El 19 de septiembre de 1955, el general Franklin Lucero, ministro de Ejército, leyó por radio una carta del presidente Perón en la que este proponía entregar su mando al Ejército, por lo tanto renunciaba al cargo de presidente de la Nación.
Además, Lucero anunciaba un parlamento entre el bando del gobierno nacional y de las fuerzas revolucionarias, y un inmediato cese de las hostilidades. Este anuncio se daba en medio de las amenazas de la Marina de bombardear los depósitos petroleros de La Plata y Dock Sud, luego
de haber bombardeado el día anterior los depósitos de Mar del Plata. A este punto, la revolución que había comenzado Lonardi en Cordoba el 16 de septiembre ya se había extendido a gran parte del país, y había levantamientos en Cuyo, en Corrientes, en la base naval Puerto Belgrano
y en otras localizaciones. Luego de leer la carta de renuncia de Perón, se formó una Junta Militar de oficiales leales, que lideraba el general Emilio Forcher, para conducir las negociaciones con las fuerzas revolucionarias.
La Junta Militar estaba integrada por los generales Emilio Forcher, José Domingo Sosa Molina, Carlos Wirth, Audelino Bargallo, Ángel J. Manni, Juan J. Polero, Juan José Valle, Raúl Tanco, Carlos Alberto Levene, Oscar Uriondo, Oscar Sacheri, José C. Sampayo, entre otros,
Ese mismo día 19 de septiembre había dudas entre los miembros de la recién formada Junta ya que la carta de Perón, en que solicitaba al Ejército la negociación de un acuerdo, describía su actitud como un “renunciamiento”, terminó más ambiguo que renuncia.
Algunos lo interpretaron como índice de que en realidad no abandonaba el mando. También surgieron problemas constitucionales, ya que un presidente normalmente eleva su renuncia a la consideración del Congreso.
Pero al fin, tras consultar a asesores legales del Ejército argumentaron en favor o en contra, los diecisietes generales (entre los cuales había oficiales que habían sido íntimos colaboradores del gobierno peronista), votaron por unanimidad en el sentido que la carta debía
interpretarse como una renuncia y la Junta tenía plena libertad de acción para negociar con el comando revolucionario. Sin embargo, la Junta Militar no asumió los poderes de un gobierno, salvo los relacionados con el mantenimiento del orden; a pesar de algunas expectativas,
no nombró un gabinete. Limitó sus funciones a negociar un acuerdo de paz con los revolucionarios. Con este fin nombró un comité de cuatro personas para estudiar la situación y prepara la actitud negociadora para aprobación de la Junta.
El comité, bajo la presidencia del general Forcher, comenzó su tarea por la tarde y cerca de medianoche presentó su asesoramiento a la Junta. Pero en ese momento fue evidente de que Perón no se había propuesto renunciar al presentar su carta en la mañana, o bien cambió después de
parecer, ya que convocó a la Junta Militar a una reunión en la residencia presidencial y al mismo tiempo solicitó los últimos datos sobre la situación militar. Algunos miembros de la Junta juzgaron que la intervención de Perón ya era inadmisible, pero la opinión que predominó fue
enviar ante él una delegación de seis generales con mayor antigüedad. En la residencia presidencial, Perón negó haber renunciado e insistió en que si debía renunciar, lo haría ante el Congreso.
La delegación abandonó la residencia y regresó al edificio del Ministerio de Ejército para informar a la Junta. Una vez más, tras algunas discusiones, la Junta votó por unanimidad y confirmó su decisión previa.
Además, destino a uno de sus integrantes, el general Ángel J. Manni, para que anunciara a Perón que la Junta Militar había ratificado su interpretación de la carta como una renuncia y que actuaba con total independencia.
El general Manni informó al ya expresidente por teléfono, y agregó un consejo personal: “ponga distancia cuanto antes”. Perón aceptó el consejo y buscó refugio, poco tiempo después, en la embajada del Paraguay.
Mientras la Junta se ocupaba en establecer su independencia respecto de Perón antes de iniciar las negociaciones, los jefes revolucionarios todavía tenían que decidir quién era él que encabezaba la revolución.
Entre los jefes del Ejército, no había dudas que el jefe era el general Eduardo Lonardi, quien había triunfado en sus objetivos revolucionarios. Pero el problema fundamental eran las relaciones entre los rebeldes de la Marina y Lonardi.
El almirante Rojas, ahora comandante de la flota revolucionaria, tomó la decisión capital, reconociendo a Lonardi como jefe revolucionario y presidente, sin consultar a los capitanes de navío Perren y Rial, que dirigían el operativo revolucionario en la zona de Puerto Belgrano.
Mientas la tregua no tardaba en cumplirse en la zona de Buenos Aires, las tratativas concretas entre el Comando Revolucionario de las Fuerzas Armadas y la Junta Militar se iniciaron por la tarde del 20 de septiembre, a bordo del crucero 17 de octubre.
La delegación de la Junta Militar, compuesta por los generales Forcher, Manni, José Sampayo y Oscar Sacheri, discutieron con el Comando Revolucionario, liderado por el almirante Isaac F. Rojas y el general Juan José Uranga, los puntos del acuerdo.
