Las grandes historias de amor son también grandes historias de desamor. Así lo constata “In the Mood for Love” (2000), esa obra maestra de Wong Kar-wai que no me canso de recomendar.
Con “Before Sunrise” (1995), Richard Linklater dio inicio a una de las más notables historias de amor del cine contemporáneo, que se convertiría en una trilogía completada por “Before Sunset” (2004) y “Before Midnight” (2013).
La cineasta francesa Claire Denis se aventuró a llevar al cine “Fragmentos de un discurso amoroso” de Roland Barthes, uno de mis libros de cabecera. El resultado, encabezado por Juliette Binoche, es excepcional: “Un bello sol interior” (2017).
La ciencia ficción también puede contar grandes historias de amor con sabor agridulce. Eso ocurre en “Arrival” (2016) de Denis Villeneuve, película magistral recorrida por una fuerte carga emotiva que se basa en la novela corta de Ted Chiang.
Con “Sex, Lies & Videotape” (1989), Steven Soderbergh consiguió crear uno de los relatos de amor más atípicos del cine contemporáneo. Esta película es icónica para mi generación, la de quienes nacimos en los años sesenta.
El amor es una fuerza devastadora que muy poco tiene que ver con el romanticismo acaramelado que se sigue promoviendo. “Amour” (2012), una de las cintas mayores de Michael Haneke, aborda con realismo brutal el vínculo amoroso en la vejez.
El amor adúltero es un tema sumamente socorrido en cine y literatura. Michael Ondaatje lo trasladó a nuevas alturas de belleza trágica en su extraordinaria novela “El paciente inglés” (1992), que Anthony Minghella llevó a la pantalla en 1996.
También los grandes amores pueden ser malogrados por circunstancias imponderables: los celos de un tercero, la historia que casi todo destruye. Eso sucede en “Atonement” (2007), la adaptación de la novela de Ian McEwan a cargo de Joe Wright.
El amor se especializa en diseñar historias desgarradoras como la que Wim Wenders, de la mano de Sam Shepard, registra en “París, Texas” (1984), una de mis películas de cabecera. Quien no conozca esta maravilla se pierde de algo esencial.
En “Interstellar” (2014), uno de los filmes más importantes no sólo de Christopher Nolan sino de la ciencia ficción, se da cuenta de una de esas historias de amor que pasan, como debe ser, por el corazón y el intelecto al mismo tiempo.
El objeto amoroso suele aparecer donde menos se le espera, y una vez obtenido se le protege hasta donde se puede. Entre otras cosas eso es lo que ilustran “Blade Runner” (Ridley Scott, 1982) y “Blade Runner 2049” (Denis Villeneuve, 2017).
El final feliz es una quimera alimentada por Hollywood para cerrar distintas historias de amor. “Chinatown” (1974), una de las obras maestras de Roman Polanski, echa por tierra esa fantasía para dibujar una realidad más cruda.
¿Quién dice que el amor no puede crecer en medio de la violencia? “The Getaway” (1972), una de las cintas esenciales del genial Sam Peckinpah, demuestra este crecimiento con todas sus salvajes consecuencias.
A veces es preferible un amor intenso y fugaz a una relación que se vaya consumiendo poco a poco con el paso de los años. “Badlands” (1973), el portentoso debut de Terrence Malick, retrata con precisión ese anhelo de intensidad.
Hay amores que sólo se logran reconocer con el tiempo y no en el momento en que se enciende la chispa inicial. “El secreto de sus ojos” (2009), la magnífica película de Juan José Campanella basada en la novela de Eduardo Sacheri, lo confirma.
El amor implica convivir también con las zonas oscuras del otro. “Eternal Sunshine of the Spotless Mind” (2004), la excepcional película de Michel Gondry, hace hincapié en esto: no hay que olvidar que dentro de nosotros habitan sombras.
“Un hombre y una mujer” (1966) de Claude Lelouch es un clásico del cine romántico. Sin embargo, no cae en el cliché del amor fácil gracias a su retrato de la ambigüedad afectiva.
Cuando el amor se deteriora al grado de volverse odio es mejor cortar por lo sano para que no ocurra lo peor. Sam Mendes explora las ruinas afectivas en “Revolutionary Road” (2008) pero se queda corto ante la novela de Richard Yates de 1961.
Se sabe que el amor puede sanar pero también lastimar en lo más profundo. En “Closer” (2004), el filme de Mike Nichols que adapta la obra teatral de Patrick Marber, se hace una radiografía sumamente puntual de las heridas afectivas.
Hay que admitir que el amor puede tener fecha de caducidad, sobre todo si se experimenta en el marco de una relación demasiado codependiente. “9½ Weeks” (1986) de Adrian Lyne traza con exactitud los altibajos emocionales de un vínculo así.
