Conocí a Warren un 24 de diciembre. Estoy acostumbrado a que, en esa fecha, mal o bien, recibo regalos. Sí, el regalo era Warren y no me lo regaló nadie. Todo me indicaba que podía llegar a ser un amigo, sí, pero las cosas tomaron otro rumbo.
Esta es la historia de un tipo que quería morir y murió, pero más importa el por qué y el cómo.
Los 24 de diciembre no aceptan grises, así que esa tarde dejé a mi hijo en su casa, pasé por el supermercado, compré unas botellas de vino y planeé deprimirme solo en casa.
Tenía alcohol y cigarrillos. Nada podía malir sal. Feliz Navidad. Bueno, todavía faltaban algunas horas para las 00:00, por lo que todavía no me quería tirar por el balcón. Yo estaba deprimido porque se estaba poniendo oscuro.
Que en esta parte del mundo se ponga oscuro, significa que, en otra, la claridad todavía asoma. En el camino busqué motivación en redes sociales. Sí, como un psicópata. Como si un posteo de una cuenta de crossfit me fuese a levantar el ánimo. No pain, no gain.
Cuando uno busca motivación, no busca motivación, sino la prueba de que no necesita motivación. Claro, no la encontré. Feliz Víspera de Navidad.
Llegué a la puerta del edificio con un cuchillo del tamaño de un palmo en el bolsillo y subí los tres pisos hasta mi departamento por las escaleras. En la galería encontré fumando a Warren. No lo había visto jamás.
Si a eso le sumamos que me había mudado el día anterior, todo cobra más sentido. Warren fumaba un cigarrillo negro del filtro a la brasa y escupía el humo y el vapor del invierno sin la elegancia del que fuma hace años.
Tenía un gorro de lana puesto y una campera de pluma estilo Uniqlo que lo hacía parecer el muñeco de Michelin. Me dijo "sup, mate", una especie de "qué onda, gato". Lo dijo en inglés. Se puso el pucho en la boca, aspiró con fuerza y largó el humo como celebrando anticipadamente
el nacimiento de Cristo. Le dije, "sup, watchaduin'?", un "¿qué onda vos, conchatumadre?", sin el conchatumadre.
Voy a dejar de escribir mierdas en inglés, pero quería que quede claro que Warren es inglés.
Me prendí un cigarrillo y conversamos sobre de dónde éramos, qué hacíamos y hacia dónde íbamos. Teníamos dos cosas en común. Una, los dos escribíamos. La otra, los dos teníamos intenciones de matarnos. Metí la mano en el bolsillo y toqué la hoja del cuchillo.
La noche estaba más fría que el cuchillo y pensé que sería una muy buena frase para poner en alguna historia. Era casi Navidad. Warren me preguntó si tenía algo de tomar. Le dije que sí, pero solo si él tenía más bebidas. Me dijo que lo esperase un segundo.
Me pasó el cigarrillo porque "adentro su casa no se fuma". Lo esperé y le robé una pitada del pucho. Tenía el filtro húmedo, así que me bastó con una tragada y una escupida de humo. Me dio asco. ¿Qué es peor, el asco o la muerte? Me dije que me podía matar más tarde.
En ese momento quería escuchar lo que el inglés de labios húmedos y con bebidas en la casa tenía para decir.
Salió, le di el pucho consumido y con las cenizas aun colgando de la punta sin hacerle notar la pitada que había robado y le pregunté qué había traído.
Whisky y jengibre, dijo. Dije que ok, que el whisky se toma solo, pero qué importaba, era Víspera de Navidad y sería Navidad y yo quería morirme. No le dije expresamente que quería morirme, pero quería y lo di a entender.
Los suicidas tienen lo que tienen los homosexuales, un radar que les indica quién patea para el mismo lado. No hacía falta decir nada. Estaba todo sobre la mesa. Metí la mano en el bolsillo y volví a tocar el cuchillo. ¿Qué pasaría si…?, me dije. Alcohol y cuchillos.
Podía ser una gran noche de Víspera de Navidad. Podía ser la peor noche de Víspera de Navidad. La mejor.
No me pregunten por qué, pero mientras le decía que pasara a mi casa a tomar un shiraz, me acordé de cuando me había mudado a Manchester.
