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Oct 2 41 tweets 11 min read
Hola bizcochitos, bienvenidos a la nueva temporada de los hilos turbio-chungos que empezamos, cómo no, con señoras que matan. En este caso, hablamos de una candidata al título de Asesina Más Prolífica de la Historia™: esta es la historia de Amelia Dyer. Foto de Amelia Dyer tras su ingreso en el psiquiátrico en 1
Amelia Elizabeth Hobley nació en la aldea de Pyle Marsh, cerca de Bristol, en 1837. Era la más joven de los cinco hijos de un zapatero y su esposa, cuyos problemas mentales derivados de haber contraído el tifus empañarían los primeros años de la pequeña.
Y es que aunque Amelia recibió una educación relativamente buena para la época y adoraba leer se vio obligada a cuidar de su madre, cada vez más violenta e inestable, hasta que esta murió en 1848. Y como veremos ahora la cosa a partir de ahí fue de culo y cuesta abajo.
El padre de Amelia decidió que eso de cuidar niños no era para él y mandó a sus hijos pequeños a vivir con distintos parientes. En el caso de Amelia le tocó irse a vivir a Bristol con unos tíos que la pusieron inmediatamente a trabajar en una corsetería.
La relación de Amelia con su familia se iría agriando poco a poco y para cuando llegó a la veintena estaba definitivamente rota. Quién sabe si buscando algo de calor familiar o tan solo protección, en 1861 Amelia se casó con su primer marido, un hombre llamado George Thomas.
Un detallito: George tenía 59 años y Amelia solo 24.
Aunque George no vivió demasiado, a la pareja le dio tiempo a tener un hijo y cuando su marido murió, madre e hijo quedaron desamparados. Buscando una vida mejor, Amelia decidió enrolarse en un curso de enfermería y así llegaron a sus oídos las palabras fatales: ‘baby farming’. Ilustración triple de una ‘baby farm’ en Nueva York: en
El baby farming fue un fenómeno casi exclusivamente británico, aunque también se practicaba en menor medida en Estados Unidos y se conocen algunos casos en Australia. Y va asociado, cómo no, al estigma y a la hipocresía. Y también a la aporofobia, para qué engañarnos.
Todos sabemos lo qué podía pasar con la reputación de una mujer que fuera madre soltera en la época victoriana. Y si bien las clases altas tenían mayor margen de maniobra para esconder estas cosas, la clase obrera lo tenía MUY jodido. Lo habitual, vamos.
Aquí es donde entran en juego las baby farmers: mujeres (la mayoría de las veces) que se quedaban con la custodia de los niños a cambio de un pago periódico. No solo se encargaban de bebés, a veces también acogían a niños huérfanos un poco más mayores. Fotografía de una ‘baby farm’ victoriana: seis niños y
El negocio de las baby farms era rentable a medias: si la cosa se alargaba mucho con los niños los gastos acababan superando por mucho lo que se pagaba por cuidarlos, así que llegaba un momento en que los pequeños valían más muertos que vivos.
No os sorprenderá pues que a estas personas se las conociera también con el apodo de “Tejedoras de ángeles” o “Hacedoras de ángeles”. Sí, como las señoras de Nagyrév pero sin veneno de por medio. Más o menos. La mayoría de ellas.
Volviendo a nuestra amiga Amelia, no tardó mucho en empezar a poner anuncios en la prensa ofreciendo sus servicios como criadora de niños. Aseguraba que estaba casada* y vivía una vida respetable y digna, y pedía un solo pago (muy alto, eso sí) por hacerse cargo de los pequeños. Tres de los anuncios insertados por Amelia en los periódico
*Esto fue relativamente cierto durante un tiempo, ya que en 1872 se casó con un tal William Dyer, del que tomó el apellido con el que la conocemos. Pero el matrimonio duró lo justo y menos.
Al principio los niños tuvieron una vida más o menos horrible con Amelia, lo cual por desgracia no era extraño en esa época, pero por lo menos seguían con vida. Eso no tardaría demasiado en cambiar.
No se sabe exactamente en qué punto de su carrera como baby farmer Amelia empezó a matar a los niños a su cargo, pero se sospecha que no tardó demasiado, ya que en 1879 un médico la denunció por la enorme cantidad de pequeños que acababan muertos en Can Dyer.
Como la justicia victoriana era una mijita ASÍN, Amelia solo fue condenada a seis meses de trabajos forzados. Y cuando salió volvió a las andadas en nada y menos, aunque esta vez con algo muy claro: eso de hacer que los médicos certificasen la muerte de los niños era mala idea.
A partir de entonces, cada vez que un pequeño moría Amelia envolvía su cuerpecito en sábanas y trapos y se deshacía de ellos de formas creativas: tirándolos al río, escondiéndolos en la otra punta de la ciudad, enterrándolos en descampados… cualquier cosa valía.
También procuró cambiar de dirección e identidad con frecuencia para que no la pudieran localizar con facilidad y cuando todo fallaba fingía crisis mentales y se hacía internar en manicomios donde pasaba largas temporadas fuera del radar de las autoridades. Lo tenía todo pensado.
Durante más de 20 años Amelia estuvo asesinando a los niños que quedaban a su cargo. Su método favorito era la estrangulación, que practicaba con cuerdas y cintas de costura y que por desgracia no solían causar una muerte rápida. Era el peor tipo de bicho que os podáis imaginar.
