¿Es efectivo el aprendizaje activo según la ciencia de cómo aprendemos? Pues depende de qué entendamos por «aprendizaje activo».
A continuación, un hilo sobre los detalles que conviene tener presentes para valerse de las bondades de esta aproximación. 🧵👇
Los científicos cognitivos coinciden en que el llamado «aprendizaje activo» es la forma más oportuna para obtener conocimientos duraderos y transferibles a nuevos contextos. El problema es que, desde su punto de vista, este no es equivalente a “aprender haciendo” [1].
Entender qué caracteriza un aprendizaje que es “activo” desde la perspectiva de la ciencia es clave para apreciar por qué a veces las actividades basadas en el “aprender haciendo” pueden no ser fieles a este principio y, en consecuencia, carecer de lo que las haría más efectivas.
Cuando se trata de aprender un procedimiento, es evidente que lo más oportuno será practicarlo para aprenderlo. “Hacerlo para aprenderlo”. Si deseo aprender a lanzar a canasta, más me vale ponerlo en práctica (tras una buena modelización). Sin embargo...
... cuando se trata de adquirir conocimientos, como por ejemplo las causas de la Revolución Francesa, y sobre todo, cuando lo que deseo es ser capaz de aplicar este conocimiento en nuevas circunstancias, ¿qué es lo que hay que “hacer”?
Según las ciencias cognitivas, adquirir nuevos conocimientos consiste en crear conexiones semánticas entre lo que sabemos y lo que estamos experimentando, o incluso entre conocimientos que ya teníamos pero nunca habíamos asociado [2].
Por eso, cuantos más conocimientos tenemos relacionados con lo que estamos aprendiendo, más fácil nos resultará aprenderlo, porque más conexiones podremos realizar.
De hecho, las conexiones que establecemos no solo nos permiten crear nuevos significados (ideas, conceptos) o ampliarlos, sino que también nos permiten recuperar lo aprendido cuando alguno de los estímulos a los que lo hemos relacionado aparece en el entorno.
Así que cuantas más conexiones hayamos realizado, más probable será que podamos recuperar un conocimiento en el futuro, y, por lo tanto, más duradero y transferible resultará en la práctica.
Como ya apuntó el psicólogo William James a finales del siglo XIX: «El “secreto de una buena memoria” es pues el secreto de formar diversas y múltiples asociaciones con el hecho que deseamos recordar» [3].
Por eso, la mejor manera de adquirir conocimientos de forma que resulten más duraderos y transferibles a nuevas situaciones consiste en promover explícitamente la creación de conexiones. ¿Y en qué consiste esto en la práctica?
Como también ya notaría James: «¿en qué podría consistir sino en pensar sobre el hecho tanto como fuese posible?». En efecto, casi un siglo después de que James publicase sus obras, los psicólogos cognitivos corroboraron que...
...cuanto más pensamos sobre nuestras experiencias en términos de significado, mejor las recordamos [4]. Al fin y al cabo, tratar de dar sentido a algo no es otra cosa que interpretarlo a la luz de nuestros conocimientos previos, lo que contribuiría a conectarlo con ellos.
Pensar sobre lo que aprendemos significa tratar de explicarlo con nuestras propias palabras, compararlo con cosas que ya sabemos y buscar similitudes y diferencias entre ellos, proponer ejemplos de nuestra propia cosecha, inventar analogías que lo modelen...
También incluye identificar las consecuencias de lo aprendido en otras situaciones, sugerir sus posibles causas, aplicarlo para interpretar nuevos casos o resolver problemas, etcétera.
En resumidas cuentas, el aprendizaje depende de lo que el aprendiente haga en su cabeza con la información que le proporcionan sus experiencias. Aprender no es un mero acto receptivo, sino que, sobre todo, es un acto generativo [5].
A la luz de estos hechos, las ciencias cognitivas identifican el «aprendizaje activo» como aquel en que el sujeto hace un esfuerzo por pensar acerca de lo que está experimentando, con la intención de darle significado y conectarlo con sus conocimientos previos.