Habían pasado tres días desde que había llegado a Reino Unido y había conseguido trabajo, un buen sueldo, la empresa me pagaba un hotel cinco estrellas hasta que consiguiera departamento, pero yo fantaseaba con colgarme del techo y que me encontrasen muerto los de limpieza.
En casa no tenía ni televisor. Warren no se quedaría con nada si yo decidía usar el cuchillo ahí mismo. Pero todavía faltaba escuchar su historia.
Pasamos al living y Warren me volvió a preguntar a qué me dedicaba.
Le dije que escribía y que además tenía otros trabajos para comprar cosas que no necesitaba. Un televisor, por ejemplo. Le dije que escribía. Me dijo, lindo living. Le dije que probablemente era igual al suyo, pero espejado.
Después de todo, Reino Unido funciona siempre igual, pero en espejo, o sea, dispuesto al revés. Una casa es una casa es una casa. Le pregunté si sabía por qué a los livings se les decía livings. Me dijo que no.
Le conté que antes, a los muertos se los velaba en la sala principal de la casa, en el living, pero que antes de llamarse living, se llamaba parlour, o la sala de la charla, de la plática. Claro, los vivos se juntaban a charlar sobre la vida con el muerto ahí en frente de todos.
Puede resultar irónico, pero era costumbre y nadie la cuestionaba. Cuando surgen los servicios fúnebres, los cuerpos terminaron en un cajón en el medio de un salón alquilado donde los vivos pudieran presentar sus respetos y contaran chistes.
Sin el muerto adelante, los parlours perdieron significado y se rebautizaron living, la sala de los vivos. Me preguntó si eso lo había escrito yo y le dije que algún día lo escribiría. Me preguntó por mis cuentos. Me preguntó por mis libros. Le conté.
Le conté y me dijo que su sueño era editar un libro, compilarlo y publicarlo y hacerse famoso con sus cuentos. Le dije que la parte de la fama siempre es un accidente y que le debía las sugerencias al respecto.
Le dije que, si escribía algo verídico, verosímil, podía llegar a funcionar, pero que no sabía más. Me contó de sus cuentos y, de los cuentos, pasó a su vida personal. A su padre, a su madre, a ser hijo único, a tener 34 años y no encontrar sentido a nada.
Le dije que se uniera al club. Me acuerdo de que volví a tocar la hoja del cuchillo y me tranquilicé. Me dije que todavía no era momento.
Tomamos. Tomamos un montón. Terminamos el shiraz y seguimos con mi whisky y después con el que él había traído, el que tenía jengibre.
Cuando se acabaron las bebidas, me dijo si quería ir al pub de la esquina. Como todavía no era momento del cuchillo, le dije que sí, que fuésemos. En el camino me contó que vivía de dar clases de inglés en otros países.
Le pregunté cómo funcionaba y me dijo que una empresa le pagaba para ir a X o Y lugar y él les enseñaba a nenitos cómo hablar inglés. Le dije que estaba buenísimo lo que hacía y caminamos en silencio hasta el bar.
En el bar lo perdí. Lo vi al rato hablando con uno o con otro.
Me imaginé que repitiendo la historia de la empresa que le pagaba por enseñar a nenitos a hablar inglés. Cuando volvió, me dijo que estaba teniendo la noche de su vida y me dio las gracias. Le dije que yo no había hecho nada, pero respondió, "estás acá".
Lo que para uno es la muerte, para otro puede ser una bendición, el sentido de vivir un día más. Tomamos más y yo ya estaba demasiado mareado, demasiado harto y decidí irme. Mientras me despedía para caminar los 75 metros hasta mi casa, me pidió mi número de teléfono.
Nunca supe mi número de teléfono así que saqué el celular del bolsillo, abrí la lista de contactos y leí el que me designaba como "YO". Le dicté el número en un inglés que no era inglés. "Oh, seven, uon, oh-foif". Etcétera.
Me dijo que me iba a escribir y aclaró que iba a hacerlo para hablar de literatura. Dije que sí, que claro, y me fui a paso de murga.
Esa noche no me maté. Esa noche fue Víspera de Navidad y me desperté como nuevo al otro día con mensajes de Warren.
