Pensar que un modelo de primarias como el que hemos vivido en la última década implica que la lista no la hace la cúpula sino las bases es ingenuo como para daros un abrazo muy grande.
La clave es la lista que va a esas primarias.
Esa lista se negocia y se presenta cerrada a las votaciones, con métodos que hacen difícil cambiarlas (como mucho puedes reordenar algún puesto).
Lo que le plantean a Yolanda es un chantaje porque, si no hacen esa lista, quieren primarias para montar una guerra (otra más).
En un pollo descomunal que conduzca a un desastre electoral, el resultado es bueno para Iglesias, Montero y su aparato: podrán culpar a la candidata y pedir su cabeza después de haberse enfrentado a ella durante un año.
Han servido una situación que es win/win para ellos: si Yolanda accede a las primarias y el acuerdo, será con una influencia y una capacidad de mando absolutamente injustificada; si Yolanda no consigue evitar la guerra, el resultado electoral será malo.
Al final, lo de Iglesias y lo que queda de Podemos, es una deslealtad tremenda: les importa un pito el resultado electoral porque lo relevante es tener el mando y colocar a su gente.
Antes de pasar la vida llamándonos traidores a todos, podrían comprar un espejo.
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Siempre ví como algo muy digno a quienes salían de la política dejando sus cargos cuando no estaban de acuerdo o perdían una batalla.
Cuando me llegó el momento lo hice así porque siempre había pensado que era lo que había que hacer (y ya hacía tiempo que Podemos pintaba fatal)
Desde luego que jamás en el ejercicio de la portavocía de Podemos en el Senado o de la secretaría general de la Comunidad de Madrid manifesté ninguna discrepancia interna.
Hoy sería tan rígido como entonces, pero en aquel tiempo creía que no debía hacerse. Y nunca rompí filas.
Dimití sin ser explícito, pero dejando claro que romper el partido en tres (Más Madrid y Anticapis) y ponerle difícil la reelección a Manuela Carmena iba mucho más allá de mi lealtad con Iglesias: yo no quería ser quien ejecutaba un suicidio que me imponían contra mi criterio.
Felipe González hizo de la integración europea, la modernización y el desmantelamiento industrial para convertirnos en una economía de servicios el proyecto de España desde los 80 hasta 2008.
Es absurdo decir que no tenía proyecto: es el único implementado desde Franco.
Ese proyecto colapsó, pero la energía transformadora y democratizadora de la Transición se agotaba en sí misma (ahí fracasó Suarez), mientras que el PSOE fue capaz de redirigirla hacia su proyecto de modernización neoliberal. Con muchísimo éxito.
Esto mismo lo teníamos claro en Podemos, cuando pensábamos que el reto era desplegar un proyecto de país para el ciclo post-crisis de 2008, cuando todos pensábamos que había que reinventar España, Europa y el capitalismo sin dar por hecha la derrota, el colapso y la marginalidad.
Los dirigentes de lo que queda de Podemos después de destrozarlo están agitando muy fuerte la idea de que “resistimos frente a Vox”.
No, queridos, éramos útiles contra la extrema derecha cuando levantamos una alternativa de país y fuimos la excepción europea.
Éramos el único país (junto a Portugal) de nuestro entorno donde la quiebra económica de 2008 no derivó en un auge de la extrema derecha.
Porque aparecíamos como alternativa a la crisis política.
Ahora Podemos es una fuerza testimonial. Más irrelevante cuanto más vocifera y más llena de agresividad su discurso.
Sometida a la paradoja de declararse radical de izquierda pero encontrarse atada a unos dirigentes cuya supervivencia depende directamente de su sumisión al PSOE.