3 de diciembre, y siguiendo con nuestro calendario #caminoalacoronacion, hoy traigo una de mis historias preferidas, con una reina a la que se le negó la entrada a su coronación. Porque hoy presentamos a una pareja que hace que lo de Carlos y Diana parezca un juego de niños.
Estamos hablando del rey Jorge IV de Inglaterra, y de su única esposa (legal), la reina Carolina de Brunswick-Wolfenbüttel. Es una historia de enfrentamientos, intentos de divorcio y escándalos públicos en la Inglaterra de los Hannover que no dejó a nadie indiferente.
Nuestra historia comienza en 1795, cuando el entonces príncipe de Gales, y la princesa Carolina (su primera hermana) se casaron. Pero el matrimonio, ya de entrada, no empezaba con buen pie. El príncipe Jorge, de casi 33 años, era bien conocido por su vida disoluta, su
extravagante estilo de vida y por sus enormes escándalos. Había tenido numerosas amantes, siendo uno de los principales que se había casado, en secreto y sin la autorización de su padre, con Maria Fitzherbert, que no solo no pertenecía a la realeza, sino que era católica.
Recordemos que estaba prohibido que un miembro de la familia real se casara con una persona católica (prohibición que duró hasta 2013), perdiendo su lugar en la línea sucesoria si así lo hacía. Además, era un matrimonio desigual, pues Maria era noble, pero no pertenecía a la
realeza, ni a la más altísima aristocracia. Además, el rey no había dado su consentimiento, algo que era obligatorio para los miembros inmediatos de la familia real. Por lo tanto, a todos los efectos, el matrimonio de Maria y Jorge era inválido, pero permanecieron públicamente
juntos durante años, y tuvieron una turbulenta relación durante toda la vida de Jorge. Sin embargo, esto no evitó que el príncipe siguiera teniendo amantes más o menos públicas, y que acumulara deudas con su lujoso tren de vida.
Jorge III estaba bastante harto de la actitud de su hijo. No era el único entre los numerosos descendientes del monarca que se comportaba de forma similar, o que se había casado ilegalmente. De hecho, lo hicieron tantos que, con el tiempo, se produjo una suerte de
"carrera matrimonial" entre los hijos de Jorge III para ver quién podía llegar a casarse legalmente, con una princesa del estatus correcto, para tener hijos que pudieran heredar la corona, pues sus elecciones sentimentales habían dejado a Gran Bretaña sin herederos legales,
pese a que varios de ellos tenían numerosos descendientes ilegítimos. Jorge III quería que su hijo se casara convenientemente y que diera tanto herederos a la Corona, como una futura reina legal que pudiera cumplir con el papel que se esperaba de ellas.
En 1794, el monarca prometió a su hijo que pagaría todas sus muy considerables deudas si dejaba a Maria y aceptaba contraer un matrimonio de Estado. A esto se añadió que el Parlamento prometió aumentar su asignación, así como realizar una partida especial para las celebraciones,
que implicaba que muchos de los objetos y creaciones relacionadas con ellas se las quedaría él. El príncipe, finalmente, aceptó. Rompió, por el momento, con Maria, y nadie era lo suficientemente ingenuo como para pensar que Jorge cambiaría...y no lo hizo.
La elegida para tan...incómoda tarea como era casarse con el príncipe de Gales fue la princesa Carolina de Brunswick. Brunswick-Wolfenbüttel era un principado alemán, todavía entonces parte del Sacro Imperio Romano, con un destacado peso en Centroeuropa.