"Gracias por la mejor puta noche de toda mi puta vida". Me dije que se habría equivocado de número. Apenas si había contado la historia del living y las funerarias. Eso nunca puede ser motivo de una gran noche. Una historia es una historia es una historia. No respondí.
Esa mañana estaba deprimido porque el cielo estaba despejado y había sol. Cuando está despejado y hay sol de este lado del mundo, significa que es demasiado tarde y demasiado oscuro en otra parte. Me levanté de la cama y me fui a caminar.
Cada segundo de sol en Reino Unido es como la llegada del mesías a la Tierra. No hay tiempo que perder. Caminé y pensé en Warren. Pensé en Warren en Navidad, con su familia, tomando aún más que la noche anterior. Pensé, pero no respondí.
Ese día decidí no volver a casa hasta tarde. Era Navidad. Si bien, y curiosamente, había hecho feliz a Warren, la realidad es que no quería cruzármelo. No tenía ganas de hablar con nadie. Esa mañana salí sin el cuchillo. No tenía ganas de nada, ni siquiera de matarme.
Bueno, lo dicho, era Navidad. Ni Chinaski podría haberlo hecho. "Mi alma borracha de vino es más triste que todos los árboles de Navidad muertos del mundo". Pensar en la hoja afilada de un palmo de alguna forma me tranquilizaba.
También pensaba en cómo pasaría el 25 de diciembre con el frío acuchillándome la piel porque aún, después de dos días de mudado, no había descubierto cómo funcionaba la calefacción.
Chester en Navidad es como cualquier pueblo fantasma en cualquier día del año, así que me limité a caminar. Si había suerte, hasta capaz nevaba. Me recorrí todo lo que Río Dee me dejó. El viento y el agua y el aguanieve hacían que caminar fuera más una procesión que una caminata.
Volví por calles de árboles pelados, desnudos. Congelados a pesar del sol que se alzaba como desafiando a la isla pirata maldita. Quise comer un sándwich, pero los únicos lugares abiertos en Navidad son los off licence, una suerte de almacenes de variedades con marcas imitaciones
de marcas y sándwiches imitaciones de sándwiches. Me dije que no, que preferiría cocinar algo en casa cuando llegase antes que comer cualquier mierda. Caminé y pensé en los ingredientes para preparar cualquier cosa, pero me agoté en los condimentos.
Una casa llena de condimentos, pero sin comida. ¡Quién se muda un 23 de diciembre, maldita sea! Pensé en la navaja, en el televisor que iría a comprar y en la consola de videojuegos que lo acompañaría. No pensaba pagar por mirar TV. No.
Pensé en cuantas mantas iría a necesitar para paliar la falta de soporte técnico del sistema de calefacción hasta el 27 de diciembre. Volví a pensar en Warren, en que enseñaba a nenes chiquitos a hablar inglés y en que quería morirse.
¿Cómo enseña una lengua una persona que dice basta? Es paradójico. Mi psicólogo se reiría y diría cosas con las manos. Parlour. Living. Sala de los vivos. Todavía seguíamos allí. Bueno, yo aún lo estoy, si no, no estaría contando esta historia.
En la muerte también hay vida, pensé. ¿De qué otra forma pensaba ser publicado? ¿Póstumamente? ¡No nos conoce ni el loro, Warren! Alguien llorará, seguro, pero no por nuestros escritos, sino por la memoria y por las ideas de las memorias.
¿Dónde me llorarán los que me lleguen a llorar? El cuchillo, el cuchillo. La navaja funciona como los pantalones con elástico que no usamos nunca y rogamos no tener que usar, pero nos reconforta que estén ahí, en el guardarropas.
Si pienso en un guardarropas me acuerdo de Narnia y, si pienso en Narnia, pienso en un león. Brrrrrr. Vibró el celular en el bolsillo de atrás del jean. Warren. "Buena noche ayer, ¿no?". Tuve que contestar porque ya lo había dejado de garpe una vez. "Sí, genial", mentí.
Una mentira es una mentira es una verdad. "Sí, genial". Sabía que después de un genial había altas chances de cruzármelo, pero por casualidad. Supe que Warren me estaría esperando.