El aprendizaje activo implicaría estar activo desde un punto de vista cognitivo, no necesariamente desde un punto de vista físico. En este sentido, ¿podríamos decir que una persona que está leyendo un libro está inmersa en un aprendizaje activo?
Pues dependerá de lo que esté sucediendo en su cabeza. Si la persona se va deteniendo a medida que lee para preguntarse sobre lo que acaba de leer, para explicárselo a sí misma o para reflexionar sobre qué sabía ya sobre ello, entonces sí estará practicando el aprendizaje activo.
Y eso a pesar de que no estará mostrando más actividad externa que la que conlleva la lectura. Por otro lado, si unos alumnos realizan una práctica de laboratorio, ¿estarán poniendo en práctica el «aprendizaje activo»? De nuevo dependerá de lo que esté sucediendo en sus mentes.
Si para realizar dicha actividad pueden seguir unas instrucciones sin necesidad de pensar por qué están haciendo lo que hacen, sin tratar de interpretar sus resultados y sin pensar sobre su relación con lo que aprendieron antes en clase (incluso están hablando sobre otra cosa)...
...entonces por mucho que los viéramos “haciendo cosas”, los estudiantes no estarían inmersos en un aprendizaje activo. Lo que define el aprendizaje activo es la actividad mental —tratar de dar significado a lo que aprendemos—, no necesariamente la actividad física.
Por lo tanto, el aprendizaje activo consiste más en un “aprender pensando”, que en un “aprender haciendo”.
Ahora bien, desde el punto de vista del docente, esta definición de aprendizaje activo conlleva dos claros inconvenientes:
Si el aprendizaje activo depende de lo que sucede en la mente de quien aprende, ¿cómo podemos saber si está ocurriendo? ¿Y cómo podemos garantizar que ocurra?
En efecto, si el docente aspira a promover el aprendizaje activo deberá pedir a los estudiantes que “hagan cosas”. Pero no valdrá cualquier cosa: deberán ser actividades que les obliguen a pensar sobre lo que aprenden (a emplear su significado).
Y, además, deberán ser actividades que hagan visible su pensamiento —para poder comprobar que este está sucediendo, ¡y que está enfocado donde se desea!
Puesto que los métodos que promueven el aprendizaje activo conllevan que la clase solo avance con la participación de los estudiantes, el otro reto será garantizar que las actividades impliquen a todos los alumnos, y no solo a algunos de ellos [6].
En resumen, los métodos didácticos para promover el aprendizaje activo son métodos que exigen un “aprender haciendo”. Pero no todas las actividades en que los estudiantes “hacen cosas” conllevan aprendizaje activo.
Si lo que los estudiantes están haciendo no les conduce a pensar en el objeto de aprendizaje en términos de significado, no podremos hablar de aprendizaje activo. FIN.
Referencias:
[1] Mayer, R. E. (2020). Aplicando la ciencia del aprendizaje. Graó, ISTF.
[2] Greene, A. J. (2010). Making connections. Scientific American Mind, 21(3), 22-29.
[3] James, W. (1899). Talks to teachers on psychology: And to students on some of life's ideals. New York: Henry Holt and Company.
[4] Craik, F. I. (2002). Levels of processing: Past, present... and future?. Memory, 10(5-6), 305-318.
[5] Fiorella, L., & Mayer, R. E. (2015). Learning as a generative activity. Cambridge university press.
[6] Lemov, D. (2021). Teach Like a Champion 3.0: 63 Techniques that Put Students on the Path to College. John Wiley & Sons.
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Acostumbramos a pensar que los métodos de enseñanza-aprendizaje que llevan al desempeño deseado por el camino menos dificultoso son los mejores. Y por eso casi siempre los elegimos. Por desgracia, la investigación científica nos muestra que esta intuición es traicionera. 🧵👇
Casi un siglo de investigación ha puesto de manifiesto que no hay una relación directa entre el desempeño alcanzado durante el aprendizaje —o justo al terminarlo— y la durabilidad y capacidad de transferencia (la capacidad de aplicarlo en nuevos contextos) de lo aprendido [1].
Las mejores pruebas de que el desempeño logrado no es el mejor predictor del aprendizaje proceden de la investigación en estrategias de aprendizaje: hay estrategias que nos hacen creer que estamos aprendiendo mucho, cuando en realidad no es así; y viceversa.
