puri miró por la ventana que da a la piscina.
-Es demasiado tarde -dijo, y recuerdo que temblé.
Oí algo, unos pasos que se detenían a mi espalda y un hombre que se aclaraba la garganta. Me di la vuelta. Tercer error.
-Apártate, voy a llamar a la policía -dije con una voz que no se parecía a la mía, demasiado aguda. El tipo se limitó a sonreír y yo noté un golpe en la nuca.
No sé cuánto tiempo he estado inconsciente hasta despertar dentro de esta caja que, sospecho, es propiedad del zoo de Borås.
Los agujeros que hay alrededor dejan pasar algo de luz, pero no lo suficiente como para mirar por ellos. Por el balanceo, me temo que estoy en un barco.
Poco puedo hacer más que escribir este hilo mientras tenga internet.
Nadie atiende mis gritos, y aunque sea capaz de hablar con la policía y hacer que me crean, me parece que la serpiente que me acompaña en esta caja acabará conmigo antes de que empiecen siquiera a buscarme.
Si te ha gustado este relato de ficción, te dejo por aquí algunos más:
Sé que está mal, pero hace unos días encontré un pendrive en el suelo del portal y, en vez de poner un cartel para devolvérselo al dueño, me lo quedé para cotillearlo.
La sorpresa vino cuando, al abrirlo, vi que la única carpeta que había tenía mi nombre.
Até cabos.
Esa misma mañana, José María, mi vecino y casero, se había desmayado en el portal. Lo ayudé a levantarse (tendrá unos 90 años), pero insistió en que estaba bien y se metió en su piso con rapidez.
Quizás el pen era suyo y ahí tenía el contrato del alquiler.
Pero no.
Dentro de la carpeta "Chema de Aquino" había dos archivos. Uno era una hoja de cálculo llamada "momentos" y el otro, uno de texto llamado "ruta".
Lo más curioso es que la fecha de la última modificación era de bastantes días después.
Desde que me mudé a mi nuevo piso, cada madrugada me despierto oyendo a alguien llorar en el de abajo.
Ayer, un vecino, Salvador, me dijo que ahí no vive nadie desde hace años, así que decidí hacer una visita al anochecer.
Suelo llegar de trabajar sobre las diez de la noche, así que ceno ligero, me ducho y me duermo viendo la tele.
Anoche me dormí viendo una película de miedo, pero lo que me despertó no fue una pesadilla, sino el llanto desde el piso de abajo, así que me puse un chándal y bajé.
En las escaleras iba pensando en lo que me había dicho Salvador por la mañana. "En ese piso no vive nadie desde hace años, chaval, serán imaginaciones tuyas".
Me lo había dicho nervioso, sin moverse del interior del portal, mirando hacia la calle sin llegar a salir.
Mis amigos Fran y Lucía tienen un canal en el que hablan de lugares malditos. Bueno, más bien se cuelan en ellos...
El lunes pasado, noche de Halloween, me invitaron a ir a una antigua mansión abandonada para grabar su nuevo episodio de "Encanta2".
Pero la noche acabó mal.
Antes de ir, mientras cenábamos, me explicaron la leyenda de la casa en la que nos íbamos a colar:
"La mansión estaba en un pueblo llamado Mogote. Allí llegó, en los años cuarenta, un forastero que la compró dispuesto a ser un vecino más.
El problema es que no lo era".
"Los habitantes de Mogote no eran muy acogedores, y recibieron con desagrado la llegada del nuevo vecino.
El forastero, quizás para agradar, puso a disposición de todos la inmensa biblioteca que poseía, pero hasta los borrachos del pueblo lo despreciaban en la taberna".
Hace unos días recibí una carta de mi hermano. Me escribía desde el hotel en el que se alojaba, con su letra cuidada y elegante de siempre, animándome a ir.
El problema es que mi hermano murió hace cuatro años.
Lo primero que pensé fue que la carta llegaba con retraso, con demasiado retraso, sin embargo, la había recibido en la casa a la que me mudé hace sólo un mes.
Lo siguiente que hice fue llamar al hotel.
El recepcionista me dijo que no había nadie alojado con el nombre de mi hermano, y que la habitación 203, donde me decía en la carta que se alojaba, hacía años que quedó inutilizada.
-¿Sabe desde cuándo? -pregunté.
-Desde 2018 -respondió.