Supe que ya había tocado el timbre y golpeado la puerta y, recién después de hacer todo eso, envió el mensaje. Pensá en el cuchillo. Pensá en Gandhi. Acordate de Ghandi. Relajate.
Pasaron unas horas más y volví a casa. Volví a casa sin sándwich ni comida.
Lo digo así porque un sándwich no es comida, o lo es de la forma que la fruta es postre. Subí de nuevo por las escaleras. Es curioso cómo, a pesar de querer terminar todo, queremos dejar un cadáver bonito. Lo predije. Warren estaba fumando en la puerta de su departamento.
Tenía la misma campera de muñeco de Michelin y una gorra de lana diferente. Amarilla. No le quedaba bien, pero no dije nada. Sonreí y lo saludé. Me devolvió la sonrisa y se esforzó por mantener los ojos abiertos.
Warren es de las personas que parpadean justo antes de que les tomen una fotografía. Ya saben la clase de persona de la que hablo. Mentí con el cuerpo que estaba de paso, pero en realidad estaba observando la escena. Super que Warren había estado ahí afuera por bastante tiempo.
Yo había vaciado el tarrito de lata que usaba de cenicero antes de salir y ya estaba hasta la mitad de colillas y cenizas y chicles. Le pregunté cómo estaba. Me dijo que bien, que recién salía a fumar. Una mentira es una mentira es una mentira.
Un 25 de diciembre no se debería mentir. Lo hacemos igual. Dentro y fuera de nuestro cerebro. Es una ley universal. Es subir por las escaleras cuando te espera un cuchillo helado de un palmo sobre la mesada de la cocina.
No iba a entrar a mi departamento aún, Warren tendría algo que decir primero. Así funcionaba la dinámica. Era obvio. Había bastado una simple charla para saber que así sería nuestra relación para siempre. Amigos de por vida, pensaría él.
¿Cuánto tiempo faltaba para que se fuera a otro país a enseñar inglés? ¿Cuánto tiempo faltaba para que él o yo decidiéramos dejar todo atrás?
Warren me preguntó dónde había estado. Le dije lo del Río Dee, lo de los árboles congelados. Lo de los cuchillos sobre la piel.
Dije agujas, no cuchillos, pero al caso es igual. Cuando empecé a contar sobre mi paseo navideño, supe lo que vendría luego. La de Warren no era una pregunta genuina.
Warren preguntó primero de la forma que un borracho te sirve una copa primero para tener la excusa de servirse la suya y no quedar a destono. La gente suele preguntarnos cómo estamos para poder contar cómo están ellas. Di la versión larga solo para molestarlo.
La versión larga y la corta eran iguales, igual de aburridas, igual de carentes de sentido. Un paseo es un paseo es un paseo. Cuando terminé de hablar, Warren ya había prendido otro cigarrillo rolado. Pregunté, "¿vos qué tal?", aunque no me importaba lo que siguiera.
Solo podía pensar en la humedad del filtro del cigarrillo de Warren y en contenerme la arcada.
Dunno how to say this mate, it's kinda biggy. I've got an email inviting me to give classes in South Korea. (No sé cómo decir esto. Es medio grande.
Recibí un mail invitándome a dar clases en Corea del Sur).
Estuve a punto de mentir sorpresa, pero no me dejó abrir la boca. Siguió. Me dijo que se tendría que ir en unos días y que le gustaría festejar conmigo. Quise hablar de nuevo, quise chocarle el puño, algo.
Quise mostrar que estaba interesado. Un poco porque no quería que fuese él quien se matase, otro poco porque sí. No soy de tomar bien cuando alguien tiene las mismas ideas que yo. No me dejó hablar. Me dijo que tenía una botella de vino que le había sobrado del mediodía.
Me preguntó si quería tomarla con él y, de nuevo, no me dejó meter bocado. Se dio media vuelta, metió una mano por la puerta entreabierta de su departamento y sacó un shiraz. Estaba preparado.
El truco de Warren era no dejarme decir que no, sobre todo porque el no está grabado en todo mi rostro. Todo el tiempo. 24/7.
Asentí con la cabeza. Era aquello o el cuchillo. Decidí que Navidad no era día ni para mentir (más), ni para usar el cuchillo.