El principio del fin de los horrores de Amelia llegó el 30 de marzo de 1896, cuando un barquero del Támesis sacó del agua un paquete que le había parecido extraño. En su interior se encontró el cuerpecito de una niña que más tarde se identificó como Helena Fry, de 15 meses. Fotografía del paquete en el que se encontró el cuerpo de
El pobre barquero llevó el paquete a la comisaría de Reading, que todavía era un sitio muy pequeño con apenas 60 policías disponibles. Uno de ellos, el detective Anderson, identificó un nombre y una dirección en el paquete: Mrs. Thomas, 26 Pigotts Road, Lower Caversham, Reading.
Y si estáis pensando que no puede ser que Amelia fuera tan idiota como para usar un papel con su propia dirección* para envolver un cadáver, ya os digo ahora que estáis equivocados.
*Mrs. Thomas era, cómo no, el alias que estaba usando en ese momento.
Evidentemente el paquete no era prueba suficiente para empurar a Amelia, así que usaron a una chica como cebo para que se hiciera pasar por clienta potencial para entregarle la custodia de su hijo a la baby farmer. Y coló.
El 3 de abril de 1896, cuando Amelia abrió la puerta de su casa esperando ver a una nueva víctima, se encontró cara a cara con un grupo de detectives que la detuvieron y registraron su casa, asqueados por el olor a descomposición que emanaba la vivienda.
Aunque no encontraron restos humanos, sí hallaron cinta de costura, cartas de padres preguntando por sus hijos, recibos de los anuncios del periódico y hasta recibos de haber vendido o empeñado la ropa de los pequeños. No cabía duda de que Amelia era culpable. Fotografía de Amelia Dyer tras ser detenida por la policía
La policía decidió dragar el Támesis en busca de más víctimas y no se fueron con las manos vacías: hasta seis cadáveres más aparecieron en el río, todos con cinta de costura blanca alrededor del cuello. La propia Amelia matizó después que por eso sabía que eran “sus niños”.
Una vez en la cárcel Amelia se enteró de que habían detenido a su hija Polly y a su yerno, Arthur, como cómplices de sus delitos. Asustada, Amelia firmó una declaración jurada en la que exculpaba a ambos de cualquier colaboración y se declaraba única culpable de los asesinatos. Documento de la confesión de Amelia Dyer, escrito a máquin
El 22 de mayo de 1895 Amelia se declaró culpable de un solo asesinato: no el de Helena Fry, sino el de otra niña llamada Doris Marmon, cuyo cuerpo también había aparecido en el Támesis. Su defensa se basó en declararse loca en base a sus estancias en los manicomios.
No es que el jurado no creyera a Amelia, es que literalmente tardaron CUATRO MINUTOS en declararla culpable de todos los cargos. El 10 de junio de 1896, a las nueve en punto de la mañana, fue ahorcada en la prisión de Newgate, junto al Old Bailey de Londres. Ilustración del exterior de la prisión de Newgate c. 1810:
La policía estimó que Amelia pudo acabar con unos 400 niños en los años en que se dedicó al baby farming, lo que la convertiría en una de las peores asesinas de la historia, a la altura de ogros como Gilles de Rais, y en la peor asesina del Reino Unido.
Y como una cosa lleva a la otra, pues a finales de los años 30 se llegó a proponer la teoría de que Amelia podría haber sido nada menos que el mismísimo Jack el Destripador. Porque sigue habiendo gente con la capacidad de hacer deducciones locas que tenía Arthur Conan Doyle. Ilustración moderna de Jack el Destripador: un hombre alto
Las acciones de Amelia y de otras baby farmers provocaron un cambio en las leyes británicas sobre adopciones y custodias, y se incluyó por primera vez la obligación legal de notificar a las autoridades cualquier cambio de custodia de un menor de siete años en menos de 48 horas.
Aunque la historia de Amelia Dyer fue muy sonada en su época no ha dado para gran cantidad de cultura pop. Alguna canción y algún cuento de terror es todo lo que he podido encontrar. Sin embargo, en 2017 nuestra asesina volvió a salir en los periódicos de forma inesperada.
El tataranieto del detective Anderson se encontró una caja en la casa familiar que contenía pruebas del caso de Amelia Dyer: el paquete donde se encontró el cuerpo de Helena Fry, la cuerda que lo ataba y el trozo de cinta que la mató, junto a un papel con la descripción. Fotografía de las pruebas encontradas por el tataranieto de
El tataranieto donó su descubrimiento al Museo de la Policía del Valle del Támesis en Sulhamstead, Berkshire, donde podéis verlo hoy día, aunque solo si os acercáis los miércoles porque no deja de ser un sitio chiquitito y con poco movimiento turístico.
Con esta última aparición estelar dejamos a Amelia Dyer, la Ogresa de Reading, como la llamaron los periódicos. Un verdadero monstruo victoriano acechando no en la oscuridad, sino a plena luz del día.
Espero que os haya gustado. Otro día, si os portáis bien, os cuento la historia del pionero del cine que desapareció sin dejar rastro y a lo mejor (solo a lo mejor) Edison estuvo implicado en el tema.
P.D.: Si os ha gustado os agradeceré la difusión y los RTs con una ola virtual y un cursillo de demolición cortesía de Johnny Ramensky.
Bibliografía:
-Amelia Dyer, Angel Maker: The Woman Who Murdered Babies For Money, Alison Rattle
-Lady Killers With Lucy Worsley (podcast), ep. 6: Amelia Dyer
-The Massacre of the Innocents: Infanticide in Britain, 1800-1939, Lionel Rose

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