Hay una máxima en ciencias del aprendizaje que resulta obvia: cuanto más practiquemos algo (adecuadamente), mejor lo aprenderemos. Sin embargo, también es posible “practicar demasiado”. El motivo es que la eficacia de la práctica depende de cómo la distribuyamos en el tiempo.🧵👇
Con frecuencia nos empecinamos en seguir practicando un tipo de ejercicio a pesar de que ya hemos logrado realizarlo con éxito varias veces seguidas. Sin duda lo hacemos porque pensamos que toda práctica adicional nos ayudará a consolidar el aprendizaje.
El problema es que, a la luz de la investigación sobre cómo aprendemos, esta intuición no es del todo acertada. Si bien practicar más nos ayudará a fortalecer nuestro aprendizaje, continuar haciéndolo justo en el momento en que ya demostramos dominarlo no será muy eficaz.
¿Es buena idea emplear presentaciones de diapositivas (PowerPoint, Prezi, etc.) para complementar una charla? Pues depende de cómo sean. Si están repletas de texto, no solo no ayudan, sino que perjudican la comprensión. He aquí una explicación desde las ciencias cognitivas. 🧵👇
Incluso una cuestión tan sencilla como usar o no una presentación para dar una charla pone de manifiesto que en educación no suele tener sentido preguntar si un método es efectivo, porque el resultado acaba dependiendo de los detalles. La clave suele estar en los detalles.
¿Es efectivo usar presentaciones de diapositivas para ayudar a nuestra audiencia a comprender y recordar mejor lo expuesto? Pues depende de cómo sea esa presentación de diapositivas. En este sentido, un error muy habitual que se comete es llenarlas de textos.
Algunos me habéis pedido que no me abstenga de recomendar también libros en inglés. El problema es que tampoco suelo leer obras de divulgación (no porque no me gusten, sino porque no tengo más tiempo). No obstante, aquí van algunos que he leído y me han parecido recomendables.
Este libro de @P_A_Kirschner y @C_Hendrick resulta muy interesante porque nos acerca a varios de los principios básicos de las ciencias del aprendizaje a través de algunos de los artículos científicos más influyentes en este campo de investigación multidisciplinar.
¿Por qué aprender historia si está todo en Internet? @samwineburg , destacado investigador en el ámbito del pensamiento crítico y el problema de la desinformación, nos lo explica de forma amena y bien fundamentada en esta obra que da qué pensar.
Por necesidad profesional, casi todo lo que leo es en inglés (y muy poco amigable), de modo que suelo tener dificultades para recomendar libros divulgativos en español. Aun así, creo que puedo proponer algunas lecturas de verano a las que pude hincar el diente el último año.
Los libros de @RamonNogueras son tan rigurosos como entretenidos (y a veces descarados). Os recomiendo este en que nos habla sobre cómo nos autoengañamos y dejamos de ser objetivos (aunque creamos que lo somos) porque en el fondo buscamos afianzar nuestras ideas.
No sería coherente si no recomendase este libro que yo mismo traduje (la 2ª edición actualizada). Pero no por ese motivo, sino porque me presté a ello al considerarlo uno de los clásicos de la divulgación sobre psicología cognitiva del aprendizaje. El título despista un poco.
El legado de Piaget es extraordinario. Desde un punto de vista científico, muchas de sus ideas siguen siendo vigentes; pero otras no. El hilo anterior trataba sobre una de estas últimas. Y este también: ¿nacen los bebés sin conocimientos conceptuales o poseen conceptos innatos?🧵
Encabezada por Piaget, la corriente preponderante en psicología del desarrollo antes de los 80 defendía q las personas nacen carentes de conocimientos conceptuales, y solo cuentan con los instrumentos perceptuales y motores necesarios para construirlos a partir de la experiencia.
Poner en cuestión estos planteamientos tan arraigados no fue fácil y ha requerido décadas de investigación, tanto con seres humanos como con otros animales. Pero hoy en día la psicología del desarrollo ha concluido que esa noción no era correcta [1].