Entramos a mi departamento.
Curiosamente, Warren nunca ofreció el suyo. Me imagino que porque sus padres mirarían de forma inquisidora. Los padres no deberían tener miradas profundas luego de que uno cumple los 30. No lo sé. Un adulto es un adulto es un adulto. Warren lideraba la fila de dos.
Caminó directo al living. Me volví a decir que no podría llevarse nada, así que solo quedaba hablar, mostrar los dientes y dar algunas palmadas en la espalda alta. Nada demasiado confianzudo ni demasiado frío. Ahí, en el medio de las dos civilizaciones.
Justo en el límite donde empieza un pasaporte y termina el otro.
Se sentó uno de los sillones. Se quitó las zapatillas y estiró las piernas. Lo vi con intención de estar más cómodo de lo que estaba.
Me dije que era Navidad y que había recibido una buena noticia que lo haría vivir un día más. Siempre queremos para el otro lo que no deseamos para nosotros mismos. Le dije que podía subir las patas a la mesa ratona. Me devolvió el gesto con una sonrisa.
Desenroscó la tapa del shiraz y le dio un trago del pico. Me ofreció la botella con una mueca y con todo el brazo. Acepté y mientras tragaba el líquido brindé por él. "Por Corea del Sur. Por las historias que se te vienen, hermano".
Hermano, dije. Warren sonrió y llenó los ojos de humedad. Humedad de la buena, calculo. Con la sonrisa dejó escapar por la comisura un hilito de vino que terminó en la alfombra. La vida no vale una alfombra. La muerte tampoco. Me molesté de todas formas.
Esbocé un hijo de un millón de putas mental. Devolví la sonrisa. Warren me contó al pasar que tenía novia, pero que no se veían hace meses. Ella vivía en Indonesia y los pasajes eran demasiado caros, demasiado para un profesor de inglés con ansias de escritor.
Estuve a punto de decirle que las relaciones a distancias eran la mentira más grande desde La Historia Sin Fin, pero me lo guardé. Brindé por ella con un gesto mientras el seguía y seguía y seguía. Hablamos.
Me dijo también al pasar que agradecía con el alma el viaje que estaba por hacer porque ya no había nada bueno en su vida y, que solo podía pensar en irse para no pensar en otra cosa. Hablamos más. Demasiado. Él más que yo. Estaba sobreexcitado.
Yo estaba cansado y aburrido, pero de alguna forma, sobre el final, me alegré por él. Warren tendría que viajar en una semana. Cuando se levantó para volver a su departamento me abrazó. No devolví el abrazo. Le di unas palmadas más en la espalda y lo dejé seguir camino.
Cuando llegó a la puerta, se volteó y dijo "to the stories".
Esa noche me quedé pensando. ¿Cómo sería viajar a Corea del Sur? Pensé con envidia en las historias que él podría escribir. Me acosté con ese pensamiento horrible en la cabeza y me pregunté qué me depararía la vida.
Qué haría en un departamento gigante yo solo. ¿Podría volver a escribir o, al final, debería recurrir al cuchillo para sacar las historias que habían quedado olvidadas en el interior? Un escritor que no escribe.
Dije que lo pondría en cuento si no me animaba a decírselo al cuchillo en la mañana entrante. Dije eso para mis adentros, para donde crecen las historias, y me dormí. Un sueño es un sueño es un sueño.
No vi a Warren hasta el día que tenía que ir al aeropuerto. Lo vi de lejos.
Calculé que no había pasado ni escrito ni salido de su casa por los preparativos. Corea del Sur es Corea del Sur es Corea del Sur. No debe ser fácil estar listo. Salí a fumar a la puerta y, desde la galería-balcón-patio lo vi metiendo las cosas en el baúl del auto de su padre.
El padre de Warren. Lo había cruzado el 23 y 24 de diciembre. Después algunas veces más en la semana que no vi a Warren. Hablaba raro. Me contó que era nacido y criado en Chester, pero sospechaba que mentía. El padre de Warren se llamaba Daniel. Dohnial. Necesito reformular.