De hecho, esta alianza política estaba relacionada con los territorios que tenían los reyes británicos en Hannover, fronterizos con este principado, como podéis ver en el mapa anterior. Recordad que, cuando la reina Ana I murió sin descendencia, y los Hannover fueron llamados al
trono, ellos conservaron sus territorios patrimoniales en la zona alemana, instaurando una suerte de monarquía dual, que duró hasta el ascenso al trono de la reina Victoria. Por tanto, muchas decisiones dinásticas, como varios de los matrimonios que contrajeron los reyes,
príncipes y princesas, que tomaron los monarcas británicos durante este periodo estuvieron vinculadas a los intereses de sus territorios de Hannover. De hecho, la hermana de Jorge III, Augusta, se había casado también con un príncipe de Brunswick-Wolfenbüttel, y los territorios
que tenían los monarcas británicos en esa zona aumentaron a través de sucesiones y alianzas dinásticas durante este periodo.
Por lo tanto, el matrimonio tenía sentido desde el punto de vista dinástico. A Caroline, por desgracia, le preguntaron mucho menos que al príncipe de Gales. Caroline había nacido en 1768, y había recibido una educación muy recluida y superficial, en la muy restrictiva corte
de sus padres, que también andaban a menudo a la gresca. Pero también era considerada como una joven bella, jovial y con mucho carácter, que se rebeló con asiduidad ante el restrictivo control al que intentaban someterla sus padres.
Cuando se negoció y aprobó el matrimonio, los novios no se conocían, y la fama de Jorge no hizo nada para que Carolina le tomase algún cariño previo. Y si hay amor a primera vista, también hay odio al primer contacto, porque Carolina y Jorge se aborrecieron desde el minuto uno.
No solo ambos se quedaron decepcionados por el aspecto del otro, sino que sus caracteres tampoco eran del agrado de su futuro consorte. Jorge no iba a encontrar en Carolina a una princesa discreta, elegante y dispuesta a aguantar todos los desvaneos de su cónyuge con resignación
y una sonrisa pública. Y Carolina no iba a soportar los desplantes continuos de Jorge ni la humillación pública que suponían sus infidelidades sin luchar. Tan evidente era el fracaso de este primer encuentro que muchos miembros de la corte británica expresaron su desconfianza.
Pero el matrimonio ya no podía pararse. Jorge llegó a la Capilla Real del Palacio de St. James ese 8 de abril de 1795 borracho desde el principio, y la pareja no podía ocultar lo mucho que se despreciaban. Ambos declararon que tuvieron muy poca vida marital; en una famosa carta,
Jorge admitió que solo habían tenido sexo tres veces, durante la noche de bodas y luego al día siguiente, y que, según él, tuvo que realizar un gran esfuerzo para superar el asco físico que tenía ante su nueva esposa. Carolina, por su parte, no tuvo palabras más amables; se
quejó de que su nuevo marido estaba continuamente tan borracho que llegó a caer inconsciente en el suelo y que ella le dejó allí, en su propio vómito, durante horas. A partir de esos primeros tres días, el matrimonio pasó a estar físicamente separado para siempre.
Pero esas "tres veces" fueron suficientes para que Carolina se quedase embarazada. Nueve meses después de la boda, nació la princesa Charlotte, que se convertiría en la gran esperanza de la familia real británica.
En 1796 el matrimonio ya estaba separado en la práctica y en abril de ese mismo año el príncipe incluso negoció con Carolina los términos de una separación efectiva. No podía ser legal en un momento en el que algo así sería un gran escándalo, y era muy complicado de conseguir,
pero eso no significaba que tuvieran que soportarse. En 1797, Carolina ya vivía en una residencia privada y los actos oficiales en los que ambos debían estar juntos se redujeron al mínimo imprescindible. Por lo que a ellos respectaba, no estaban moralmente casados, y ambos
podían hacer su vida. Mientras estaban separados, podían, más o menos, entenderse; pero cualquier necesidad de contacto se convertía en una odisea para ambos.
Jorge siguió con la vida disoluta que nunca había abandonado, sin intentar siquiera ser algo discreto a este respecto. Carolina, sin embargo, aunque su acuerdo "bajo cuerda" con su esposo le granjeaba similar libertad, tenía la obligación de ser más cuidadosa. Recordemos que
estamos en un periodo en el que la infidelidad femenina podía tener graves consecuencias legales, y que Carolina se podía ver legalmente muy comprometida si hacía públicamente cosas similares a las de su marido. Eso sí, a su favor tenía la opinión pública, que despreciaba
al príncipe de Gales y que veía en Carolina a una mujer despreciada injustamente por su marido. Aún así, Carolina fue acusada de ser infiel a su marido y de tener una conducta "inmoral e impropia" por una noble, Lady Douglas, que conllevó una investigación legal en 1806.
