Mientras escribo estas palabras, estoy sentado frente a mi pequeña librería. Observo mis libros y una idea me revolotea en la cabeza:
La mayoría de estos libros me sobrevivirán.
Con frecuencias se piensa que los libros son objetos frágiles, hechos de papel y tinta... pero son resistentes. Mucho más de lo que creemos.
Por esa, la vida de un libro es larga y es difícil contar su historia.
Eso lo saben bien en la biblioteca central de Berlín, donde Sebastian Finsterwalder y dos colegas bibliotecarios más han creado un grupo de restauración de libros robados por los nazis.
Gracias al cine y los libros son muy famosas las restauraciones de cuadros (si no habéis visto La dama de oro, os la recomiendo).
Pero menos conocido es el saqueo por parte de los Nazis de las bibliotecas.
Durante años, los nazis arrasaban con todos los libros que ellos consideraban un escollo en sus ideas.
No solo los libros prohibidos, todos los libros.
Se llevaban bibliotecas enteras con un solo objetivo: Impedir su lectura.
Los libros son el sustento de una cultura, es el lugar donde ponemos nuestras tradiciones, nuestras enseñanzas, nuestra vida.
Si desaparecen los libros, borramos todo rastro de la sociedad que un día fuimos.
Por eso los nazis se empeñaban en arrebatar los libros de las bibliotecas masones, sindicales, socialistas y, especialmente, de las judías.
Para que se olvidara su rastro.
Pero, ya os lo he dicho, los libros son más resistentes de lo que pensamos.
Aunque algunos fueron quemados o destruidos, había tantos ejemplares que los nazis no podían hacerse cargo de tal destrucción.
Por eso los enterraron.
Los introdujeron en bibliotecas, en universidades, en academias.
Todos los introducían en los inventarios con un "G".
Esa G significaba Geschenk, regalo en alemán.
Los nazis tomaron aquellos libros como suyos, como si siempre les hubieran pertenecido por derecho.
Pero eso tenía que acabar.
Y alguien decidió hacerlo a principios del año 2000.
En la Biblioteca Central del Berlín, también llamada biblioteca del recuerdo, se comenzaron a inspeccionar un millón de libros cuyo origen no estaba claro.
Un millón.
Casi nada.
Entre tres personas estuvieron cotejando todos esos ejemplares y llegaron a una conclusión: 4.000 libros solo de esa biblioteca habían sido saqueados por los nazis.
Ahora quedaba una nueva cuestión... ¿A quién devolverlos?
Y aquí entra en juego nuestra nueva profesión: detective de libros.
Sebastian Finsterwalder y sus dos compañeros buscan dentro de los libros, pistas, apuntes, sellos, ex-libris cualquier cosa que pueda indicar su propietario original.
Muchas veces es sencillo.
El propio ex-libris de la portada lo deja claro.
(Aquí el de una logia masónica de Leipzig)
Pero otras veces es mucho más complejo. Por ejemplo, encontraron 40 libros de un lector que apuntaba siempre en la última página sus páginas favoritas.
Hasta que al fin encontraron un libro con un pequeño apunte con un nombre y pudieron reconocer a un químico berlinés.
Hasta ahora se han localizado los dueños originales de 900 libros.
Sin embargo, esto no es lo difícil, lo complicado es encontrar a los herederos de estos libros.
Algunas veces consiguen encontrar familiares directos, como es por ejemplo ocurrió con Geoff Latz, un artista y maestro británico, que recibió una llamada de la Biblioteca de la Freie Univesität.
Acababan de encontrar un libro firmado por su abuelo, Benno Ernst Latz.
Pero la tónica es no encontrar a nadie emparentado con familias que, en muchas ocasiones, perecieron en campos de exterminio.
Aunque en ocasiones ocurren pequeños milagros, como el de estos dos libros.
Los últimos libros de la escuela de niñas de Pontlevoy.
Durante la Segunda Guerra Mundial, en muchas ocasiones, los soldados se llevaban todo lo que iban encontrando.
Daba igual si tenía valor o no, el objetivo era arrasar.
En Pontlevoy había una escuela solo para niñas, con lo que imagino, una pequeña pero selecta biblioteca.
Cuando las tropas nazis llegaron, no dejaron nada.
La biblioteca desapareció.
Por eso, cuando Finsterwalder y su equipo los encontraron en Berlín, no dudaron donde tenían que acabar.
Los devolvieron al actuar colegio público de Pontlevoy.
Donde hoy están expuestos.
Porque como dice Finsterwalder, los libros son portavoces de la historia. Las historias de sus idas y venidas, a veces son tan interesantes como lo que ocurre dentro de sus páginas.
Y así, cada vez que un niño de Pontlevoy ve esa flor seca que alguien dejó hace casi un siglo en un libro de una escuela para señoritas, se refuerza la idea de que entre página y página habita una historia que nos acerca a nuestro pasado.
Si te ha interesado y crees que a otras personas les puede interesar, aquí te dejo el primer tuit para que lo retuitees y la historia se disperse lo más posible.
Lo de Amaia en LaRevuelta el otro día fue sensacional, pero no solo por el vídeo, sino porque explica muy bien cómo funciona el proceso creativo.
Seguidme en este hilo para ver de dónde salió este vídeo
A principios de los 90, un joven fotógrafo parisino Vincent Moon, recién salido de varias escuelas de fotografía, comienza un proyecto nuevo: Les nuits de Fiume.
En él se embarca a conocer todos los garitos de París y hacer fotos desenfadadas de los músicos que allí tocan.
Allí conoce a muchos músicos y se hace amigos de ellos, pero hay unos que le cambian la vida.
La banda norteamericana The National le pide que grabe su nuevo videoclip. Moon, interesado en el movimiento y en la naturaleza, graba a la banda en el bosque con una super 8.
Dentro del Laberinto es una de esas películas que cambian con tu edad.
Cuando era pequeño, creía que iba de una chica que pierde a un niño.
Ahora sé que dentro del Laberinto esconde una alegoría preciosa sobre cómo funciona nuestro cerebro adolescente.
Abro hilo 👇👇
(Antes de empezar, os recuerdo que todas mis historias las podéis escuchar con mi voz en mi pódcast Material Narrativa. Esta pertenece al número 2, dedicado a las marionetas y Jim Henson.
Los efectos especiales en el siglo XXI no han llevado a lugares increíbles, hemos viajado más allá del tiempo y espacio, hemos visitado el interior de un agujero negro...
Y, sin embargo, yo sigo echando de menos los efectos de los 80 y 90.
Los lápices no suelen ser útiles en la guerra: son frágiles, se rompe la punta, necesitan un sacapuntas cada poco tiempo.
Pero este, el Cumberland 103 de la compañía Derwent, fue uno de los mayores inventos de la Segunda Guerra Mundial.
Porque salvó muchas vidas.
Tira del hilo
Toda esta historia comienza con un sermón.
Un sermón en la iglesia Evangelica Open Brethen en Leeds.
Estamos en 1939 y la situación es tensa. Reino Unido y Francia acaban de declarar la guerra a Hitler, tras la invasión alemana de Polonia.
Todos los ministerios se preparan para la guerra. Uno de los más Valioso es el Ministerio de Abastecimiento, que se encarga de todo el material necesario para el ejército.
Dos de sus empleados se sientan en los bancos de esta iglesia, esperando el sermón dominical del párroco.