El padre de Warren decía llamarse Daniel. Había algo forzado en la forma en que pronunciaba su nombre. Había algo forzado en su acento. Lo había visto salir del Polski, un almacén polaco, con varias botellas de vodka y bebidas que no conocía en los brazos.
Borrrn an' reis in Chesterr. ¿Quién era yo para juzgar el origen de alguien? Pero vamos! Es como si yo le dijera a alguien que era nacido y criado en Manchester. Una mentira es una mentira es una mentira.
Pegué un grito y moví el brazo como si estuviese dando indicaciones a un avión para entrar en pista.
-Have a good trip, mate! Fuckin' smash it!
-Cheers, bro! I'll text ya'!
Warren dejó los bultos e hizo con la mano como si sostuviera una copa llena.
Me imaginé la copa imaginaria llena de vino. Levantó el brazo lo más alto que pudo. De alguna forma vi la copa. "To the stories!", dijo y sonrió. Pensé en el hilo de vino que le había corrido por la comisura una semana antes. Pité un firme y exhalé. Buena suerte, chango.
Terminé el cigarrillo, entré a casa, pase la cocina de largo y fui al baño de la plata alta, apoye el celular sobre la bocha y me masturbé con un videoclip de Lacuna Coil. Imitaciones de la imitación de la imitación de una banda que realmente me gustaba.
Cuando terminé me dije que estaba enfermo. No lo pensaba de verdad. Es lo que pasa en los segundos después de eyacular, cuando el remordimiento destruye nuestra personalidad por unos minutos. Dos minutos. No más que eso. Remordimiento y volví a pensar en Warren.
En cómo yo estaba siendo una nota en la sinfonía de otro. De Warren.
Pasaron unos días más. Ya había empezado a trabajar de nuevo. La temporada de fiestas había pasado y había sido olvidada.
Solo quedaban los botes de basura llenos de envoltorios y los regalos descartados por el consumismo animal inglés. Ese día salí de casa para perderme en las calles de Chester. Pensé en volver a caminar por el Dee, pero lo dejé ser un plan sin concretar.
Mientras cerraba la puerta con llave, vi al padre de Warren entrar a la galería-balcón-patio. Me dijo, "hey". Lo saludé igual. Antes de que pudiera abrir la puerta le pregunté por Warren. Me dijo que había hablado por Skype y algo sobre su celular que no entendí.
Daniel era más europeo del este ese día que en ningún otro. Apenas si pude adivinar las partes clave de todo lo que dijo. Warren. Niños. Clases. Warren. Contento. Me di una idea de lo que pasaba y me volví a alegrar por el Michelin de su hijo.
Unos días más, tal vez unas semanas más. Digamos unos meses más. Mi vida era una rutina aburrida y sin sentido. Lo único que me mantenía en pie era saber que podía ver a mi hijo con regularidad. Se quedaba en mi casa, lo iba a buscar al colegio, jugábamos. Lo normal.
Por fuera de eso, pensaba cada vez más en el cuchillo y en lo perfecta que era la frase un cuchillo de un palmo. Volví a ver a Daniel. Esta vez saliendo con la cabeza gacha, lentes de sol y una bolsa de supermercado llena de botellas transparentes.
Vodka y las bebidas que no conocía. Pregunté por Warren. Ese día había sol y el sol en Reino Unido es una bendición. La bendición le dio de lleno sobre los Ray-Ban de imitación y el brillo del puente del armazón sobre la nariz me encandiló. Hacía frío pero había sol.
Había sol y el sol me dejó ver más allá de la oscuridad de los cristales que no eran cristales. Había lágrimas y dolor en el iris. Daniel habló con la voz entrecortada. Habló con la voz entrecortada y lentamente. El sol es una bendición.
El sol me dejó entender casi todo lo que dijo. "Warren. Mi hijo. Hace dos días recibí un llamado. No sabía quién era porque venía de un privado. Wa-Warren. Lo asaltaron en la calle y lo acuchillaron. Me llamaron para decirme que Warren está muerto". Dije "focking 'ell!".
Le pregunté si quería hablar. Si necesitaba que me quedara con él. Me agradeció y dijo que no. Me dijo que no y que lamentaba no haberme dicho nada antes. Ingleses. Las lágrimas son lágrimas son lágrimas. Es raro ver a un inglés llorar. Daniel claramente no era inglés.
