Las mariposas revoloteando de nuevo en la tripa: No es solo ilusión. También hay incertidumbre.
Nuevo centro (¿estará dotado?, nuevo claustro (¿harán piña?), nuevo ED (¿apoyará a los profes? ¿permitirá innovación? ¿habrá seguridad en los datos?)… pero, sobre todo
nuevas asignaturas (¿los profes con más tiempo y, por lo tanto, prioridad a la hora de elegir, me dejarán impartir informática forense?), nuevo turno (¿podré estar con mi hijo cada tarde?), nuevo horario (buffff… esto sí que será un bingo).
Y NUEVAS PROGRAMACIONES.
Da igual cuántas veces pase por esto: Hoy y mañana no conseguiré tranquilizar a las mariposas ni con tila doble 🥶
Hoy tengo ganas de compartir una dinámica que hago a principio de curso con los alumnos de mi tutoría, que creo que puede ser de utilidad a padres y madres para educar en la prevención de un gran problema de ciberseguridad que afecta, desde niños, hasta adolescentes tardíos.
El problema: Comparten entre ellos sus contraseñas.
No hablamos solo de la clave de la plataforma educativa: correos, cuentas de redes sociales, ¡hasta de Netflix!
Como imaginaréis, esto genera una vulnerabilidad enorme (que es explotada MUY a menudo).
Como tío de sobrinos adolescentes y como profe dedicado a la privacidad, intenté tratar este asunto muchas veces en el pasado… con poco éxito.
Hablarles del valor de la intimidad, casi no sirvió de nada.
Esta mañana se hizo muy famosa una cuenta de IG de una niña (menor de 12 años, yo diría que 10) que publicó un vídeo con una amiga bailando una coreografía muy sexualizada y sin pantalones.
Usuario y vídeo siguen activos 😞 acosados por un ejército de #groomers
Los movimientos y el ánimo de enseñar por su parte es tan explícito, que ni siquiera veo oportuno mostrar una versión censurada del vídeo.
No lo creyeron así algunos usuarios de TW, que, en un intento de denunciar la situación, publicaron capturas y/o copias del vídeo 🤦♂️
Es cierto que, a pesar de los reportes, IG no retiraba el vídeo original, así que algunos decidieron movilizar masas mostrando el material y los comentarios que estaba recibiendo.
Para indignación de muchos, las publicaciones y las cuentas de los activistas… han sido borradas.
Me encuentro mencionado por lectores de mi cuenta de IG en un post que habla sobre #sharenting y se abre ante mí un debate interesante.
Primero, la mamá orgullosa habla de sus argumentos apoyando a los #sharenters (y su caso particular).
Como siempre, la perspectiva “los niños quieren”/“es bueno para los niños” es utilizada.
En lugar de discutir con los #sharenters sobre lo cuestionable de la creación de este contenido, a mí me gusta preguntar “Incluso así, ¿es necesario publicarlo ante extraños?”.
Este caso me hizo entrar en crisis con la idea de que todo padre que expone a sus hijos en RRSS lo hace por pura ignorancia de los peligros que conlleva, creyendo inocentemente que los consumidores verán el contenido con la mirada limpia con la que es creado.
En su lugar, en esta publicación a mí me parecía ver que una madre sexualizaba a su hija para atraer público (pedófilo, pero consumidores al fin y al cabo) con el que seguir acumulando likes/followers/visualizaciones/dinero.
Ya ha pasado un año desde el verano del #CasoDeInformáticaForense que os voy a contar hoy.
Es de esos que, como perito judicial, te encuentras de rebote mientras estás estudiando otro que era tu verdadero encargo.
Uno que demuestra, una vez más, que #TikTokNoEsParaNiños.
Pero antes: @CiberProtecter es la iniciativa de atención pericial gratuita a familias con menores acosados en entornos digitales y/o escolares.
Su fondo está casi a 0 y le siguen llegando solicitudes.
Si quieres ayudar o necesitas ayuda, entra en su perfil y el tuit fijado.
No suelo pedirlo tan claramente como hoy… pero de verdad que la iniciativa necesita apoyo 😞
A nivel #grooming, el verano está siendo muy intenso.
Yo ya había escuchado muchas veces a educadores infantiles promover (encarecidamente) que a los niños se les enseñe el vocabulario real a la hora de denominar sus partes íntimas, en lugar de eufemismos: nada de “colita”, “huchita”, “pito”…
He oído de todo y siempre bueno.
El más aplastante de los argumentos siempre fue que, si un niño confesaba haber sido víctima de abuso sexual, cualquier adulto que lo oyese debía poder entenderlo sin ambigüedades.
Durante mis primeros estudios sobre educación… consideré aquello
exagerado: ¿quién no iba a entender a un menor que diese un mensaje así?
Hasta que una compañera de infantil pasó por algo horrible.
Alerta a lectores sensibles: Abuso sexual infantil.
Una alumna suya no hacía más que repetir que estaba triste porque su tío le