La grieta (el fenómeno real, no la sobrerrepresentación mediática para el business) ya se cerró en el 2020 cuando la gente se pasó un año entero con el culo contra la pared lamiendo la foto de un pollo al spiedo.
Por supuesto que algunos fanáticos quedaron solos sopapeando el aire en sus islitas mentales inaccesibles, pero la mayor parte de la sociedad tuvo que reagruparse para recuperar sustento, vínculos y un proyecto de vida que no te sulfate las pilitas del bocho.
La sobreabundancia de discusiones políticas es un lujo que se reservan los pueblos que tienen las necesidades básicas cubiertas. Mientras vas esquivando muertos en la vereda no te querés poner a discutir si tal gobierno de mierda fue menos de mierda que otro gobierno de mierda.
El único vestigio de la grieta lo protegen aquellos que necesitan garantizar su subsistencia monetaria: políticos y periodistas, que gruñen escondidos atrás de un arbusto para después pedir que venga la Patrulla Anti Osos, de la que son únicos miembros.
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Escucho una entrevista a alguien, who shall remain nameless, y recuerdo lo mucho que desprecio a ese subtipo de porteño que habla como patroncito de estancia cheto, embelesado con su propia voz, cual sirena, preso de su sociolecto mezcla de La Biela, Pepino y La Pampa húmeda.
Se distingue fácilmente del verdadero hombre de campo porque usa pantalones caqui y camisa blanca solamente para ir de vez en cuando a la chacra a comer chorizos y jugar a Bonanza. Hombres que fingen aspereza y rusticidad para ocultar que no tienen ningún pensamiento original.
Para compensar carencias afectivas esenciales y rebelarse ante un entorno aristocrático que los sostiene monetariamente hasta el último día de su vida, fingen devoción irónica por lo pseudo popular, que no es otra cosa que el PJ y su variante pop más criminal: el Kirchnerismo.
Paradójico que el progresismo (que dice apoyar cierta ley debatida con mucha polémica en 2018) haya adoptado el discurso ad-hoc y la extorsión emocional salvavidista de los que se oponen a dicha ley munidos de pañuelos color celeste.
Repiten mantras reduccionistas (“Me enamoré de la vida”, “Detrás de cada número hay una vida”, “Si son responsables nada les va a pasar”) pero, fundamentalmente, están obsesionados con auditar las decisiones personales de aquellos que podrían necesitar atención médica.
A nadie se le ocurriría negarle quimioterapia a un paciente con cáncer de pulmón basándose en cuántos cigarrillos se fumó o prohibirle el tratamiento a un cirrótico después de descubrir un pasado de alcoholismo.
Los cantos y manifestaciones políticas en eventos apartidarios, como recitales, tienen un único objetivo: sublimar el comportamiento identitario de manada y hacerte saber, si no encajás en ella, que ese espacio fue tomado y que vos no sos bienvenido.
Clavan su bandera, reclaman como propio un lugar y expulsan al disidente. Alimentan el delirio del pensamiento único y van conquistando pedacitos de civilización que solían ser para todos. Y, cuando lo logran, agrandan la checklist moral necesaria para pertenecer a su tribu.
Para escuchar a Caetano tenés que ser como nosotros. Y, si sos como nosotros, escuchás a Caetano. Y los atributos positivos de Caetano se aplican a nosotros. Y, como vos no sos uno de nosotros, no escuchás a Caetano ni sos beneficiario de las virtudes tántricas de nuestro clan.