No existe la persona ideal para enamorarse. Existe, por el contrario, la persona que resultará ideal en el lugar y el momento menos esperados y encenderá el fuego. Ese es el núcleo de la trama de “Lost in Translation” (2003) de Sofia Coppola.
Amor y deseo forman una mezcla explosiva que puede hacer saltar todos los obstáculos para consumarse. “The Handmaiden” (2016), la cinta magistral de Park Chan-wook basada en la novela de Sarah Waters, da cuenta del estallido.
El 29 de marzo de 1983, Italo Calvino impartió en Nueva York una conferencia en torno de “Las ciudades invisibles” en la que, entre otras cosas fantásticas, dijo lo siguiente: “Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares /
/ de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos.” Pocas sensibilidades urbanas tan refinadas como la del gran escritor italiano.
“Si hombres y mujeres empezaran a vivir sus efímeros sueños, cada fantasma se convertiría en una persona con quien comenzar una historia de persecuciones, simulaciones, malentendidos, choques, opresiones, y el carrusel de las fantasías se pararía.” Genio puro el de Italo Calvino.
La noche del 14 de septiembre de 1966, meses antes de comenzar a escribir para el periódico “Jornal do Brasil” una serie de magníficas colaboraciones que se extendería hasta 1973, Clarice Lispector se quedó dormida en su departamento de Río de Janeiro.
Pero habría que clarificar: se quedó dormida al cabo de ingerir una dosis de los somníferos que venía consumiendo desde hacía unos años para conciliar el sueño que la rehuía como un caballo salvaje.
Y más aún: se quedó dormida luego de tomar somníferos y con un cigarro encendido en la mano derecha como para prefigurar el destino misterioso y fatal de su colega Ingeborg Bachmann en un departamento de Roma en octubre de 1973.
La última voluntad de Frédéric Chopin (1810-1849), el compositor que inició una revolución musical con sus magistrales piezas para piano, dio pie a una de las historias más extrañas aunque fascinantes de las que tengo noticia.
Víctima de tuberculosis crónica, Chopin murió cuando tenía apenas treinta y nueve años. Una imagen indeleble lo ubica en su lecho de muerte, escupiendo sangre mientras las damas de alcurnia de París lloran a su alrededor y algunos dibujantes lo retratan a toda prisa.
Uno de los mayores miedos de Chopin era el entierro prematuro, tema de un célebre cuento de Edgar Allan Poe. “La tierra es asfixiante”, dijo en su lecho de muerte a su hermana mayor Ludwika, a quien hizo jurar que su cadáver sería sometido a autopsia para garantizar la muerte.
1. Yo escribo a falta de una mano en mi mano, a falta de dos ojos frente a los míos, a falta de un cuerpo exterior a mí sobre el cual apoyarme —un minuto siquiera— y llorar.
2. Siento un deseo espantoso de devorar todos los libros. Pero al mismo tiempo, mi represión ética me advierte que más vale depositar mi hambre en uno solo.
3. No creo en la poesía. Ningún poema puede dar cuenta de la intensidad de los deseos. A lo sumo puede redactar, posteriormente, una crónica más o menos fascinante de lo que pasó. Pero un poema no es algo que sucede.
Este es el correo que el señor Leonardo Loscertales, nuevo dueño y socio único de @EditorialTurner / @Turner_Mx, me envió el 12 de junio de 2024 en respuesta a mis múltiples correos solicitando claridad con las regalías de mi libro “#UnPerroRabioso. Noticias desde la depresión”.
En el tercer párrafo del correo del señor Leonardo Loscertales, señalado con una línea negra, se me anuncia la destrucción de los ejemplares físicos de mi libro, la descatalogación del mismo y su salida de las plataformas de venta digital. He escrito en tres ocasiones. Silencio.
El señor Leonardo Loscertales habla del “descontento” de @EditorialTurner / @TurnerMx por las ventas “francamente bajas” de mi libro “#UnPerroRabioso. Noticias desde la depresión”. Durante un año este se mantuvo entre los primeros lugares de ventas en distintas áreas de Amazon.
[Advertencia: aquí no se habla de Homero ni de la Biblia ni de la segunda parte del “Quijote”.]
1. El narrador no fiable, tipificado por Wayne C. Booth en 1961, es una de las figuras que más me interesan en la literatura.
2. Si bien se remonta al siglo dieciocho con “Tristram Shandy” (1759) de Laurence Sterne, el narrador no fiable sienta sus reales en la ficción durante el siglo diecinueve. “Memorias póstumas de Blas Cubas” (1881) de Joaquim Maria Machado de Assis sigue el ejemplo de Sterne.
3. A mi juicio, el primer gran ejemplo de narrador no fiable es la institutriz sin nombre de ”Otra vuelta de tuerca” (1898) de Henry James.
4. Diez años antes de “Otra vuelta de tuerca”, sin embargo, Henry James coqueteó con el narrador no fiable: “Los papeles de Aspern” (1888).