Dicha investigación quedó en nada, pero no deja de ser una incongruencia que Carolina fuese investigada por una denuncia que tenía poco de imparcial, y su marido, que tenía conductas impropias e inmorales constantemente, pudiera seguir con ellas sin ninguna repercusión legal real
Pero eso implicaba ser mujer en la Edad Moderna, incluso en los ámbitos más poderosos. Esta "Investigación Delicada" implicó a algunos de los hombres más poderosos del país, y se acusó a Carolina no solo de tener diversos amantes, sino de haber tenido al menos un hijo ilegítimo.
El proceso intentó ser discreto, pero como ocurre a menudo con aquello que se quiere mantener en secreto, muy pronto se enteró todo el mundo. Se consideró que no había pruebas de las acusaciones, por lo que Carolina salió exonerada. Pero eso no implicó que Jorge no fuera a
aprovechar la oportunidad, y a Carolina se le prohibió ver a su hija, y se restringieron sus movimientos, mientras duró el proceso. Durante estos momentos también se produjo la invasión francesa de los territorios de Brunswick-Wolfenbüttel, y la familia de Carolina huyó a
Gran Bretaña, lo que Jorge también usó para presionar a su esposa cuando así lo necesitaba, a riesgo de dejar de mantener a sus parientes (pese a que la madre de Carolina era también una princesa británica).
Las cosas empeoraron para Carolina a partir de 1811. Ese fue el año en el que su marido se convirtió en Príncipe Regente ante la enfermedad mental que aquejaba a Jorge III. Con más poder en sus manos, y una mayor posición social, el príncipe de Gales dejó de tener miramientos con
odiada esposa. Carolina empezó a estar aislada socialmente, pues nadie quería convertirse en un apestado rechazado por el regente y próximo rey. El príncipe aprovechó también la oportunidad para limitar el contacto de Carolina con su hija, y para disminuir el dinero que le daba.
Carolina mantuvo el apoyo popular, pero su situación era muy complicada. Fue totalmente apartada de celebraciones y de ceremonias en las que supuestamente debería haber estado por su posición, y después de que Jorge intentase restringir la libertad de su hija, las cosas
empeoraron aún más, pues Charlotte se fugó a la casa de su madre para intentar huir de las restricciones de su padre. En 1814, Carolina decidió abandonar Gran Bretaña, buscando la libertad que, a todos los efectos, se la negaba allí.
Pese al escándalo que supuso, Jorge estuvo encantado de permitírselo y Carolina empezó a viajar por Europa, libre de las cadenas de su vida anterior. Carolina esperaba poder volver a Gran Bretaña, con un estatus superior, cuando su hija se convirtiera en reina, pero
la muerte en el parto de Charlotte en 1817, cuando solo tenía 21 años, marcó el inicio de una auténtica guerra sin cuartel entre Carolina y Jorge. Jorge ni siquiera comunicó oficialmente a su esposa la muerte de su hija en común ni la permitió volver a Gran Bretaña para
participar en sus exequias. Carolina ya no podía esperar que su situación fuese a mejorar cuando su hija fuese reina y sin tener ya la necesidad de protegerla, tenía ya poco que perder ante un marido que la iba a perjudicar en todo lo que pudiera. La guerra había comenzado.
Jorge empezó a intentar divorciarse oficialmente de Carolina, con el objetivo de contraer un nuevo matrimonio legal que le diese un heredero. En esos momentos, había muy pocos casos en los que se podía pedir la disolución legal de un matrimonio, pero un adulterio probado por
parte de la esposa podía hacer que un juzgado concediese el divorcio a una pareja. Pero tendría que haber un proceso público y un gran escándalo, pues Carolina todavía era un muy popular entre el público, y Jorge era uno de los miembros más odiados de la Familia Real británica.