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En 1885, con motivo de la crisis financiera de aquel año, Argentina volvió al régimen de inconvertibilidad de la moneda, aunque con la expresa salvedad de que la medida era de carácter transitorio y destinada a durar dos años. El flujo de capitales externos se reactivó sensiblemente en los años siguientes, alcanzando niveles sin precedentes en 1887 y 1888.
Ante la nueva ola de confianza que emergía en los mercados de capital, Juárez Celman bien pronto dejó de lado las sugerencias de Roca para facilitar el retorno a la convertibilidad. La nueva administración se embarcó en una decidida política de atracción de fondos externos, a la par que autorizaba nuevas emisiones por parte de los bancos Nacional y de la Provincia. En setiembre de 1887 esta política se refuerza con la creación de los Bancos Garantidos que extendieron el derecho de emisión a 20 nuevas instituciones, muchas de ellas situadas en el interior del país.
A pesar de la política bancaria del gobierno el oro se mantuvo estable durante aquellos años. La estabilidad en las fluctuaciones del oro se debió fundamentalmente al ingreso masivo de divisas provenientes de los préstamos externos. En 1887 las condiciones eran propicias para un retorno a la convertibilidad. Fue la ley de Bancos Garantidos la que, recogió la decisión del gobierno de optar por otros caminos.
El 70% de todos los inmigrantes que llegaron a la Argentina durante la década de 1880 eran de origen italiano, mientras que recién el 15% eran de origen español. Entre el 60 y el 70% tenían como profesión la de agricultores, seguidos, con gran diferencia, a los jornaleros.
La inmigración europea alteró radicalmente la estructura demográfica de la Argentina y la tasa anual de crecimiento poblacional fue del 4,9%. Las regiones donde más creció la población fueron: Santa Fe, Capital Federal y la provincia de Buenos Aires.
Cuadro de inmigración y emigración entre los años 1874 y 1891.
En una entrevista para Panorama en marzo de 1971, pocos meses antes de fallecer, Federico Pinedo, dialoga sobre el pueblo inglés, sus inicios en el socialismo, sus visitas a Karl Kautsky, Rosa Luxemburgo y Eduard Bernstein, su admiración por Karl Marx y opina sobre Juan B. Justo.
Pinedo da su opinión acerca que la nación Argentina fue hecha gracias a los capitales extranjeros, y que el país les debe gratitud. Prosigue criticando las declaraciones de Óscar Alende y Aldo Ferrer sobre que el capital extranjero eran un lastre para el país.
Pinedo defiende a Krieger Vasena de las acusaciones que se le hacen por trabajar en el banco Deltec, y cree, que salvo algunos errores, tiene saldo a favor, al igual que Alsogaray. Aunque advierte que él cree que el problema argentino es político más que económico.
La reforma electoral incorporada a la Constitución Nacional con la reforma de 1994 tuvo su origen en el Estatuto Fundamental Temporario y las leyes sancionadas con referencia al sistema electoral que sancionó la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse en 1972.
Bajo el Estatuto Temporario se redujeron los mandatos del presidente, vicepresidente y senadores a cuatro años; se estableció la reelección del presidente por un periodo más; se eliminó el Colegio Electoral estableciéndose la elección directa del presidente, vice y senadores.
Se eliminaban las elecciones de medio termino; se estableció la simultaneidad de las elecciones para cargos nacionales; se creó el cargo de tercer senador por la minoría; entre otras reformas que se establecían a partir del estatuto.
En marzo de 1826, el presidente Bernardino Rivadavia sancionó dos decretos: la Ley de Capitalización, dispuso que la ciudad de Buenos Aires quedara bajo la jurisdicción de la Nación y otro que anulaba a la provincia de Buenos Aires como entidad política, dejando de existir.
La Ley de Capitalización decretaba que correspondía a la nueva Capital Federal los actuales territorios de la Ciudad de Buenos Aires, partes de las zonas oeste, norte y sur del Gran Buenos Aires, y el actual Gran La Plata.
La provincia de Buenos Aires dejaría de existir como tal y sería administrada por la Nación hasta la conformación de dos nuevas provincias en su territorio: la de Paraná al norte, con capital en San Nicolás de los Arroyos, y la del Salado al sur, con capital en Chascomús.
Durante los primeros meses de su presidencia, el general ingeniero Agustín P. Justo tenía como sus principales colaboradores y consejeros de confianza a sus ministros Antonio De Tomaso y al general Manuel Rodríguez, y a los ingenieros Justiniano Allende Posse y Pablo Nogués.
De Tomaso era el principal hombre de confianza de Justo en las cuestiones de gobierno, tanto era así que el presidente pensaba en el líder del socialismo independiente como su sucesor en la presidencia, hecho que no se cumplió debido a la muerte de De Tomaso en agosto de 1933.
El general Rodríguez era el hombre de mayor confianza de Justo dentro del Ejército. Rodríguez era un militar profesional, y ordenó y disciplinó a la Fuerza luego del retorno a la vida constitucional. Un joven capitán Juan Perón sirvió como su ayudante de campo en esos tiempos.