En el catálogo de seres extraños que pueblan la historia de la música pocos hubo tan originales, marcianos o atrevidos como nuestro protagonista de hoy.
Y de esos, pocos tuvieron una carrera tan tristemente fugaz.
Pero para hablaros de él, tengo que hablaros de otro extraterrestre.
Del hombre de las estrellas. De David Bowie y de una actuación que hizo en Saturday Night Live el 15 de diciembre de 1979, aunque se emitiría en enero del 80.
Podéis verla aquí.
Enfundado en un traje rígido de plástico, Bowie es transportado al frente por dos coristas que parecen unos extraños polichinelas espaciales.
Hoy no vamos a hablar de Bowie, sino de uno de esos coristas.
Y para eso vamos a viajar en el tiempo: a la Alemania de la posguerra.
Eran tiempos duros en las calles aún devastadas de la Alemania de 1950.
El horizonte parecía ser gris, y el futuro algo muy lejano y con escasas perspectivas.
Era mejor vivir el día, el presente, sin pensar mucho. Y en eso los niños son unos expertos.
La mayoría de ellos, cuando conseguían algún dinero lo invertían en algo que endulzara su -a veces- amargo presente: caramelos o chocolatinas.
Pero Klaus no.
El pequeño Klaus Sperber ahorraba las monedas que le daba su abuela para lo que más amaba del mundo.
La música.
Klaus venía de una familia aficionada a la música clásica y sentía pasión por la ópera, y ese dinero de su abuela lo ahorraba para comprar viejos discos.
En los años 60, con apenas veinte años, comenzó a trabajar en la Ópera de Berlín (lado occidental).
Allí empezó a cantar.
Igual esto último te hace pensar que ya era una figura en el escenario, pero no es así.
Era un simple ayudante. Y cantaba para el personal de limpieza, al final del día, con todo cerrado.
Y cantaba ópera, pero también rock.
Y tenía una voz privilegiada.
Su tesitura era tan aguda que se conoce como contratenor. Más arriba de eso, en voz masculina, solo llegaban los famosos castrati.
Pero no solo cantaba en aquel escenario vacío. También lo empezó a hacer en otros sitios menos convencionales: los clubs de ambiente gay de Berlín.
En su adolescencia Klaus había descubierto también que su sexualidad era otra diferencia.
Culto, amante de María Callas, con inquietudes artísticas, homosexual... no tuvo que tenerlo fácil.
Con 28 años decide buscar un sitio donde poder ser él mismo.
Y el sitio era Nueva York.
Ya he hablado en varios hilos de lo que era esa ciudad a mitad de los 70 y de todo lo que pasaba allí.
Eran los años del CBGB o del Mercers Arts, con Patti y Robert compartiendo piso o Lux y Poison desembarcando desde Ohio.
Todos querían estar allí.
Uno de los sitios más punteros y originales fue el Mudd Club, un sitio donde personajes como Cale o Bowie eran habituales.
Y allí fue donde Bowie vería a Klaus por primera vez, solo que ya no era Klaus Sperber.
Ahora se hacía llamar Klaus Nomi y todo el mundo hablaba de él.
Klaus había llegado en el 72 a la ciudad y allí comenzó su metamorfosis.
Rodeándose de pintores, músicos o diseñadores de vanguardia mezcló todo ello con música clásica y una estética espacial y fría, buscando la extrañeza en el público.
Se reinventó como un extraterrestre.
Nomi era el anagrama del título de una revista sobre Ovnis a la que era aficionado.
Maquillado de blanco y con el pelo en extrañas puntas, Klaus mezclaba lírica con aliens, Berltrocht Brecht con luces estroboscópicas y guitarras furiosas o sintetizadores con el barroco inglés.
Trabajando al principio como repostero de día para cantar en clubs por la noche, su espaldarazo llegó al actuar en la obra Vodeville de David McDermott.
Allí, cantando un aria de Samson y Dalilah de Saint-Saens, vestido de alien, impactó al público.
A partir de ahí se fue haciendo un hueco en la escena neoyorquina ganándose fama de ser una de las propuestas más originales, juntando a su alrededor a personajes como una joven Madonna, Keith Harring o Jean Michel Basquiat.
Y por eso, al oír de él, Bowie quiso conocerle.
A finales del 79, Bowie estaba presentando (sin gira) el Lodger sin demasiado interés.
Tenía que actuar en SNL pero poco antes acudiría al club citado a ver al chico del que todos hablaban.
Ya sabemos que Bowie tenía buen ojo para lo bueno. Y vio algo en Klaus.
Decidió que Klaus y su pareja el bailarín Joey Arias le acompañaran en la extraña presentación que hizo en el programa.
La actuación, emitida en enero, fue un bombazo. La extraña perfomance que hicieron no dejó indiferente al público que vio aquello.
Para Klaus aquello supuso su consagración como el fenómeno del momento, porque otra cosa que hizo David por él fue ayudarle a conseguir un contrato con RCA para su primer disco.
(Bueno, y el traje, inspirado en unos diseños de Sonia Delauny para una obra de Tristan Zara.)