Jorge reunió muchos testimonios de posibles conductas inapropiadas de Carolina, y de sus supuestas relaciones extraconyugales, sobre todo tras su salida de Gran Bretaña. Pero el Parlamento y el gobierno no deseaban un escándalo, por lo que preferían que Carolina y Jorge
intentaran llegar a un acuerdo. El proceso, que estaba durando años, todavía no se había aclarado cuando Jorge III falleció. El príncipe de Gales se convertía en el rey Jorge IV...y su esposa legal, en la reina Carolina.
Esto aumentaba el estatus de Jorge, pero también el de Carolina, que como reina consorte tenía una posición que nadie le podía negar, mientras el matrimonio perdurase. Jorge IV intentó apartarla de las ceremonias y no se planteó que se coronase con él, como tenía derecho.
Jorge IV empezó a planear su coronación cuando Carolina decidió volver a Gran Bretaña a reclamar la posición como consorte que le correspondía y su sitio en la coronación.
La llegada de Carolina retrasó la coronación del rey, que estaba ya prevista. Deseoso de conseguir su divorcio, el rey envió al Parlamento varios sacos llenos de pruebas documentales de la infidelidad de su esposa, al mismo tiempo que Carolina se convertía en un
símbolo del descontento y la oposición al rey. A continuación, se introdujo en el Parlamento la llamada "Pains and Penalties Bill", que tenía como objetivo indicar que la reina Carolina había cometido adulterio y dar al rey el divorcio.
Antes debía haber un juicio público, donde se admitiera el adulterio de la reina, pese la ser pública y notoria la vida disoluta del rey. La reina se tuvo que presentar al juicio, que fue prácticamente retransmitido con todo lujo de detalles por la prensa de la época.
A la reina no se le permitió hablar, ni apenas defenderse, ni presentar testigos propios, pues una lectura de este tipo en el Parlamento no era un "juicio" civil de verdad, aunque se pareciera mucho. Aunque la ley pasó su primera y segunda lectura en la Cámara de los Lores,
Carolina tenía el apoyo de un público que ya se había levantado ante el impopular gobierno del rey varias veces ya. Fue el gran apoyo público de la reina lo que hizo que, con cada votación, el apoyo a la ley por parte de los parlamentarios disminuyera más y más.
Al final del proceso, la ley apenas contó con el apoyo de una mínima mayoría y todo el mundo era perfectamente consciente de que no pasaría la prueba de la Cámara de los Comunes. Es más, conociendo el clamor popular contra el rey y el gran descontento contra su gobierno, era muy
posible que, si esta ley fuese discutida en la Cámara de los Comunes, se convirtiera en una excusa para criticar todos los aspectos de la vida del rey e, incluso, que llegara a propiciar una nueva revuelta. Por lo tanto, se le comunicó al rey que no se seguiría adelante
con esta ley, pues el clamor del pueblo era tan contrario a la misma que su aprobación podía traer grandes problemas. No habría divorcio. Jorge IV estalló en rabia, y Carolina, convertida en el símbolo de los oprimidos por el rey, salió triunfante y aclamada por el pueblo.
Jorge y el gobierno intentaron negociar con Carolina para que se mantuviera a un lado, con una pensión anual y la promesa de que Jorge IV la dejaría en paz. Pero Carolina, aunque aceptó la pensión, se encontraba en una posición de fuerza y quería ser oficialmente coronada con su
marido, en la ceremonia que estaba prevista para el 19 de julio de 1821. Jorge IV se negó en redondo y se avisó a la reina de que no podía atender al servicio. A Carolina le dio igual y ese 19 de julio se presentó con sus mejores galas en la abadía de Westminster, en un loor de
multitudes, mientras el pueblo demandaba que su reina fuese coronada, como era su derecho. Podéis imaginar a los encargados de la coronación, donde cada paso del ritual estaba totalmente medido, teniendo un síncope ante la noticia de que la reina se acercaba a Westminster.
