Apodada Langevin por sus camaradas de armas, Renée Bordereau era una máquina de matar al servicio del Rey y la Verdadera Religión. Es decir, que luchó contra la República Francesa, el Directorio, el Consulado y el Imperio dejando el campo de batalla hecho un asco.
Con su cabeza puesta a precio, escapó de los gendarmes haciéndose pasar por una mujer que se hacía pasar por un hombre que se hacía pasar por una mujer... Eh, ya sé, es complicado, pero el truco le salió bien.
Tras muchos años dando guerra, finalmente fue apresada y pasó años en los infectos calabozos del Mont Saint-Michel. Pero sobrevivió y cuando regresó la monarquía a Francia, fue liberada y tratada como una heroína.
Aquí la tenéis. Condecorada personalmente por Luis XVIII, escribió al dictado sus memorias, que son un libro digno de lectura, donde se cuentan los enemigos muertos por docenas.
Langevin es una de las mujeres más peligrosas de #MujeresDeArmasTomar, que publica @PrincipalLibros y que os recomiendo leer, porque, aunque viene con dibujitos y se cuenta ésta y otras historias en clave de humor, luego deja poso y da en qué pensar.
Si no os fiáis de mi criterio, siempre podéis hacer caso a una opinión acreditada.
¡No os olvidéis! Este domingo estaré a vuestra disposición para firmar ejemplares.
¡Os espero!
• • •
Missing some Tweet in this thread? You can try to
force a refresh
Hice esta foto en el Rijksmuseum. El cuadro me gustó mucho. La alegría de la ninfa es contagiosa.
El autor es Gerard van Honthorst, y el cuadro, "Ninfa y sátiro", lo pintó en 1623.
Lo que no sabía (siempre se aprende) es que este autor estuvo en Roma alojado en casa de Vincenzo Giustiniani, marqués de Bassano y coleccionista y protector de Caravaggio, que conozco bien.
Eso fue en 1616, o por ahí. Compartió Roma con otros holandeses, a los que llamaron, un poco en coña, los "caravaggisti di Utrech".
Pero no sólo de Caravaggio vive el hombre. También admiró lo último de Carracci, por ejemplo.
Sabed que hace un par de días he regresado de practicar alpinismo en Holanda, pero he hecho más cosas y muy interesantes ahí.
Os dejo ver mi cuaderno de viaje.
Luego iré añadiendo cosas a continuación.
A ver, que entre escalada y escalada a los más altos picos de Holanda, he podido visitar un poco ese país. Y quiero enseñaros algunas cosas.
Comienza el rollo.
Llama la atención que Ámsterdam tenga un sistema de alcantarillado tan deficiente. Fijaos que tienen un montón de calles inundadas y que, para disimular, las llaman canales.
Ya está en lo alto el pollito-vaca con alas á la Speer.
Horror.
Era horrible en el suelo, vista de cerca, pero allá en lo alto es peor. Feo de cojones, cursi, hortera, un daño a la vista. Madre de Dios... Y habrá tres más, en plan Nuremberg. Si Gaudí asomara, se arrojaría de nuevo bajo el tranvía.
A ver, las cosas claras. Yo vine aquí a hablar de mi libro y me he enganchado, porque hay gente muy maja y tal. Como mis editores (@PrincipalLibros), por ejemplo, que han hecho gala de una paciencia infinita conmigo.
Les colé mis dibujitos, por ejemplo. ¡Menudo gol!
Luego asomó por aquí un cocodrilo del Pisuerga, que ha venido a quedarse (en casa, el muy sinvergüenza), junto con el perrito de la vecina del quinto y un bote de galletas.
Ludwig Wittgenstein es un caso único en la historia de la Filosofía. ¿Por qué? Porque es un filósofo al que hay que estudiar dos veces. Existe un primer Wittgenstein y un segundo Wittgenstein, pero son el mismo Wittgenstein, aunque dice cosas (casi) diferentes.
La obsesión de Ludwig era negar la existencia de los problemas filosóficos y asumir que los filósofos están para otra cosa. El primer W. sostenía que un problema filosófico no era más que algo carente de lógica y el segundo W. que era un lío con el lenguaje. Mas o menos.
En pocas palabras, un filósofo se dedicaba a ver si un problema tenía respuesta o era ilógico (y si tenía respuesta, ya se vería) o si un problema era no más que un juego de palabras que se había ido de madre.