México tiene un perro nativo, con más de 7 mil años de vivir en este planeta, el famoso #Xoloitzcuintle... 🇲🇽🐶💀
Cuenta la leyenda que cuando alguien moría en la sociedad azteca, dependiendo la forma, existían varios destinos donde podía terminar su tonalli o alma.
El #Mictlán, la región de los muertos, dividida en nueve niveles subterráneos y regida por #Mictlantecuhtli y su señora #Mictecacihuatl, era uno de los más comunes y democráticos, donde iban príncipes y plebeyos por igual.
El primer nivel del Mictlán era habitado por Xoloitzcuintles. Ahí el muerto debía cruzar un río ancho llamado Apanohuayan, donde podía ser ayudado por su propio perro, pero si no había sido bueno con él en vida, no lo cruzaría y se quedaría sin liberar su tonalli.
Por lo tanto, muchas veces, como parte de los ritos fúnebres, se sacrificaba un Xolo, que era enterrado junto con el difunto.
La palabra #Xoloitzcuintle también habla de la conexión con la muerte. Se origina del náhuatl, #Xólotl, dios del ocaso, hermano gemelo de #Quetzalcóatl, luz de la mañana, aunque representaba lo contrario: el ocaso, oscuridad, inframundo.
La antropóloga Mercedes de la Garza, indica que existen varias razones para que este animal fuese elegido: “Desde la época prehispánica, los mayas y los nahuas creen que los perros ven muy bien de noche a las almas que salen de los cuerpos cuando éstos duermen, por eso aúllan”.
Los antiguos mexicanos no solamente consideraban que los #Xoloitzcuintles los acompañaban en su viaje por el #Mictlán, sino que también eran comidos en días especiales como banquetes de boda y funerales.
Según #FrayDiegoDurán, existía un gran mercado de perros en #Acolman, hoy día pueblo mágico, donde se vendían en un día hasta 1,500 perros.
Durante la colonia la especie sufrió un caza indiscriminada que provocó su casi extinción. Muchos se refugiaron en las selvas de Oaxaca y Guerrero, donde permanecieron ocultos por siglos.
Fue hasta la década de los 50 del siglo XX que la Federación Canófila Mexicana y la Federación Cinológica Internacional los reconocieron como raza y hasta ese momento se comenzaron a tomar medidas para conservar la especie.
Cuenta la historia que, en 1945, cuando Pedro Linares, tenía 39 años, el oriundo del barrio de la Merced en la CDMX, enfermó de una fiebre que lo llevó al desmayó.
Ya para ese momento era un artesano cartonero reconocido. Su padre, escultor de papel maché, le había enseñado el oficio. Aunque principalmente vendía piñatas, calaveras y otras piezas.
Entre fiebre, sueños y delirios se encontró caminando por la noche en un bosque de árboles frondosos. Poco a poco varias figuras emergieron de entre las sombras. Tenían formas conocidas pero con una cierta extrañeza única, sus cuerpos eran la mezcla de más de una especie.
¡Gracias Alejandro Vázquez García por compartirnos estas postales desde su natal Celaya! Así lo cuenta él: "Las fotografías las tomé yo... es una de las catedrales más emblemáticas de la ciudad, la parroquia de San Miguel arcángel. También es una de las más concurridas. " 🇲🇽📸🙌