Carolina intentó entrar por la puerta habitual para estos casos, la Entrada Este (veremos que Carlos III y la reina Camilla entrarán por aquí):
Se le prohibió la entrada con guardias armados y los responsables de la ceremonia intentaron convencerla de que se fuera. ¡De eso nada! La reina intentó entrar por otra puerta, en este caso por la entrada oeste. De nuevo, se la detiene.
La reina no iba a ser detenida tan fácilmente, e intentó entrar por Westminster Hall, donde se encontraban muchos invitados a la ceremonia, y los guardias la detuvieron poniéndola sus bayonetas bajo el cuello. Hizo un último intento de entrar en la Abadía a través de una puerta
que hay cerca del Rincón de los Poetas, pero fue también detenida y, finalmente, volvió a su carruaje, sin que la ceremonia se interrumpiera. Aunque inicialmente contó con el apoyo del público, sus sucesivos intentos de entrar y de interrumpir esa sagrada ceremonia se
vieron como un comportamiento indigno y despreciable por parte de Carolina. Pero aunque ella tenía planes de intentar recuperar el puesto que le correspondía, su salud se había resentido, y falleció pocas semanas después.
Tanto miedo tenía el gobierno de la popularidad de la reina, que se decidió que su procesión fúnebre debía evitar grandes núcleos de población, para disminuir las posibilidades de que se produjeran motines y revueltas. Sin embargo, el pueblo, totalmente en contra del rey, se
opuso a seguir la ruta marca y obligaron, con obstrucciones y barricadas, a la que la procesión siguiera los caminos principales, atravesando los lugares principales de Londres. La situación se convirtió en un caos y una batalla campal contra las fuerzas del orden, con varios
heridos y muertos, mientras sonaban proclamas contra el rey. Por supuesto, este no le dio a su difunta esposa ninguno de los honores funerales que generalmente se acostumbraban y los rituales se limitaron al mínimo posible.
Eso sí, el rey cumplió su última voluntad de ser enterrada en Brunswick, su lugar de nacimiento, y no en Gran Bretaña. Estaba deseoso de tenerla lejos en muerte, por lo que el cadáver fue enviado allí y recibió sepultura en la catedral de Brunswick, donde hoy reposa.
Jorge IV sobreviviría a su esposa casi nueve años, pero pese a su prisa inicial por divorciarse solo un año antes, nunca volvió a casarse. Su salud también empezó a empeorar y murió en 1830, como uno de los reyes más despreciados del siglo XIX.
Fue sucedido por su hermano, Guillermo IV, que tampoco tuvo hijos legítimos (aunque sí más de diez ilegítimos reconocidos) y a la muerte de este llegó al trono la reina Victoria, una monarca muy diferente a sus "disolutos" parientes Hannover.
Si queréis saber más sobre esta historia, y el polémico proceso de divorcio de la reina Carolina y el rey Jorge, The Parliamentary Archives @HistParl publicó una serie de materiales muy interesantes con motivo del 200 aniversario de este proceso: archives.blog.parliament.uk/2020/06/25/div…
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Ayer se anunció que Carlos III será coronado con la Corona de San Eduardo. Por lo tanto, el post de hoy 4 de diciembre, de nuestro calendario #caminoalacoronacion estará dedicado a esta joya, que dista mucho de ser una corona cualquiera y está llena de secretos por descubrir.
La Corona de San Eduardo es enormemente simbólica, y se utiliza en el momento más sagrado de la coronación, cuando el arzobispo la sitúa en la cabeza del monarca tras la unción. Generalmente, el monarca se cambia luego de corona, saliendo ya de la abadía con otra puesta.