Aquel primer disco se llamaría como él y reflejaría ese poliédrico mundo interior de Klaus.
Su portentosa voz se mostraba a veces teatral, exagerando su acento en canciones como 'Lightining Strikes' o lírica y emocionada en 'The cold song', del Rey Arturo de Henry Purcell.
Pero si una destaca por encima de todas es Total Eclipse, que fusiona todos esos elementos y que ya había sido grabada en directo para la película 'Urgh! A Music War', que buscaba reflejar todo ese ambiente innovador y diferente de la época.
Tras aquel primer disco vendría 'Simple man' (1982), donde colaboró con el pionero de la electrónica Man Parrish y donde versionaría clásicos del cine como un tema de la película 'El ángel azul' de su adorada Marlene Dietrich o 'Ding Dong The witch is dead' de 'El mago de Oz'.
La repercusión de estos trabajos auguraban un futuro prometedor para un artista que no solo era original sino sensible y amable con todos los que le conocían.
Pero ese futuro nunca llegó.
Klaus había contraído una nueva y desconocida enfermedad.
A primeros de los ochenta un viento gélido corrió por los clubs y locales de medio mundo, sembrando el horror a su paso.
Al desconocimiento le acompañó el miedo, y a éste, la incomprensión y el rechazo.
La enfermedad la causaba un virus llamado VIH y se la conocería como SIDA.
Klaus Nomi fue una de las primeras 'celebridades' que contrajo el virus y desarrolló los síntomas.
Las cosas fueron demasiado rápidas.
Solo y abandonado por sus conocidos, con el único apoyo de Joey Arias, Klaus moriría el 6 de agosto de 1983.
La última actuación de Klaus Nomi fue meses antes, en un ciclo de Rock y Opera en Munich donde interpretó su amada aria del genio helado, de Henry Purcell con una intensidad y dramatismo estremecedores.
Probablemente ya estaba muy enfermo.
Y lo sabría.
Como suelo hacer cuando #LaHistorietaMusical de la semana tiene un final dramático, me gustaría añadir una pequeña reflexión.
Han pasado casi 40 años de la muerte de Nomi y aún existen muchos bulos y prejuicios alrededor de los enfermos de VIH.
Demasiados.
Gracias a la ciencia se ha avanzado mucho en la prevención de la transmisión y las nuevas generaciones de medicamentos son muy efectivas.
Hace falta que se siga investigando pero también buenas campañas de información para toda la sociedad.
Sólo así se evitará el estigma.
Espero que os haya sorprendido este hilo sobre un personaje fascinante.
Si es así, podéis darle al corazón y retuitearlo para dar a conocer a este artista tan original.
Y yo le quiero dar las gracias a @FFBenedetti por ponerme sobre la pista.
Yo me despido hasta la semana que viene y como ya sabréis lo hago con el consejo habitual.
Nunca, nunca dejéis de escuchar música.
Es lo mejor que podéis hacer. 😉
Pd. ¡Olvidé decirlo! Hay un documental muy bueno sobre él bastante reciente: The Nomi Song.
Y me lo he encontrado enterito en Youtube aunque con subtítulos en alemán..😅
Pd 2. Añado esta maravilla de programa que @FFBenedetti hizo en Radio 3 hablando de Klaus Nomi. Si os ha gustado la historia y el original estilo de nuestro protagonista de hoy no os lo podéis perder.
Sirve este hilo para quitarnos un poco el mal sabor de boca de la historia de Badfinger. Una historia dura, pero como dije, necesaria.
Esta, más amable, también lo es. Porque la historia de Dolly Parton también nos puede enseñar mucho sobre integridad, independencia y carácter.
Y es que aunque esta cantante y empresaria parece que siempre ha estado ahí con una brillante sonrisa y su aura de éxito, Dolly Rebeca Parton ha tenido, a lo largo de su carrera, que enfrentarse a muchos prejuicios y romper muchas barreras.
El 10 de enero de 2016 es una fecha que los amantes de la música recordaremos por ser el día que nos dejó uno de los mayores genios de las últimas décadas.
Pero no quiso hacerlo sin regalarnos su última gran obra.
Hay un libro que marcó mi adolescencia: El vagabundo de las estrellas, de Jack London.
Aunque comenzaba como una crónica de las infames condiciones carcelarias del siglo XIX, esta historia de viajes astrales y reencarnaciones se volvía mucho más grande, espiritual y profunda.
A lo largo de sus páginas, el protagonista se evadía de las torturas que sufría viajando en espíritu a los recuerdos de sus vidas anteriores.
Cada una de estas vidas era un relato en sí mismo. Cada una era totalmente diferente.
Pero no vamos a empezar en el 87. Para contar esta historia vamos a tener que viajar en el tiempo.
Porque esta historia comenzó hace más de un siglo y en tierras españolas. En Valencia, concretamente.
Y en las manos de un español llamado Salvador Ibañez.
Salvador Ibáñez fue un luthier valenciano muy reconocido por la fabricación de guitarras flamencas.
Empezó con un pequeño taller, pero a inicios del siglo XX "Salvador Ibáñez e hijos" ya hacía miles de instrumentos anuales que se vendían por todo el mundo.