Le estreché la mano con fuerza como para que sintiese que en el apretón había un sentimiento sincero. Un pésame tácito. Dejé que Daniel se fuera y esperé un cigarrillo y medio hasta salir del edificio.
Di una caminata corta y no paré de pensar en que Warren había logrado lo que habíamos amenazado con hacer sin decirnos nada, simplemente sabiendo. Me sentí extraño. Desposeído. Una falla en medio de la nada. Quise llorar pero no pude. Pensá en el cuchillo. Pensá en Gandhi.
Acordate de Ghandi. Relajate.
Ese día hice ejercicios de respiración y pensé en la muerte. Medité. Hice ejercicio y volví a pensar en la muerte. Warren ya no existía más que en el recuerdo de sus padres y esporádicamente en el mío.
"Gracias por la mejor puta noche de toda mi puta vida". Me dije que se habría equivocado de persona. La vida seguía, pero la vida se terminaba. La hermana de un amigo había tenido una historia similar. Irónica. Viajar para vivir. Vivir para morir. Ahorcada.
Irónicamente ahorcada cuando caminaba por el centro de Alicante y se desprendió un pasacalles que decía "Felices cinco años de casados, María Marta". Ella fue llorada. Warren, apenas lagrimeado.
Todavía hacía frío.
Todavía faltaba para otra Víspera de Navidad, pero me gusta pensar que ese día fue el nacimiento de algo más que del Mesías. Ese día entendí que hay quienes pueden morir mil veces antes de morirse realmente. También entendí que hay veces que basta una sola muerte ya.
Me habían ascendido en el trabajo y, con la promoción, tenía nuevas responsabilidades. Ese día me levanté temprano, con el frío inglés de las cinco de la mañana y fui caminando hasta la estación para tomar el tren que me llevaba a Birmingham.
A veces la vida puede llevarte a Birmingham. Tenía que encontrarme con un cliente nuevo que exigía que las reuniones se hicieran presencialmente, en vivo y no por videollamada. Mis jefes estaban en Londres, por lo que era más cómodo que me moviera yo.
Ya había estado una vez cerca de Birmingham. Había llevado a mi hijo a un parque de diversiones símil Disney en las afueras de la ciudad. El centro aún no lo conocía. Estaba llegando temprano, así que me dije que leería en el tren y luego caminaría un poco.
Birmingham estaba romantizado por los Peaky Blinders, así que al menos conocería un poco de algo que sí me gustaba. Una historia es una historia es una historia. Tanto en el tren como en mi caminata sostuve en la mano derecha El Hormiga,
un libro que me había recomendado el tío de un tío que hablaba de un tipo que fingía su muerte para tomar venganza sobre un fantasma de su pasado. "Meh", dije, pero lo fui leyendo igual. El centro de Birmingham es todo lo deprimente que uno pueda imaginar.
Es gris, sucio, viejo, oscuro. ¡Bingo! Cuando me muera quiero que lleven mis cenizas a Birmingham porque al polvo vamos y no hay nada más que polvo ahí. Me pareció que podría ser un buen final.
Caminé por ese pozo horrendo, un poco mirando las fachadas repetidas de las casas hechas espejo y hollín y ladrillos de la revolución industrial. Un poco mirando, otro poco leyendo. Alternar es alternar es alternar.
Faltaba una hora y media para reunirme con el cliente, así que decidí desajustarme el nudo de la corbata. La ropa relajada me ayuda a observar mejor. A interpretar más. Para llegar a la cita tendría que cruzar un puente viejísimo.
Cruzarlo por debajo, así que caminé a paso cansado, arrastrando los zapatos sobre las cenizas de otros. Haciendo el ruido que hacen las suelas sobre el piso alisado por las pisadas. El puente. Estoy acostumbrado a que bajo los puentes de Reino Unido no haya gente,
pero ese día había. Había una, dos, tres, cinco personas. Había una que destacaba. Una campera estilo Uniqlo y un gorro de lana amarillo. Sucio. Inconfundible. Warren. La espalda apoyada sobre la curvatura de la pared. Botella de algo en la mano y la cara cubierta de mugre.