Esta corona tiene una larga historia, pero debo hacer dos avisos a navegantes, conociendo cómo son a veces la cobertura de estos acontecimientos, así que vamos a empezar por ahí:
Hoy, 2 de diciembre, siguiendo con nuestro particular Calendario de Adviento de #caminoalacoronacion, vamos a hablar del Anillo del Soberano, incluyendo una situación en la que la reina Victoria tuvo que esforzarse tanto en quitarse el suyo que casi se rompe el dedo. ¡Veámoslo!
La cantidad de objetos simbólicos, preciosos e históricos que se utilizan en la coronación de los reyes británicos es inmensa. Podríamos pasarnos todo el mes de diciembre hablando de este tipo de objetos y aún así nos faltarían días en el calendario.
Entre ellos, los conocidos como "Anillos de la Coronación" son enormemente importantes, tanto por su valor como por su potencial simbólico. Los Anillos de la Coronación son principalmente dos: el Anillo del Soberano y el Anillo de la Consorte.
Es 1 de diciembre y empezamos un particular Calendario de Adviento, en el que vamos a dedicar un post al día a hablar de la coronación de Carlos III con el hashtag #caminoalacoronacion. Y no hay mejor manera de empezar que con música. ¿Sabéis quién era Zadok, el sacerdote?
Zadok, más conocido en castellano con el nombre de Sadoc, es un sacerdote que aparece en el Antiguo Testamento y que tiene una importancia fundamental para el estudio de las coronaciones, al haber sido el responsable de consagrar como rey al mítico Salomón.
Prácticamente todas las coronaciones de las Edades Media, Moderna y Contemporánea se basaban en este episodio. Pero, ¿qué es una unción, y por qué es importante para la coronación de los reyes de Inglaterra?
@Clemitwd hacía esta pregunta a raíz del post sobre el cumplemuerte de la emperatriz María Teresa. Y la respuesta está en las costumbres y legislaciones sucesorias que observaban los Habsburgo austriacos. Vamos a explicarlo un poquito.
Las legislaciones sucesorias a lo largo de las Edades Media, Moderna y Contemporánea han sido, por un lado, más flexibles y cambiantes de lo que en general se piensa y, por otro, variaban (y varían) de un territorio a otro. Algunas veces mucho.
Algunas dinastías tenían ramas que seguían lógicas sucesorias distintas las unas de las otras, como los Habsburgo o los Borbones. Esto era especialmente evidente cuando un rey no tenía un hijo varón, lo que era la situación "más deseable" desde el punto de vista sucesorio.
Feliz cumplemuerte al gran Carlos II, que falleció un 1 de noviembre de 1700. Un rey con una leyenda negra brutal, que NO era el personaje débil mental que la historiografía decimonónica nos pintó. Para celebrarlo, repasemos algunas de las mejores publicaciones sobre su figura.
Existen actualmente muchos historiadores que se dedican a estudiar la figura de Carlos II desde diversos ángulos. Para evitar que este hilo sea muy largo, solo voy a indicar a cuatro que creo que todo el mundo que se acerca por primera vez a la figura de Carlos II debería leer,
y cuyas obras ayudan a entender importantes realidades del reinado de Carlos II, y cómo surgió la leyenda negra que todavía hoy parece rodearle. No están todos los que son (hay muchos más), pero estos cuatro son imprescindibles.
#RocioCuentaCosas Vale, ahora que ha empezado la misa, tenemos que hablar del maravilloso suelo que se puede ver justo delante del ataúd de la reina, en el altar mayor. En castellano lo llamamos suelo de Cosmatesco.
Este tipo de suelos se llaman así en honor a los Cosmati, unos artesanos de la zona central de Italia, que utilizaban trozos de mármol y otros materiales de las ruinas romanas para realizar pavimentos con magníficas formas geométricas, y maravillosas combinaciones de colores.
Con posterioridad, este estilo se difundió por Europa y se llamaron cosmatescos a suelos hechos con teselas que no procedían de ruinas romanas, pero que estaban realizados con distintas piedras de diferentes formas y colores, que se juntaban para crear figuras geométricas e