Me acordé de Daniel y la llamada de un número privado. Todo tenía sentido. Un viaje a un lugar donde nadie lo iría a buscar. Una llamada anónima y una muerte fingida. Una muerte del Warren que no quería ser para renacer como otra cosa cualquiera.
Cualquier identidad era mejor que la identidad que quería dejar atrás. Estaba confundido. Hasta que no escuches el sonido de vidrios rotos, nunca vas a saber que llegaste lo suficientemente lejos. Birmingham era lo suficientemente lejos.
Los vidrios estaban lo suficientemente en el pasado. Me frené. Me frené y saqué de la mochila los lentes de sol y una boina. Guardé El Hormiga y e calcé todo lo más rápido que pude. Me tapé la boca con la bufanda. Metí las manos en los bolsillos y tanteé un billete de 5 libras.
Caminé hacia los tipos de abajo del puente. Hacia Warren. Me acerqué sin mirarlo demasiado, pero estando seguro de que se trataba de él, del mismo tipo que me dio su cigarrillo húmedo. Del tipo que me esperó horas y mintió no haberlo hecho. Era él y estaba perdido.
Todos queremos ser Jim Morrison por al menos 15 minutos. Me incliné y dejé el billete a los pies de Warren, apreté el culo y seguí caminando hasta el otro lado del puente. Cuando llegué sonreí.
"Have a good trip, mate!", le dediqué en mi cabeza, pero no era suficiente, así que me volteé, me bajé la bufanda de la boca y grité con eco al puente y con un brazo en alto, "to the stories".
Pité un firme y no volví a pensar ni en el cuchillo ni en Gandhi porque en esta parte del mundo como en todas era de día y había sol.

FIN.
Ufff se hizo largo, pero llegamos! Gracias a todos por leerme, comentar y compartir! El texto también está en #Medium: urieldesimoni.medium.com/warren-81bcc23…

*Vi que se fueron muchos seguidores mientras publicaba la historia 😓 Igual gracias!

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Jun 14, 2022
La tía Lucha, venía de Tucumán a Baires cada dos o tres meses. Cuando pasó lo de Spider-Man empezó a venir más seguido hasta que dejó de venir. La tía Lucha hoy está muerta, pero todos nos seguimos acordando de ella por el hombre araña.
La cosa es que venía porque decía que se aburría allá en el norte, pero, cuando llegaba, se quejaba de que todos se la pasaban trabajando en Buenos Aires.
La tía Lucha no era mi tía, sino la tía de mi mamá, pero ya saben cómo son las tías de las tías de las tías.
Siempre se llaman tías. Cuando venía traía alfeñiques, dulce de cayote, tabletas de miel de caña y palabras tucumanas. "Te vuace´ aca" o “te vuace’ shecagá”, decía cuando se enojaba.
En su honor, siempre organizábamos algún asado o comilona con toda la familia presente.
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Mar 23, 2022
Una cuenta de Twitter que ya no existe, hizo una compilación de paletas de colores de escenas clásicas del cine moderno y son una belleza. Les dejo un hilo ❤️🎞
#1 Mad Max: Fury Road (2015) Dir. George Miller
#2 Spirited Away (2001) Dir. Hayao Miyazaki
#3 Harry Potter And The Deathly Hallows: Part 2 (2011) Dir. David Yates
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Mar 22, 2022
Papá ponía cara de póker, pero no sabía jugar al póker. Papá jugaba al Truco, y creo que va más con lo que le hacía al Tucumano, al Tucu. O, mejor dicho, lo que el Tucu le hizo a él.
El Tucu era tucumano. El Tucu era zapatero, pero papá decía que era remendón.
El Tucu era borracho. Era borracho y viejo. Era chusma y crédulo. El Tucu decía “birria” en lugar de birra y “lumbrices” en lugar de lombrices. Y papá hablaba y hablaba y decía que para un mago no hay nada mejor que un público borracho.
Papá era un mago, pero papá era un mago porque yo no llegaba a los diez años. Bien, el Tucu. Después de todo, esto se trata de él. Bien. El Tucu no tenía nombre porque todos le decían el Tucu. El Tucu está muerto, pero cuando papá era un mago, él todavía vivía.
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